Alina Duarte hace periodismo y política. Camina por el mundo reporteando con una cámara y alborotando con una sonrisa feliz. En unos minutos organiza un mitin. Luego lo transmite en vivo. Habla desde la lucha de clases, desde el feminismo anticolonial y antimperialista. Su causa tiene un nombre antiguo: esperanza
Texto: Daniela Pastrana
Fotos: Cortesía
CIUDAD DE MÉXICO.- Esta es parte de una conversación inacabada que comenzó hace casi dos años en un hotel de Sao Paulo, cuando esperábamos los resultados de las elecciones de Brasil.
Alina se había preparado intensamente para esas elecciones, había estudiado portugués. Por algún motivo, el medio para el que trabajaba (Canal 14) había decidido enviar a otra reportera a esa misión de vigilancia electoral que coordino Global Exchange.
Yo iba con varios colegas que habíamos estado en otras misiones: Laura Carlsen, Témoris Greko, los que siempre miramos hacia el sur. Había coincidido con Alina en las elecciones en Colombia un par de meses atrás. Pero en esa ocasión, ella se quedó en Cali mientras yo fui al pacífico colombiano, a conocer a las mujeres de Guapi y al gran pueblo de TImbiquí.
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En Brasil, Alina iba por su cuenta y yo tenía un cuarto con litera. Para mí, que suelo viajar con muy poco dinero, desperdiciar una cama es imperdonable. Así terminó Alina en mi cuarto, pagando el extra de la habitación. Y así fue como, ya lo hemos contado, terminamos descubriendo que podemos conversar sin parar sobre el mundo y el periodismo.
Las madrugadas de Sao Paulo se convirtieron en una conversación que, con los meses, se ha ido a extendiendo hacia Maíz y Mate, el programa que cada martes transmitimos en nuestros canales de youtube (@piedepagina_periodismo y @DeRaiz_Media) para revisar lo que pasa en el mundo.
Y, también, a otras aventuras imposibles de contabilizar (jornadas informativas en Xochimilco, talleres, coberturas, encuentros, brigadeos). Porque Alina nunca para. A veces me entretengo tratando de descubrir qué va más rápido: su discurso, su cerebro, o su capacidad para organizar resistencias.
Más de una vez he pensado que es nuestra pequeña Rosa Luxemburg. De Xochimilco para el mundo, una periodista inteligente, aguda, lúcida, apasionada. Capaz de dejar todo en el camino por lo que cree.
—¿De dónde te salió lo castrochavista?
—Yo crecí en Xochimilco, una de las pocas zonas de la Ciudad de México donde aún hay tejido social. A mi abuela tú le dices un apellido y todavía te dice de qué pueblo es. Conoces a los vecinos, sabes quiénes son tus diputados. Para mí fue muy fácil incorporarme a los movimientos sociales porque crecí entre marchas. Mi primera movilización que recuerdo fue en marzo de 2001, cuando llegaron los zapatistas a Xochimilco. Iba con toda mi familia, mi abuelo había dado dinero para que compraran bultos de frijol, de arroz. Luego fueron las movilizaciones del desafuero. Cuando entré a la universidad para mi era de lo más normal empezar a asomarme a los paros, en la solidaridad con el SME, con la APPO, con la CNTE, y en el 132.
En mi formación hubo dos personas fundamentales: mi abuelo, papa Chucho, papá de mi mamá, y en la escuela mi profesor Jacobo Casillas, un marxista ortodoxo que decía que era hijo del desarrollo estabilizador. Era maestro de sistemas políticos comparados y de América Latina. Me ofreció ser su adjunta y empecé a dar clases. Pero América Latina me la contó de otra manera. Fue el primero que me mostró que había algo ahí que me interesaba.
