10 julio, 2022
En Michoacán, una rica tradición de cultivo y recolección de plantas medicinales está en peligro. Los campos de aguacate dominan los recursos hídricos en Angahuan, lo que obliga a los indígenas P’urhépechas a comprar agua limpia por galones en las tiendas para mantener vivas sus plantas medicinales
Texto: Monica Pelliccia @monicapelliccia / Mongabay Latam
*Traducción Gina Velázquez
MICHOACÁN.- “Cuchita es recolectora de hierbas de cuarta generación de nuestra familia”, dice Juana Bravo, de 45 años, señalando una foto de su sobrina. “Mira, aquí ella estaba recogiendo plantas medicinales en las montañas cuando tenía solo un año y medio”. María de Jesús, a quien llaman Cuchita, ahora de 9 años, todavía comparte esa misma pasión con su tía. La encontramos después de la escuela, junto a su tía Juana para preparar un ungüento antiséptico con hierbas medicinales recolectadas en el jardín o patio de su casa.
Angahuan, un pueblo de 6 mil habitantes en Michoacán, cuenta con varias generaciones de mujeres indígenas purépechas que practican la medicina tradicional. Juana y Cuchita forman parte de este grupo de una docena de las llamadas ‘curanderas’, conocidas por su uso de la medicina herbolaria y comúnmente llamadas tsinajperi (“las que hacen crecer la vida”) en lengua purépecha. También son muy solicitadas por sus habilidades en partería y la técnica tradicional de masaje mesoamericano llamada sobada.
Las plantas medicinales de especies como gobernadora —también llamada arbusto de la creosota— (Larrea tridentata), ruda (Ruta graveolens), prodigiosa (Brickellia cavanillesii) y nurite (Satureja macrostema) son fundamentales para su cosmovisión y se cultivan a pequeña escala en sus patios llamados ekuaro. Es un sistema agroforestal tradicional que combina árboles maderables y frutales con plantas medicinales, hortalizas y flores, plantas que crecen bien en conjunto y se benefician de la sombra y la humedad que se genera en ese medio en pleno clima seco. Es como una pequeña farmacia siempre disponible, ubicada justo afuera de la cocina, con hierbas que se usan en remedios para problemas digestivos, insomnio o dolores.
Los purépecha son uno de los 68 grupos indígenas de México, y la medicina tradicional es uno de los principales pilares de su cultura, en la que la agroforestería juega un papel importante. Pero este patrimonio ahora está en peligro por la escasez de agua causada por la sequía provocada por el cambio climático y por la agroindustria: los aguacates son una exportación lucrativa —el 80 por ciento de la cosecha de Michoacán se envía a las tiendas de alimentos de Estados Unidos— y sus plantaciones dominan gran parte del paisaje de los 40 kilómetros entre Angahuan y la ciudad vecina de Uruapan.
“Las mujeres purépechas tienen un papel fundamental en la preservación de la riqueza de los territorios indígenas: son las guardianas de la sabiduría vegetal que se usa para la medicina, el ritual y la alimentación”, dice Rosendo Caro, director de la Comisión Forestal del Estado de Michoacán (COFOM). “Su legado está en peligro por el desarrollo del aguacate en la región. Este negocio consume el agua que antes se usaba para el ekuaro, deteriora los suelos con agroquímicos y tiene consecuencias a largo plazo sobre los recursos hídricos”.
Juana tiene en su jardín varias hierbas medicinales importantes como la gobernadora, el epazote o paico (Dysphania ambrosioides), la planta de Vicks (Plectranthus hadiensis), el poleo (Mentha pulegium) y el marrubio blanco (Marrubium vulgare). Estos se intercalan con plantas comestibles como el nopal y el repollo o lechuga, que se utilizan para preparar comidas como el mole atapakua y el pozole.
“El ekuaro es un sistema agroforestal prehispánico propio de la población purépecha”, dice la bióloga María del Carmen Godínez. “En un principio se desarrolló en el bosque: la gente sembraba maíz con calabaza, chile y frijol, aprovechando los productos del bosque como la madera, las plantas medicinales o los hongos. Luego, tras la conquista, la llevaron a los núcleos de población. Ahora, es más fácil encontrar en los patios de las casas que en los bosques. Sin embargo, mientras las comunidades purépecha aumentaban en población, los ekuaro se reducían cada vez más debido a la fragmentación de la propiedad”.
