Las secuelas de la «narco-guerra» afloran como evidencia de las heridas. El caso del prestigioso colegio donde un niño mató a su maestra y se suicido es también el relato de un trauma colectivo que nadie atendió
Texto: José Ignacio de Alba
Fotos: Duilio Rodríguez
TORREÓN, COAHUILA.- Un par de niños dispara con rifles de aire a los blancos que están en el retablo frente a ellos. Su madre paga 20 pesos para que los chicos jueguen en el puesto del parque, con cargas de balines. El lugar está frente al Instituto Cervantes, el sitio donde hace unos días un niño de 11 años baleó, con dos armas de uso exclusivo del Ejército, a su maestra de inglés (quien murió), hirió a sus compañeros de clase y luego se suicidó.
Desde el parque Venustiano Carranza se alcanzan a ver las veladoras que la gente llevó al Instituto Cervantes. En la reja de la escuela también hay flores y mensajes escritos en papel como muestra de cariño. Pero fuera del colegio, la vida la recobra su normalidad. Los puestos de juguetes frente a la escuela privada parecen armerías: AK-47, municiones, arcos, revólveres, escuadras, cananas y granadas.
Éste es un mundo rodeado de armas: de juguete o reales. Por la calle, agentes de la policía pasan encapuchados y con armamento pesado. Incluso, conviven con los niños que juegan en el parque.
Aquí nos recibe el secretario de Seguridad Pública de Torreón, el teniente Adelaido Flores, quien, ante la pregunta de la relación entre lo sucedido en el Instituto Cervantes y violencia en la ciudad, se deslinda de cualquier responsabilidad.
“No. Esto sobre todo es un problema familiar”, asegura Flores, mientras del cinto le cuelga una escuadra.
Luego sigue: “Hay un total descuido por parte de los familiares, de los tutores. Hubo una desatención muy grande que fue derivando en que él fuera armando toda esta situación”.
El teniente Flores es un hombre de baja estatura, con el cabello engominado para atrás y una historia personal controversial. Hay quien lo recuerda en los años más cruentos de la guerra enfrentando a grupos delictivos con sus propias armas, y quien lo acusa de participar en la desaparición de personas. Él sólo dice: “yo fui soldadito”.
Ahora le preguntamos qué hará la institución a su cargo para que no se repita lo que pasó en el Instituto Cervantes. Pero él no se sale del guión que ha hecho el gobierno del estado sobre los responsables: “Sobre todo, hay que trabajar en el entorno familiar”.
– Pero ¿qué pasa con las armas de fuego, por qué un niño puede tener acceso a esto?
– No sólo armas de fuego, también hay armas blancas. Pero es, sobre todo, el entorno – insiste-. Si usted se fija, en esta parte donde hay vendimia, mínimo hay un puesto donde venden cuchillos pistolas, muchas en similitud o réplicas en plástico de armas de fuego. Están viendo o están aprendiendo de lo que observan.
La región metropolitana de La Laguna en los estados de Durango y Coahuila está formada por nueve municipios. En la llamada “guerra contra las drogas” que dirigió el expresidente Felipe Calderón, esta ciudad se convirtió –literalmente- en zona de guerra. Desde el 2007, los pobladores de esta región vivieron en un estado de sitio impuesto por Los Zetas, la organización criminal más sanguinaria que ha habido en México. Así fue durante 5 años, hasta que los Zetas fueron replegados.
Ahora, la gente reconoce que hay una “paz narca”. Pero algo de todo eso se quedó en sus habitantes.
“Yo creo que la guerra contra el narco nos dejó muy heridas a las personas que vivimos en la Laguna”, dice la profesora de preparatoria Matyé Méndez.
– ¿No hubo un proceso de sanación?, se le pregunta.
– No. Hay ciertas asociaciones civiles y colectivas que tratamos de ayudar, pero no nos damos abasto. Somos personas que trabajamos, que tenemos familia, pero así como para meterte al cien, está muy difícil.
Relata una anécdota: en los tiempos más duros de la “guerra contra el narco”, la policía y un grupo criminal se agarraron a balazos en el estacionamiento de la escuela en la que trabajaba. Ella intuitivamente le ordenó a sus alumnos que se mantuvieran en el piso y esperaran a que el enfrentamiento acabara. Nadie en la escuela resultó lesionado, pero al salir al estacionamiento, había charcos de sangre del combate.
Las autoridades educativas, sin embargo, dan muy poca atención al tema y las campañas que hacen están “hechas al vapor”.
Méndez piensa que el gobierno da demasiada importancia a la competencia académica y a la entrega de trabajos, pero descuida la parte psicológica o emocional de los alumnos. Y los maestros no están preparados para atender un evento de violencia.
“Estamos acostumbrados a las medidas paliativas -insiste-. Estamos acostumbrados a que cuando pasa una desgracia se hace algo, pero con el tiempo se terminan olvidando, al grado de ni siquiera medir si funcionó lo que se hizo”.
Después de lo sucedido el 10 de enero en el Instituto Cervantes, las autoridades locales y la Secretaría de Educación Pública, en acuerdo con padres de familia, decidieron implementar medidas de seguridad en las escuelas de la región. Se recomendó el uso de mochilas transparentes, la revisión de pertenencias y en algunos casos, como en el Instituto Cervantes, se instaló un arco para detección de metales.
Méndez explica que en las escuelas públicas llevan años implementado el programa “Mochila Segura”. La estrategia consiste en que maestros y padres de familia supervisan las mochilas de los alumnos; también la policía lleva un perro capaz de detectar drogas.
Por lo general, el operativo se realiza una vez al semestre. Pero como las autoridades avisan que se va a hacer la revisión, nunca encuentran nada. La maestra dice que lo único que han confiscado en su escuela es la insulina de sus alumnos diabéticos “porque no tienen receta y a la policía les parece sospechoso o también se llevan los marcadores porque los relacionan con grafiteros”.
La maestra lleva 10 años trabajando en preparatorias públicas. Concluye: “Mochila segura no funciona”.
Para ella, es más importante la atención psicológica, el aspecto afectivo de los alumnos o incluso trabajar más de cerca con los padres de familia, “pero es muy difícil salir detectar que alguien está mal si no le das preparación a los maestros”.
-¿Qué significa cubrir las necesidades afectivas?
-Una necesidad básica afectiva es que te escuchen. Que alguien se interese en si comiste, en si dormiste, si te sientes bien, acompañarte. En Torreón nadie parece dispuesto a escuchar al otro.
En lo que ella cree que explica, en parte, el caso del Instituto Cervantes: “Cubrieron las necesidades económicas del niño, pero no las afectivas, le dieron todo lo que quería pero no lo cuidaron”.
-¿Hace falta cubrir las necesidades afectivas de los niños?
-Sí, hace mucha falta- responde de inmediato Silvia Báez, directora de un jardín de niños público.
Luego explica: “Más porque estamos inmersos en un ambiente de violencia, donde cada vez pasan cosas más graves […] no quiere decir que su entorno inmediato sea de violencia, pero sí están creciendo en un ambiente de peligro”.
La escuela que dirige recibe niños de entre 3 y 5 años. Pero también ahí se aplica el programa “Mochila Segura”. La mujer explica que la supervisión de mochilas es realizada por padres de familia.
Aunque “nunca ha ocurrido nada”, está convencida de que “los papás se tienen que involucrar más”.
Muchos niños llevan armas de juguete a la escuela. Ella supone que es más fácil accionar una pistola que jugar con un yoyo o un trompo.
El Instituto Cervantes está en una zona céntrica de la ciudad, cerca de aquí hay media docenas de escuelas. El colegio Cervantes es el centro educativo laico con el mejor nivel educativo de la zona. Y es el único del lugar que cuenta con apoyo permanente de psicólogos.
A media cuadra del Instituto Cervantes está la primaria pública Colegio España. El director, Julio C., explica que en las escuelas que dependen del gobierno no tienen psicólogo de planta “los psicólogos atienden en caso de que le hablemos”. El director explica que lo ideal es que hubiera sólo un psicólogo por escuela.
La escuela donde trabaja Julio C. triplica la población estudiantil del colegio Cervantes, a este lugar acuden más de 900 alumnos en dos turnos. Y el psicólogo que asiste abarca a todas las escuelas públicas de la zona.
Raúl Esparza es un docente retirado. Con la ayuda de algunos amigos hizo una “ludoteca”, a donde los niños pueden ir a jugar y a elaborar artes plásticas.
Es una propuesta ciudadana, explica Esparza, que pretende crear más espacios para la niñez de zona lagunera.
El proyecto se llama “Casita de Artes y Juegos Iguamira”. Está ubicada a unas cuadras del centro de Torreón y tiene decenas de juguetes de elaboración casera.
El espacio es chico y colorido, ahí el propio Esparza la hace de cuentacuentos y acompañado de dos pedagogos incentiva la pintura y las artes plásticas.
Esparza asegura que en la Laguna “no hay espacios para los niños”, que el crecimiento de la ciudad ha vuelto desiguales las oportunidades y el acceso a lugares de esparcimiento.
En las escuelas creen “que el desempeño académico es una garantía de comportamiento”. Lo dice porque el niño que protagonizó la balacera en el Instituto Cervantes tenía un excelente historial académico.
La violencia, explica, atravesó todos los niveles de la sociedad. Los espacios públicos siguen capturados por el crimen organizado.
Pero los niños necesitan volver a los parques, pues en buena medida esa ausencia de espacios públicos es la razón de que toda una generación fuera educada y entretenida en videojuegos y a través de la pantalla, donde tiene “una sobrexcitación de los sentidos”, insiste el profesor jubilado.
Luego insiste: para que la ciudadanía logre hacer una “elaboración de duelo” se necesitan volver a conquistar los espacios para jugar y escuchar.
El problema es que a nadie en las instancias educativas parece importarle.
“Los niños están abandonados a su suerte -dice Esparza. Y las autoridades están rebasadas”
Después de lo ocurrido en el Instituto Cervantes las autoridades estatales proporcionaron un equipo de psicólogos para atender a los estudiantes de la escuela. También la Ibero Puebla envió a un grupo de especialistas para tratar a los alumnos.
Pero el proceso no es sencillo, ni rápido. Paola Esquivel, madre de uno de los alumnos del Instituto Cervantes, cuenta que cada niño será tratado psicológicamente por un especialista. Su hijo, dice, lleva días sin poder dormir.
La mujer explica que hay mucho miedo entre los padres de los niños, sobre todo porque hay rumores (que nadie ha podido confirmar) de que el chico que protagonizó el ataque “tenía un cómplice”. Pero también, porque nadie sabe cómo actuar después de la tragedia.
–¿Por qué cree que pasó esto?
-Yo creo que (el niño) no estaba atendido. Se ha comentado en las redes que viene de padres conflictivos. No culpo al niño, pero entiendo que su entorno era difícil.
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