7 diciembre, 2021
El periodista salvadoreño Óscar Martínez presenta su nuevo libro Los muertos y el periodista, un recuento de 13 años de trabajo en una de las regiones más peligrosas de nuestro continente: México y Centroamérica. En entrevista, el autor conversa sobre la realidad de miles de migrantes que cruzan el territorio mexicano, la violencia y las posturas contradictorias de los gobernantes de la región
Texto: Alejandro Ruiz
Foto: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO.- Frontera. Un espacio de ficción donde dos mundos parecen encontrarse mientras se separan de sí mismos. Ahí, en esos territorios que día con día viven la ilusión de patria o país, la legalidad se desvanece de a poco. Comprender lo que ahí pasa, narrarlo, desnudarlo, ponerlo en evidencia, es una tarea que requiere paciencia, pero sobre todo, ética y principios sólidos.
Esto lo sabe bien Óscar Martínez, quien durante 13 años ha hecho periodismo en El Faro, un medio de comunicación nativo de El Salvador, que desde 1988 se ha consolidado como un referente crítico e independiente en la región.
Hoy, Óscar presenta su nuevo libro Los muertos y el periodista, una crónica/ensayo que tiene como eje central la historia de tres de sus fuentes (Rudy, Hebert y Wito), a quienes asesinaron brutalmente en el cantón de Santa Teresa, El Salvador.
El libro también es la inquietante mente de Óscar buscando respuestas.
“Después de haber escrito libros de puramente crónica, sentí que era la oportunidad de meter ensayo por una razón sencilla: después de cubrir trece años violencia en una de las regiones más violentas del mundo (norte de Centroamérica y México) me pareció que había algo qué decir al respecto. No solo de lo que vi, sino de cómo y por qué lo vi”.
En entrevista con Pie de Página, el autor comparte sus reflexiones en torno a la trama del libro, atravesadas por la realidad de miles de migrantes que, día con día, cruzan el territorio mexicano hacia el norte en búsqueda de mejores condiciones de vida.
El trabajo de Óscar Martínez, y en general de El Faro, se ve atravesado por la realidad política, social y económica de la región, la cual (entre muchas otras aristas) se expresa en el fenómeno migratorio.
—Desde El Faro, pero también de manera individual, tienes una amplia experiencia cubriendo las migraciones de la región. ¿Cómo y qué significa cubrir las migraciones en esta región tan compleja?
—Yo me siento muy orgulloso de cómo cubrimos migraciones nosotros desde El Faro. En aquel momento, cuando iniciamos, cometimos errores, no éramos conscientes de que íbamos a hacer una cobertura del crimen organizado.
Luego eso cambió, pero yo creo que la única manera de cubrir migración de manera correcta son con los principios básicos del periodismo: permanencia, interés por la fuente, generación de enfoques para no llegar y estigmatizar e intentar entrevistar a una persona a las vías del tren, que llore, y luego irte a la media hora. Es decir, son los valores clásicos del periodismo.
Yo creo que muchas veces, inmersos en un mundo en el que han salido nuevas herramientas para hacer periodismo, pensamos si es hora de reformular los valores del periodismo, el código central del periodismo, el interés real por el que desde hace décadas se hacía periodismo. Mi respuesta es que no. Fíjate, yo creo que en el periodismo estos valores de permanecer, entender, dudar, cuestionar siguen teniendo una piedra angular inamovible, ¿que luego le podemos aplicar las herramientas que existen? Claro que sí se se las podemos aplicar para intentar cumplir que esos valores se acerquen más a la gente a la que nos referimos.
Por otro lado, no creo que ahora mismo haya que empezar a replantearnos unos valores que tan poco hemos ejercido durante todos estos años. No son valores que ejerzan un montón de medios, es muy exótico. Como ejemplo, vos salís y te asomás a un kiosko en la Ciudad de México y salís con estrés postraumático. Un montón de gente desparramada, sin ningún contenido profundo. Entonces yo creo que es eso, que a las migraciones hay que acercarse con profundidad y con permanencia. Esa palabra que Leila Guerreiro decía, que es clave.
Hemos salido a cubrir la migración como paracaidistas, llegamos a cubrir una tragedia y nos retiramos, entonces no se puede comprender una crisis humanitaria siendo paracaidista de la desgracia.
Para Martínez, su experiencia durante más de una década le ha enseñado que, fuera de los estigmas o las narrativas dicotómicas, lo que hace falta es acercarse a profundidad a los fenómenos de la región.
