Después de casi nueve meses de pandemia, María Eugenia se acostumbró a su rutina como enfermera para enfrentar al coronavirus, pero el miedo a contagiarse sigue ahí
Texto: Patricia González Mijares
Fotos: María Ruiz
María Eugenia Rojas Rangel se traslada todos los días en camión a su trabajo, los pasajeros del colectivo no saben que es enfermera. Cuando comenzó a trabajar tenía veinte años, entonces ganaba 1 mil 500 pesos a la quincena. Hace 10 años que trabaja en el Hospital General Ajusco Medio, que hoy es sanatorio covid. Actualmente gana 11 mil 500 pesos al mes. A pesar de su antigüedad y especialización quirúrgica, no tiene seguro contra riesgos ni contrato base. El invierno se acerca y la posibilidad de que las autoridades sanitarias consideren regresar al semáforo rojo le preocupa, además de la constante amenaza del retiro de insumos por parte de la institución.
Con base en datos proporcionados por la Secretaría de Salud, al 22 de noviembre, en México existen un millón 41 mil 875 contagios acumulados de covid-19 y 101 mil 676 defunciones.
Según reportes de Amnistía Internacional, en el mundo han fallecido 7 mil trabajadores de la salud. El 18.8 % en México. El director general de Epidemiología, Jose Luis Alomía, Zegarra presentó en una conferencia, a finales de octubre, que en el sector salud se han dado 127 mil 35 contagios y 1 mil 744 decesos. También reportó que personal de enfermería acumula 42% de los contagios; médicos, el 26%; laboratoristas, 2%; odontólogos ,1%, y otras áreas no especificadas el 29%.
María Eugenia comparte a Pie de Página su historia. “Cuando comenzó la pandemia nos capacitaron, la epidemióloga del hospital nos explicó que esta situación podría durar hasta tres años. Hablé con mi mamá y con mis hijos, si iba a tener que atender enfermos de covid tenía que separarme de mi familia. Acordamos que los chicos vivieran con ella. Yo estaba muy asustada porque veía cómo varias de mis compañeras se iban derrumbando; se desmayaban o por estrés o porque no comían bien, algunas son diabéticas o hipertensas y no aguantaban las jornadas. Yo sólo pensaba cuando llegaría mi turno. No podemos beber agua ni salir al baño para no contaminarnos. Llegué a enfermarme de las vías urinarias y tuve que trabajar así. Opté por casi no desayunar, apenas medio pan y un poco de café”. Hace un año y medio María Eugenia se fracturó el tobillo. Padece osteogénesis imperfecta, una enfermedad genética que provoca que sus huesos sean más frágiles y esto la hace más vulnerable.
El Hospital General Ajusco Medio ofrece servicios de cirugía en general, medicina interna, gineco obstetricia, pediatría, traumatología y ortopedia. Es un hospital de vigilancia epidemiológica que forma parte del laboratorio de Salud Pública. Tiene 81 camas censables (las que generan expediente) y 34 no censables. Las pruebas de covid son gratuitas, y el laboratorio está saturado por lo que tardan hasta 15 días en dar los resultados. A los trabajadores les hacen la prueba cada tres meses y una tomografía de pulmones. La institución les proporciona insumos básicos como batas, gorros, botas quirúrgicas, el indispensable tylex (overol especial de protección) y los guantes, pero el equipo más costoso lo han pagado los mismos trabajadores, especialmente los que entran a cirugía. La careta sellada cuesta 700 pesos, la que tiene respirador 1 mil 100 pesos y los goggles, 700.
María Eugenia nos platica que nunca hay una cama vacía, paciente que se da de alta, cama que se ocupa. “El equipo de protección es muy caliente, y usar los goggles tanto tiempo duele. Los turnos de la mañana son más pesados porque aplican más medicamentos. Hay un camillero para 20 enfermos; es casi imposible que nos ayude. Esta parte de mi trabajo se compensa porque estoy más tiempo en las cirugías, que es lo que me gusta, y esto me permite, a ratos, sentarme en un banco alto para pasar los instrumentos. A veces me asignan como enfermera circulante, asisto al anestesiólogo y llevo los reportes en la sala contigua al quirófano”.
Para María Eugenia, los traslados en el transporte público son los momentos más tensos del día porque le da más miedo contagiarse en el camión que en el hospital. Llegando a su casa se baña y se rocía con un spray especial para desinfectarse. Luego cocina algo rápido: “si coincido con mi esposo, que no es el padre de mis hijos, platicamos y salimos un rato a la azotea a caminar, y a despejarnos. En las tardes estudio, pues debo documentarme porque hacemos nuevos procedimientos, entre ellos, asisto a intubar pacientes, lo que me queda de tiempo duermo”.
Cuando le toca estar con pacientes covid, a los que les tienen que practicar la traqueotomía, María Eugenia respira hondo: “hay días que de verdad son muy tensos”. Es con sus compañeras con las que comparte los temores y con las que más ha aprendido a sobrellevar la situación. Poco a poco se ha ido acostumbrando a estas rutinas pero el miedo al contagio sigue ahí. También nos cuenta que se ha encariñado con los pacientes: “en junio fue muy fuerte porque murieron muchos jóvenes que tenían sobrepeso. Cuando dan de alta a pacientes nos da un gusto enorme. Ahora tenemos muchos pacientes de 50 a 74 años. Lo que extraño, antes de covid, es el contacto que teníamos con los pacientes. Ahora no puedes tener ningún gesto afectivo físico con ellos. Sí, estamos tensos. Debes estar muy concentrada porque este tipo de enfermos toman muchísimos medicamentos y a los pacientes intubados hay que cambiarlos de posición cada determinado tiempo, no se te puede ir un detalle, es mucha responsabilidad”.
La enfermera nos cuenta que una compañera suya falleció: “tenía 32 años, estaba embarazada por lo que la mandaron a casa, tuvo a su bebé en el ISSSTE. No se sabe dónde se contagió porque su esposo también trabajaba. Recuerdo que un día mi hija me dijo que por favor ya no fuera a trabajar, pero ¿qué hago?, no puedo dejar mi trabajo, soy el sostén de mis hijos. Hay días que lloraba con mi mamá de cansancio y le decía: ‘hoy ya no quiero ir’. Pero por otro lado, es mi trabajo, y es lo que me gusta hacer. Estoy muy agradecida con mi mamá, porque puedo trabajar y tener un lugar en el que mis hijos están protegidos”.
La casa de Elena Rangel, madre de María Eugenia, alberga al abuelo, a tres hijos y a sus nietos. De joven, Elena trabajó de recamarera en hoteles, lavando lozas en restaurantes, en intendencia en la sala de partos del Hospital Materno Infantil de Contreras al que María Eugenia asistía de vez en cuando para ayudar a su mamá.
Elena acepta con tristeza que ella no tuvo la misma suerte que sus hijas, ya que su mamá no le echó la mano cuando sus hijos eran pequeños. Recuerda que hace muchos años salía a trabajar con dos hijos, uno en cada mano y el más pequeño en la cangurera. Su vida siempre ha sido igual: trabajar y cuidar.
Los hijos de María Eugenia son Lino Uriel, que está en preparatoria, y Marina de la Luz, en tercero de secundaria. Su abuela, Elena, lamenta que Lino haya tenido una fuerte crisis de ansiedad al principio de la pandemia pero ya la superó. Marina también estaba preocupada pero “entre hermanos y primos se apoyan y ayudan aunque casi no salen” afirma Elena. “Tenemos una tiendita de dulces y refrescos en casa que atendemos entre todos. Entre mis hijas menores y yo hacemos la comida. Ellas se turnan para trabajar y atender a los hijos; los acompañan a estudiar porque descansan una semana sí y otra no. La mesa del comedor siempre está ocupada con los jóvenes estudiando. Yo salgo a trabajar tres veces por semana, hago el quehacer y la comida en otra casa, esto me ayuda porque me distraigo y tengo un ingreso. Los cuatro meses que nos encerraron fue pesadísimo, ya no podía con tanta gente en mi casa, me estaba desesperando». A la señora Elena le brillan los ojos cuando nos cuenta: “cuidé a mis hermanos cuando era joven, luego a mis hijos, ahora con los nietos. Creo que aguanté cosas más difíciles en mi juventud y mientras pueda apoyaré a mis hijas, pero eso sí: en mi casa yo llevo el mando”.
Cuando María Eugenia regresa del hospital a su casa piensa que no tiene miedo a que la agredan porque viaja de civil, sin uniforme. Tal vez, más que miedo a la gente y a la covid, teme a su propia fragilidad, que le pase algo, que se vaya a caer, que ya no sea la misma y que no pueda trabajar. Es inevitable que estos pensamientos circulen por su mente, pero sin duda, lo que lo compensa todo es el compromiso y el amor por su profesión, por sus hijos, y la solidaridad de su mamá con ella.
Estudió Comunicación. Le gusta escuchar historias, contarlas y hacer fotos. Realizó el corto documental “Llaneras” en el 2007. Ha colaborado en revistas de turismo, cultura y derechos humanos.
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