El glifosato es el herbicida más usado en la agricultura en la actualidad, pero ha comenzado a prohibirse en algunas regiones debido principalmente a los riesgos que implica para la salud humana. En México se expidió un decreto orientado a prescindir gradualmente de su uso, el cual la agroindustria ha tratado de evadir, ha implicado un tema central para la Cancillería y se plantea como uno de los puntos a tratar en la próxima visita de Biden a México. Pero más allá de la salud humana, apenas estamos dimensionando el grado de afectaciones que el glifosato tiene en el resto de los seres vivos y los múltiples ecosistemas en que ya se encuentra presente.
Mariana Benítez*
Éste es un momento decisivo para evaluar y actuar respecto a los potenciales efectos sanitarios, ambientales, sociales y económicos del uso del glifosato, el herbicida más ampliamente usado en la agricultura. En efecto, la discusión en torno al uso y eventual prohibición del glifosato ha cobrado gran relevancia en México debido a que en 2020 se expidió un decreto presidencial para prescindir gradualmente de su uso. Por claras razones, la discusión se ha centrado en los graves efectos que este herbicida puede tener en la salud humana y en algunos aspectos de productividad agrícola. Sin embargo, es fundamental considerar también las implicaciones que el glifosato puede tener en la salud de los suelos a largo plazo, y por tanto en su productividad, en otros seres vivos y en los ecosistemas enteros.
Los ecosistemas están formados por grupos de organismos de diferentes especies que se relacionan entre sí y con su medio físico. En ecosistemas como las selvas tropicales, los arrecifes coralinos o incluso agroecosistemas como las milpas o los cafetales, los seres vivos interactúan entre sí a partir de relaciones de herbivoría, polinización, competencia, simbiosis, entre otras, de manera que lo que sucede con una de las especies o en su entorno puede afectar al resto de formas muy diversas. De hecho, los ecosistemas son sistemas complejos en los que un pequeño cambio puede tener consecuencias inesperadas en muchos niveles o a largo plazo, y tienen propiedades como la resiliencia, que no dependen de una sola especie, sino de la interacción entre muchas de ellas.
Recientemente Suvi Ruuskanen y sus colaboradores publicaron en una reconocida revista de Ecología y Evolución (Trends in Ecology and Evolution)un artículo en el que revisan los efectos de diferentes tipos de herbicidas en los ecosistemas. Es bien sabido que en dosis altas muchos herbicidas, como los que componen al llamado agente naranja, pueden producir malformaciones, leucemia y otras enfermedades graves, así como verdaderas catástrofes ambientales. En este trabajo, sin embargo, los autores muestran que muchos herbicidas que inicialmente fueron presentados como inocuos tienen efectos ecológicos profundos, ya sea directos o indirectos, aun en dosis bajas. Por ejemplo, causan alteraciones en la digestión, comportamiento o función inmune de escarabajos, abejas, mosquitos, ranas, aves y ratones. Los autores documentan con especial detalle cómo diferentes tipos de herbicidas producen alteraciones en la abundancia y composición de las comunidades microbianas que se alojan en las plantas o en los animales, así como las que viven en los suelos, en donde a su vez éstas regulan procesos indispensables para el mantenimiento de los ecosistemas, como la fijación de nitrógeno o la descomposición de materia orgánica.
El uso de herbicidas ha sido promovido por la agroindustria durante décadas y ha aumentado drásticamente en las últimas décadas en todo el mundo. De todos los herbicidas, el glifosato es el más ampliamente utilizado: entre 1996 y 2014 su uso se multiplicó por 15 y se usa en agricultura, horticultura y silvicultura, así como en jardines, parques y centros deportivos y turísticos. Esto ha llevado a que actualmente el glifosato, los productos de su degradación o compuestos con los se combina estén presentes de forma constante en gran parte de los ecosistemas y ambientes rurales y urbanos, tanto en los que se aplica como a los que llega a través del agua, de alimentos o de materiales como el algodón. Por ejemplo, se han encontrado residuos de glifosato en cuerpos de agua subterránea y en diversas zonas costeras en la Península de Yucatán, algunas dentro de áreas naturales protegidas pero cercanas a zonas de intensa agricultura industrial, así como en agua de consumo humano y muestras de orina entre personas de esa región.
