Durante esta entrevista, Mar Coyol ahonda sobre el papel que juega el antirracismo y el homoerotismo en su obra. Hablamos de su proceso creativo, sus influencias y los factores que determinaron el rumbo de su carrera artística; el peso de la palabra en su obra; la importancia de hacer comunidad en grupos de la diversidad, entre otros temas
Texto y fotos: Ever Aceves
CIUDAD DE MÉXICO.- Llegué por la tarde al departamento en donde vive la pintora Mar Coyol, ubicado en un edificio de la colonia Juárez. Me recibe con una sonrisa y me invita una taza de café, un café exquisito. Me presenta a su roomie y a su novio —dos personas adorables— quienes lo acompañaban aquella tarde. No muy lejos, suenan sirenas que seguramente atraviesan despavoridas por las avenidas cercanas.
Su departamento, que también es su estudio, es de paredes blancas, con una pequeña selva arrinconada en una de las habitaciones, una selva de macetas que decora aquel espacio en donde se respira amabilidad, confianza, libertad.
—¿Cómo se define Mar Coyol?
—Me defino como una militante del sistema de opresión colonial del sexo-género. Mis pronombres son ella o elle.
—¿A los cuántos años te diste cuenta de tu interés por las artes?
—Siempre he tenido una habilidad manual muy clara, desde las dedicatorias en la secundaria, el dibujar, siempre ha estado presente la necesidad de expresión a través de la plástica; desde elementos moldeables, como la plastilina. Pero cuando yo descubrí lo que se nombraba arte, fue a través del CCH Naucalpan, en el último semestre en el que debes tomar la decisión de qué vas a hacer con tu vida, ahí me enteré de las posibilidades del arte europeo y blanco, de cómo te marcan. Fui muy ingenua al querer abordar esa línea, porque una transita en los sistemas de opresión, me di cuenta de que no es lo mismo para ciertas personas.
—¿Cuántos años tenías en aquel entonces?
—Tenía como quince o dieciséis.
—¿En qué momento decides tomar como referencia la tez morena como uno de tus ejes centrales para hacer tu obra?
—Pues más bien siempre tuve la necesidad del retrato, el retrato de mis similares. Una persona que desde que nace vive la ruralidad. Mis hermanas son prietas, mis tíos, mi papá. Para mí era algo normal el retratar. Al entrar en una escuela de artes hay un gran choque entre lo que se representa y te hacen ver como la historia, y toda esa representación visual, que no concuerda con lo que tú eres, lo que tú vives, con lo que dicen que debes ser. Ahí aparecen esas contranarrativas, cuando uno toma la decisión de ir en contra de lo que se nos está negando.
—¿Académicamente te lo negaron?
—Sí, la negatividad viene a través del plan de estudios, las imágenes que ves en la Historia del Arte, los contenidos, las referencias. Nada concuerda con el tipo de arte que puedes vivir o con el sistema de representación. Obviamente lo hay en el muralismo, pero tiene que ver con otro contexto político; un indigenismo que responde a otro nivel.
—Remontémonos a tus inicios, ¿tú empezaste retratando a tu familia o a quién retratabas?
—Sí, a mi familia y a mis amigos. Uno de los retratos que recuerdo mucho es el de mi padre.
—¿En qué momento comienzas a utilizar diferentes recursos que se aproximan no sólo al color de piel prieto, sino también a la disidencia sexual?
—Creo que siempre estuvo marcado. Cuando uno empieza en el arte, desde el Romanticismo se marca el ‘haz tus deseos, haz tus sueños’, son temas recurrentes en una escuela de arte. Uno se ancla a lo que visualmente está pensando. En este caso, siempre era la disidencia, porque yo la he vivido siempre, limitado a la vez, porque uno se pone sus propios límites que responden a esta sociedad patriarcal, sociedad binaria. En mi archivo visual de las primeras cosas que yo hacía, se veía un claro deseo hacia el homoerotismo. Desde la universidad, en la FAD (Facultad de Artes y Diseño) lo tenía muy claro. Actualmente, en la FAD se encargan de que al menos una materia tenga que ver con género, lo celebro, aunque falta mucho trabajo, por ejemplo, el contenido en bibliotecas, en las materias —que no sean optativas sino dentro del sistema de aprendizaje. Además, en las escuelas de arte hay mucha banda de la diversidad. Ahí explota este entendimiento hacia ti misma para poderlo traducir a una pintura, un performance, un videoarte. Cuando yo salí, me acerqué a los talleres de diversidad del MUAC, pero una al final tiene a sus amigas travestis, a las jotas, y eso es lo que siempre está viviendo, entonces sí fui muy incisiva al tocar espacios, al querer proponer encuentros. Todo empezó a través de mi soledad, al decirme «no estoy sola», ahí hay más banda, y proponía hablar sobre el ser hombre, el cuerpo, el género. Espacios como Border o La Gozadera lo permitían, pero no museos, en donde intervenía la meritocracia o la trayectoria curricular para poder proponer un evento de esa magnitud. Te estoy hablando del sistema cultural que te ofrecían los museos por ahí del 2013-2017 en la Ciudad de México.
—¿Has sentido la pintura como un medio de liberación ante tu identidad de género?
—No como de liberación.
Yo no me califico como un pintor, pintora o pintore; soy más un creador de imágenes.
—A veces digo que yo tejo espacios o encuentros con la gente. Me gusta más irme por ahí: entre la imagen, el cuerpo, el género, la protesta. Y yo tomo la pintura como una de las plataformas que me permite visualmente presentar o hacer visible lo que a mí me gustaría compartir o lo que estoy viendo. Pero no como un espacio de liberación, sería muy ingenuo decirte que con una pintura puedo resolver un problema, como el que nos están matando. No lo puedo comparar con una vida, yo sé que aporta, pero tampoco soy tan ingenua para decir que mi pintura subsana lo que el Estado no ha hecho.
—Recientemente pintaste un mural patrocinado por Cerveza Victoria, ¿cómo fue ese contacto?
—Ellas, Las Vickys, me buscaron a través de Instagram, me dijeron que querían hacer una colaboración que hablara sobre el amor y la diversidad. Entablamos un diálogo, yo les propuse la idea y hablamos de la conceptualización de su marca y mi visión de lo que es el amor, la diversidad y el barrio. A través de ese diálogo se puede observar el mural que está cerca del Metrobús Lagunilla.
Hago un paréntesis para mencionar que dicho mural, en el que se aprecia a dos hombres prietos besándose, fue tapado intencionalmente, justamente los rostros fueron tapados con pintura blanca —esto sucedió después de realizada la entrevista—, a lo que Mar Coyol respondió volviendo a tapar esa pintura blanca con pintura rosa, y encima una leyenda: “Nuestro amor sobrevivirá”.
—Tu pintura está compuesta por arte figurativo, hablando de tu proceso creativo, ¿utilizas modelos o todo viene de tu imaginación?
—Uso modelos. Me genero una imagen, una historia o una ensoñación de lo que quisiera decir, a través de eso se conceptualiza un boceto, y al ver el boceto, busco perfiles similares a lo que me está dando la narración de la historia o lo que yo quisiera plasmar de esa imagen. Ahí es cuando contacto gente, para que, tanto su historia como su misma corporalidad, empaticen con la imagen, entonces empieza a fusionarse y se crea la imagen como tal. Alguna vez creé desde la memoria, pero actualmente sí necesito un referente, una persona que entable conversación con el boceto, con la imagen.
Foto: Ever Aceves
—Pintas sobre un lienzo, pero también lo haces digitalmente.
—Sí, en realidad yo soy pintora de caballete, esa es mi formación artística: el grabado, el dibujo, la pintura. A través de eso, por ciertas situaciones, dejo la pintura de caballete y me traduzco a la virtualidad, a la pintura digital. Y ahorita estoy en ese proceso de volver al óleo, a la pintura de caballete.
—¿Qué te gusta más, la pintura digital o la pintura al óleo?
—Las dos, cada una te permite cosas diferentes. La pintura al óleo es muy cara, fue una de las razones por las que la dejé, no podía costear los materiales; entonces yo encontré la facilidad y practicidad de la pintura digital, obviamente necesitas materiales de cierto costo: una computadora con la tableta digital, y también es múltiple, puedes aprovechar los errores y hacer cambios; en cambio en el óleo, si te equivocas, tienes que empezarlo de nuevo. Aparte los colores luz son distintos, yo utilizo muchos colores eléctricos, y solamente los pixeles te los dan.
—En la pintura digital hay una paleta y es tu mismo pulso el que lo traza…
—Sí, es como estar pintando o dibujando.
Foto: Ever Aceves
—Sobre tu paleta de colores, utilizas mucho el rosa mexicano, es el color que más he visto en tu obra, ¿me puedes hablar sobre tu interés en el rosa mexicano?
—No sólo el rosa mexicano, también los colores violetas, rosados o rojos, que tienen que ver sí con temperatura, pero también son los colores de la militancia. Si tú te vas a la historia de lo queer o del activismo marica o LGBT, siempre son colores rosados. Y si te vas a los programas públicos del gobierno de la ciudad que hablan de la feminidad, también son colores rosas o violetas, como en el feminismo, porque para mí son colores políticos, y dentro de la Historia del Arte y la Historia de la Pintura, son paletas de colores muy difíciles, porque tienen que ver con esta concepción patriarcal, y cómo una persona leída como varón puede usar esas paletas.
—Tu obra es completamente política...
—Trato de que lo sea, pero seguramente una que otra no, aunque sí es mi intención. Yo lo veo como una venganza con la Historia del Arte, o porque simplemente estoy luchando por mi vida a través de esto. Mi medio es el óleo, pero también lo hago en otras actividades, como los encuentros, le gestión cultural, el activismo; que me permiten ese accionar que la pintura por sí misma no me lo daría.
“Mi obra va de la imagen a la palabra y de la palabra a la imagen”
—¿Te gusta la poesía?
—Sí, me gusta mucho la poesía.
—Lo pregunto porque constantemente, acompañando a tu obra en Instagram, agregas una descripción poética, incluso al interior de las mismas imágenes, o en ocasiones hay versos, declaraciones poéticas, políticas e intimistas, con respecto al vivir de la disidencia, a tu propia experiencia. Hiciste también un manifiesto, mismo que compartiste en una entrevista de Canal Once, ¿cómo surgió ese manifiesto?
—Mi obra va de la imagen a la palabra y de la palabra a la imagen. Y sí tiene que ver con que recientemente hacía una investigación sobre los manifiestos hechos por la diversidad, sean o no del arte. Ahí veía esta incidencia política y un reclamo; era algo tan vivo y tan fuerte que quemaba. Era tan fuerte, que prendía y me trastocaba porque me veía reflejada en ellas, como Lemebel o Susy Shock. Yo no considero que haga poesía, siempre me ha gustado y la leo mucho desde que era pequeña, pero nunca me sentí lo lista como para decir que yo hago poesía. Yo creo que son más bien reclamos, gritos, y por eso me gustó mucho el lenguaje del manifiesto, que no tiene que ver tanto con la gramática o sistemas de la poesía clásica. Y todo empezó a través de esa investigación, en un momento determinado quise contar mi historia, verme en un panorama un poco más amplio de las necesidades que yo veía en mis otras hermanas.
—¿A qué poetas lees?
—En este momento a Irma Pineda, que tiene que ver con la construcción de los seres vivos, con cómo te habitas en comunidad, cómo eres en el mundo, también con el erotismo. Siento que es una poesía de experiencia, en la que te están contando su vivencia a partir de metáforas, de una forma muy linda o muy desgarradora. Yolanda Pizarro también, una puertorriqueña muy buena. De hecho, en ese manifiesto al que te refieres, me basé mucho en un video de Yolanda Pizarro. Para mí, ella hace manifiestos performativos: enunciarlos, juntar gente y repetirlo. Para mí eso fue muy fuerte, a través de un manifiesto, que es como un juramento, romper el límite de estar leyendo tú sola —que también te puede atravesar— a juntar gente y repetirlo, además con toda esa carga del catolicismo. Eso es lo que hace la performatividad: estar entre ficción y realidad.
—¿Qué artistas plásticos han influenciado tu obra?
—Podría nombrar a Ioshua, un poeta conurbano, y a Lemebel.
—Más que artistas plásticos, tus influencias han sido artistas de la escritura…
—Sí, yo en ellos veo un grito, yo en ellos veo fuego, magia, porque no se limitan a una ocupación, simplemente su necesidad de querer vivir en este mundo los hace gritar.
“Mientras preservemos más la vida en este sistema que te la quita, mejor”
—¿Consideras que tu identidad de género ha sido el motor de tu obra?
—Yo creo que sí, pero no sólo eso. Sí tiene que ver mucho mi forma de percibirme en este mundo, desde que yo tenía cuatro años entendí que el vivirme y que me leyeran como varón era un juego, cosa que nunca me llamó la atención, pero entendí que, si jugaba ese juego, podía guardarme en un lugar seguro, que no me bullearan tanto. Siempre fui leída como “la jotita”, pero si yo me guardaba en ese espacio, podía resguardarme. Al mismo tiempo, en mi pintura tiene que ver la raza, la clase, va todo de la mano, no solamente mi identidad.
—¿Te has enfrentado a problemas institucionales al momento de querer exponer tu obra?
—De censura no, tampoco he tocado muchos espacios; pero al menos en pedir y proponer, sí. Y también al intentar exhibir, me han dicho: “no son mis temas”, “bájale”.
—¿De qué manera respondes frente a estas negativas?
—Antes era más incendiaria, ahora ya aprendí a leer su lenguaje. Mejor me voy con quien sí quiera, o lo hago en la calle, en una pinta. Rodear por otros lados. Al trabajar con Secretaría de Cultura, hay ciertas limitantes, hay ciertos formatos que se deben respetar, y uno aprende a sobrellevarlos.
—Mencionabas la pinta, ¿has hecho pintas ilegales?
—Tanto ilegales como legales. La última que hicimos fue en Clínica Condesa, pero pedimos permiso. Sabemos que también hay un entendimiento y apapacho en ese lugar, tal vez no tan cálida como uno quisiera, pero sí hay un diálogo. Todo tiene que ver con el momento, aprendes a diseñarte estrategias para cuidarte, porque estás con otra banda y nos tenemos que cuidar. Mientras preservemos más la vida en este sistema que te la quita, mejor.
“El graffiti, para mí, es hacer que las calles hablen”
—¿Crees que la Secretaría de Cultura en el actual gobierno está haciendo un buen trabajo con los artistas?
—Yo creo que sí falta un poco, pero también he estado en proyectos culturales, en becas y espacios, tal vez la visión no es la más correcta, pero poco a poco van cambiando para generaciones futuras. No sabría decir si hacen bien o mal, yo estaría en medio. Al menos en este sexenio, yo no diría que están haciendo un mal trabajo, hay una escucha, no tan amplia, pero a las personas de la diversidad, sí. A comparación de Peña, veo un mayor diálogo hacia los artistas de la diversidad. Pero siempre he visto las carencias, de que no hay sindicatos, no hay salarios, no hay un trabajo regulado, las horas de trabajo a veces son muy excesivas, no hay un panorama laboral muy amplio. Se reducen las posibilidades del sistema del arte y del mercado al que sólo ciertas personas acceden, el currículum, el FONCA, cuando se eligen a los cuates y en donde ni siquiera hay una cuota de género.
—¿Qué opinión te merece el graffiti? Hay frases en tu obra, o incluso tu misma firma, que aparece como si hubiera sido rayada por algún utensilio.
—Me encanta el graffiti, disfruto esa estética. Pero no me refiero a tener una placa, sino el que escriban en los baños, o las acciones poéticas que escriben en los muros, o el amor romántico, o las mantas de “no pintes aquí”, o los carteles, y creo que se ve reflejado en mi obra, porque para mí es hacer que las calles hablen a partir de la gente que las habitan, por eso yo lo llevo a la pintura y a mis manifiestos.
—¿De qué vive un artista plástico?, hablando de que el panorama laboral no ha proliferado como se quisiera.
—Yo vivo de la gestión cultural —que te paguen por hacer un evento, un encuentro, o que te metas a colaborar con empresas, como Bancomer, Jumex—, de la venta de obras y de becas.
—¿Es suficiente para tener una buena calidad de vida?
—No creo. Sí tiene que ver con quién eres, cómo eres y de qué estás hablando. Cuestiones de raza, clase y género, muy cabrón. Al menos yo vivo bien, podría decirlo, pero también tiene que ver con cómo te ves en este mundo.
“Siempre he tenido la espina de que algún día moriré de un crimen de odio, ese miedo de ‘vas a morir joven’ nunca se me ha quitado”
—¿Qué música escuchas?
—Las más pop del mundo, seguramente te vas a reír, pero escucho a Mon Laferte, Me estás quemando el corazón me gusta mucho por la intensidad de las letras, pero también la salsa, la cumbia, la banda. Chavela Vargas también me encanta, porque canta desde las entrañas; me gustan mucho esos juegos visuales de lo barrial, como el mariachi, que tiene que ver con la construcción de la romantización de la pobreza tal vez. Veo ahí un tema de interés y de estudio.
—Además de la poesía que mencionaste, ¿qué más te gusta leer?
—También leo conferencias, por ejemplo, de Ochy Curiel, recientemente se separó del feminismo, pero ella pertenece al movimiento antirracista.
—Para ir finalizando, ¿cómo te imaginas dentro de diez años?
—No sé, me cuesta mucho trabajo responder a esa pregunta. Una, porque siento que nunca me habían permitido soñar, y otra, porque siempre he tenido la espina de que algún día moriré de un crimen de odio, ese miedo de «vas a morir joven» nunca se me ha quitado, y no lo digo para causar lástima, es algo recurrente, he aprendido a vivir con ese miedo. Cuando me dejo soñar, pienso en que me gustaría hacer un centro cultural o una galería en donde se apoye a las personas de la diversidad, a indígenas. Si me veo en diez años, diría que me gustaría seguir tejiendo comunidad en donde podamos vivir tranquilamente.
—Por último, si tuvieras a la Mar de cinco años frente a ti, ¿qué le dirías?
—Le diría “calma, ten mucha calma, va a estar muy cabrón, sí te vas a ver fracturada en muchos momentos de tu vida, pero ten paciencia. Aguanta vara, este mundo está cabrón, acércate, abrázate y abraza a tus hermanas. No vas sola, van juntas”.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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