Después de permanecer dos días retenidas por la policía de la Ciudad de México, primero en un estacionamiento hecho albergue y después en el patio de una vecindad, las mujeres triquis desplazadas de Tierra Blanca, Copala, lograron llegar a la Casa del Estudiante, donde buscarán resguardo por unos días
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO.- A la mitad de la calle Mapimí se escucha un grito escueto. “¡Esto es un secuestro, queremos salir!”. Detrás de un muro de policías antimotines un grupo de mujeres grita con todas sus fuerzas. Desde hace un día permanecen sitiadas en el patio de una vecindad de la colonia Valle Gómez. A la puerta varios regimientos de policías impiden su salida.
La madrugada de este lunes 25 de abril, el Gobierno de la Ciudad de México mandó a levantar el campamento que un grupo de aproximadamente 50 triquis, sobre todo mujeres y niños, mantenían en el cruce del Eje Central y avenida Juárez desde hace un año y cinco meses en demanda de regreso a su comunidad, Tierra Blanca Copala, en Oaxaca, de donde fueron desplazados por un grupo armado.
Después de que el gobierno las llevara a un albergue hecho con casas de lona y catres, montado en un estacionamiento, las triquis decidieron no quedarse en el lugar, pero la policía intentó retenerles al interior del refugio. Entre forcejeos, las mujeres, ayudadas por otros colectivos, lograron tirar la barda de malla del lugar y salir, para ser rodeadas por cientos policías que después las corretearon por las calles de la Colonia Valle Gómez, en donde el grupo se dispersó.
La mayoría, unas 30, encontraron refugio en el patio de una vecindad de la calle Mapimí, otras lograron salir de la colonia y esconderse en diversos lugares. La entrada de la vecindad, de inmediato quedó incomunicada por dos cortinas de policías que cerraron la calle desde las ocho de la noche del lunes hasta las 10 de la noche de este martes.
“Queremos decirles que estamos siendo secuestrados por la policía”, dice detrás de las cortinas, sobre la batea de un auto, una mujer joven a la que todos le dicen Chavelita, que usa su característico huipil rojo. “Como no nos dan un motivo, vamos a pedirles que nos dejen salir y vamos a caminar hacia ellos”. El intento fue inutil. Los policías no cedieron.
Horas después la policía permite la salida de un hombre alto y grande, uno de los que acompaña a las mujeres triquis. “Ya estamos llegando a un acuerdo chido para liberar a las compas, entonces hay que aguantar y no caer en provocaciones”, dice.
Momentos después, Chavelita sube a la batea de nuevo y grita: “Nos están diciendo que nos van a dejar salir si aceptamos firmar una minuta que dice que no vamos a volver a montar su campamento frente al Palacio de Bellas Artes. ¡No vamos a dejar nuestra lucha!”, grita.
Una hora después, a las cinco de la tarde, con la misma tenacidad, el secretario de Gobierno de la Ciudad, Martí Batres, aseguraría que no habría manera de que las mujeres volvieran a levantar el campamento. También diría que los policías de ninguna manera secuestraban o retenían a las mujeres. “Yo no diría que hay un encapsulamiento”, dijo en la conferencia. “Hay una vigilancia para que no se susciten hechos violentos como los de ayer en la tarde”.
Por la mañana, durante una entrevista en el noticiero Momentum, el secretario aseguró que no se había retenido a ninguna persona y que se había permitido el tránsito de todas las mujeres triquis, a pesar de que en realidad había un grupo de 30 personas retenidas por elementos de la Policía.
Este martes, mientras la noche cae, los refuerzos de la policía empiezan a llegar, pero también los de las triquis, aunque sus números no guarden comparación. Así como los policías mantienen cercadas a las triquis, los voluntarios, miembros de diferentes colectivos de estudiantes, de organizaciones vecinales de diversas colonias y asociaciones políticas deciden hacer lo mismo y como pueden crean una cadena alrededor de los policías. La idea es no dejar pasar a ningún elemento, así, los relevos no llegarán y la resistencia se vería menguada.
Banderas rojas ondean en la calle, los gritos de resistencia y los cantos contra el gobierno no cesan. Al interior de la burbuja que crean los policías las negociaciones parecen empantanadas. Tanto, que al lugar tuvo que llegar la comisionada de Derechos Humanos de la Ciudad, Nashieli Ramírez, para destrabar las negociaciones.
Son las diez y media de la noche y el apoyo de los voluntarios que llegaron a la esquina de Mapimí y Plomo no cesa. Sus cantos no paran y la tensión no deja de crecer. Sin aviso, las cortinas de policías se empiezan a mover, se acordó dejar salir a las triquis. Del centro de la calle emerge una fila de huipiles rojos cargados con fardos, mochilas y lonas, las pocas pertenencias que les quedan. Detrás vienen mujeres con niños y otras personas con carriolas. A sus flancos, cientos de policías crean un corredor de escudos que parece llevarlas a un lugar que desconocen.
“La verdad, no sabemos ni siquiera hacia dónde es que nos están llevando los granaderos”, dice una de las mujeres triquis mientras camina sin cesar por las calles de la ciudad. Asegura que no firmaron la minuta y que no están dispuestos a terminar con su lucha y manifestaciones. Después, cambia de tema y aclara el proceso para su liberación: “Fue por la comisionada de Derechos Humanos, hizo un intento para que se nos liberara, pero ella salió, y a nosotros nos dejaron atrás los policías. En los empujones golpearon a una niña, ya después en un segundo intento la policía sí le hizo caso”.
Después de unas cuadras, las calles dejan de verse como son. Entre la banqueta y el arroyo vehícular solo se levantan unas jaulas blancas que lo ensombrecen todo, como un laberinto interminable de fierros y lonas. Es el mercado del barrio de Tepito. Unos metros más adelante, en la calle de Peña y Peña, aparece la Casa del Estudiante, lugar que servirá de refugio temporal para las triquis.
Mientras poco a poco entran a la Casa, los policías se plantan afuera del edificio, parece que se van a quedar a vigilar que las triquis no se muevan ni salgan del edificio para cumplir con la orden del secretario Batres: que no vuelvan a tomar avenida Juárez y Eje Central.
Al interior de la Casa, las triquis toman un sorbo de agua, llaman a sus familiares que no han visto en las últimas 40 horas y empiezan a acomodarse para descansar. Hoy no saldrán más de este lugar, pero su lucha como advirtieron, no cesará.
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