En el partido que algún día prometió el bien común y una patria ordenada y generosa, hoy impera una sola ley, la ley de los «padroneros», caciques locales que llevarán a Marko Cortés a la reelección como dirigente
Twitter: @chamanesco
El Partido Acción Nacional está por cerrar un nuevo ciclo en su ya largo proceso de deterioro político y extravío ideológico.
Marko Cortés, el político michoacano que llegó a la dirigencia nacional después de la debacle de 2018, concretará su reelección al frente del partido el próximo 2 de octubre, y lo hará de la peor manera.
Lo que lo mantendrá como dirigente no es su liderazgo, su talento como estratega, su capacidad para darle rumbo programático a la institución, su carisma o su capacidad discursiva.
No. Se quedará tres años más al frente del Comité Ejecutivo Nacional gracias a sus acuerdos con los llamados “padroneros” de Acción Nacional; es decir, gobernadores, legisladores y dirigentes que se erigen como caciques locales.
Se trata de los dueños del padrón de militantes, una lista de 270 mil 763 personas que dicen militar en el PAN, la cual es determinante para la elección de dirigentes y comités, tanto locales como nacionales.
Según las reglas para la elección de la dirigencia panista, quienes aspiraran al cargo debían presentar ante la comisión de procesos internos un total de 27 mil firmas de panistas afiliados al Registro Nacional de Miembros.
Lo intentaron, además de Marko Cortés, la panista tlaxcalteca Adriana Dávila y el tabasqueño Gerardo Priego.
Sin embargo, ni Dávila ni Priego pudieron reunir las firmas para registrar sus candidaturas, pues los dueños del padrón ya habían comprometido el apoyo de sus agremiados para respaldar a Cortés, quien en sólo dos semanas logró recabar 110 mil firmas de respaldo a su candidatura.
En Nuevo León, la operación estuvo a cargo de un grupo encabezado por Raúl Gracia conocido como “la santísima trinidad”, que se ostenta como dueño del padrón; en la Ciudad de México, operó el grupo del diputado Jorge Romero, quien decide desde hace años dirigencias y candidaturas.
Los Yunes y un personaje siniestro llamado Joaquín Guzmán, cacique de Tantoyuca, consiguieron para Cortés la mayor parte de las 24 mil firmas de Veracruz.
El gobernador de Guanajuato, Diego Sinhué, operó con el padrón de 14 mil panistas de su entidad; lo mismo que Pancho Domínguez con los casi 9 mil panistas queretanos, o Maru Campos, gobernadora de Chihuahua, con el padrón de 9 mil 500 panistas de su estado.
En Yucatán, el gobernador Mauricio Vila no sólo puso a disposición de Marko Cortés el padrón de 9 mil 200 panistas, sino que le propuso a su compañera de fórmula: Cecilia Patrón Laviada, panista de viejo cuño que transitó con gran flexibilidad del calderonismo hacia las nuevas corrientes internas dominantes.
Según operadores de los aspirantes excluidos de la contienda, algunos de los “padroneros” levantaron todas o casi todas las firmas de los padrones estatales, incluso sin poner en el formato el nombre del candidato, para poder controlar con anticipación a quién se le otorgarían esos apoyos.
Tanto Priego como Dávila han dicho que el proceso interno fue una simulación, y promovieron sendas quejas y recursos de impugnación ante el CEN del PAN, el INE y el Tribunal Electoral.
Como respuesta a su exigencia de limpieza del proceso, la dirigencia panista promovió un acuerdo este fin de semana para que, en lugar de esperar a la fecha original para la elección (26 de octubre), se convoque a una sesión de Consejo Nacional panista el 2 de octubre, para que en ella se ratifique a Marko Cortés como dirigente para otros tres años.
No será la primera vez que el PAN claudique de su antigua tradición de democracia interna.
En su sexenio, Felipe Calderón impuso como dirigentes a Germán Martínez y César Nava, simulando contiendas internas en las que todo mundo sabía de antemano quién iba a ganar.
Después, durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, Gustavo Madero y Ricardo Anaya lograron excluir al grupo de Calderón, crearon una cofradía de liderazgos locales y dieron rienda suelta a los “padroneros”.
En el colmo de la simulación, y previo rompimiento con Madero, en febrero de 2018 el “joven” Ricardo Anaya hizo imprimir 300 mil boletas con su rostro de precandidato único en el centro, y mandó instalar mil 245 casillas en todo el país, para que los panistas “votaran” por él como su candidato presidencial.
Aquella “interna panista” del 11 de febrero de 2018 fue el arranque de una pésima campaña, en la que Ricardo Anaya y Acción Nacional resultaron derrotados.
Tres años después, cuando el PAN sigue siendo, pese a todo, la segunda fuerza política del país, la democracia simulada vuelve a empañar su vida interna.
El pragmatismo se ha impuesto sobre los altos ideales que Acción Nacional pregonó durante sus 61 años como oposición.
De la doctrina y el pensamiento de sus fundadores queda tan sólo el recuerdo; de los intensos debates para definir dirigencias, rumbo y estrategia política quedan sólo el anecdotario y el testimonio de algunos sobrevivientes de los viejos tiempos… a los que ya nadie hace caso.
En el partido que algún día prometió el bien común y una patria ordenada y generosa para todos, hoy impera una sola ley, la ley de los “padroneros”.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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