En Angahuan, el ekuaro sigue siendo el centro de la vida cotidiana de las llamadas «curanderas». Aquí cultivan plantas medicinales, frutas, verduras y pinos —para obtener madera para la construcción— y flores para el disfrute cotidiano. Las mujeres también disfrutan de la sombra de los jardines, compartiendo momentos familiares o trabajando en bordados bajo el sol.
Pero antes de la temporada de lluvias, el suelo está seco como la arena. “Es difícil seguir trabajando como curanderas tradicionales con la escasez de agua que se ha agudizado en los últimos cinco años”, dice Juana, quien viste el traje tradicional purépecha con falda larga plisada, delantal y camisa bordada cubierta por un rebozo de rayas azules y negras.
“En la temporada de sequía, no tenemos muchas plantas y, a veces, se secan. Hay que esperar a las primeras lluvias para que todo brote”, dice Juana. Un melocotonero murió de sed hace poco en el patio, por lo que su esposo Nacho lo transformó en una mesa. Pero cada mañana, cuando los primeros rayos del sol se filtran en el jardín, riega sus plantas con una palangana.
“Uso solo un poco porque tenemos que evitar el desperdicio”, explica Juana.
Tenemos agua corriente solo cada tres días durante una hora, normalmente de 8 a 9 de la mañana. Uso agua reciclada [y aún así] necesitamos comprar galones en las tiendas para preparar ungüentos y aceites esenciales”, agrega.
Aprender la medicina tradicional que practicaba su abuela, Victoria, es uno de los preciados recuerdos de infancia de Juana. “Solíamos recolectar cerezas negras y hierbas en el bosque. Pero ahora, nos rodean menos árboles debido al desarrollo de huertos y el comercio de aserraderos”, comenta. Después de que Juana creció, siguió una formación profesional en Uruapan para ayudar a su comunidad con la medicina tradicional.
“Cuando yo era joven, todas las mujeres eran recolectoras de hierbas”, dice la madre de Juana, María Teresa, de 67 años. “En ese momento, no teníamos un centro médico en el pueblo, esta era la única opción para nosotros”.
Actualmente hay menos curanderas en Angahuan, pero a ellas se unen mujeres como “Naná” Gracia Bravo, de 57 años, partera de tercera generación y madre de cinco hijos. Su casa está a unos pasos de la de Juana, entre puestos de comida callejera y tiendas de productos diversos, desde helados hasta joyas. Desde temprano en la mañana hasta la noche, los vendedores anuncian comidas rápidas como el pozole.
Cuando caminamos por la calles, casi todo el mundo reconoce a Gracia. «¿Quieres un refresco?», le dicen un par de hombres mientras pasamos frente a las tiendas. “Siempre es así”, dice Gracia con una sonrisa. “He estado haciendo este trabajo durante 40 años. Cuando camino por la calle, a veces la gente me para y me ofrece un refresco porque he apoyado a sus madres durante el parto”.
Cuando la visitamos, ella estaba cuidando a cinco mujeres, aplicando masajes maternales, «sobadas». Uno de esos días, María Guadalupe, de 27 años, embarazada de seis meses, llegó a su casa. Gracia le masajea la barriga con un aceite esencial para comprobar si todo va bien. Termina con una caricia especial: “Aunque no lo digamos, al bebé le llegan nuestros buenos pensamientos”, dice.
Gracia prepara medicinas con hierbas, como la gobernadora, que tiene en su huerta agroforestal, bajo la sombra refrescante de un durazno hierve agua limpia que tuvo que comprar en una tienda. El agua la calienta en su parangua, la tradicional chimenea de la cocina purépecha. Parece estar siempre ocupada preparando remedios a base de hierbas o aceites esenciales para sus pacientes, y muchos de ellos requieren agua.
En Angahuan, algunos habitantes no tienen agua potable, como Apolonia Cortés, de 67 años, madre de 12 hijos, que vive fuera del centro de la ciudad. Es una de las parteras más viejas en ese lugar, con cabello largo y gris, peinado en dos trenzas con adornos rojos y azules.
En su ekuaro, los pinos altos dan sombra a frutas como el chayote (Sechium edule) y la cereza negra o capulín (Prunus salicifolia), además de vegetales como repollo, opuntia y plantas medicinales.