—En la mayoría de los medios nacionales se ha abordado la migración como un fenómeno de buenos y malos. ¿Cómo salir del lugar común que estigmatiza las migraciones?
—Yo no creo que sea función del periodismo sacar a nadie de ningún lugar. Menos quizá de la ignorancia, menos quizá del desconocimiento, del engaño oficial o del engaño de algún tipo.
Ahora, yo sí creo que con un buen periodismo eso se puede matizar radicalmente. En primer lugar es muy poca la población que, del gran flujo migratorio, viene a intentar quedarse a México. No digo que no haya, pero la gente busca el norte. En segundo lugar, en el tránsito hay una derrama económica, y lo han demostrado estudios. Esta es una derrama económica que beneficia a México. Hay pueblos que si no hay migrantes se morirían de hambre. Está comprobado que (los migrantes) vienen más a dejar que a robar.
Ahora, luego, también tenemos que huir de las narrativas de buenos y malos, como aquellas que dicen que “los migrantes son todos buenas personas”. Yo nunca uso esas categorías en mis artículos.
¿Los migrantes son todos buenos? No, son centroamericanos. ¿Los migrantes mexicanos son todos buenos? No, son mexicanos. No sé qué nacionalidad tenga un cien por ciento de gente buena. No sé, ni siquiera, qué es la gente buena.
Lo que yo digo es: esa narrativa que muchos han instalado de que algunos son violadores, o de que algunos roban en el camino. No sé, supongo sí ocurrirán esas cosas, en algún momento yo tuve que enfrentarme adentro del flujo, donde, por ejemplo, las mujeres centroamericanas eran violentadas por los mismos centroamericanos.
Ahora, ¿eso justifica que los zetas secuestren a decenas de niños? ¿O que el cartel Jalisco les arranque los dedos y el estado no haga nada? No, es parte de un relato complejo, que como todo relato tiene que contarse con toda su complejidad.
Yo creo que para lograr eso uno tiene que documentarse. Hay mucha documentación académica (enterrada en esa burocracia de la academia, tan endogámica que a veces parecen que escriben para leerse a ellos mismos), pero hay mucha información valiosísima que está ahí enterrada y desmonta mucho de esos mitos. Y luego, si viajás con ellos, si permanecés con ellos, podrás darte cuenta de si esos dichos de callejón son reales o no.
—En el caso de México ¿Qué opinión tienes de la actual política migratoria?
—Te soy completamente honesto, yo no estoy haciendo un análisis del gobierno de López Obrador, estoy respondiendo a la pregunta de qué ha hecho en migración. Y en migración, estoy convencido, no ha actuado diferente al PRI o al PAN.
Cuando abren el puente Robles, y empiezan a otorgar visas a toda esa multitud que venía, yo recuerdo que tenía un equipo de reporteros en el lugar que me decía, casi con lágrimas en los ojos “esto es increíble, han abierto el portón y están dejando entrar a la gente, es una escena como una metáfora de que se caiga la frontera”.
Eso se fue al carajo en una semana. Engañaron a toda esa gente y las metieron en (la estación migratoria) siglo XXI, y las condenaron a estar ahí meses. Algunas personas tenían que mandar dinero para sus hijos que se morían de hambre en Honduras y en El Salvador, y no pudo. Los timaron, y desde ahí no han vuelto a creer.
Pero luego hay otro rango muy concreto. López Obrador tuvo que enfrentar una crisis internacional muy fuerte. Tuvo que enfrentar la crisis de las caravanas, y lo de las caravanas es muy complicado, ¿porque cuál es el problema con las caravanas? Las caravanas envían el siguiente mensaje: un grupo de migrantes va a atravesar por hondo un país. Y va a cruzar por debajo de las estaciones migratorias. Y va a cruzar el puente. Y va a pasar como normalmente no pasa. Y Estados Unidos de Trump impuso aquella cuestión arancelaria de un incremento del 5 por ciento.
Ahora ¿cuál ha sido el mensaje migratorio de México al poner a la Guardia Nacional en la frontera sur? ¿Al desplegar a más agentes del Instituto Nacional de Migración y al poner retenes de policías municipales y estatales cada diez kilómetros? No ha sido no migren, ha sido “vuelvan a migrar en las sombras”. Eso es lo que México está diciéndole a los migrantes “dejen de migrar digno por las carreteras, migren por el monte”.
