El calentamiento de los mares está relacionado con el daño a la biodiversidad. No basta con impulsar el programa Sembrando Vida, aunque sea un gran paso por la restauración productiva y rescate del campo. Hace falta también renunciar a la política energética actual, centrada en la gasolina barata y en los combustibles fósiles, y manejar mejor la basura
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“Que los mares se calientan es irrefutable”, señala un estudio recién publicado que documenta cómo la temperatura de las aguas oceánicas ha aumentado sistemáticamente desde hace al menos seis décadas, pero especialmente desde los años ochenta, cuando los mares empezaron a calentarse a una tasa cuatro veces mayor a la que se registraba anteriormente. Los datos se publicaron en el número más reciente de la revista académica Advances in Atmospheric Sciences, y muestran que los últimos cinco años -incluyendo 2019- fueron los cinco años más calientes de la historia.
Esto es especialmente preocupante por varias razones. Por un lado, el equipo que recopiló y analizó los datos, liderado por Lijing Cheng, de la Academia China de las Ciencias, señala que las ondas marinas de calor en los últimos años se han registrado precisamente en los lugares en los que se ha detectado un mayor calentamiento de las aguas. Esto permite suponer, por ejemplo, que la ola de calor que se vive en Australia y que ha generado una temporada de incendios catastrófica está relacionada en gran medida con el alza en las temperaturas de los mares.
Por otra parte, esta alza en las temperaturas del mar puede generar cambios drásticos en la distribución de las especies marinas, en sus patrones migratorios y en sus hábitos. Esto implica que, sin ir muy lejos, se pueden perder pesquerías enteras, lo que daña seriamente la seguridad alimentaria de varios países, pues la aparición o desaparición de una especie en una región marina puede tener impactos a todo lo largo de la cadena trófica.
El alza en los niveles del mar también está asociada con tormentas y huracanes más fuertes, lo que pone en riesgo la supervivencia misma de las ciudades y comunidades costeras. Muchos países del Caribe, por ejemplo, han visto cómo no sólo llegan huracanes más devastadores, sino que estos, además, se mueven con mayor lentitud.
Esto implica para México y para los países del mundo tareas de toda índole, todas igual de urgentes, tanto en adaptación como en mitigación. Por un lado, debe hacerse un esfuerzo de restauración de la biodiversidad tanto en mar como en tierra, para reducir el impacto de los huracanes y fenómenos climáticos que tanto se recrudecerán. Tener arrecifes de coral sanos -y hacer un esfuerzo por favorecer su recuperación después de que una tormenta les pasa por encima- les permite absorber prácticamente toda la fuerza del oleaje de una tormenta, y lo mismo ocurre con los manglares.
Al mismo tiempo, por otra parte, deberá hacerse un esfuerzo de gran calado y de largo plazo por recuperar los bosques y selvas de tierra firme. Como se vio en 2015 con el huracán Patricia, las montañas con una cobertura forestal sana permiten frenar a los huracanes, ayudarlos a soltar el agua que cargan y usar esa agua para recargar acuíferos y mantener el ciclo natural de vida en esas regiones. Si no hubiera sido por la sierra de Manantlán, Patricia hubiera destrozado la ciudad de Guadalajara y todos los poblados entre ella y la costa de Colima, pero esa serranía frenó al huracán y concentró sus aguas en donde podían ser administradas con seguridad.
Restaurar manglares, bosques y selvas, además, ayudará también a capturar carbono de la atmósfera y, con ello, a mitigar la crisis climática. El esfuerzo de restauración y reforestación no bastará por sí solo, pero sin duda contribuirá a solucionar un problema que nos asuela y que, al paso que vamos, no hará más que recrudecerse, pues las emisiones de gases de efecto invernadero no han parado de crecer hasta ahora.
Traducido esto a la situación mexicana actual, no basta con impulsar el programa Sembrando Vida, aunque dicho programa sea un gran paso hacia adelante por lo que puede lograr de restauración productiva y rescate del campo. Hace falta también renunciar a la política energética actual, centrada en la gasolina barata y en los combustibles fósiles, y manejar mejor la basura y otras fuentes de emisiones nacionales.
Los efectos de estas acciones tardarán en notarse, ya que, como señala el artículo liderado por Cheng, los sistemas naturales tardan en responder a ese tipo de cambios. “Sin embargo”, concluyen él y su equipo, “las tasas y las magnitudes del calentamiento de los océanos y los riesgos asociados a ellos serán menores con menos emisiones”, por lo que “se reducirían los riesgos para los humanos y otras especies que viven en la Tierra”. Puesto así, parece que no sólo vale la pena el esfuerzo, sino que es cuestión de vida o muerte. Ojalá nos lo tomemos en serio.
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Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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