Durante el 31 de octubre y el 1 de noviembre, el poblado nahua de Ocotepec, en Cuernavaca, Morelos, festeja a la muerte. Pero la relación con sus muertos la entretejen durante todo el año, sobre todo si su muerte es reciente
Texto: María Ruiz
Foto y video: María Ruiz y Daniel Lobato
En este pueblo el Día de Muertos es la fiesta, pero la muerte se vive cerca durante todo el año.
Cuando alguien del poblado muere, se tocan las campanas de la capilla de su barrio y se dice que viene “nuevo”, lo que significa que su familia abrirá su hogar a quienquiera visitar su ofrenda en Día de Muertos. Amigos, familia, turistas.
En cuanto un poblador muere, su familia comienza a preparar la ofrenda: hace las compras, incluso con meses de anticipación.
Nueve días antes del Día de los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre, la familia invoca a sus muertos con cantos y rezos. Durante esa novena, adornan pequeños altares con velas, flores e incienso que luego serán reemplazados por la tradicional ofrenda.
Las ofrendas son grandes. Originalmente se componían de pan, sal, agua, flores, veladoras y fruta. Con el tiempo se les añadieron calaveras de azúcar y la comida favorita de quien murió.
Las familias forman el cuerpo con plátanos y pan y lo visten con ropas nuevas y zapatos, además de colocar elementos que hablen de quién fue, a qué se dedicaba, qué le gustaba hacer y una fotografía que le identifique.
Pero la muerte se vive cerca durante un año. En el poblado de Ocotepec, cuando un muerto “viene nuevo”, se tiene la creencia de que permanecerá en su casa por un año y se le pone una pequeña ofrenda diaria en ese lapso.
“Todo el año debemos ponerle su comida, cambiarle su agüita, su sal. Y llegando el día de los muertos, se les espera con una novena, (que) empieza el 23 de octubre y termina el 31 (de ese mismo mes). Para que el día primero de noviembre se ponga su ofrenda. El Día de los Fieles Difuntos se pone lo tradicional: pan, mole,fruta; no sólo para él, para todos los que vienen”, explica María Eugenia Ruiz Millán, rezandera tradicional del pueblo.
María Eugenia Ruiz es una de las últimas guardianas de las tradiciones de Día de Muertos. Puso su primera ofrenda a a los once años de edad, cuando murió su madre. Su padre, Marcos Ruiz Millán, le enseñó cómo ponerla y le advirtió que, de no hacerlo, su madre dejaría de sentirse bienvenida en su hogar. Pero fue casi 10 años después que se volvió rezandera y dedicó su vida a esa tradición.
La rezandera conoció en su juventud a Félix Trejo, corridista nativo del poblado. Dicen que Félix Trejo, además de entonar canciones, fue nahual: con la capacidad de transformarse en un animal después de rezar oraciones que pocos poseen. Trejo le dijo que tenía voz para la cantada, le vendió sus primeros rezos y le enseñó la tradición del Día de Muertos. Desde entonces, María Eugenia comenzó a rezar. Llegó a visitar más de 10 casas en un día.
Ahora María Eugenia tiene 70 años. Aunque ya no lleva ese ritmo, sigue compartiendo sus memorias y saberes con quien se lo pida.
“Yo aprendí de Felix Trejo cómo se pone la ofrenda. A someriar todo, a rezar el rosario para recibir a las ánimas benditas. Por eso, yo salgo a recibirlas en la entrada, con alabanzas y caminos de flores”
María Eugenia Ruiz es testigo de los cambios en la tradición con el paso de los años. Cuenta que no han sido muchos, pero pone de ejemplo la flor de Tegajian, la flor original de muertos que fue reemplazada por el cempasúchil.
Cuenta que en los campos de Ocotepec y en los patios de las casas, la gente tenía su siembra de flores del tegajian, pero la cempasúchil llegó del Estado de México, la sembraron y se dio tan bien que desplazó al tegajian. El aroma del tegajian es más intenso que el cempasúchil, a pesar de que la flor es más pequeña.
Cuando sus ancestros comenzaron a poner ofrendas, recuerda María Eugenia, hacían tortillas, sazonaban chile rojo para hacer mole, y lo acompañaban con pan y plátano. Hacían tlaxcales de elote y mataban aves.
“Poner la ofrenda era una tradición espiritual. Se ponían 100 plátanos macho y 100 piezas de pan, porque decían que tenían que comer todos los antepasados que habían fallecido y que se juntaban con los que venían en ofrenda nueva”, relata.
En Ocotepec, las personas que visitan las ofrendas dentro de las viviendas dejan a cambio una cera al difunto, que simboliza un regalo de luz. Los elementos de la ofrenda tienen significados, el plátano, por ejemplo, simboliza los gusanos que se comen al cuerpo bajotierra. El incienso lo usan para purificar al alma y el agua habla también de las bendiciones que le dieron a la persona cuando fue bautizada.
En el poblado se celebra el Día de Muertos durante dos días. El 31 de octubre se le pone ofrenda a los menores de edad y el 1 a las personas adultas. Los preparativos comienzan incluso con meses de anticipación pero esa semana el ritmo y la presión para los pobladores aumentan. Los adornos, el arco de bienvenida, las flores, el papel picado, la comida, todo tiene que estar listo.
