Con cada nuevo feminicidio que se torna mediático, las autoridades de justicia nos demuestran que son ignorantes, indolentes y cómplices, como dice la investigadora Susana Draper: vale apostar por algo más.
Por Celia Guerrero / X: @celiawarrior
“Que las jovencitas no viajen solas”, fue lo que atinó a decir la fiscal general de justicia de Baja California, María Elena Andrade, durante la conferencia de prensa en la que dio a conocer el hallazgo de Paola Andrea Bañuelos Flores, una joven de 23 años que desapareció la madrugada del 7 de julio de 2024 al salir de un antro y tomar un vehículo de la plataforma DiDi en Mexicali.
Una fiscal general de justicia, la cabeza, la máxima autoridad de la institución local responsable de investigar los delitos, perseguir a los imputados y consignarlos con apego a la ley, dirigió esta “recomendación” a padres de familia, amigos y a la comunidad el 11 de julio, después de dar a conocer que el cuerpo de Paola Andrea había sido encontrado, víctima de feminicidio. Con fiscales así, ¿qué podemos esperar del resto del aparato de justicia? Por supuesto que se ganó cada señalamiento y crítica a su declaración, que revictimizaba y responsabilizaba de la violencia a los actores que, de hecho, supieron reaccionar (por más tétrico que esto nos parezca) y actuaron ante la emergencia. De no haber sido porque la familia de Paola Andrea se movilizó con prontitud, porque sus amistades ayudaron a viralizar en redes sociales las circunstancias de su desaparición y porque una comunidad presionó a las autoridades para buscar a la joven, seguiríamos hablando de una desaparición más. ¿Qué tipo de alivio ingrato representa encontrar un cuerpo en esta fosa que llamamos país?
Sabemos que estamos lejos de tener autoridades que dimensionen la magnitud de la problemática feminicida, que se expresen y trabajen desde la empatía y, lo más apremiante, que tengan las capacidades y los recursos para cumplir su labor. Por el contrario, cada vez, con cada nuevo caso de un feminicidio que se torna mediático nos demuestran que son ignorantes, indolentes, cómplices. Si su única alternativa ante el terror es propagar más miedo y limitar las libertades de las mujeres, la alternativa feminista solo puede ser el camino opuesto. Si “el sistema que se plantea como solución es una parte del problema”, como dice la investigadora y docente Susana Draper en Libres y sin miedo. Horizontes feministas para construir otros sentidos de justicia, vale apostar por algo más.
La desaparición y feminicidio de Paola Andrea y la posterior detención de Sergio Daniel N, el conductor del DiDi en el que viajó y desapareció, pueden ser ejemplificantes para retomar lo expuesto en Libres y sin miedo, donde la autora se dedicó a mapear prácticas y luchas que nos provocan a imaginar soluciones y respuestas para la justicia más allá del sistema judicial y penal patriarcal. Estas reflexiones enhebradas —que parten de la idea de la abolición del sistema carcelario en Estados Unidos y de la incomodidad ante la ola de #Metoo, explica Draper en las palabras iniciales del libro— la llevaron a “hablar de justicias desde los feminismos populares”.
A lo largo de su exposición la docente aborda el rescate de la historicidad y lengua como claves de lucha para determinar sentidos y disputarlos en búsqueda de nuevos horizontes de organización frente a la violencia feminicida. De inicio plantea una resignificación de lo que entendemos por protección y seguridad, que podemos encontrar en consignas feministas como “Me cuidan mis amigas, no la policía”. Rescata la consideración de que el sistema de derecho liberal no advierte la interseccionalidad o multiplicidad de violencias, como lo señaló Kimberlé Crenshaw, quien acuña la palabra-concepto. También invita a recuperar la distinción de Marcela Lagarde entre feminicidio y violencia feminicida para desmontar los mecanismos que invisibilizan tanto estas violencias como nuestra capacidad de defendernos de ellas.
“Las imágenes que enhebro en este itinerario vienen de la intuición de que estamos enfrentando una potencialidad y también un peligro cuando a la lucha por terminar la violencia feminicida se le intenta imponer un tipo de resolución desde arriba, desde esquemas de criminalización o de los discursos políticos de seguridad pública que, en el contexto neoliberal, remiten a más violencia en términos de militarización y encarcelamiento”, expone Draper.
Al final de la lectura de Libres y sin miedo son esas imágenes las que prevalecen como claves de rescate y a rescatar. Las podemos identificar en la organización colectiva que surgió ante la desaparición de Paola Andrea, por ejemplo, en el hecho de que una parte de la sociedad reaccionó y esa reacción fue lo suficientemente potente para empujar a las autoridades a actuar, o cómo no pasó desapercibida la declaración misógina de una fiscal. Lo siguiente será no conformarnos con la simulación, nutrirnos del pensamiento y la acción feminista que nos viene salvando, a diferencia de lo que también siempre ha estado ahí y no ha funcionado.
Periodista
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