En momentos de reflexión y recogimiento la humanidad suele valorar qué es lo más importante. Desde tiempos remotos: lo más importante es que saldrá el sol. Y de ello dan cuenta las celebraciones más importantes. De eso trata navidad
Decía un jefe en periodismo, que tuve hace muchos años, que lo más importante de cada día es que saldrá el sol por la mañana. Pero que la nota nunca era el amanecer. La nota era el eclipse.
Es decir, el periodismo, en su frenética lucha por congelar el paso del tiempo, destaca lo inédito, lo que se sale de la norma, lo que destaca. No necesariamente en lo más importante. Pero juguemos por un momento a que el periodismo no tiene que seguir esa regla. Supongamos por un momento que nos libramos del yugo periodístico. Lo más importante es que mañana va a salir el sol.
–como de hecho, es la vida humana: que en momentos de reflexión y recogimiento suele valorar qué es lo más importante. Para la humanidad, desde tiempos remotos, lo más importante es que saldrá el sol. Y de ello dan cuenta las celebraciones más importantes a lo largo y ancho de esta esfera terráquea. Y de eso, a final de cuentas, trata navidad.
Huitzilopochitli: Para los mexicas, los días previos al solsticio de invierno estaban vinculados a la muerte y renacimiento del sol, Huitzilopochtli. En esta época del año, al salir e iluminar pálidamente (y no con fuerza y quemazón como en primavera o verano), era un pequeño y vivaracho colibrí.
La fiesta nahua que celebra el solsticio de invierno se llamaba Panquetzaliztli. Comenzaba días antes de la “muerte” del sol: el solsticio. Solsticio que propiciaría su renacimiento.
Dice la antropóloga Carmen Aguilera que el Panquetzaliztli era la mayor fiesta del año. La más importante: “Dado que la fiesta del 20-Panquetzaliztli caía dos días antes del solsticio de invierno, como 10 sabían los astrónomos-sacerdotes, los ritos de esta veintena estaban destinados a propiciar el renacimiento de Huitzilopochtli-sol. Por lo que había gran derramamiento de sangre–sacrificio de todos los cautivos, combates a muerte y extrañas procesiones a toda prisa– que parecen acentuar el tinte de ansiedad ante la incertidumbre de que el sol regresara por su camino cuando debía hacerlo, dos días después”.
Esa misma ansiedad que padece arrebatar a todos por estas fechas: corriendo de un lado a otro comprando regalos, preparando cenas y padeciendo la alegría…
En las culturas nórdicas, la cercanía con el polo norte por supuesto implicaba que el solsticio de invierno y el invierno fuera mucho más marcado. De ahí que esos meses de oscuridad y frío fueran momentos de “recogimiento” y reflexión. Y por supuesto también ese temor de que no llegara la primavera, o el verano.
Los vikingos llamaban “yule” a esa fiesta que conmemoraba estas noches largas y frías. Y también había sacrificios, y cerveza, y comida. Y algunos otros signos que podemos identificar con la navidad que conocemos más fácilmente: regalos, un árbol adornado, una cena.
También tenían lugar preponderante las cabras. Se decoraban monigotes hechos de paja trenzadas –que recuerdan por cierto los venados hechos con varitas; esos que se venden en los mercados mexicanos–. Estas cabras, narra este texto de la escritora Aranzazu Serrano Lorenzo, son “uno de los símbolos escandinavos de la Navidad por excelencia” […] El macho cabrío solía ser el animal que llevaba las ofrendas para los sacrificios y que en muchas ocasiones se sustituía por dos hombres ataviados con las pieles del animal y una cornamenta. Parece ser que con el tiempo disfrazarse así se convirtió en una tradición que consistía pasearse por el pueblo para hacer reír y dar sustos a la gente. Sin embargo, en sus orígenes más primitivos esta tradición debió estar ligada al dios Thor, un dios que muchos sólo asocian a la guerra o a las batallas, pero que también era el dios protector de los hombres, con influencia en el clima, las cosechas, la protección o la justicia”.
De nuevo un solsticio vinculado a la protección, al renacimiento, pero también ligado fuertemente a la guerra.
Pero quizá la fiesta más cercana a nuestra navidad actual sea la de los romanos. Las fiestas Saturninas. Éstas se realizaban entre los días 17 y el 24 de diciembre. Un texto en el País narra: “los antiguos romanos encendían luces, se intercambiaban regalos, invertían los papeles sociales —los amos servían a los esclavos y los esclavos a los amos—. Eran días de banquetes y disfraces durante los que las celebraciones se apoderaban de las ciudades”.
En resumen: eran verdaderos reventones de días, en los que el exceso en comida, en bebida, en expensas, era la norma. Y aún así, para el 25 de diciembre celebraban que el Sol salía “invicto” y las noches comenzaban a ser más cortas.
Conforme el cristiano fue arraigando en Europa, las saturninas se adaptaron al nacimiento de Jesús (el cual, se duda que, si existió, haya nacido en diciembre). Es decir: el nacimiento del niño dios, el niño Sol. Y es que en invierno, el sol es un niño pequeño y brillante, ligero y hermoso, como un colibrí…
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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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