—¿Tú ves una contradicción en el gobierno de Andrés Manuel?
—Claro que hay una contradicción, es imposible no verla. México es la cabeza del sur migrante de esta región, de Sudamérica. Pero México ha sido el capitán del sur que ha decidido no aliarse con el sur, se ha aliado con el norte, y siempre lo ha hecho así.
Óscar Mártinez no repara en decir que, en la región, ningún gobierno ha atendido las causas políticas, económicas y sociales de la migración. Incluso, añade, existe un doble discurso por parte del Estado.
—Respecto a este tema ¿Qué se puede esperar de los gobiernos centroamericanos?
—En El Salvador lo que nosotros tenemos es un monumento que dice “bienvenido al hermano lejano, bienvenido a casa”, este monumento está en el aeropuerto , lo que es caricaturesco o brutal, pues no está el monumento en la casa del apoyo a la mujer migrante, pero sí hay un monumento para los que vienen con remesas, y sus camisetas. Los gobiernos han decidido convertirlos en héroes o ignorar sus problemas.
Nunca ha habido un presidente, que yo recuerde, ni siquiera Mauricio Funes (primer presidente de izquierda en El Salvador), que se haya pronunciado fuertemente en favor de los migrantes, por lo que les ocurre en su tránsito en México. Son tímidos y cobardes, porque entienden que desincentivar la migración es hacer que la economía colapse. Las remesas llegan a representar, en algunos países del norte de Centroamérica, más del 20 por ciento del Producto Interno Bruto.
Entonces, los gobiernos han decidido desde hace mucho tiempo asumir una postura cobarde, cínica y asesina en Centroamérica. Esta política es: o ignorar el fenómeno o heroizar el fenómeno.
—Entonces, en tu experiencia. ¿Qué crees que se necesita para cambiar esta situación en la región?
—En términos prácticos, de Real Politik, yo lo que creo es que lo que se necesita es explorar nuevos modelos. Esto suena muy general, pero digo explorar nuevos modelos porque los demás son muy demagógicos.
Estados Unidos ha aplicado las deportaciones como forma de control de la migración esencial. ¿Las deportaciones han acabado con la migración? No. ¿Las deportaciones han acabado con la inseguridad? No.
Cuando empezaron a deportar a las maras salvatrucha solo estaban en un estado, en California, ahora está en 40. Entonces, esto es paja. No funciona, es una fórmula podrida que siguen aplicando.
¿Qué cosa sí funciona? Los planes de protección temporal. Cuando a un migrante centroamericano le has permitido quedarse en un año renovable, no sólo genera impuestos, o se han convertido en ciudadanos ejemplares porque si hacen una felony les quitan el estado.
No solamente son personas ejemplares dentro del sistema, si abrieran oportunidades en México y Estados Unidos, en lugar de solo deportar y restringir la frontera. Si abrieran proyectos de trabajo como los que López Obrador prometió, te aseguro que hay mucha gente que, ante la posibilidad real de entrar a ese número de trabajadores temporales, no migraría de la forma en la que migra.
Nunca nos olvidemos de algo: la migración indocumentada que lleva a un centroamericano, o a un sudamericano, a cruzar México, no es la opción que tenga ante una gama de posibilidades desplegada enfrente, es la última opción de la fila.
Entonces, la lógica de la contención de la migración siempre ha sido la de hacer que esa opción sea la más difícil. ¿Por qué la lógica no es démosles otra opción? Nunca he comprendido esa idea, absurda e inhumana, de pensar la migración.
¿Por qué no pensar en otra alternativa? Es decir, si siguen migrando, si a pesar del dolor y el sufrimiento continúan, ¿por qué no pensar la posibilidad de decir “y si en lugar de eso ponemos otras opciones en la mesa?”.
Creo que esas son alternativas de pensar diferente. Creo que va a pasar, no creo que vaya a pasar pronto. Lo demás, está en el mundo actual de la ficción.
—¿Y una alternativa a profundidad?
—Lo primero es esa máxima mundial de que ojalá la gente no tuviera que irse de su país porque sus países son prósperos, se desarrollan y las clases políticas se compongan y dejen de robar. A mÍ me parece una ficción.