—Y entonces, en marzo de 2013, muere Hugo Chávez…
—Cuando muere Chávez estaba haciendo mi tesis sobre la participación ciudadana en Venezuela pero no era todavía esa Alina chavista. Para mí era un proceso interesante, pero no tenía noción de lo que implicaba realmente. Solo era un modelo, un ejemplo que había pasado de una democracia representativa a una participativa.
Ese día yo iba en el Pumabús, de CU a Xochimilco. Supe que Nicolás Maduro iba a dar un anuncio y era el anuncio de la muerte de Chávez. Le marqué a Jacobo y me dijo: si, estoy escuchando a Maduro en la tele. Me bajé del Pumabús y me fui a la embajada de Venezuela en Polanco. A los dos días llegué y le dije: ‘estas elecciones van a ser históricas para América Latina, no estaría mal ir’. Me dijo: ‘pues vete. ¿Qué necesitas? Yo te presto dinero’. Y pues me fui. Me puso en contacto con amigos de amigos, gente que ya había ido a Venezuela, gente de la universidad, del movimiento se solidaridad con Cuba, y llegué a una casita de solidaridad. Lo primero que vi cuando llegué a Venezuela y salí del aeropuerto fue a Maduro, pasando en su camioncito.
—Te cambió la vida…
—Sí. Venezuela pasó de ser un objeto de estudio a una parte importante de mi camino. Me acuerdo de una señora que me decía que Chávez la había salvado porque le enseñó que los hombres y las mujeres eran iguales y su esposo le pegaba, pero ella lo denunció y seguía viva porque Chávez le enseñó de feminismo. Esta señora colombiana que decía que la trataban como puta y cocainómana por ser colombiana hasta que Chávez le habló de la Patria Grande y ella se nacionalizó venezolana. Y así muchas historias, brigadas de lectura en las que llegaba la gente y veía libros de Lenin y Rosa Luxemburgo, diciendo: ‘este ya lo leí, ¿no tiene otro?’
También ahí me tocó la violencia de la derecha. Las famosas guarimbas. Fue Maduro el que dijo: ‘no salgan, no caigan en provocaciones’ porque eso iba a ser una guerra civil. El chavismo fue disciplinado, no salió. Pero los otros querían quemar los centros de desarrollo integral. Me acuerdo que visité uno y un señor con pie diabético decía que primero lo mataban a él antes de que quemaran el lugar.
Esas historias nunca las había visto en mi vida y eso fue Venezuela. Había filas de gente tatuándose la firma de Chávez, eso no se me va a olvidar. Había tatuadores haciéndolo gratis en la calle. Porque cuando falleció todo mundo quería tener algo de Chávez. Además de lo político, era lo emocional. A cada rato ponían el último discurso de Chávez diciendo que su decisión firme plena como la luna llena era que eligieran a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Y la gente lo escogió. La consigna era: Chávez, te lo juro, mi voto es para Maduro. La gente fue disciplinada y voto.
(En esta parte es necesario hacer una pausa y adelantar el audio, porque Alina puede hablar de Venezuela muchas horas. De hecho, no hay tema del que más hayamos discutido en los siguientes dos años. Ni siquiera con las elecciones de México. Y este 2024, ella ha sido una voz fundamental en México para hablar de la nueva crisis postelectoral en Venezuela. Pasa por todos los espacios: Qué hacer, dos programas En Re, los de Maíz y Mate. Habló en Versus, en Momentum, Operación Mamut, en el ChamucoTV, en Canal Red latinoamérica. Conoce de memoria los datos, fechas, actores de estos 10 años venezolanos).
—¿Cómo llegaste a Estados Unidos?
—Yo llego a cualquier parte porque no se decir que no cuando se trata de aventuras— ríe—. A ver, salí de la universidad esperando titularme pronto ,y según yo, para escribir mi tesis me iba a meter un trabajo de medio tiempo. Abrieron vacantes para comunity manager en este medio de Epigmenio Ibarra, Revolución 3.0, ahí lo conocí de lejos. Y pensé: no me va mal en redes sociales. Qué pierdo.
