La emergencia del coronavirus en Italia —donde 34 personas han muerto y la cifra de contagios llegó a mil 700— ha detonado un problema social y económico en ciudades como Milán, donde la mayoría de las familias es, de una u otra forma, inmigrante. ¿Por qué los padres de familia están desesperados con el cierre de las escuelas?
Texto y fotos: Cynthia Rodríguez
MILÁN, ITALIA.- Desde los primeros días en que estalló la emergencia al norte de Italia, las familias entraron en crisis. El motivo: el cierre de escuelas. Primero, en cinco regiones del norte (Lombardía, Véneto, Emilia Romagna, Piemonte y Friuli Venezia Giulia). Y, conforme iban pasando los días, otras regiones como Liguria, Campania y Sicilia se fueron sumando ante la aparición de algunos casos aislados, aunque el cierre no duró más de tres días.
La región de Las Marcas, por ejemplo, con un solo caso de coronavirus, fue suficiente para que el gobernador de esta región decidiera cerrar las mil 800 escuelas, lo que fue considerado por el mismo gobierno central como una “exageración”. Casi de inmediato, Giuseppe Conte, presidente del Consejo de Ministros, echó para atrás la medida.
Sin embargo, retomar la normalidad no ha sido posible al norte del país. Apenas este fin de semana, el anuncio que habían postergado las autoridades hasta el último momento llegó y las 18 mil escuelas de las regiones Lombardía (con 9 mil), Véneto (casi 5 mil) y Emilia Romaña (más de 4 mil) seguirán cerradas hasta el 9 de marzo.
“Creo que la gente a veces no se da cuenta de la importancia que tienen las escuelas, y no estoy hablando sólo en materia educativa, sino en materia social”, dijo Lucía Azzolina, ministra de Educación en Italia durante una entrevista televisiva cuando se dio a conocer el caso de Las Marcas.
Sin embargo, en zonas como Milán, donde viven un millón 352 mil personas, de los cuales el 12 por ciento de habitantes son extranjeros y miles de ciudadanos provienen del sur de Italia, la suspensión escolar ha dejado ver lo difícil que significa no tener familiares cercanos ni redes de apoyo para estos momentos.
María Giovanna es de Sicilia y Alfonso, su esposo, de Calabria. Ambos, del sur de Italia, pero arraigados en el norte donde viven ya desde hace algunos años. Fue el trabajo lo que los hizo migrar hacia Milán. Aquí se conocieron, se enamoraron y decidieron casarse. Ahora tienen un hijo de año y medio, en cuya carta de identidad ya no hay rastro de sus orígenes ni calabreses ni sicilianos. Es milanés a todos los efectos; pues nació aquí y nada puede cambiar ese dato.
Cuando Roberto había superado los cinco meses, María Giovanna decidió que regresaría a trabajar, pues su sueldo, que había recibido completo durante todo este tiempo, se interrumpiría si ella decidía quedarse en casa para cuidar a su hijo.
Para ella, lo más fácil fue pedirle a sus padres (que viven en Sicilia) que vinieran a apoyarla por un tiempo para ahorrarse el pago de una guardería, pues aunque existen las guarderías públicas, acceder a este servicio no es tan simple porque se debe cumplir con tiempos (lista de espera) y ciertos requisitos (tabuladores de sueldos) para que el gobierno sepa quién de verdad merece esta ayuda. La opción para ellos fue siempre la guardería privada.
Así que hasta el año de edad, Roberto y sus padres la libraron. Sin embargo, pasado este tiempo, los abuelos regresaron a Sicilia y Maria Giovanna y Alfonso ya no tuvieron más opción que inscribir a su hijo en un ‘nido’ privado donde pagan 670 euros al mes, es decir casi 15 mil pesos, para que cuiden a su hijo desde las 7:30 a las 16:00 horas. Si quisieran dejarlo hasta las 18:00 horas, obviamente, la cuota sube.
Hoy, esta crisis del coronavirus que se vive especialmente en el norte de Italia, los ha orillado a organizarse de diferente manera, pues también la guardería está cerrada pero no pueden darse el lujo de pagar además una niñera.
“Desde un principio la compañía para la que trabajo adoptó las medidas preventivas para todo su personal para que pudiéramos trabajar desde nuestro propio domicilio”, expresa Maria Giovanna.
Y así ha ocurrido en Milán, como en otras ciudades de las regiones en crisis (Lombardía, Véneto y Emilia Romaña) desde que estalló la crisis del coronavirus, miles de empresas han adoptado el modelo “smart working” (trabajo desde casa) para aminorar los riesgos de contagio.
De acuerdo con el Ministerio del Trabajo y de las Políticas Sociales, esta modalidad puede ser adoptada en todo el país mientras dure la emergencia.
Sin embargo, para padres como Maria Giovanna y Alfonso, el “smart working” funciona en parte. Primero porque Alfonso siendo ingeniero en sistemas debe hacer su trabajo directamente en la empresa para la que trabaja, y María Giovana, consultora de una compañía aseguradora, sin nadie más que cuide a su hijo pequeño, poderlo hacer ha sido otro triunfo.
“Sí, cuando estamos los dos en casa es más fácil porque mientras Alfonso cuida a Roberto yo puedo trabajar, pero si él no está, controlar a un niño de 19 meses es prácticamente imposible, pues quiere jugar todo el tiempo”.
“Nosotros no podemos darnos el lujo de pagar una niñera porque ya pagamos la guardería aunque no esté yendo en estos momentos».
El caso de Aurora, otra mamá que trabaja en Milán, es diferente, pues su empresa no adoptó la modalidad de trabajo en el propio domicilio y como sus hijos son pequeños y tampoco tiene quién los cuide, prácticamente la orillaron a pedir la ‘maternidad’, una medida que las mujeres con hijos pequeños pueden solicitar a cambio de renunciar al 70 por ciento de su sueldo.
“La verdad que pensaba reclamar a mi empresa, pero decidí no hacerlo porque al fin y al cabo mis hijos son pequeños y no quiero buscar una niñera a la que le tenga que pagar lo mismo que me están descontando para que yo pueda seguir trabajando. Prefiero estar al pendiente yo de ellos”, dice Aurora, quien tiene dos pequeños de 4 y 1 año.
Carolina, una madre de familia que trabaja en Esselunga, una de las cadenas de centros comerciales de alimentos más importantes en el norte de Italia, se queja de que la empresa sólo ha dado permisos especiales a quienes trabajan cerca de la llamada “Zona Roja”.
Todos los demás deben seguir trabajando como si todo estuviera normal, con o sin escuelas cerradas.
“En nuestro caso, y hablo de todos los que trabajamos ahí, no nos queda de otra que cambiar turnos para adaptarnos a los horarios de nuestros maridos o contratar niñeras para que se queden con nuestros hijos”.
En los chats de los padres de familia, donde cada día se pasan las tareas de las clases no tomadas, ya comienzan a darse ánimos con otras noticias más dramáticas en el mundo: Los niños de Siria que están muriendo de hambre y frío en los campamentos de diversas fronteras de Europa, sin ningún cuerpo diplomático que vea por ellos o el de los niños del Congo que viven en orfanatos, cuyos padres han muerto por el Ébola y esperan a algún día ser adoptados…
“Es verdad”, dice Carolina al dar su opinión de estos mensajes. “El mensaje es claro: No hay que dramatizar, que siempre hay problemas peores. Yo que trabajo en un centro comercial, he visto que la gente se comportaba como si estuviéramos en guerra, y por supuesto, ha sido una exageración”.
Periodista mexicana radicada en Italia, donde ha sido corresponsal para varios medios. Autora del libro Contacto en Italia. El pacto entre Los Zetas y la '
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