Y la otra, que yo creo que en algún momento va a pasar, aunque con tanta presión también me llega a parecer ficción, y un poco de eso me preguntaba en el libro; es que yo creo que tarde o temprano Esta gente se va hartar, y de alguna forma nos va a dejar ver su hartazgo.
No puede ser que vos culmines a situaciones tan miserables, durante tanto tiempo, en tantas décadas y cíclicamente en la historia no llegue un punto de explosiçon.
No, tiene que haber un punto de fuga, de tanta miseria y tanta humillación. Dicen que no se empiezan revoluciones por miseria, que se empiezan más por ideales políticos, pero no sé, creo que también está en el mundo de la ficción.
Pero es otra cosa que puede pasar, como ocurrió con las caravanas, donde se ve más organización, y que la gente se harte y diga “miren, pal carajo, vamos a poner más radicales”, y a mí esa idea, de alguna extraña forma, me alegra que pueda pasar”.
“Yo desconfío de las personas que hacen manuales”, advierte Óscar durante la entrevista, mientras comienza a narrar la historia de Rudy, Hebert y Wito.
“Es un libro que se plantea desde las dudas, desde los errores (y de vez en cuando desde algún acierto); de qué forma me sumergí en ese mundo”, refiere.
Las herramientas y perspectivas que Óscar usó para recoger las historias y situaciones que le han dado cuerpo a su nuevo libro, se entremezclan con su presencia y su oficio. Algo que, de alguna forma, formó parte del destino violento al que se enfrentaron Rudy, Hebert y Wito aquella noche.
“La historia vertebral es el asesinato de tres de mis fuentes. Tres hermanos pobres, del centro de El Salvador, que son brutalmente asesinados; en particular, después haber llegado una noche a rescatar a uno de ellos que estaba baleado. Esto culminó en la muerte de dos más de ellos. Mi presencia esa noche, en un cantón llamado Santa Teresa, terminó de alguna forma siendo un elemento para que a Wito lo decapitaran y a Herbert lo asesinaran brutalmente”, narra el periodista salvadoreño.
“Me pareció que había algo que decir al respecto. No solo de lo que vi, sino de cómo y por qué lo vi. No es un libro que pretenda ser un manual de periodismo, ni de cerca”.
—Enfatizas en que no es un manual de periodismo. Sin embargo, el que seas periodista de alguna forma es parte del relato, desde donde planteas la discusión.
—Es una discusión a voz alta, yo lo único que les puedo prometer es que es una discusión en voz alta muy honesta. ¿En qué sentido? Bueno, en algún momento yo llego a insultarme a mí mismo en el libro. No digo que eso sea el mayor rasgo de honestidad, pues todos nos insultamos algún día alguna vez; sino que reconozco mis errores en demasiadas ocasiones. Parto de las reflexiones que todos nos hemos hecho algunas veces: ¿para qué sirve esto? ¿se puede odiar a una fuente?, ¿se puede amar a una fuente? Esto cambia cosas, el periodismo cambia cosas realmente”, relata.
Y añade que, después de 13 años, este libro es “además, el relato del fondo del mundo que conocí. Este es el piso del abismo al que estoy acostumbrado, no en mi propia vida, sino a vivirlo, desde los privilegios que tengo. Esta es esa vida latinoamericana, mexicana, centroamericana, a la que solemos llamar el margen, donde el margen somos nosotros. Nosotros que podemos tomar una copa de whisky un día en Nueva York, y de repente estamos invitados a Medellín a hacer una vuelta. Pero esta historia, sus protagonistas, no es el margen. Estos son los cuarenta, sesenta, e incluso en algunos países más del sesenta por ciento de la población que vive acostumbrada a economías informales, a violencia extrema, a dominios de paraestado en sus lugares. El libro va sobre eso. Quien lo quiera leer como una narración de historias lo puede hacer, quien lo quiera leer como una narración de historias que paren reflexiones ensayísticas también lo puede hacer de esa forma. Es decir, no es un manual periodístico ni un manual académico, ni lo pretende ser, yo no sé hacer eso”.
El nuevo libro de Óscar Martínez viene a romper las dicotomías, de manera frontal, desde las historias que atraviesan y forman sus reflexiones.
Tal como lo hizo en Los migrantes que no importan (2010); en Una historia de violencia: Vivir y morir en Centroamérica(2016); o en El niño de Hollywood (2018); Óscar Martínez ahora se vuelca, desde la vivencia y la introspección, a repensar el hartazgo que se vive en el norte de Centroamérica.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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