En ambos días se hace lo mismo: por la mañana se pone la ofrenda, se forma un cuerpo con los plátanos y el pan. Se termina de preparar la comida y conforme se pone cada elemento en la mesa, se le habla a quien ya no está. Este momento es el más emotivo, la familia les da la bienvenida y les manda mensajes de amor, “te extrañamos; te puse lo que tanto te gustaba; te hicimos tu molito favorito”; la comida debe estar caliente, debe humear, porque se llevan la esencia.
Al mediodía la familia sale de su casa para recibir al alma del difunto. Con incienso, y entre rezos, hacen un camino de flores, desde la calle a la ofrenda. Lanzan cohetes y cantan. Y desde ese momento la casa permanece abierta a quien quiera visitarla.
Se acostumbra que las familias den comida a los visitantes, como parte de la convivencia con el difunto, de la celebración. La comida varía dependiendo la hora. Después del mediodía se dan platos fuertes, comidas completas. Conforme avanza el tiempo, la comida varía hasta que en la madrugada se de pan, galletas, ponche o café. Todo es un gran comparte, un festejo a la vida.
Las ofrendas de Día de Muertos son también una oportunidad de festejar quién fue la persona en vida. El año pasado, en el 2018, murieron Lorenzo Bizarro y Ximena Sedano. Sus familias les recordaron con ofrendas difíciles de olvidar. Una se convirtió por la noche en sonidero y la otra, fue la celebración de unos XV años.
Ximena Sedano tenía 15 años cuando murió, su familia no le pudo celebrar su fiesta de quinceañera en vida, pero en Día de Muertos se los celebraron. Sus primos se vistieron de chambelanes, pusieron recuerdos como centros y una mesa de dulces y frituras. Una fiesta completa.
“Creemos que está aquí, festejando con sus primas y amigas” cuenta su padre, José Luis Sedano.
Ximena era amigable y lista. Le gustaba hacer bromas, su padre cree que cuando se cae algo en la casa es que les sigue haciendo travesuras.
Lorenzo Díaz fue taxista y también DJ. Conocido en Ocotepec como DJ Bizarro del Sonido Pantera, puso el primer sonidero del pueblo. Fue asesinado en 2018. Sus familiares lo recordaron con una ofrenda sonidero.
Su hermana, Patricia Bizarro, cuenta que desde pequeño le gustó la música y que tenía muchos amigos.
En 2014 el Día de Muertos en Ocotepec recibió el título de inscripción de las Festividades Indígenas dedicadas a los muertos, en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. Normalmente se le conoce por ser un pueblo de tradiciones pero en esas fechas se vuelve un lugar turístico y las casas permanecen abiertas hasta altas horas de la madrugada.
Al otro día, el dos de noviembre, las familias llevan las flores y las ceras al panteón. Ahí se celebra una misa y se concentra todo el pueblo, que visitan las tumbas y comparten almuerzo en el sepulcro, al son de los mariachis que tocan canciones para decir adiós.
De ahí, regresan a sus casas e invitan a sus familiares a compartir la comida de la ofrenda. Es una convivencia. Repartir la ofrenda entre la familia y los amigos es parte de la tradición, porque si no los difuntos se van cargando.
La rezandera María Eugenia Ruiz recuerda cuando Don Domingo Díaz, rezandero e historiador del pueblo, le explicó por qué es un error no poner ofrenda nueva cuando se muere un familiar:
“Hay una difunta, a mí me lo platicó Don Domingo Díaz, a quien su sobrina no le quiso poner nada el Día de los Difuntos. Dicen que ellos (Don Domingo Díaz y sus hijas) vieron que estaba cerrada la casa, era su vecina. Fueron a llevarle una canasta de ofrenda, y en la entrada, estaba una señora envuelta de su cabeza, sentada en una piedra, estaba llorando. Ellos pensaron que estaba tomadita. Decidieron tocar y tocar, y no abrían, y no abrían. Y les dijo la señora:
-“ No, no quieren abrir, por eso estoy en la calle.”
¡Se enderezó y era la difunta! Estaba llorando. Se espantaron y le dijeron:
– “Vengase a la casa”, esto que le traíamos se lo vamos a poner en la casa”
Pero la difunta les respondió:
-“No, aquí cerraron la puerta y no me esperaron”.
Regresaron a su casa y ya después se asomaron desde la ventana pero ya no estaba. Por eso es importante poner la ofrenda y no cerrarles las puertas”. Cuenta la rezandera.
Don Domingo Díaz murió en el 2015 y escribió el libro “Tradiciones y memorias de Ocotepec contadas por Don Domingo Díaz”. Por mucho tiempo fue quien mantuvo vivas las tradiciones de todo el año, danzas, rezos, ofrendas, procesiones. Hoy en el pueblo se siente su ausencia.
¿Qué significa El Día de Muertos para usted? Se le pregunta a la rezandera María Eugenia Ruiz.
-Para mí el día de muertos significa que están mis familiares conmigo. Porque no los veo pero los siento y por eso con gusto les pongo su ofrenda”.
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