“Antes teníamos muchas plantas, pero ahora todo está casi seco, por falta de agua”, explica Leonarda Soto, de 29 años, nuera de Apolonia, mientras sus tres hijos juegan en su patio con un perro y unos conejos. “Cuando no es temporada de lluvias tenemos que comprar agua. La gente toma agua de nuestro manantial de agua dulce: es un problema”.
El punto de abastecimiento de agua en Angahuan está a un par de kilómetros de la ciudad, en un corto trayecto en coche por caminos polvorientos, mientras Paricutín, el volcán más joven de México, emerge muy cerca.
Lo que está pasando con el manantial de Angahuan es un problema común para los purépechas que viven en esta zona. Debido a que están ubicados en la cuenca alta y las lluvias no logran crear arroyos, porque el agua se infiltra en el permeable suelo volcánico. Solo hay unos pocos depósitos hidrológicos disponibles [y están] muy sobreutilizados”, dice Caro, director de COFOM
Las curanderas recolectan hierbas medicinales silvestres en los alrededores del manantial, y Gracia, a veces, va allí de madrugada. El día que fuimos, dos jeeps bombeaban agua en grandes tanques. “Miren: les traen agua a sus huertas de aguacate, y por eso no alcanza para la comunidad”, dice Gracia, luego de saludarlos y continuar su camino.
Mientras camina, se protege la cabeza del sol haciendo un turbante con un chal, y recolecta hierbas como cola de caballo (Equisetum arvense), lentejilla (Lepidium virginicum) y algunas flores para decorar la casa.
Para las curanderas, la recolección de hierbas silvestres se está volviendo difícil. Algunas partes del bosque están cercadas con alambre, porque forman parte de campos de aguacate, y plantas medicinales como el árnica (Arnica montana), una hierba que se usa para hacer ungüentos antiinflamatorios, no se pueden recolectar debido a la irrigación en la zona.
“En Angahuan, el cultivo de aguacate ha tomado [el control] en la última década, con aproximadamente 800 – mil hectáreas [de ellas]. Por lo general, comienza con una asociación entre personas de la comunidad y agentes externos que dan el dinero para limpiar [la tierra], y por un tiempo hasta la primera cosecha, [unos] cinco años. Los gastos de mantenimiento son difíciles de asumir para un agricultor indígena. Al final, cuando la huerta es productiva, el agente externo se convierte en propietario, con dinero o por la fuerza”.
Caro, COFOM.
En sus jardines, el pueblo purépecha está sembrando semillas de resistencia. “En nuestro ekuaro tenemos un vivero de árboles. Mi esposo y mi hermano ya plantaron 500 pinos en las colinas. Quieren parar un poco el aguacate, hacer reforestación y ayudar a retener el agua”, explica Gracia.
“Hay que preservar el sistema ekuaro: representa a las familias purépechas [y] su vínculo con la tierra”, dice Erandi Rivera, profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y experta en agroforestería. “Pero no podemos protegerlo sin esfuerzos políticos colectivos: la gente está cansada de la violencia estatal y criminal, y desde 2011, la mayoría de las comunidades purépechas están construyendo estructuras de gobierno autónomas”.
En Angahuan tienen autogobierno según la ley del estado de Michoacán. Entre otras iniciativas, patrullan 600 hectáreas de bosques administrados por el Consejo Comunal de Vigilancia Local. La tala de árboles está prohibida y las personas pueden recolectar madera solo cuando cae naturalmente al suelo. La madera puede usarse solo para fines comunitarios, como escuelas o iglesias, pero no venderse.
Para las curanderas es una lucha preservar su legado. Juana, Gracia, Cuchita y sus vecinos han creado un colectivo de mujeres curanderas tradicionales llamado Emenda («Tiempos de lluvia»), inspirados en la época en que el agua y las plantas medicinales estaban más disponibles. El año pasado, el gobierno del estado de Michoacán les entregó un premio por el emprendimiento.
A pesar de las dificultades, el grupo sigue soñando en grande. Quieren abrir una farmacia natural en el pueblo para vender tés, ungüentos, champús y remedios elaborados con hierbas recolectadas en un ekuaro exclusivo para ello, y que tenga una sala para masajes de sobada.
“Queremos darle valor a la medicina tradicional con un proyecto de mujeres que cuidan la vida y la naturaleza”, dice Juana sobre el sueño de mantener el legado de las curanderas purépecha para las generaciones futuras.
*Este artículo es parte de la serie de Mongabay sobre agrosilvicultura. Aquí puedes leer la publicación original.
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