Me interesaba escribir sobre cultura, sobre los museos que están en el MUAC y en la UNAM porque ahí hice mi servicio social. Y ahí me dijeron: ‘¿Te gusta escribir? ¿No quieres ser reportera?’ Eso se tradujo en ser periodista los últimos 10 años de mi vida.
Como venía del 132, todos mis amigos se estaban volviendo activistas dentro de los movimientos sociales. Conocía a mediomundo y entregaba un montón de notas al día. Estuve ahí un poco menos de un año, en 2013. Me encantaba andar en la calle de preguntona, de reporterita decía mi mamá.
Pero pues yo vivía hasta Xochimilco y llegaba tarde siempre al mitote. Me tuve que salir de mi casa. Me dijeron que en Telesur estaban buscando gente, porque Paula Mónaco estaba dejando su plaza. Yo les dije que la verdad no había estudiado ni había trabajado en tele y me ofrecieron entrar a producción. Estuve cerca de tres años en la producción, apoyaba un poco con Telesur en Estados Unidos. De repente renunció la productora de allá, y Aiza García me dijo: ‘¿no te quieres ir?’ Yo tenía el corazón roto, no encontraba qué hacer con mi vida me dedicaba el 97 por ciento de mi día a estar en Telesur y dije: ‘¿por qué no? lo peor que puede pasar es que me regresé’. Y en 15 días tuve que dejar mi departamento, hacer dos fiestas de despedida, obvio, y un amigo de una amiga me dejó quedarse en su casa casi un mes en lo que me hallaba, porque no conocía a una sola persona en Washington, una ciudad muy extraña para mí, viniendo de Xochimilco.
Llegué a finales de invierno. Un 1 de marzo de 2017, lo recuerdo porque es el cumpleaños de mi mamá. Según iba por un año. Y fue muy fuerte. Entrar a esos espacios donde se orquestan golpes de Estado. Andaba con mi bicicleta fosforescente por todo Washington. Mas de una vez me detuve en la bicicleta porque iba a pasar la caravana de la bestia, el carro presidencial con 25 motocicletas y 30 patrullas. La única vez que entré a la Casa Blanca fue cuando cubrí la conferencia de Amlo y Donald Trump.
Pero Washington fue ese contraste radical en mi vida, como lo había sido Venezuela, y me costaba mucho trabajo entenderlo. Me sentía muy culpable de estar ahí. Hasta que entendí que el imperialismo también afecta al pueblo estadunidense. Me tocó hacer reportajes de las comunidades más pobres de Estados Unidos, lo que no sale en la tele, lo que no reporta Jorge Ramos. Supe que hay una lucha profundamente antimperialista que se está gestando ahí, que había gente pensando como yo. Entendí que en todos lados se puede dar esa lucha. Me quité también esos prejuicios de «los gringos«. Lo puedo decir de broma, pero hay muchos compañeros muy valiosos en Estados Unidos a los cuales quiero mucho.
En Estados Unidos estuve oficialmente tres años más con Telesur hasta que vino todo este bloqueo a Venezuela. Me complicó la vida, me puse muy mal de salud, después de cubrir la caravana de migrantes (que salió de Honduras) en diciembre de 2018.
—¿En qué momento te dejaron de pagar?
—No nos podían pagar. No podían hacer transacciones, en Estados Unidos retenían el dinero. Incluso a algunos les dijeron que ya no podían nunca mas tener cuentas en Estados Unidos, por trabajar para Telesur. Los pagos empezaron a llegar cada mes, cada dos meses, al último era cada tres meses y con la incertidumbre de si me iban a pagar lo que restaba, que nunca llegó. No es fácil vivir en el corazón del imperio, dónde te cobran mil dólares al mes, pero quienes realmente estaban sufriendo eran los colegas en Venezuela porque no tenían qué comer. Me hice independiente y eso significa gastarme mis ahorros en coberturas.
—¿Qué te dejaron esos años en Telesur?
—Telesur ha sido una escuela de periodismo en la región durante los últimos 15 años. Muchos periodistas nos conocemos a través de ahí. Pero esos años que estuve en Telesur nunca descansé, trabajé fines de semana y había sido muy fuerte la caravana migrante, en términos emocionales.
De la caravana migrante de finales de 2018 al estallido social en Estados Unidos por el asesinato de George Floyd, pasando por Ecuador, Chile y Bolivia, Alina Duarte ha sido testigo de buena parte de los movimientos sociales de América en este siglo. Su poderosa memoria es un baúl inagotable de historias sobre las resistencias…
—Me tocó estar el día que (los migrantes que venían en caravana desde Honduras) intentaron cruzar a Estados Unidos y nos estaban baleando a todos los de la Border Patrol, con balas de goma, y la gente no corría hacia atrás, corría hacia las balas con tal de cruzar la frontera. Yo soñé muchas semanas con eso. No solo era regresarme a mi casa, sino regresarme a mi casa en Estados Unidos y dejarlos en la frontera, eso me tuvo pensando muchos meses.
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Luego vino el intento de golpe de en Venezuela de Juan Guaidó y me tocó estar en la defensa de la embajada de Venezuela en Washington. La oposición venezolana era de una violencia brutal el acoso, no solo en redes sino en mi casa. De hecho, tuve que salirme unas semanas de mi casa porque me decían en los mitines “se dónde vives”, me hacían señas de que me querían matar, súper violento.
—Eso fue en mayo de 2019…
—Sí, yo todavía estaba en Telesur, recién operada. No podía caminar bien y tenía que estar cubriendo a esos fachos. Entonces, entre la depresión de la caravana, que me enfermé muy feo, me operaron, y el golpe de que nos quitaran la Embajada, porque la sentía como mía, pues era muy fuerte. Yo sabía que estaba poniendo en riesgo también mi salud.
Renuncié a Telesur en junio o julio de 2019. Me quedé como un mes en Washington. No me quería regresar porque sentía que éramos pocos para lo que se necesitaba ahí, pero el dinero no es como que dure mucho en Washington. Estaba ya pensando en regresarme cuando fue el estallido social en Ecuador, en octubre de 2019. Llegué cuando la Conai estaba acordando con Lenin Moreno. Y a los días estalló todo en Chile, me fui para Chile y me contactaron de un medio que dieron de baja en youtube por la guerra en Ucrania, e hicimos unos pequeños documentales. Estuve ahí casi un mes.
.—Esa es parte de la característica de Alina Duarte: conoce mucha gente que le ayuda a hacer sus coberturas…
—Sí, Ecuador fue la primera. Me ayudó la gente de Washington. Para mí era nuevo. Los círculos de periodistas son muy masculinos, muy machos, pero hay otra izquierda muy solidaria, no solo es un tema económico, sino que es la trinchera que ellos asumen, entender que hay una diferencia entre los que hacemos periodismo en América latina y los que ganan en dólares. Para ellos 20 dólares no es nada pero cruzando el Río Bravo, sí.
En Chile hice algún enlace con Julio Astillero. Y ahí empecé, en Telesur estaba muy acotada a Estados Unidos cuando mi pasión siempre había sido América latina. Pero en Chile quedé con un estrés postraumático que hasta la fecha padezco. Chile me marcó para siempre. Para mí esas experiencias con las derechas, con la violencia es inevitable reflejarlas con lo que no quiero que pase en México.
Estuve un mes, me sacó una organización del País Vasco. Tenía el dilema porque si me iba ya no podía regresar, pero la organización me contactó y me dijo: ‘necesitamos acá charlas con sindicatos de lo que está pasando en América latina’. Entonces dije: ‘sácame de aquí’.
Regresé a México como mes y medio y luego volví a Estados Unidos porque acababan de matar a George Floyd. El de Estados Unidos no es un estallido que tengamos registrado como parte de los estallidos recientes, pero colapsaron las ciudades. Y lo mismo que hacen en otros países desplegando a su ejército lo hicieron con su propia gente: con la gente pobre, la gente negra, latina. Yo las vi desplegadas esas fuerzas contra su propia población. Washington estuvo sitiado y estaba la Border Patrol, pero también la CÍA, la DEA, las fuerzas armadas, la marina, la policía de los parques. Todas estuvieron desplegadas en Washington.
—Luego llegó Bolivia…
—En octubre de 2020 fui a Bolivia a las elecciones. Un día yo estaba en una zona en las afueras de La Paz, en un bastión del MAS en una charla de feminismo comunitario. Estuve como 5 horas sin señal. Conforme íbamos bajando empecé a tener señal y mi celular explotaba de mensajes. Yo no entendía por qué me preguntaban si estaba bien. Me decían: ‘si tienes que salir del país hazlo por esta frontera’.
Lo que había pasado es que una noche antes de las elecciones yo grabé el pase de revista que hizo este ministro de Añez, no me acuerdo su nombre, a todos los militares que estaban desplegando para las elecciones. Iba junto a él como si fuera de comunicación social, y en un momento dijo: ‘estos son los tanques que metieron bala en Senkapa (donde mataron a 37 personas)’. Yo lo subí a mis redes sin darme cuenta de lo que decía. Un medio lo descargó y lo subtituló y se hizo viral. El ejército sacó un comunicado pidiéndole explicaciones al ministro de por qué los estaba responsabilizando. Entonces este ministro descargó las fotos de mi Facebook e hizo una conferencia diciendo: ‘se llama Alina, viene de México, entró con una visa no se qué, un pasaporte no se cuánto, entrevistó a no se qué personas’. Una de esas entrevistas fue al exviceministro de los movimientos sociales de Evo y para ellos era una prueba de que yo traía una agenda de desestabilización y confusión a las fuerzas armadas.
Lo peor de todo es que fueron los periodistas los que presionaban al ministro para que dijera que me iban a detener. Me contactaron de la cancillería de México, yo tenía ya mi vuelo en dos días, así que me quedé en el departamento y la gente de la embajada de México me acompañó al aeropuerto para asegurarse de que me subiera al avión, pero yo tenía que hacer escala, sí o sí, en Santa Cruz, que es el punto mas facista de Bolivia. Me dijeron que tenían un plan B, que había gente monitoreando. Y me advirtieron: ‘pase lo que pase, no te metas a la embajada’, porque ya tenían ahí refugiado a medio mundo del gobierno de Evo y estaba asediada por la ultraderecha.
Y pues ya, llegué a la casa con una anécdota más.
—La primera vez que supe de ti fue cuando estabas organizando la consulta de juicio a los expresidentes…
—Ser o no ser chaira. Ese es el dilema— dice con otra carcajada—. A ver, los primeros posicionamientos que empezamos a hacer con lo que se venía con la 4T fue en el 132. El 132 surgió en un momento electoral y casi fue un movimiento antipeña, por mucho que intentamos girarlo hacia la democratización de medios y educación pública y que hicimos un pliego petitorio que nunca nadie conoció. Todo se reducía a que no llegue Peña Nieto.
Y yo venía de una familia profundamente obradorista. En 2018 yo estaba renovando mi visa de trabajo y coincidió con las elecciones, entonces participé en la cobertura de Telesur en la Ciudad de México y me tocó reportear esa victoria y era inevitable pensar que también mi familia había sido parte de esa victoria.
Entonces, yo tenía un pie parado en el obradorismo y otro en el socialismo, el antimperialismo y el feminismo. Entendía que si bien la democracia liberal burguesa no nos va a cambiar la estructura de nada, si le generó una mejor condición de vida a millones de venezolanos, de bolivianos de ecuatorianos. ¿Por qué abandonar eso? A veces hay cierta izquierda que me hace creer que esta esperando el fracaso de todos y que nos lleve la miseria para decir te-lo-di-je, te dije que no era la respuesta.
Puede ser que los modelos de organización del siglo 20 no nos sean suficientes en el siglo 21 pero lo cierto es que los procesos electorales son un punto de toma de conciencia. Y ojo, yo junté firmas por Marichuy en Washington y creo en las luchas anticapitalistas. Pero ese 2018 era un momento decisivo para millones de mexicanos. Yo me quedé sin votar ese día porque me tocó hacer cobertura, no podía ir hasta Xochimilco en la mañana y hubo colapso en las casillas especiales. Pero veía a mi familia, que sufrió el fraude del 88 y del 2006, y nunca abandonó las calles.
Ese 2018 le pertenecía a muchas generaciones y mi relación con al 4T ha sido de mucha crítica a lo que creo que está mal, pero de nunca abandonar a la gente.
Entonces, cuando viene esto de la consulta popular, pues es inevitable sumarme, porque lo que si se es que no quiero ver gente sin ojos corriendo junto a mí, como lo ví en Chile.
—¿Qué es la 4T para tí, Alina?
—Es un proceso de toma de conciencia de millones de mexicanos que hace años les importaba un carajo qué era América latina, o hablar de programas sociales, pensiones, educación, de seguridad nacional Hoy hay gente que lo quiere debatir, y puede estar a favor o no del gobierno.
En un foro en el Edomex les pregunté ¿Cuántos están a favor de la equidad? y todos levantaron la mano. Pero ¿cuántos se asumen feministas? Nadie. ¿Cuántos están a favor de la soberanía nacional? Y lo mismo, todos levantaban la mano, Pero ¿cuántos se definen antimperialistas? Nadie. Entonces, hay que llegar ahí a esas conclusiones.
Me da mucha risa que solo te definen como chaira o antichaira. Cuando alguien de esa izquierda, que debe existir, dice que el obradorismo no acepta críticas, pues yo lo hago. Para mí, la 4T es la posibilidad de cambiar hacia donde podamos y tengamos que ir, y entre más a la izquierda mejor. Entonces, mi relación con la 4T es eso, El obradorismo ha sido muy benévolo conmigo, me ha abierto las puertas de todo el país
—No faltan los Juan Pablo Pardo que dirán que es por tu hermana, Ana…
— Nos une la sangre, los apellidos y Xochimilco. Nuestras posturas políticas son muy diferentes en muchas cosas. Ella siempre ha creído más en la institucionalidad como una trinchera para ella y yo he creído en las calles. Eso no me hace mas o mejor persona. Venimos de la misma familia y solo hemos estado en espacios diferentes, Yo a mi hermana la quiero mucho pero no nos debemos nada, para bien y para mal, porque a lo mejor hubiésemos hecho un mejor equipo si hubiésemos estado juntas pero pues no, como que los espacios que tenemos son tan diferentes, y no es como que mi hermana pudiera tomarse decisiones sobre mi.
—¿Cómo comenzaste a hacer transmisiones en Sin Censura?
—Yo estaba cubriendo la revuelta con George Floyd cuando López Obrador anuncia que va a ir a ver a Trump. A Floyd lo asesinan el 25 de mayo de 2020 y Andrés Manuel visita la Casa Blanca en junio de 2020. Es cuando me marcan Toño Ruiz y Vicente Serrano para proponerme hacer la cobertura. Fue una locura, una transmisión que duró horas y tenían cientos de miles de vistas. Yo no conocía Sin Censura, pero la gente estaba viendo afuera de la Casa Blanca la transmisión con Vicente Serrano y a pesar de que era la primera vez que me veían, me reconocían porque estaba en vivo.
