Rebeca fue desaparecida el 30 de octubre del 2018 en Torreón, Coahuila. En su ausencia dejó a tres niñas y adolescentes a quienes cuida su abuela Chani, su tía Mariana y ellas mismas
Texto: Daniela Rea
Ilustración: Alejandro Sol
Cuando desapareció Rebeca aún le daba pecho a su hija pequeña. Eso me hace llorar, mi hija no se fue por irse, si tenía los pechos cargados de leche para su bebé. ¿Qué madre sería capaz de hacer eso? Por lo mismo yo digo que a ella se la llevaron.
Mi primera hija la tuve a los 17 años y era puro llorar, ¿qué voy a hacer con una criatura a mis 17 años? Luego nació Rebeca y también lloré. Quizá mi sentimiento era que mi hija no iba a estar conmigo mucho tiempo. Al final tuve cuatro hijos que siento no merecí.
Estaba chica, había vivido mucha violencia, no me tenía autoestima, no me sentía contenta de ser mamá. Había tenido una vida difícil y cuando fui mamá me dio tristeza ver todo el desánimo hasta con mis propios hijos. Así entre que se siente la tristeza, también el dolor, la angustia, la incertidumbre de ser mamá.
Crié a mis hijos como pude, con mucho esfuerzo, trabajo, sacrificios. No es fácil. Rebeca creció y tuvo 3 hijas: Kiki de 1, Gabrielle de 10 y Cristian de 12. Rebeca vivió mucha violencia de su pareja, creemos que él le hizo algo, que él se la llevó, porque ella sufría mucha violencia de su parte. Yo avisé a las autoridades, fui a poner la denuncia cuando desapareció, pero no hicieron nada por buscarla; me sumé con las mamás de los desaparecidos, fui a marchas a México, a protestas, a la Fiscalía para meter el expediente y nada. Siento mucho coraje que a nadie le importa lo que le pasó a Rebeca y sus hijas.
Para vivir, para seguir viviendo, me perdoné, porque no podía vivir con rencor, con odio y sin perdonarme a mí misma. Odio y rencor porque nos hacen creer que los hijos desaparecen por nuestra culpa. Para tener paz y poder criar a mis nietas, para sentarlas a comer y tenerles una buena comida. Con ellas intento ser una mamá y que me vean fuerte, poderosa, guerrera. He intentado enseñarles cosas, a que se cuiden, por ejemplo, que ningún cabrón nos grita, nos pega, que debemos de cuidarnos.
A mí nadie me cuidó de niña. Y ahora ya de grande sí, Mariana. Mariana, mi otra hija, me cuidó.
Gabrielle me llamó y me dijo “Tía, ¿me puedo ir contigo? ¿Estás segura?”. Como que tenía duda de llamarme, de que la fuera a aceptar. Y yo le dije que sí, que claro Gabrielle, ni que comieras tanto, y nos reímos y se animó. ¿Cómo no iba a recibir en casa a las hijas de mi hermana Rebeca? Gabrielle se vino y se trajo a su hermana mayor, Cristian.
Después de la desaparición de mi hermana Rebeca, las niñas se fueron a vivir con mi mamá, pero no alcanza, a veces la fuerza no alcanza para cuidar. No hay apoyo de las autoridades, no buscan a mi hermana, no hay apoyo con los gastos, y es demasiado el trabajo y el dolor y las necesidadea, así que Gabrielle me llamó para venirse y se trajo a su hermana Cristian. Kiki, la hija menor de mi hermana Rebeca, se quedó cerca de mi mamá.
Se vinieron las niñas y reacomodamos todo en mi casa para que estuvieran bien. Mi esposo trabaja, yo trabajo, pero a veces no alcanza, hay que comprar los tenis de mi hijo, de ellas… siempre hay necesidad.
No imaginé la dimensión en realidad, yo pensé que iba a ser fácil cuidar. Lo difícil no es la comida, ni los tenis, ni que quepamos en la casa. Lo difícil es la responsabilidad tan grande de tenerlas y criarlas. De tener también a mis hijos y pensar cómo educarlos, la responsabilidad de darles la libertad, a veces sí, a veces no.
Yo quiero ir de menos a más, que se den cuenta que hay cosas que no son muy buenas y que las vayan dejando de lado. Cosas que ellas ya traían como parte de su formación. Por ejemplo, desayunar solas, yo quiero que aprendan a desayunar todos juntos, conmigo, mi esposo, con mis hijos; que se unan, es importante para que se ayuden entre ellos. Cuando yo estaba chiquita, mis hermanos y yo siempre comíamos juntos porque mi mamá no estaba, era así. Durábamos una hora sentados y eso me recuerda mucha felicidad.
Constantemente me digo no voy a poder, no voy a poder y me enojo con mi hermana Rebeca, me enojo que hayamos vivido la violencia, me enojo aunque no es con ella con quien debería sentirme así, sino con quien se la llevó, con quienes se la llevaron lejos de nosotras, su familia, sus hermanas, sus hijas. Rebeca me cuidó cuando estaba chiquita, era mi hermana mayor por dos años, ella siempre estaba conmigo e hizo que fuera más llevadero el hecho de que también yo no tenía a mi mamá. Ella me cuidó y me enseñó muchas cosas, me enseñó a agarrar el gusto por leer, porque ella siempre leía; me enseñó a hacer el arroz y ahí es donde yo quiero regresarle un poquito, cuidando a sus hijas mientras ella sigue desaparecida.
A veces ellas dicen que nadie las va a cuidar como su mamá y a mí me gustaría que me dieran una oportunidad, que vieran que no las voy a dejar, que soy una mujer muy fuerte que puedo luchar por ellas y que si algo no me gusta lo digo para que estemos bien. Me gustaría que hubiera unión, que hubiera confianza, que cuando yo no esté ellas siguieran unidas, que se sepan unidas como hermanas por mí, porque yo les enseñé eso, a estar unidas, a cuidarse.
El día que mi mamá desapareció, que se la llevaron, ese día en la mañana mi mamá fue a la casa y nos llevó hotcakes, nos contó cómo los había hecho, nos dijo que habían quedado bien bonitos. Nunca le salían bien y ese día le salieron bien bonitos y se fue y salió y nos dijo ahorita vuelvo y no volvió.
Mi abuela no nos podía decir nada, ¿qué nos explicaba? Tenía la cabeza con la misma incertidumbre que nosotras. Mi mamá se iba pero siempre volvía. La esperamos. A los tres días mi abuelita fue a hacer la denuncia.
No era que no tuviéramos a nuestra abuelita, pero ella estaba igual que nosotras. Nosotras éramos su fuerza, la levantábamos a ella y eso se sentía como mucho peso. Si estuviera a mi mamá, la carga sería menos pesada, no me sentiría tan sola aquí. Donde estuviera ella era nuestro lugar, pero ahora que no está, ¿dónde está nuestro lugar? Me gustaría tener a alguien que me cuide, que me esté diciendo eso no está bien, no hagas esto; alguien que me cuide para enfocarme en lo que necesite enfocarme, para que no me descarrile, para que no me pierda, para que sepa que importo, que me quiera tantito.
Ahorita me cuida mi tía Mariana, pero me he sentido desprotegida aunque estén mi abuelita y mi tía. Mi tía hace todo por nosotras, nos recibió en su casa, nos cuida como si fuéramos sus hijas, pero no es fácil.
Mi mamá era como nuestro barco, como un barco en el que estás adentro y si el barco ya no está te ahogas y así me siento ahorita, como ahogada. Días antes de desaparecer, nos dijo que si algo le pasaba, que fuéramos fuertes porque no iba a ser fácil y ella me dijo sé fuerte y yo estoy intentando ser fuerte.
Mi hermana y yo, cada quien lo sobrellevamos de diferente manera, yo trato de estar en un día, en el día a día; no alcanzo a imaginarme el futuro.
No alcanzo a imaginar qué quiero ser de grande, me lo han preguntado muchas veces, pero no sé qué decir. Lo que me gustaría es tener una casa, mi casa, una casa que sea mía, que nadie pueda correrme de ella y tener una cama, una cama que sea mía y llegar y acostarme en mi cama sin que nadie me diga nada y tener paz.
Me gustaría tener paz.
También me gustaría que supieran que mi mamá está desaparecida y que pienso en ella todos los días. A veces quisiera escucharla otra vez decirme que me quiere, sentir unos minutos su abrazo, sentir algo porque a veces se me olvida cómo se ríe, cómo habla. Recuerdo que ella sonreía mucho, mucho. Ella era nuestra luz y yo siento como que me aplastan y no puedo ver el futuro.
En México hay 100,000 personas desaparecidas y se desconoce cuántas de ellas son madres, padres. Lxs hijxs de la desaparición sobreviven en medio de la ausencia de sus madres y padres, pero sobre todo de la ausencia del Estado que no tiene programas ni registro de quienes están en esta situación. No hay recursos para que se mantengan en la escuela, para que tengan atención emocional, o salud garantizada, el ocio, la diversión, los sueños de crecer. Las familias se ven obligadas a reconstruirse para acoger a esas infancias y adolescencias, para cuidarles mientras buscan a su amor desaparecido.
*Yo crío, cuidadoras en primera persona es un proyecto realizado por Pie de Página en México, La Otra Diaria en Chile y Alharaca en El Salvador, que pone sobre la mesa las distintas formas de criar y los retos que enfrenta. En México, este trabajo fue realizado gracias al apoyo de Fondo Semillas.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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