América Latina sigue siendo un exportador neto de materias primas y el volumen que ha extraído y mandado al mercado internacional se multiplicó por 150 entre 1900 y 2016
Eugenio Fernández Vázquez / Tw: @eugeniofv
El título del artículo publicado en Global Environmental Change no podría ser más elocuente: Las venas abiertas de América Latina, lo llamaron Juan Infante Amate y sus colegas al publicarlo, parafraseando el clásico de Eduardo Galeano. Tampoco podría ser más acertado: como documentan en él, el subcontinente sigue siendo el gran proveedor de materias primas para Europa y el resto del Norte global, aunque ahora con un intermediario y consumidor importante en el sudeste asiático. Si eso no ha cambiado, también sigue siendo un hecho que América Latina absorbe los costos ambientales de esa provisión de recursos, a pesar de los gobiernos de centro izquierda de lo que va de este siglo y en línea con las Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo de Eduardo Gudynas.
Sus resultados son muy claros. En primer lugar, y como explican ellos en el texto, América Latina sigue siendo un exportador neto de materias primas y el volumen que ha extraído y mandado al mercado internacional se multiplicó por 150 entre 1900 y 2016, con una aceleración muy marcada que coincide con el boom económico que siguió a la II Guerra Mundial y luego con la globalización de finales del siglo XX y lo que va del XXI.
En segundo lugar, aunque prácticamente todo el subcontinente es un exportador neto, y por tanto padece los problemas socioambientales asociados con el extractivismo, no todos los países exportan lo mismo. Los países andinos exportan productos del subsuelo —sobre todo minerales y energéticos—, mientras que el resto exporta productos agropecuarios. En tercer lugar, el precio que reciben sigue siendo mucho menor que el que pagan por los productos que importan, y esto ha sido la norma sin importar que hayan cambiado los destinos de los productos y que ahora el sudeste asiático tenga un lugar importante como destino inmediato y en algunos casos final de la producción latinoamericana.
México, según los datos recogidos por Infante Amate y sus colegas, era en 2016 el segundo país que más materias primas exportaba, rebasado solamente por Brasil, y envió al extranjero 141 megatoneladas de productos. Se trató sobre todo de combustibles fósiles, aunque en los últimos años ha enviado cada vez más metales al extranjero y los minerales no metálicos tienen un peso creciente. Es notable, además, cómo en nuestro país, al igual que en casi todos los países del subcontinente, el volumen exportado se disparó a partir de los años 1980.
Obtener esa cantidad de minerales y de productos agropecuarios y ponerlos a la venta implica realizar actividades a escalas muy grandes que, sin miramientos para con la naturaleza y las comunidades locales, constituyen lo que Eduardo Gudynas llama “extractivismo”: la obtención de materias primas en operaciones de muy gran escala, con muy altos impactos ambientales y para venderlos en el extranjero.
En un primer momento se pensó que los gobiernos de centro izquierda y de izquierda que han pasado por el poder en América Latina en los últimos veinte o veinticinco años combatirían esta práctica, pero el propio Gudynas encontró que no es el caso. Al contrario, esos gobiernos han mantenido el extractivismo, pero con algunos cambios que ilustran también en cierta forma la posición del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador.
Según Gudynas los sectores extractivistas siguen siendo uno de los pilares de las estrategias de desarrollo en el continente, aunque ahora con mayor intervención y presencia del Estado. Por desgracia, este nuevo extractivismo o extractivismo progresista sigue sin asumir los costos ambientales y sociales de sus actividades, pasándolos al planeta y a las comunidades locales, por más que los excedentes se utilizan ahora para destinarlos ya no a arcas privadas, sino a programas sociales y otras acciones que legitiman a esos gobiernos.
América Latina sigue sin buscar un nuevo papel en el globo y sigue asumiendo los costos ambientales y sociales de la producción material del mundo. México no parece ser la excepción, y la llegada de López Obrador al poder confirma la norma de que los gobiernos de nuevo cuño del continente no renuncian al extractivismo, sino que lo reforman para convertirlo en el pilar de sus estrategias contra la pobreza. Se trata, sin embargo, de meros parches a un modelo que no puede durar por siempre y que haríamos bien en desterrar de una vez por todas.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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