Las emisiones de todo el globo van en camino de aumentar 3 por ciento, mientras las temperaturas se incrementan en todo el mundo. Pese a esto, la COP anterior cerró sin medidas para remediar estos problemas. La cumbre terminó sin grandes acuerdos ni avances para lograr una acción climática rotunda y suficiente, y lo único que se logró fue un fondo de compensación para los países más empobrecidos y más golpeados por esta crisis ambiental. En esta nueva Cumbre, el reto es mayor
Por Eugenio Fernández Vázquez X: @eugeniofv
Esta semana arrancará la 28 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático, la COP28, en Dubai, en Emiratos Árabes Unidos, uno de los países que más gases de efecto invernadero emite por persona, cuyas emisiones por cabeza van en aumento y que ha asumido compromisos climáticos notoriamente insuficientes. El mundo llega a ella durante el año más caliente del que se tiene registro, después de un terrible fracaso en la COP anterior y con evidencia creciente de que las desigualdades entre países, y sobre todo al interior de ellos, son el verdadero motor de la crisis.
Este 2023 superó hasta las peores predicciones en materia climática. Julio de este año, por ejemplo, estuvo más de 1 grado centígrado por encima del promedio de los años de los que se tiene un registro exacto. Esto, conjugado con el hecho de que fue año del Niño —un fenómeno atmosférico periódico que genera temperaturas excepcionalmente cálidas en el mar y el aire— trajeron desgracias a todo el planeta. La más reciente es la que padecieron los habitantes de Acapulco y la Montaña de Guerrero tras el paso del huracán Otis.
Mientras tanto, la acción climática en el planeta se ha quedado muy lejos de lo necesario. Según el Reporte de la brecha de emisiones del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, aunque ha habido algún progreso desde que se firmó el Acuerdo de París en 2015, las emisiones de todo el globo van camino de aumentar 3 por ciento, cuando deberían decrecer en 42 por ciento para mantener el aumento de temperaturas debajo de los 1.5 grados centígrados.
La COP anterior, que tuvo lugar en Egipto, se cerró sin medidas para remediar estos problemas. La cumbre terminó sin grandes acuerdos ni avances para lograr una acción climática rotunda y suficiente, y lo único que se logró fue un fondo de compensación para los países más empobrecidos y más golpeados por esta crisis ambiental.
Todo esto ocurre, además, mientras crece la evidencia de que la responsabilidad por los desastres climáticos se reparte cada vez menos entre países del norte y del sur globales y cada vez más entre los ricos del mundo y el resto de la población. Como explica el más reciente Informe sobre desigualdad climática, preparado por Lucas Chancel y otros académicos agrupados en la Base de Datos sobre Desigualdad, América del Norte y Europa son responsables de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero lanzadas al aire desde 1850 y las emisiones per capita de Estados Unidos son diez veces superiores a las de India. Esta medición, sin embargo, oculta las desigualdades en emisiones al interior de los países y esconde el hecho de que son los ricos del mundo —una clase cada vez más globalizada— los responsables del calentamiento global, independientemente de su lugar de origen.
En México, por ejemplo, el 10% más pobre de la población emite apenas el 2.7 por ciento de los gases de efecto invernadero del país. En cambio, el 10% más rico emite el 27 por ciento de esos gases, lo mismo que la suma de las emisiones de todos en la mitad más pobre.
Así las cosas, queda cada vez más claro que al menos una parte importante de la batalla climática tiene que librarse al interior de los países, y pasa por transformar la economía y generar sociedades más igualitarias. Las medidas para lograrlo muy probablemente son poco espectaculares y son más bien aburridas. Se trata de esas medidas discretas, como de trámite, que facilitan la vida de las pequeñas empresas y que castigan los daños ambientales de las grandes corporaciones, cuestiones de aminorar los costos de transacción de hacer negocios o trabajar y de vigilar mejor el cumplimiento de la ley ambiental.
La reforma fiscal que tanto urge no es solamente cuestión de aumentar el impuesto sobre la renta —aunque también de eso se trata—, sino también de facilitar la vida económica de las grandes mayorías. Tampoco es solamente una cuestión trascendental para tener una sociedad mejor, sino la clave para seguir teniendo un planeta habitable.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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