Al mes de la transmisión, Vicente me pidió que me quedara. La audiencia era algo nuevo yo venía de hacer tele y hablarle a una cámara y sabe dios quien te escucha, y youtube era súper revelador. Yo en tele sabía que le hablaba a la militancia de América la tina, gente crítica, de izquierda, mayoritariamente venezolana, pero no sabía si eventualmente la gente diferenciaba lo que yo hacía o no. En cambio en youtube hay una proceso de toma de conciencia de América latina y la sociedad es reflejo de los debates pendientes. La gente está ahí porque no quiere ver a mas gente sentada en una mesa, hablando con palabras rebuscadas, convenciéndose entre ellos.
—¿Estas definiendo Tercer Grado?
—Sí, la gente ya no quiere eso. La gente opina en el chat porque sabe que le puedes contestar, entiende el vínculo. Hay otra interacción, la gente en la tele se vuelve inalcanzable, la gente de youtube te alcanza.
—Pero estas nuevas plataformas también tienen sus riesgos. Porque el problema de fondo está en cómo y para qué hacemos periodismo…
—Vicente Serrano tiene su base de apoyo en Estados Unidos porque él si se hizo periodista en Estados Unidos y también hizo activismo allá. Es uno de ellos, no es solo el hecho de que no venimos de las élites sino que él también era migrante, entonces, la gente se reconoce en él. Y yo podré no estar de acuerdo ideológica o políticamente, pero reconozco en él a muchas personas generacionalmente. Yo me reconozco como parte otra generación de feministas en donde empezamos a verbalizar problemas que muchas coberturas ya tienen resueltas. Y creo que eso solo se avanza debatiendo, son procesos de largo aliento. Además yo se que el feminismo, el socialismo o el antimperialismo no te nace en la piel, no viene en tu ADN. Es lo que tenemos y con lo que tenemos que trabajar.
—¿En el Instituto de Formación Política de Morena?
—También. Una de las cosas mas importantes que he aprendido de América Latina no solo son los medios de comunicación, también creo que si hay una conclusión natural para mi es la formación política.
La única forma de radicalizar un proyecto político a la izquierda es con formación política, entonces cuando me dijeron: ¿le entras? (al Instituto Nacional de Formación Política de Morena) no pude decir que no. Y soy la más feliz. Porque además no tengo que fingir que me acomodan ideológicamente cosas que no, y tengo esa libertad de decir que el Instituto Nacional de Migración es la cosa mas racista y xenófoba que tenemos en México. Y que no me parece bien que el canciller diga embargo en vez de bloqueo, que no me parece bien que no estemos discutiendo en cada plaza la seguridad de este país. Y es una crítica, no al gobierno, es una crítica también a la ciudadanía. Entonces todas mis posturas son muy públicas, y que me hayan aceptado así en el Instituto pues habla bien del Instituto, no de mí, porque yo lo voy a hacer con o sin el Instituto. Que yo pueda cuestionar en ese espacio pero al mismo tiempo construir, a mi me parece fenomenal.
La educación popular, entre más la conozco, más me gusta. Y me gustaría mucho seguirme formando para ser formadora. También me gustaría regresar a la organización territorial. Como que siento que Xochimilco también es patria grande. Quiero regresar ahí y lo hago cada que puedo, pero me gustaría regresar a trabajar en los procesos territoriales.
Antes me preocupaba de qué van a decir, no se vayan a enterar que soy castrochavista.
—¿Por qué relaciones internacionales, que es una carrera tan, no se‘, neoliberal?
—Porque quería estudiar todo— dice Alina. Y suelta la carcajada—. Quería estudiar economía, ciencia política, sociología, artes visuales, que ser química farmacobióloga. Como que sentía que era muy tonta y quería aprender de todo y no sabía por donde empezar. El privilegio de que mi papá me había mandado a clases de inglés me ponía en esa condición de querer hacer algo internacional Y en esa obsesión, y como amante de Los Beatles me puse a estudiar francés porque descubrí que cantaban en francés. Siempre me han gustado los idiomas. Mucho. Yo quería conocer otras partes del mundo y Xochimilco que me quedaba chiquito.
—¿Qué quieres hacer ahora?
—No sé, siempre quiero hacer esas cosas. Quiero hacerlo todo y más bien me da miedo no ser suficiente. No me esperaba estar aquí hace 10 años ni en Brasil ni haciendo periodismo, y me gusta mucho poner el dedo en la llaga del periodismo que se dice objetivo y con el que me gusta pelearme y decir muy adrede periodismo militante, como que les desquicia mucho, pero también siento que eso vira la discusión.
Una vez que tomas conciencia de clase ya no puedes regresar. Y cuando eres periodista militante tampoco puedes regresar, claro que hay condiciones precarizadas, pagos injustos, pero no es normal que estemos peleando por derechos laborales: nos debemos muchas discusiones dentro del gremio.
—Nosotras, en Pie de Página, peleamos mucho por nuestro derecho a llorar en las juntas sin ser estigmatizadas…
—Creo que el periodismo nos exige no estar conteniéndonos. Somos mucho más duras con nosotras mismas. Una se hace la valiente y sobre todo en un mundo tan macho, no te puedes permitir doblarte, porque crees que en la medida en la que no lloras, en que eres valiente y no pides auxilio, te respetan
Estamos acostumbrados a hacer periodismo en condiciones neoliberales. Creo que dentro del gremio nos hace falta repensar esto colectivamente, exigirle al gobierno acceso a salud mental, condiciones de vivienda digna para los periodistas, o sea hacer coberturas de alto riesgo son profundamente traumáticas.
Esas cosas del periodismo yo si me las creí. Que si iba a querer hacer periodismo no podía tener vida personal, ni amigos ni pareja ni ser feliz, estaba destinada a la ansiedad, el caos y la depresión. Y no, creo que el periodismo es muy liberador y también una tiene que encontrar las formas de algo que también te llene porque no todo es entregar tres reportajes a la semana y una nota, salir en vivo 15 veces y creo que también las redacciones, los canales, los directivos se tienen que transformar para dejar de hablar de sacrificios en el periodismo.
—Bueno, pero entre irte a África (otra de las opciones que surgen en la charla) y regresar al territorio y cuidar a tus gatos son dos vidas distintas…
—No cuando eres internacionalista, puedes juntar todo, yo ya me vi —ríe de nuevo—. Hay una escuela aquí (en Brasil) que se llama Florestán Fernández que para mí es inspiradora y ahora no me quito de la cabeza y veo cualquier terreno enorme con una necesidad profunda de ocuparla y hacer escuelas internacionalistas y traer a la gente a discutir y a sembrar.
Ahorita me siento con la oportunidad de hacerlo y si hay algo que he repetido muchas veces es quiero hacer esto mientras puedo. Sé que mi cuerpecito puede tener fecha de caducidad y me encantaría también volver a la academia, formar también a los jóvenes y regresar a las aulas y rehacer las aulas. Porque, ¿cómo cambiamos al mundo si no cambiamos las aulas?
Ahorita me gusta mas pensarla en las calles y no en las aulas, pero en algún momento me gustaría estar en las universidades y las preparatorias, rescatando a esa juventud del neoliberalismo.
—Yo creo, Alina, que ya tenemos que dormir. Me preocupa que te deje el avión y la revolución se detenga.
Esta historia continuará…
Quería ser exploradora y conocer el mundo, pero conoció el periodismo y prefirió tratar de entender a las sociedades humanas. Dirigió seis años la Red de Periodistas de a Pie, y fundó Pie de Página, un medio digital que busca cambiar la narrativa del terror instalada en la prensa mexicana. Siempre tiene más dudas que respuestas.
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