Nunca en 50 años, o más, los pobladores de Mixquic, al suroriente de Ciudad de México, habían faltado al panteón del pueblo el 2 de noviembre para despedir a las ánimas que durante los días de Todos santos llegan a visitar a sus seres queridos. La covid-19 cambió la tradición. Algunos creen que es más cómodo, otros temen que termine la tradición
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez
“Normalmente, a esta hora, estaríamos saliendo al panteón, como todas las demás familias, pero ahora nos pusieron en la página de Facebook que no se iba a poder, por eso ahora todo desde acá de la casa”, cuenta Miguel García, uno de los mayordomos que año con año organizan la celebración de muertos en este pueblo, famoso en toda la capital por sus tradiciones.
Son las seis de la tarde del 2 de noviembre, y las campanas de la iglesia del pueblo anuncian el regreso de las almas de los que murieron. Todos los años a estas horas Mixquic es un jolgorio, la gente con la cara pintada de calaverita atiborra las calles y los puestos de comida callejeros, pero no en esta ocasión. Hoy los turistas no llegaron y las calles guardan un ambiente hogareño.
En los portones abiertos de las casas fogones, incensarios y veladoras iluminan a los pobladores que ponen sillas alrededor del fuego y comparten entre ellos historias. Algunos rezan Aves Marías y letanías por las almas, otros comparten recuerdos y los menos, algún atole o un café.
“Nos han dicho que en otros pueblos, en vez de ir a la alumbrada al panteón, lo hacen desde sus casas, con fogatas y velas. Así en Milpa Alta, en San Antonio Tecomitl, ahora a nosotros nos tocó así también”, cuenta María Delia Galicia. Frente a su ofrenda hay dos sillas vacías, reservadas para las almas del más allá. Nadie se atreve a sentarse en ellas, los espíritus no lo dejarían dormir por la noche, jura.
Entre las casas, interrumpiendo el silencio pueblerino, de vez en vez pasa un tropel de motocicletas grises rotuladas con el logo de la alcaldía de Tláhuac, las montan trabajadores del gobierno local. Parecen salidos de una película postapocalíptica tipo Mad Max. Supervisan que los pobladores se porten bien y no beban alcohol en las calles o hagan fiestas. No parecen necesarios. El fin de Todos Santos en Mixquic transcurre en una inusitada tranquilidad.
“Yo creo tendrá como 40 años que no veía algo así”, dice incrédulo Braulio Martínez mientras arregla unas velas al pie del zaguán de su casa. “Antes las casas no tenían estas paredes tan altas, las bardas eran de piedra y de medio metro de alto, entonces los vecinos salían y compartían tamales y café entre ellos. Todo eso cambió mucho, ahora en esta fecha va a ser un poco como era antes”, relata.
Otros pobladores más viejos no recuerdan lo mismo. “De que yo recuerdo siempre ha sido de ir al panteón, pero anteriormente no había turismo, y eso era más cómodo. Ahora con tanta gente que viene no podemos estar con nuestros seres queridos, entre lo lleno que está el panteón y el gentío ni se puede estar. El año pasado hasta golpes hubo. Esto de no tener turistas hace que todo esté más tranquilo, como antes que no había gente y que nada más eran las personas del pueblo”, dice Elvia Flores de 62 años.
Edgardo Pineda vive justo detrás del panteón y se ufana de que él siempre dijo que la celebración de los muertos no es festividad, no es algo que se lleva en la calle ni en la vendimia de esos días, sino al interior de las casas: “La verdad es que sí se siente diferente, pero el ambiente es más tranquilo».
Por órdenes de la Jefatura de Gobierno, ante la pandemia, este año todos los panteones de la ciudad permanecieron cerrados del 31 de octubre al 2 de noviembre para evitar aglomeraciones durante las fiestas de muertos. Mixquic no fue la excepción. La plaza principal está cercada con vallas amarillas y policías. Carteles de “Riesgo por COVID” tapizan los cierres. En el extremo sur de la plaza, algunos vendedores de antojitos están abarrotados en un pequeño pasillo.
“Mi esposa lleva años vendiendo todos los fines de semana y días feriados”, contesta Abraham Mireles mientras sirve un ponche; su esposa, que está junto, embadurna un elote de mayonesa y le pone chilito del que pica. “Ahorita sí está retetriste y luego nos dejaron todos amontonados en este lado, lo que sale peor para la pandemia, digo yo. Ahora hay un poco más de gente que en un domingo normal, pero nada que ver con un día de fiesta como antes, no hay comparación”.
Abraham ni ningún otro comerciante tiene algún comentario a la pregunta de cómo les afectó la suspensión de la romería de muertos. Los motivos son obvios, de los cientos de turistas que abarrotan el pueblo cada año, este día no se ven ni sus espíritus.
Entre las calles el viento sopla frío. “Está muerto, es un frío de muerto”, asegura Carmen Melo que atiende la panadería sobre la calle principal del pueblo. “Siempre hace este frío, pero otros años, como está la gente y las lonas pues no se siente, pero ya a las dos o tres de la mañana, cuando se acaba todo, así se siente la temperatura”.
Si durante estos días vendió el 10 por ciento del pan de muerto que le compran todos los años, es mucho, afirma la comerciante. En condiciones normales la demanda de pan suele ser tanta que del primero de noviembre al 2 en la mañana los hornos no paraban de funcionar; pero no esta noche, hoy el pan de muerto se malbarata en la puerta de la panadería a 15 pesos la pieza.
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