La experiencia de los familiares en el terreno se tradujo en el hallazgo de posibles restos óseos que dan esperanza a una de las buscadoras de encontrar pistas sobre su hija, después de que los peritos de la Fiscalía no habían encontrado evidencias en esa área, durante las actividades de la Quinta Caravana de Búsqueda de Personas Desaparecidas, en el municipio de Aquila, Michoacán
Texto y fotografías: Heriberto Paredes
AQUILA, MICHOACÁN.- A pesar de las aseveraciones que testigos o informantes puedan hacer sobre los posibles hallazgos en una búsqueda de personas desaparecidas, siempre queda un margen de error que puede ocasionar impotencia. Lo grave comienza cuando son las instituciones encargadas de buscar quienes cometen actos de negligencia y omisión que impiden lograr hallazgos.
En la primera jornada de búsqueda de fosas clandestinas, la Quinta Caravana de Búsqueda de Personas Desaparecidas halló 65 indicios, de los cuales nueve (un zapato, un machete, seis casquillos y una moneda) fueron procesados por los peritos de la Fiscalía General de Justicia de Michoacán (FGJ), mientras que, gracias a la búsqueda de las familias, realizada una vez que la Fiscalía dejó el área de búsqueda, se aportaron 43 posibles restos óseos, siete balas, cuatro partes de probables prendas de vestir y dos monedas.
La diferencia muestra la predominancia que tienen las familias, quienes “por el dolor se vuelven expertas”, según comenta una madre que no ve la fatiga nunca.
Era 2012 y la organización criminal conocida como Caballeros Templarios dominaba la sierra-costa michoacana: cobraba cuotas, ocupaba propiedades, asesinaba a quien considerara su enemigo. Controló al partido político de mayor prevalencia en aquel momento (PRI), violentó comunidades y desapareció a muchas personas. Entre ellas a la hija de Evangelina Contreras Ceja, quien desde el 11 de julio de 2012 fue desaparecida junto con su padre, Cenobio. Ésta fue la primera desaparición de Tania.
La población de Tizupan, en el municipio de Aquila, estaba bajo el dominio de esta organización criminal y algunos de sus integrantes decidieron adueñarse de un rancho, primero a cambio de un poco de dinero y luego con amenazas. Al interior mantenían secuestradas a algunas personas y luego las asesinaban y enterraban en fosas de las que aún no hay noticia en su localización exacta.
Una familia fue desplazada tras la toma del rancho, por lo que algunos miembros, luego de un tiempo en el que permanecieron atemorizados, decidieron hablar con uno de los jefes con mayor presencia en este lugar, apodado “500”, Pablo Toscano. Con sorpresa, este personaje devolvió el rancho a la familia, aunque no reveló todas las actividades que llevaron a cabo dentro de él.
Para febrero de 2014 las cosas cambiaron en esta lejana región michoacana y una gran ofensiva de guardias comunales se esmeró en reinstalar la seguridad, por lo que, tras varios operativos, los nuevos encargados de mantener el orden fueron instalando retenes y realizaron detenciones, una de las cuales llevó a la localización del rancho en donde se reportó la existencia de fosas clandestinas. Parte de la revisión del lugar estuvo a cargo del Ministerio Público del municipio de Coahuayana, en la diligencia realizada el 24 de diciembre de 2014 fueron desenterrados dos cuerpos, uno de hombre y otro de mujer, enterrados casi en posición fetal, uno en cada extremo de la fosa. Un elemento de estos nuevos elementos de seguridad reconoció el calzado del hombre y lo relacionó con el caso de Evangelina.
Evangelina, al ser notificada de manera extra oficial de la exhumación, acudió al Ministerio Público que llevó a cabo el levantamiento de cadáveres, sin embargo, descubrió con enojo que ahí no hay ninguna carpeta de investigación y que no hay cuerpos, a decir del propio funcionario que la recibió. Ésta fue la segunda desaparición de Tania.
Desde entonces y a pesar de los altos índices de riesgo que corre, Evangelina ha acudido al menos unas tres veces al punto en donde se llevó a cabo la primera búsqueda en fosas de esta caravana. En la primera ocasión, la señora originaria de Caleta de Campos buscó reconocer la fosa previamente procesada. Una vez ahí, a pesar de observar algunos indicios posibles de restos óseos y de ropa de mujer, no tomó nada, apuntó cada detalle y emprendió una lucha sin tregua para lograr una diligencia oficial que le permita saber si los restos que miró corresponden al perfil genético de su hija.
La madre regresó para certificar que, a pesar del clima, de todos los imprevistos posibles, la fosa sigue ahí, abierta tras su procesamiento oficial y que los restos que ella conoce continúan ahí. Pero no es así, alguien o algo hizo que la escena de la fosa cambiara, aunque hay evidencia que permanece.
La tercera vez que pisó la tierra de este rancho, Evangelina llegó acompañada del convoy de la Quinta Caravana de Búsqueda y de alrededor de 35 peritos especializados de la FGJ, el coordinador y la directora de la unidad médica de Servicios Periciales, Pedro Gutiérrez Gutiérrez y Mariana Ponce, respectivamente. En esta ocasión, hay una expectativa grande en su rostro.
“Estoy segura de que ahí hay restos de huesos y quiero saber si coinciden con mi ADN, y si es así, voy a exigir que me entreguen los restos completos de mi hija”.
La búsqueda comenzó ya con el sol arriba, la policía tuvo problemas para conducir al convoy al lugar donde realizaría la búsqueda y, luego de algunas vueltas en la carretera, finalmente se localizó el rancho.
