Los antiguos mexicanos la llamaban “flor de cuero” y ahora está dentro de las 10 flores de ornato más vendidas del mundo. Pero de esto, los productores mexicanos obtienen pocos dividendos. El mercado es dominado por Estados Unidos, donde la tecnificación de invernaderos y avanzadas técnicas de hibridación les permitieron desarrollar ciento de especies
Fotos: Duilio Rodríguez
Texto: Arturo Contreras Camero
«Esta es la Prestige, también hay una rosa que se llama Lun Ping, está la Expunch. De las blancas, hay la Polar y la New Cracker». Así explica Juan González, hijo de uno de los productores con mayor variedad de nochebuenas que hay en Xochimilco.
«Yo creo que tienen nombres en inglés porque toda es importada», dice sobre el origen de las flores que cultiva y vende.
Juan tiene mucha razón. La nochebuena es una de las flores de ornato más vendidas a nivel mundial, sin embargo, su origen mexicano ya no es relevante. Estados Unidos se volvió en el productor más importante de la planta a nivel mundial.
Originalmente su nombre era cuetlaxóchitl, en náhuatl; después Nochebuena, bajo denominación novohispana. Pero hoy, el mundo la conoce como Poinsettia, por el nombre del primer embajador estadunidense en México; quien, en 1825, se llevó la planta de tierras mexicanas a Carolina del Sur.
Actualmente, todas las variedades que existen de la planta son hibridaciones hechas en Estados Unidos. Tan solo en 2018, ese país produjo 61 millones de estas plantas. México produjo un tercio de ese monto: unos 19 millones.
Según aseguran varios productores, criar plantas a una escala industrial necesita una infraestructura muy especializada que rara vez se llega a tener en México. Ese fue el acierto del embajador Joel Roberts Ponsett, quien después de llevarse la planta a Estados Unidos, la repartió entre botánicos y aficionados. En sus invernaderos, la hibridación artificial fue la principal herramienta de crianza. Actualmente, de las más de 100 variedades que existen a nivel mundial, más de la mitad fueron diseñadas en aquel país.
“Nosotros, lo que compramos son los esquejes”, explica Juan González. Él, como la mayoría de los productores de Xochimilco, compran los esquejes, ramas que se cortan de la planta y que, tras ser sembradas, generan raíces y hojas nuevas. Compran a la empresa Floraplant. Según coinciden todos, el origen de esas plantas es el país del norte.
En los invernaderos de Juan González y su padre, quien tienen el mismo nombre, las variedades de flores saltan a simple vista. Hay unas rojas color vino, otras con las flores retorcidas como rehiletes, unas rosas y algunas naranjas. También hay unas con pigmentación jaspeada entre rojo y amarillo, otras completamente blancas y unas color marfil.
¿Por qué no se desarrollan tantas variedades en México como en Estados Unidos? Los productores de la zona no tardan en responder: en el país no se tiene la tecnología o el desarrollo industrial para lograrlo. Como muchas de las plantas endémicas de México, como las dalias, el cempasúchil o el propio maíz, las nochebuenas fueron sujetas a un proceso de mundialización.
La segregación de la planta a nivel mundial se dio alrededor de la década de los sesenta del siglo pasado. En ese entonces, Paul Ecke Jr, un floricultor californiano, la promocionó a través de televisión. La exposición en programas transmitidos en cadena nacional ayudaron a que sus flores se diseminaran por toda la unión americana.
Actualmente su empresa es la mayor productora de poinsettias en el mundo, con un control de más de la mitad de las nochebuenas que se venden en ese país.
Curiosamente, cultivadores de la flor aún vienen a México a buscar esquejes con ciertas características específicas. Con ellas, después diseñarán nuevas especies. A pesar de que México exportó en 2018 más de 108 mil dólares en nochebuenas a Estados Unidos, las importaciones de ese país al nuestro superaron los 16 millones de dólares.
“Tú vas allá y lo que ves son invernaderos que riegan solos, que corren los techos automáticamente y que controlan la temperatura con sensores especiales”, explica el doctor Armando Ibarra, quien además de ser médico es ejidatario y productor de flores en Xochimilco.
“A esta planta lo que que la hace florecer es la oscuridad. necesita de unas 12 a 16 horas de oscuridad. Se oscurece todo y parece que es de noche. No debe haber filtración de luz”, explica Martín Telésforo, otro de los floricultores de Xochimilco. Lo hace mientras corre, con ayuda del doctor Ibarra, unos rudimentarios plásticos negros que usan en su invernadero para el cuidado de las flores.
Precisamente ese detalle, el de las horas de oscuridad, fue el que los productores de Estados Unidos identificaron rápidamente. Esto les permitió desarrollar una industria imparable.
“Yo produzco unas 15 mil flores para esta temporada. Pero la mayoría de los productores de aquí de Xochimilco producen arriba de 25 mil plantas”, dice el doctor Ibarra, orgulloso de su modesta producción.
Él compra unos 5 mil esquejes que luego crece para reproducir en 5 plantas más. Así, si compra 5 mil esquejes, puede llegar a tener una producción de 25 mil plantas, lo que le ayuda a mejorar sus ganancias.
Si se compara la producción de los xochimilcas con las casi 30 millones de unidades que produce el Rancho Ecke, la diferencia es abismal.
Tanto al doctor Ibarra como a su amigo Martín Telésforo les gustaría tener invernaderos más tecnificados. Pero las ganancias que obtienen de cada plantación no les dan para lograrlo.
Periodista en constante búsqueda de la mejor manera de contar cada historia y así dar un servicio a la ciudadanía. Analizo bases de datos y hago gráficas; narro vivencias que dan sentido a nuestra realidad.
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