El glifosato es el ingrediente activo de herbicidas conocidos comercialmente como Roundup de Bayer, Panzer de Dow AgroSciences, Premium max de Dupont y Touchdown Hi Tech de Syngenta, entre otros. Funciona inhibiendo una enzima necesaria para la producción de aminoácidos esenciales en las plantas y muchos microorganismos, lo que lo hace letal para incontables especies. Pero además de los efectos directos en las plantas a las cuales se les aplica este herbicida, se han encontrado múltiples efectos negativos indirectos en diversas formas de vida. Por ejemplo, la presencia de glifosato en el suelo modifica las comunidades bacterianas asociadas a las raíces, afectando los tiempos del desarrollo de las plantas, su resistencia a patógenos y la producción de metabolitos que regulan sus interacciones con otros organismos. Esto es consistente con el impacto negativo que tiene este herbicida en la colonización de raíces por parte de hongos micorrízicos benéficos para las plantas.
El artículo mencionado también recaba evidencia de que el glifosato causa cambios en las comunidades bacterianas que habitan al interior de abejas y algunas aves, lo cual ahora sabemos que puede alterar su digestión, comportamiento, salud y supervivencia. Muchos de estos organismos realizan funciones indispensables para el mantenimiento de los ecosistemas y los agroecosistemas. Tal es el caso de las abejas, polinizadores cuyas poblaciones se han venido mermando de forma muy preocupante en las últimas décadas. Este declive se debe precisamente a prácticas agrícolas insostenibles como la aplicación de ciertos plaguicidas y la eliminación de muchas plantas con flores, entre otras cosas. La presencia del glifosato o sus residuos pone aún mayor presión sobre las poblaciones de abejas y otras especies y se suma a los factores que ponen en riesgo a los ecosistemas y la propia capacidad de alimentarnos como humanidad.
El glifosato es un herbicida de amplio espectro que cualquier planta puede absorber a través de sus tejidos. Por eso su aplicación frecuentemente implica el uso de plantas transgénicas resistentes a esta sustancia. De esta forma, en las plantaciones de maíz, soya o algodón transgénicos se aplica glifosato para acabar con cualquier otra planta no transgénica. La idea detrás de su uso es entonces sembrar hectáreas y hectáreas de un único cultivo, y es la idea que prevalece en la agroindustria actual, pero esta lógica de eliminación total de otras plantas tiene serios problemas en términos ecológicos. Entre otras cosas, no considera la evolución de plantas o malezas resistentes al glifosato, haciendo que cada vez esté siendo necesario aplicar más herbicida, o combinarlo con otros herbicidas. Tampoco reconoce que muchas de las funciones de los ecosistemas y de los agroecosistemas requieren de la coexistencia de especies diversas de plantas y animales. Por ejemplo, al eliminar algunas especies de hierbas, se elimina también el alimento de insectos o aves que pueden fungir como un control natural de plagas en esquemas de agricultura sustentable. De igual manera, el mantenimiento a largo plazo de la vida y la fertilidad de los suelos depende precisamente de la presencia de plantas con diferentes tipos de morfología, tiempos de desarrollo y fisiología, así como de las comunidades bacterianas que ahora sabemos que también son afectadas por el glifosato. Como se ha comprobado una y otra vez, los monocultivos de este tipo no constituyen agroecosistemas sustentables.