Evangelina señaló de inmediato el lugar donde estaba la fosa que había visitado previamente y en la que centraba las esperanzas de encontrar alguna pista sobre su hija. Un grupo compuesto por antropólogas, un odontólogo criminalista y familias de la caravana se quedó observando y documentando el trabajo de los peritos especializados, quienes metidos en los trajes blancos Tyvek se colocaron chalecos antibalas por encima y armaron los detectores de metales.
El resto de personas avanzaron hasta una loma y de manera casi automática empezaron a alinearse para marcar las líneas imaginarias por donde avanzarían buscando, varilla en mano, con la mirada puesta en la tierra. Quienes no tenían experiencia en este procedimiento fueron apoyadas por otras madres que ya tienen varias caravanas y brigadas en su historial.
A lo largo de más de una hora las varillas entraban y salían de la tierra, se marcaron puntos específicos y se excavaron hasta descartarse. No hubo buenos resultados, pero sí aprendizajes en quienes empuñaban por primera vez las herramientas que tal vez les llevarán a encontrar a su familiar.
En la zona donde Evangelina señaló dos fosas en donde habría restos, el panorama era distinto: en cada punto los peritos habían marcado con un número las evidencias encontradas y comenzaban a colocarlas en unas sábanas azules para luego tomarles fotografías y proceder al embalaje en bolsas de papel que serían identificadas con un plumón. Sin embargo, encontraron pocas cosas y ningún posible indicio de resto humano.
Parecía que, a pesar de tanto esfuerzo, los hallazgos no eran contundentes. Evangelina permanecía de pie junto al alambrado de púas que rodeaba una de las escenas y su rostro mostraba mucho enojo. Rabia. ¿Cómo era posible que no hubiese más hallazgos y que los peritos estuviesen concluyendo su labor? ¿Acaso los criminales que habían hecho esta fosa regresaron para llevarse la evidencia? ¿O fueron los ministeriales que en 2014 no abrieron una carpeta de investigación y negaron la existencia de dos cuerpos?
Los peritos salieron de las escenas de búsqueda, embalaron los indicios y esperaron instrucciones de sus jefes.
Algunas personas de la caravana se miraban con asombro y sin saber qué hacer, hasta que tres de ellas decidieron ingresar a la escena y revisar la fosa. Se dieron cuenta de que los peritos de la FGJ habían utilizado una criba para filtrar la tierra, pero que lo habían hecho mal y que no habían buscado lo suficiente.
Una de ellas, Tranquilina Hernández, de Cuernavaca, Morelos, se colocó los guantes y comenzó a buscar entre la tierra supuestamente cribada. Encontró el primero de 43 posibles indicios de restos óseos y desató una búsqueda sistemática, cuidadosa, que llevó a darle nuevamente esperanza a Evangelina, su compañera de caravana.
“Ya se habían llevado los cuerpos que se encontraron ahí, pero los volvieron a desaparecer. Y al ver que ellos llevaban sus bolsas de embalaje y las metían adentro de la fosa, pero no mostraban lo que encontraban, yo estaba así de ‘oiga, es que no muestran lo que sacan´. Y el de la Fiscalía me dice, ‘están trabajando bien´. Dije, está bien, pero yo no me sentía contenta.
“Y cuando quitaron el cordón, dije bueno, una vez quitando el cordón, ya podemos entrar. Dije ‘hay que entrar’ y ahí voy para adentro, y pues me meto y empiezo a buscar. Mi objetivo era encontrar algo. Encontrando algo pues ya podíamos seguir limpiando la tierra, cribando, y demostrarles que sí había algo ahí.
“Nosotros sabíamos que sí íbamos a encontrar algo ahí. Si ya desaparecieron todo—habían dos cuerpos ahí—ya los sacaron, ya los desaparecieron y Eva no pudo comprobar que era su hija, porque los volvieron a desaparecer. Y ella tenía la ilusión de encontrar ahí algo que la pudiera llevar a su hija.
“Entonces yo no me podía venir sin antes entrar ahí y ver con mis ojos que realmente no había nada, y hacer lo que hicimos al final: limitar bien la fosa y limpiar bien las paredes, hasta donde llegaba, tanto el fondo como las orillas. El encontrar, para mí, son sentimientos encontrados, porque no quieres encontrarlos así, pero en este caso sí queríamos encontrar porque era alguien que ya le desaparecieron dos veces, y esta vez, ya iba a ser tres veces. Una tercera vez, eso no puede ser. Entonces, si hay que enseñarles cómo se trabaja, pues hay que enseñarles cómo se trabaja”.
La diferencia fundamental entre los dos procedimientos de búsqueda, el de la FGJ y el de las familias de la caravana, además de la actitud y el interés, estaba centrada en la posición de la criba. Mientras que los peritos especializados la colocaron inclinada sobre una varilla, casi de pie, las familias sostuvieron con sus propias manos y horizontalmente aquel cuadro de madera con malla metálica a modo de colador que sirve para separar la tierra de los indicios y que se ha convertido en herramienta importante de las búsquedas en campo.
Una vez instalada esta herramienta, en la primera posición la tierra no se filtra adecuadamente y la revisión no es minuciosa, como si se buscaran restos grandes, muy visibles; en cambio, en la posición horizontal, una vez colocada la palada de tierra, eran varias manos las que buscaban y revisaban minuciosamente hasta encontrar cada fragmento, cada pedazo que pudiese confundirse. Así se encontraron la mayor cantidad de indicios, mientras que del modo institucional tan sólo se recuperaron indicios mayores. Un camino lleva a la revictimización y el otro a la terquedad de seguir buscando.
Fotógrafo y periodista independiente residente en México con conexiones en Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Cuba, Brasil, Haití y Estados Unidos.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona