El estigma que intentaron adjudicarle a las maestras y maestros se derrumba al ver su labor pedagógica durante la pandemia. Ahora falta que la Secretaría de Educación Pública reconozca su labor en las comunidades y periferias antes de privilegiar un precipitado regreso a clases
Me pregunto ¿cómo podíamos hacer periodismo así? Me refiero a 2013. Recuerdo uno de los modos de reprimir más cruentos que yo tenga en mente de los últimos 10 años (y ¡vaya! que con Peña y el PRI pasamos varios): el desalojo de maestros y profesoras que ocupaban el Zócalo contra la reforma educativa. Incluyó helicópteros. Fue el 13 de septiembre, días antes del primer Grito de “Independencia” celebrado después del regreso del dinosaurio priista con Enrique Peña Nieto.
En aquel entonces, como coeditora de política y sociedad en El Economista, no podía mover el engranaje que permitía que no se escucharan las otras voces y solo se citaran fuentes oficiales o empresariales. Ese engranaje montado para estigmatizar a los maestros. ¿Por qué la cobertura mediática omitía por completo la voz de quienes protestaban? De quién era responsabilidad: ¿Era el reportero? ¿Del periódico? ¿De las editoras? ¿De los empresarios? ¿Del gobierno? ¿De una mala educación en periodismo? ¿Del sistema?
Con titulares como “La CNTE corta el diálogo; toman casetas”, una nota solo daba fuentes de la Segob y en ninguna parte aparecía lo que pedían los profesores. Eso sí, recalcaba las amenazas de megamarchas. En ese tenor eran las ocho columnas: “En ‘desobediencia pacífica’, la CNTE se plantó en la SEP”.
El día de la represión publicamos titulares como “CNTE tiene dos horas para desalojar Zócalo”; “Maestros se aferran al Zócalo”. Aparecieron notas firmadas por la redacción con frases como “maestros se mantienen pese al ultimátum de las autoridades”, mostrando que la Policía Federal estaba lista para desalojar, rodeándolos. La represión era inminente.
No era solo El Economista. ¿Cómo olvidar el flamante panfleto fílmico “De panzazo” que pasaron en cine y TV? El Reforma encabezaba las primeras planas estigmatizadoras comandadas desde el sector empresarial. Como parte de estos mensajes dedicados a crear una imagen de los maestros están también los cartones de moneros en todos los diarios, pintándolos como burros, revoltosos, vagos, secuestradores de la educación y de la niñez; como profesionales desobligados que no quieren dar clases. Esto provocó discriminación. Todos los periódicos mostraron los campamentos que instalaron en el Zócalo y en Gobernación, no en las mejores condiciones. Pero qué medio quiso responder a la pregunta de ¿en qué condiciones dan clases esos maestros y maestras?
Aún con todo esto yo me preguntaba, por qué una represión tan grande, por qué un estigma tan grande hacia el gremio magisterial. El único gremio que logró detener una de las reformas estructurales del peñismo: la educativa. Un movimiento impulsado por una Coordinadora Nacional, que ha resultado más que un sindicato magisterial y se ha convertido en un semillero de proyectos independientes educativos que sostienen la enseñanza en los huecos dejados por el Estado.
Pero esto lo puedo decir ahora, después de haber platicado con muchas profesoras que acudían a las marchas con sus hijos, con maestros que participaron durante todo el sexenio pasado en masivas protestas o campamentos y, que a la vez siguieron y siguen dando clases en las comunidades más alejadas, haciendo labores no solo educativas, sino hasta humanitarias, por ejemplo en la pandemia por covid que vivimos actualmente.
En las últimas entrevistas que he hecho sobre la situación de la educación, cuatro docentes de distintas comunidades y estados me mencionaron a Paulo Freire, educador, pedagogo y filósofo reconocido en América Latina por su propuesta de pedagogía del oprimido.
Freire inspira el movimiento magisterial en México, tomado como maestro de maestros, y a distintas organizaciones populares, que surgieron en los 70 gracias a la labor de los promotores de educación popular que basaron su modo de educar en la propuesta pedagógica horizontal.
“Confiamos siempre en el pueblo. Negaremos siempre fórmulas dadas. Afirmamos siempre que tenemos que cambiar junto a él, y no solo ofrecerle datos. Expermientamos métodos, técnicas, procesos de comunicación. Superamos procedimientos. Nunca abandonamos la convicción, que siempre tuvimos de que solo en las bases populares, y con ellas, podríamos realizar algo serio y auténtico”, establece Freire en su libro La Educación como práctica de la libertad.
Pienso en los profesores de Michoacán que ahora se organizan para llevar despensas a las comunidades. Pienso en las maestras de Chiapas, que preparan explicaciones en lenguas maternas para transmitir el contexto de lo que vivimos con la pandemia. Pienso en la adaptación de los materiales de estudio en las escuelas de Iztapalapa.
“No creo en una educación hecha para y sobre los educandos. Tampoco creo en la transformación revolucionaria hecha para las masas populares, sino con ellas”, explica en un diálogo pasado a texto que nombró Hacia una pedagogía de la pregunta, en donde Freire postula “El autoritarismo que quiebra nuestras experiencias educativas, inhibe, cuando no reprime, la capacidad para preguntar”.
Vale la pena en este 15 de mayo del 2020, día del maestro, recordar a este pensador brasileño, defensor de la pedagogía crítica, pues es un punto de intersección entre la educación y el campo de la comunicación y el cambio social. Freire da las herramientas teóricas a los maestros que buscan una transformación de la educación.
En su texto, Educación y cambio, Freire enuncia las virtudes o cualidades de un educador en un contexto de cambio, tales como la coherencia, aprender a lidiar entre la palabra y el silencio, trabajar en forma crítica la tensión entre subjetividad y objetividad, entre conciencia y mundo, entre práctica y teoría, entre ser social y conciencia; autocrítica; no solo comprender sino vivir la tensión entre el aquí y el ahora del educador y el aquí y el ahora de los educandos; evitar espontaneísmo y manipulación; no temer a la palabra democracia; vivir intensamente la relación profunda entre la práctica y la teoría; la experiencia indispensable de leer la realidad, sin leer las palabras.
Para que incluso se puedan entender las palabras.
Las maestras y maestros inspirados en este educador, distan mucho del estigma que intentaron adjudicarles por muchos años. Han mostrado en la práctica su vocación pedagógica, y ahora expresan su preocupación ante el precipitado regreso a clases que las autoridades del sector parecen querer instrumentar. Ahora falta que la SEP se haga más preguntas, se dé cuenta de las distintas realidades de educadores y, les considere.
Botas llenas de Tierra. Tejedora de relatos. Narro sublevaciones, grietas, sanaciones, Pueblos. #CaminamosPreguntando De oficio, periodista. Maestra en Comunicación y cambio social. #Edición #Crónica #Foto #Investigación
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