Pero la siembra de plantas resistentes al glifosato implica también otro tipo de riesgo grave. Como se ha documentado para el caso de maíz y del algodón en México, es posible que los genes que confieren la resistencia al glifosato se integren a las poblaciones de cultivos nativos y plantas silvestres, en parte porque es sumamente difícil o imposible controlar la fertilización entre plantas transgénicas cultivadas y otras plantas nativas y silvestres de la misma especie. La incorporación de estos genes en las poblaciones de plantas cultivadas o silvestres puede impactar su crecimiento, desarrollo y ecología y son muy difíciles de prever y, por lo tanto, de manejar. En el Instituto de Biología de la UNAM, la Dra. Ana Wegier y sus colaboradoras han estudiado algunos de estos efectos y han encontrado que la presencia de transgenes afecta de forma imprevista múltiples rasgos de las plantas cultivadas y las comunidades de las que forman parte. En particular, hallaron que distintos tipos de transgenes tienen impactos diferentes en plantas silvestres de algodón de las dunas costeras de Yucatán. Cuando estas plantas tienen el transgen que confiere resistencia al glifosato cambian algunos aspectos de su metabolismo, y con ello, su relación con la comunidad de hormigas que las visitan o se alojan en ellas. Ya que algunas de estas hormigas las protegen de otros organismos herbívoros, este cambio ocasiona que las plantas tengan más daños en las hojas, lo que pone en riesgo su supervivencia, la diversidad y uso local de estos algodones. Como éstas, nos podemos imaginar un sinfín de alteraciones imprevistas que, dada la complejidad del desarrollo y la genética de las plantas, pueden ocurrir con el aumento en la presencia de transgenes asociados a la resistencia a glifosato en cultivos nativos y plantas silvestres.
Si bien ya se cuenta con evidencia vasta sobre los efectos profundos, en muchos casos impredecibles o negativos, que el glifosato puede tener en los ecosistemas, la magnitud y vías de sus impactos aún están subestimadas o se desconocen. Esto se debe en parte a que existen relativamente pocas investigaciones en torno a los efectos de las sustancias que no son el componente activo de los herbicidas pero que se les agregan para que, por ejemplo, se mantengan por más tiempo en las hojas de las plantas. Al respecto, es importante mencionar que estos ingredientes no activos pueden tener efectos nocivos en sí mismos, así como efectos sinérgicos o acumulativos derivados de su combinaciones con otras sustancias. También prevalece el desconocimiento respecto al efecto que la exposición crónica o recurrente en dosis bajas puede tener en las plantas, los animales, los microorganismos y el propio ser humano. Finalmente, la incertidumbre sobre el efecto de herbicidas como el glifosato en diversos seres vivos y su entorno también se debe a que la mayor parte de los estudios se han llevado a cabo en condiciones de laboratorio y en organismos modelo, dejando de lado la diversidad de especies y la complejidad de los procesos socioambientales en torno a su uso. Enfatizo aquí la importancia de considerar las condiciones socioambientales reales del uso de los herbicidas. Relacionado con esto, el Dr. Pedro Abreu de la Universidad Estatal de Campinas en Brasil, ha mostrado que el llamado “uso seguro” de muchos productos de la agroindustria no es factible en condiciones de campo, sino que consiste más bien de una serie de condiciones – por sí mismas alarmantes (es de llamar la atención que sea necesario utilizar protección de todo el cuerpo para producir nuestro alimento) – que sirven como una especie de respaldo para las compañías que argumentan que no se cumplen cuando hay daños a la salud.
El destino y efecto a mediano y largo plazo del glifosato en los ecosistemas es difícil de predecir debido a lo intrincado de las comunidades ecológicas. Por ello, la evaluación de sus posibles impactos debe partir de una visión integral, sistémica y de largo plazo. Pese a las incertidumbres aún presentes, existen suficientes elementos para afirmar que las consecuencias ecológicas del glifosato y otros herbicidas son profundas, poco comprendidas, prácticamente imposibles de predecir y, en muchos casos, negativas para el mantenimiento de los seres vivos y de procesos, como el ciclaje de nutrientes en el suelo, que mantienen la vida en los ecosistemas. Estos efectos ecológicos tienen a su vez consecuencias enormes en términos productivos, sanitarios, sociales y económicos. Ante esto, es urgente considerarlos rigurosamente en las discusiones en torno al uso y prohibición del glifosato e impulsar, como se hace ya en varias regiones de México y otros países, las alternativas agroecológicas que le apuestan a la biodiversidad y buscan evitar el uso de glifosato y otros herbicidas dañinos para la salud humana ni de los ecosistemas.
*Mariana Benítez es investigadora titular en el Laboratorio Nacional de Ciencias de la Sostenibilidad, del Instituto de Ecología de la UNAM, y es miembro del SNI nivel III. En su grupo de trabajo se desarrollan investigaciones sobre Agroecología y sistemas agroalimentarios. La autora agradece los comentarios y sugerencias de Ana L. Urrutia, Ana Wegier y Lydiette Carrión.
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