Desde su apertura, el mercado de Jamaica es el refugio ideal para los jóvenes que vienen de la zona rural, también ha servido para que los indígenas que trabajan en la decoración de los arreglos florales. En los pasillos de arreglos florales para velación se escucha una variedad de lenguas indígenas.
Texto: Kau Sirenio
Fotos: Alexis Rojas
CIUDAD DE MÉXICO.- En los pasillos del mercado de Jamaica nace el amor a la vida por las flores que sueltan su aroma en la pequeña selva de la Ciudad de México. Allí, hay de todo, flores para los vivos, los muertos y los enamorados.
Desde su apertura, el mercado de Jamaica es el refugio ideal para los jóvenes que vienen de la zona rural, también ha servido para que los indígenas que trabajan en la decoración de los arreglos florales. En los pasillos de arreglos florales para velación se escucha una variedad de lenguas indígenas.
En la primera nave que da hacia la salida del metro Jamaica, los comerciantes ofrecen pasta de mole, frutas secas, utensilios para el hogar y comidas. “Pruébelo güerita, es mole de Puebla y Oaxaca” ofrece una mujer con una cuchara en la mano.
No puede faltar barbacoa de borrego, tacos, pancita, mole y huaraches, acompañados de agua fresca para saciar el hambre y la sed. Además de frutas tropicales e importación que decoran cada paso en los pasillos de este peculiar mercado.
“Golpe golpe golpe” anuncia un diablero mientras empuja su herramienta de trabajo. Al igual que sus compañeros, él se dedica a llevar los manojos de flores hacia los vehículos de los clientes. No tiene salario, solo recibe una propina por cada viaje.
El 23 de septiembre los locatarios celebraron los 65 años de ofrecer flores a los amantes de ornamentos y las más de cinco mil variedades de plantas que se ofertan aquí. De acuerdo con los locatarios, primero fue un espacio abierto donde llegaban mujeres y hombres a vender flores y alimentos. Sería hasta el 23 de septiembre de 1957, cuando se inauguró. El mercado era parte del programa de desarrollo de mercados públicos, que se impulsó en el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines.
Detrás del bálsamo floral están las tragedias que los locatarios han sabido sortear. Los sismos del 85 y 2017 y la pandemia de la covid-19. Con todo esto, el mercado luce abarrotado de clientes y comensales que esperan degustar un raspado de frutas que vende Margarita.
El mercado de Jamaica los dividen tres naves y cuenta con mil 150 locales. Aquí, no todo son flores y plantas. Sino que se hacen arreglos florales para todas las ocasiones. Los días que más visita tiene son las de San Valentín y Día de las Madres. Para los capitalinos es el reencuentro con los seres queridos a travez de las flores.
“Hay mole, pancita, tacos y caldo de camarón” invitan a comer las meseras y meseros, pero, ¿Quién no va a jalar una silla para sentarse?, si el olor que salen de la cocina embriaga al más hambriento en este lugar.
Si el comensal no sació su hambre puede buscar en otro pasillo más guisados. Cada paso el olor delata a las cocinas. Los mariscos huelen a mar y con el calor que hace, hay que tomar una cerveza para calmar la sed; o si no, agua de maracuyá, horchata o un vaso de jamaica para hacerle honor al mercado.
Los transeúntes no pueden resistir a paladear un bocado de camote, de queso, crema o requesón. “Este queso le dura hasta un mes, es cien por ciento criollo” anima el comerciante, mientras que los catadores toman un pedazo de queso para matar el hambre.
Después de la nave de comida y mercancía general, sigue el de verduras, frutas y tubérculos. Aquí, aún queda el resabio del día de muerto. Calabaza, camote, chayote, caña, mandarina, tejocote. No solo esto, también los sahumerios y ollas de barro.
A pesar de que los muertos no se han ido del todo, los comerciantes de la nave de frutas ya se preparan para recibir la fiesta decembrina. El maratón Guadalupe-Reyes está pisando fuerte en este pasillo, en los anaqueles unas piñatas de todas las figuras decoran cada rincón.
Ataviada de delantal azul y sombrero, Margarita raspa y raspa una barra de hielo después le pone saborizante o puré de fruta y lo intercambia por veinte pesos. A sus 76 años, la mujer llega al mercado de Jamaica a vender raspado artesanal. “Vengo todos los sábados y domingos, desde hace 50 años”.
Sin embargo, en este pasillo no termina la vendimia. Claro, se acaban los pasillos de alimentos, frutas y verduras. Pero viene algo mejor, la esencia de las flores despabila a los enamorados y dolientes que caminan en este pasillo.
Un muchacho deshoja las polares y las encaja en un círculo de madera relleno de paja. Luego le agrega gladiola y fojalles hasta conseguir una corona floral. Por el tipo de flores que usa el muchacho en su arreglo no hay necesidad de hacer preguntas. La corona es para un velorio.
El muchacho aún no termina de encajar las flores cuando le grita su compañero desde adentro del local, vienen con un manojo de flores blancas. Se acerca a la mesa para ayudar a ensartar gladiola y empiezan a platicar entre ellos. El sonido de la conversación despierta mis instintos así que levanto las orejas como los conejos para tratar de entender qué lengua hablan.
–Va’a ka’an do tu’un savi? [¿hablan lengua de la lluvia (mixteco)?
Voltean al instante hacia donde estoy, luego mueven la cabeza en señal de que no nos entendimos, entonces pregunto en castilla. ¿Qué lengua hablan?
–Mazateco de Oaxaca –soltaron en coro.
Aproveché para decirles que soy ñuu savi –mixteco– de Guerrero.
Los muchachos dijeron que vienen de la comunidad de San Mateo Eloxochitlán de Flores Magón, Oaxaca. Llegaron hace seis años a Ciudad de México a trabajar, la falta de grado de estudio los llevó a refugiarse en el mercado Jamaica. Ahora son expertos en arreglos florales.
–¿Cómo se llaman?
–Así está bien, no es necesario el nombre. Somos mazatecos –contestaron.
Sobre avenida Congreso de la Unión, en la alcaldía Venustiano Carranza, se extiende el mercado de Jamaica es un espacio para los que buscan la belleza y el perfume para enamorar a la pareja o calmar el dolor por el fallecimiento de algún familiar. Aquí llegan a comprar una corona o gladiola para velorio.
Desde la entrada, las rosas de todos los colores y las que no existen, los floristas se las ingenian para ofrecer el color que los clientes demandan. “¿Tienes rosa azul?”, pregunta un cliente. “No, pero lo busco” ofrece. En menos de cinco minutos, el comerciante sale con rosas azules.
Los grandes pasillos de la nave permiten que las camionetas entren a descargar las flores traídas desde los estados de Puebla, Veracruz, Chiapas, Oaxaca, Morelos, Estado de México y Michoacán. Las rosas y alcatraces son los distintivos mexicano, pero eso no significa que no vendan flores tropicales.
A los enamorados les gusta regalar rosas rojas a la novia o al novio. Los casados regalan otras flores, pero aquí no es difícil encontrarlas. Cada local, tiene ramos para cada ocasión: Un arreglo floral lleno de rosas para la familia. Para los dolientes una corona de polar con gladiola blanca.
El perfume de Nardos invade los pasillos, mientras que el viento mezcla el aroma de Casablanca hasta convertirlo en un jardín de sueño en el corazón de México. La mirada y el olfato compiten cuando se trata de diferenciar la belleza por la fragancia. En los locales de los girasoles aparece el otoño en la Ciudad de México.
El mercado de Jamaica es sabor, fragancia, pasión por la belleza.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona