Así como las desgracias de los axolotes son las mismas que las de los chilangos, esperemos que también lo sean sus logros. Así como este equipo de la Ciudad de México ha logrado preservar a una especie tan olvidada como el axolote de montaña, quizá sea cierto que pueda restaurar la ciudad y devolvernos el verde y el azul que tanto necesitamos
Por Eugenio Fernández Vázquez / X: @eugeniofv
La diversidad del entorno verde y azul de la Ciudad de México y de los retos de gobernar el medio ambiente chilango se puede ver en sus axolotes. Suele pensarse que esa criatura tan fascinante —y para muchos tan fea, empezando por Julio Cortázar, que le dedicó un cuento— solamente habita en Xochimilco, pero en la cuenca que ocupa la capital del país también se los encuentra en las montañas, y sus amenazas varían según dónde esté. Sean cuales sean, sin embargo, nos afectan a todos y por eso desactivando esos riesgos y preservando esos ecosistemas nos salvamos también los seres humanos que aquí vivimos. Eso es justo lo que está haciendo, y logrando, un equipo de la Secretaría de Medio Ambiente local.
Los malentendidos sobre el axolote han llevado a olvidar que no se trata de una sola especie, sino de 17, y solamente dos de ellas habitan en los cuerpos de agua de la cuenca que hoy llamamos Valle de México. Una, la que tiene por nombre científico Ambystoma mexicanum, es la que vive en Xochimilco y es la más conocida. Hay ejemplares de ella en acuarios de todo el mundo y su salto al estrellato ha llevado a que, aunque esté siempre amenazado su hábitat —los canales del sur de la ciudad—, ella misma es menos vulnerable.
La otra, Ambystoma altamirani, es en cambio ignorada por muchos, en gran medida porque vive en entornos culturalmente menos cargados, aunque siempre igual de bellos. Esta especie habita en los arroyos de las montañas que envuelven a la Ciudad de México y es mucho más llamativo en ciertos sentidos que su primo de Xochimilco, por los patrones de su piel. Sus amenazas, sobre todo en este tiempo de sequía tan prolongada, son enormes: sin agua limpia, abundante y bien oxigenada no puede vivir.
En ese sentido las condiciones de las dos especies son un indicador de la salud de los ecosistemas de la cuenca de México, y nuestra suerte está ligada a la suya. Permitir que desaparezcan es pegarnos un tiro en el pie, mientras que las acciones para rescatarlas en toda su diversidad llevarán a garantizar que tenemos un entorno seguro. Las dificultades para lograrlo son, sin embargo, tan grandes como su importancia.
Hasta estas últimas lluvias —y quizá a pesar de ellas; hay que esperar los datos de Conagua para saberlo con certeza— la Ciudad de México atravesaba una sequía que, aunque no era tan aguda como la de los estados justo al norme de la urbe, era muy grave. Esto llevó a que los arroyos en los que habita el axolote de montaña quedaran casi secos, al igual que nuestros depósitos de agua potable.
Para impedir que la cosa llegara a mayores la Secretaría de la Ciudad de México ha trabajado no solamente impulsando sistemas de captación de agua de lluvia en la cuenca misma, sino también conservando y restaurando los arroyos en las montañas. Como esas acciones no bastaban —por bien que esté el bosque, si no cae nada de agua por dos años no habrá arroyo que dure—, un equipo de la secretaría resguardó y cuidó decenas de huevos desde febrero y durante toda la primavera, con enorme éxito.
Así como las desgracias de los axolotes son las mismas que las de los chilangos, esperemos que también lo sean sus logros. Así como este equipo de la Ciudad de México ha logrado preservar a una especie tan olvidada como el axolote de montaña, quizá sea cierto que pueda restaurar la ciudad y devolvernos el verde y el azul que tanto necesitamos.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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