30 mayo, 2024
Claudia Sheinbaum cerró campaña en medio de un zócalo que refleja las contradicciones del país, y prometió continuar con el legado de Andrés Manuel López Obrador y la Cuarta Transformación en México, pero también, llamando a la reconciliación con la oposición
Texto: Alejandro Ruiz
Fotos: Isabel Briseño, Jesús Almazán, Duilio Rodríguez
CIUDAD DE MÉXICO. – En las últimas líneas de su discurso de 40 minutos, Claudia Sheimbaun lanzó un guiño a la oposición. Fue un simple párrafo, en el que aseguró que velará sin distingos por todos los mexicanos.
“Concebimos un México plural, diverso, y democrático. Sabemos que el disenso forma parte de la democracia y que, aunque la mayoría del pueblo respalda nuestro proyecto, nuestro deber es y será siempre velar por cada una y cada uno de los mexicanos, sin distingos. Por lo mismo, estoy segura que, aunque muchas mexicanas y mexicanos no coincidan plenamente con nuestro proyecto o tengan preferencias por otras fuerzas políticas, todas y todos los mexicanos habremos siempre de caminar en paz y en armonía, sin discriminación.»
Antes, la candidata de Sigamos Haciendo Historias (Morena-PT-Verde) que cierra su larga campaña como puntera en las encuestas, con mucha ventaja, había refrendado su compromiso con el proyecto de Andrés Manuel López Obrador, con la ratificación de 20 puntos que dan continuidad al proyecto de la cuarta transformación.
«¡Me comprometo a entregar mi alma, mi vida y lo mejor de mí misma por el bienestar del pueblo de México y la dignidad de la República y de la Patria! ¡Me comprometo con ustedes a guardar el legado del Presidente Andrés Manuel López Obrador!», dijo la candidata, visiblemente emocionada.
Más tarde, dirigió un mensaje a las mujeres: «Es tiempo de mujeres transformadoras. Les digo a todas, compañeras, amigas, hermanas, hijas, madres: NO ESTÁN SOLAS».
El mensaje fue antecedido por el de Clara Brugada, candidata al gobierno de la Ciudad de México, la única oradora además de Sheinbaum en el cierre de campaña.
En un discurso de diez minutos, aseguró que este domingo «derrotaremos a la ‘priandilla inmobiliaria’, y esta gran ciudad seguirá siendo el corazón del obradorismo”. Pero también, como Sheinbaum, lanzó un mensaje conciliador: “después del 2 de junio iniciará la reconciliación en esta ciudad y se caerán los muros invisibles que nos separan”.
La señora Ana Guzmán viene desde la Delegación Gustavo A. Madero, en la Ciudad de México. Camina, apenas, con el apoyo de sus hijos, dos jóvenes que no rebasan los 25 años, pero que la ayudan a sostenerse y abrirse campo entre la muchedumbre.
Ana tiene 80 años, usa bastón. Viene con su banquito para descansar. Ana es una entre millones que han caminado con la izquierda electoral, y con López Obrador, por más de 20 años.
«Desde 2006 mi familia y yo venimos a apoyar a López Obrador, cuando quería ser presidente. Ahora venimos a apoyar a Claudia», dice, mientras su playera, gorra y matracas dan cuenta de su militancia: Morena.
Ana perdió a su esposo hace tres años, por la pandemia, pero dice que él hubiera estado aquí, junto a ella, para refrendar el proyecto por el que han votado desde 2006: el obradorismo. Lo hicieron, asegura, desde antes de que que este proyecto se llamara así, cuando Cuauhtémoc Cárdenas lidereaba las manifestaciones en los 80. «Nos mueve el cambio, no las personas. Pero López Obrador es un líder natural», asegura.
Luego, después de hablar largo y tendido sobre su esposo, añade:
«El presidente nunca nos ha decepcionado, al contrario, nos ha apoyado mucho. Claro que hay cosas que no pudo hacer, pero por eso debemos seguir con Claudia: ella representa avanzar, y no retroceder», dice, mientras junto a ella miles de personas se reúnen en el corazón del país para el cierre de campaña presidencial de Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial del ahora oficialismo.
El mitin, en realidad, sabe a algo distinto a lo que se vivía en aquellos años. Ana lo reconoce, pero, como las miles de personas que la acompañan, es firme en sus convicciones:
«Nos costó mucho sacar a esos parias. No podemos dar un paso atrás, cueste lo que cueste».
Su convicción, ojalá, no sea rebasada por la realidad.
Después, desde el estrado, a miles de personas lejos de Ana, sin siquiera conocerla, Claudia Sheinbuam le habla a ella:
«Se ha hecho muchísimo. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha hecho una hazaña en nuestro país. Se han puesto los cimientos y el primer piso, pero aún falta la consolidación y el avance de este cambio verdadero, que sigue siendo el anhelo del pueblo de México».
Junto a Ana muchos grupos, aparentemente dispersos, apenas reunidos en bolitas, responden igual que ella: «Claudia es la continuación de la transformación».
La respuesta parece automática, como una consigna que levanta dos hipótesis: la firme y acrítica convicción a un proyecto, o una suerte de discurso prefabricado.
Todo parece indicar que es la primer hipótesis, aunque la realidad llega de golpe.
El resto de las personas que responden al igual que Ana y la militancia honesta, cargan banderas con logos de organizaciones que, apenas no hace mucho tiempo, eran operadoras del PRI en la capital y el país: la Central de Trabajadores de México, y sus filiales locales que se dedican a brindar asesoría sindical a cambio de agremiar a trabajadores a sus agrupaciones locales.
Otros más (muy pocos, en realidad), cargan banderas del Partido Verde con la cara de Omar García Harfuch, el exsecretario de seguridad pública de la Ciudad de México ligado a la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Pregunto a Ana, sin afán de polemizar, si esto le parece congruente.
–¿Usted votaría por Harfuch, o marcharía a lado de la CTM en 2006?
–Claro que no, pero los tiempos cambian: la gente se quiere sumar a la transformación– responde.
Luego, pregunto a uno de los obreros que caminan entre la multitud con sus camisas negras y un slogan que deja un mal sabor de boca: C-T-M.
–¿Usted apoya a Claudia Sheinbaum? ¿Por qué?
Sin responder a mi pregunta, aquel hombre, uniformado y con banderín, me interrumpe: «Todo Morena, todo». Luego se aleja.
Sus compañeros hacen una cerca para que nadie pase. Lo pierdo de vista. A un lado, enojado, el señor Juan Flores, de Veracruz, me dice: «Estos weyes nomás vienen porque les dicen que vengan, y nomás nos estorban».
Su reclamo se ahoga entre el bullicio y las palabras de la candidata presidencial:
«estoy segura que, aunque muchas mexicanas y mexicanos no coinciden plenamente con nuestro proyecto, o tienen preferencias por otras fuerzas políticas, todas y todos los mexicanos habremos siempre de caminar en paz y en armonía, sin discriminación».
Regreso con el señor Juan Flores:
–¿Usted va todo Morena?
–Sí, no hay de otra, hay que reformar el Poder Judicial y profundizar la Transformación: vamos por el plan C.
–¿Y qué piensa de que llegue Alejandra del Moral, Eduardo Ramírez Aguilar o Javier Corral? ¿Si fueran candidatos en Veracruz, votaría por ellos?
–La transformación es un camino, como dijo el presidente.
La pregunta incomóda. El señor Juan se aleja, no sin antes decirme que prefiere a «esas personas» que a la derecha en el poder. Los gritos, la gente, las banderas y consignas, nos alejan.
El profesor Ezequiel da clases en Xochimilco, pero desde el 15 de mayo vive en una tienda de campaña en el Zócalo: «Estamos en el paro nacional de la CNTE, exigiendo que nos cumplan lo que nos prometieron».
El profesor, joven, en realidad es un hombre de pocas palabras, aunque en una charla con una valla en medio narra esta travesía:
«La gente se acerca y nos cuestiona, pero no nos entienden. Lo mismo pasó con eso de la ‘marea rosa’. Muchos nos dicen que le hacemos juego a la derecha, no entienden que luchar por los derechos no es cosa de partidos».
Platicamos, mientras en el zócalo artistas afines a Morena amenizan la espera del cierre de campaña. Pasan minutos, y de pronto una señora, que no quiso decirme su nombre, comienza a cuestionar a los maestros. Habló con el profesor Ezequiel:
–¿Usted de verdad es maestro? ¿No sabe todo lo que el presidente ha hecho por los maestros? – cuestionó la señora, enojada.
–Señora, el presidente nos ha incumplido, y por eso estoy aquí. Y sí, soy maestro – respondió el profesor, tranquilo.
La señora, en realidad, quería llegar más adelante para tener un buen lugar para ver a Claudia Sheinbaum. La conversación encendió sus ánimos.
–¿Sí saben que le están haciendo el juego a la derecha? – volvió a cuestionar al maestro.
–Señora, dese cuenta, ustedes son quienes le hacen el juego a la derecha. Los mismos que fueron a la marea rosa, hoy están aquí – le responde el profesor, tranquilo, pero contundente.
–Son unos acarreados, no ven lo que se ha hecho – revira la señora mientras, enojada, pone un pie sobre la valla que separa el mitin de Morena del de la CNTE.
–¿Acarreados? ¿Ya les preguntó a los trabajadores de PILARES por qué están aquí? Los obligan a venir, si no les cortan el sueldo. Esa no es ninguna transformación – reviró el maestro.
La señora, sin decir nada, siguió su arenga: «Acarreados» «Ignorantes» «Ni profes son».
Una voz desde atrás del campamento del magisterio le gritó al joven maestro: «No tiene caso, no es nuestra pelea. Déjala».
La señora siguió enojada. Después, preguntó: «¿Me dejan pasar al baño?». Le respondieron que no, que si lo hacían, tenían que dejar pasar a todos.
«¿Quiénes son ustedes para adueñarse del espacio público?», recriminó. Los profesores sólo se rieron.
Después, desde el estrado, Claudia Sheinbaum habló:
«Casi 6 años después del triunfo de la Cuarta Transformación, podemos decir que México ha cambiado profundamente, para bien, en lo económico, lo político, lo social, pero también en la consolidación de una nueva forma de pensamiento: el Humanismo Mexicano, que está sustentada en nuestra rica historia y en profundo sentido de fraternidad, en no dejar a nadie solo, en no dejar nadie atrás».
Las palabras se las llevó el viento.
Marco Antonio tiene 12 años. Viene con su papá. Ambos portan una playera de Morena y el Partido del Trabajo que dice: «De Iztapalapa para el mundo».
–¿A quién vienes a apoyar? – pregunto ingenuamente, pero con trampa, dicen unos.
–A Clara Brugada – responde el niño, sin titubear.
Cada tanto, Marco Antonio grita consignas: «¡Es un honor, estar con Clara hoy¡» «Con el pueblo todo, sin el pueblo nada».
Marco Antonio no sabe de contradicciones, ni de la historia de Mornea, el PRD o la difusa izquierda electoral que hoy le habla desde un micrófono. Cuando él nació, esta ciudad era gobernada por Marcelo Ebrard, y luego por Miguel Ángel Mancera. Su Alcaldía, la más poblada de la ciudad, por Clara Brugada, hoy candidata a la jefatura de gobierno.
Tal vez Marco Antonio habla desde su realidad inmediata. Tal vez, como deberíamos hacerlo muchos.
«Yo vivo bien», dice. Todos a su alrededor sonríen, como pensando en su inocencia, pero Marco Antonio expresa mejor sus ideas que el resto de las personas:
«Quiero estudiar medicina, en una universidad pública como las que ya hay. También quiero que mi mamá no esté cansada, pero hay Utopias. Yo no puedo votar, pero si votara, votaría por Clara Brugada».
Luego, desde el estrado, y después de saludar a todas las candidaturas que la acompañan, su candidata le dice:
«Les aseguro que al finalizar 2030, cuando concluya nuestro gobierno, la Ciudad de México será aún más segura, más justa, más incluyente, más próspera, más feminista y más diversa. La más defensora de los Derechos Humanos y de los pueblos originarios. Una ciudad con más ciencia y cultura, más deportiva, más democrática, más sustentable y con bienestar animal, más conectada, más pacífica, más ciclista, más electromovilizada y con más Cablebús. Y una Ciudad de México más feliz para las niñas, niños, adultos mayores, personas con discapacidad, para las y los jóvenes, para las mujeres. Más feliz para todo nuestro pueblo. Queremos una ciudad libre de pobreza y libre de violencias».
Marco Antonio aplaude. Grita. Sonríe. Luego, se pierde en el bullicio, y con él, el mitin se acaba, como las campañas políticas.
La lluvia amenaza el Zócalo, pero no cae. De pronto, más allá de las canciones tediosas que invitan al voto, suena una cumbia. Son los Ángeles Azules, quienes sellan el final con una mítica frase que, tal vez, después de este 2 de junio, tenga otra otro significado: «De Iztapalapa para el mundo…»
La gente se fue bailando.
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