No es que no haya ambientalistas neoliberales, los hay y estuvieron durante años en el poder, pero ellos no son los que luchan contra el Tren Maya ni arriesgan su vida peleando contra la industria agrícola, contra las mineras, contra los talamontes
Twitter: @eugeniofv
Una vez más, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, dijo alto y claro quiénes piensa que son los ambientalistas del país. En el mejor de los casos, para él son gente y organizaciones que “no pensaban en transformar, si acaso se quedaban en el regodeo del análisis de la realidad”. En el peor de los casos, para él están a sueldo de Claudio X. González y de Estados Unidos. Teniendo en cuenta que en la última década ha habido decenas de ambientalistas asesinados mientras luchaban por transformar la realidad, cuesta pensar que el ambientalismo mexicano pueda ser tachado de neoliberal así como así, con los plumazos y generalizaciones que tanto gustan al mandatario.
Los datos son muy elocuentes. Tan solo en 2020, en México 18 personas dieron la vida defendiendo al planeta y se registraron 65 agresiones contra personas defensoras del medio ambiente, según ha documentado el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), y entre 2012 y 2020 casi un centenar de personas fueron asesinadas en la lucha por la biodiversidad y el territorio. Esas decenas de personas, ¿murieron por sus análisis, como dice el presidente, o más bien murieron porque estaban tratando de transformar el país? Además, muchos de ellos murieron enfrentando a los megaproyectos de energía eólica que son, para López Obrador, el epítome del neoliberalismo.
El desdén del presidente de la República por quienes se juegan la vida todos los días defendiendo el futuro ha alcanzado ya cotas ridículas. Es momento de que reconozca que no todos los que están en desacuerdo con él son esbirros de la derecha, neoliberales corruptos ni opositores con “ganas de joder”, como dijo en su momento el titular del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), Rogelio Jiménez Pons.
Sorprende también que alguien que sabe tanto de historia ignore la riquísima trayectoria del ambientalismo en México. Como ha documentado la historiadora Emily Wakild, por ejemplo, en el pueblo de Tepoztlán muchos veteranos zapatistas de la Revolución de 1910 dieron la vida defendiendo los bosques tepoztecos, y fueron ellos los más fervientes defensores del parque nacional que el general Cárdenas estableció en la región. En todo el país y desde hace un siglo, la defensa de los ríos frente a las presas hidroeléctricas, de los bosques frente a las concesiones madereras, de los cenotes y cuerpos de agua frente a las megagranjas porcícolas, han sido también una constante.
Todo esto no quiere decir que no haya ambientalistas neoliberales. No sólo los hay: estuvieron durante años en el poder y en muchas ocasiones realizaron acciones muy reprobables y condonaron o acompañaron políticas muy dañinas —la forma en que plantearon la transición energética, por ejemplo, deja mucho que desear—, pero ellos no son los que luchan contra el Tren Maya ni arriesgan su vida peleando contra la industria agrícola, contra las mineras, contra los talamontes.
La polarización ha mostrado ser muy redituable para el presidente de la República y el bajísimo nivel de su oposición entre la clase política, su incapacidad de responderle sin mostrar que es una caricatura de sí misma, hacen que polarizar al país le salga a López Obrador cada vez mejor y más rentable. Sin embargo, los luchadores ambientales no están en ese juego, y meterlos en el mismo cajón es terriblemente injusto. Más bien, si López Obrador quiere de verdad transformar el país, si quiere ir a fondo en defensa de los más pobres, debería mirar hacia abajo y a su izquierda, aprender de los defensores ambientales, entender sus luchas y dejar de perder el tiempo mirando hacia arriba y a su derecha.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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