16 diciembre, 2020
Maestras de diferentes latitudes, pueblos indígenas y periferias ingenian procedimientos con las herramientas que tienen para dar clases durante el segundo periodo escolar envuelto por la pandemia de covid-19. Coinciden: el atraso escolar es inminente, pero lo quieren resolver
Texto y fotos: Daliri Oropeza
Silvia Cirenio camina por la orilla del río. Piensa en lo que ha sucedido durante la pandemia con los estudiantes del preescolar Alfonso Caso. Es maestra con más de 33 años de servicio en Educación Indígena en la costa Chica de Guerrero, región de donde es originaria. Su pueblo natal es Cuanacaxtitlan, aunque da clases en otra comunidad ñuu savi del municipio de San Luis Acatlán cabecera, colonia Bethel.
Observa a su alrededor: las casas sencillas algunas con milpas, un camino entre palmas y carrizos, parotas, cacahuananches o árboles frutales y medicinales. El clima es cálido agradable. La maestra regresa de visitar a uno de sus alumnos que más le preocupa, quien vive cerca de la ribera.
Recuerda que los padres y madres de familia son de escasos recursos económicos. Siempre se justifican que no tienen dinero. Eso desde antes de la pandemia. Ahora con ella, ha sido peor. Las niñas y niños menos tienen materiales para estudiar. Y a distancia…
“Con mis recursos, con mi quincena voy comprando materiales, por ejemplo si hago un proyecto debo llevar materiales impresos. Además, debo tener en el salón colores, libros, lápices, materiales, porque la mayoría no lleva. Y con la pandemia, menos”. Como mujer, Silvia no solo aporta económicamente a su familia sino al desempeño de su vocación como docente.
“Tengo mucha inquietud de saber cuándo vamos a regresar a clases”, piensa la maestra. Sin embargo, han pasado 10 meses y aún no se ven condiciones para regresar al salón de clases. Lo que reiteró el secretario de Educación es que solo hay regreso en semáforo verde.
“Tengo miedo de esta enfermedad. No se ha ido ni se va a ir. Les digo a los padres que se vayan adaptando con el cubrebocas”. Silvia sabe que es difícil adquirir todos esos aditamentos o geles para los hijos o para ellos mismos. Siempre está primero comer.
Silvia prefiere ser sincera con la comunidad escolar, les explica en tu’un savi lo que vivió y cómo se recuperó de la covid 19:
“Hemos visto cómo se ha muerto la gente. Inclusive yo me enfermé, estuve más de 14 días aislada, pero no me atacó fuerte. Me desmayé, me dio diarrea, me dio calentura muy fuerte, se me subió la presión, perdí el olfato, el gusto, me cansaba todo. Entonces, mi hijo me alcanzaba la comida, el desayuno. Siempre con distancia para no enfermarlo. A los adolescentes les da menos. Me tuve que reponer para seguir con mi labor. Yo luchaba. No me voy a morir por esto. Mi familia me cuidó, mis hijos me recuerdan: llévate tu cubrebocas, toma distancia, no andes pegada con las personas”.
Durante la pandemia, Silvia va a visitar a sus alumnos, pues le preocupa que con esta modalidad a distancia se atrasen. Siempre usa cubrebocas y a veces, guantes. La mayoría no tiene televisión, solo 3 de sus 30 alumnos. Pocos hablan español y no hay clases en tu’un savi (o mixteco).
En la costa chica no solo se habla tuun savi, también nahuatl, tlapaneco, triqui. “¿Se imagina usted que si la tv o el gobierno considerara eso para las clases en tele? Son muchos recursos. Además aquí no funciona, no hay canales gratis”. Silvia es maestra multigrado y ha trabajado con niños de todas esas lenguas.
En el pasado ciclo escolar, Silvia iba a dejar los trabajos a las casas, luego los iba a recoger. Así se dio cuenta que muchos no logran el aprendizaje esperado haciendo labores en casa. Muchos otros se dedican a los mismos trabajos de las familias, y no hacen los cuadernillos. Otros quedan en casa a cargo de los hermanos mayores mientras las madres salen a lavar. Por eso ha decidido que al visitarles, les da la clase o incluso los ha citado en la escuela para darles sesiones individuales o de tres en tres.
Varias veces las mamás han llegado a la escuela a venderle lo que cosechan en sus tierras.
“No sé decirles de cuándo vamos a regresar. Si fuera por mí, mañana estoy en la escuela. Pero nosotras tenemos prohibido dar clase en el salón por oficio de la SEP. Veo que siempre los padres se quejan mucho. Dicen que las maestras están descansando. Pero no”.
La maestra María Del Pilar Molina Ramírez es yoreme yaqui. Originaria de Potam, uno de los ocho Pueblos Yaquis de Sonora. Ahora es de noche y regresa en un camión desde Ciudad Obregón a su casa, después de ir a hacer papeleo escolar.
Es maestra en el pueblo de Huiribis. Junto con otra compañera, son maestras de multigrado en la primaria Capitán Gabriel Zapajiza, ubicada en este pueblo yaqui, que es el más cercano al mar.
Pilar da clases a los alumnos de cuarto a sexto grados. Le toca prepararlos para ir a la secundaria. Es por eso su mayor preocupación de este ciclo escolar a distancia, en donde ha tenido que realizar un esfuerzo doble con los alumnos, pues las clases con cuadernillos no son suficientes, a su sentir.
Para ella, es un momento crucial en donde las y los jóvenes deben adquirir ciertos conocimientos que maduren su formación. Sin embargo, la pandemia ha hecho más difícil la transmisión y la empatía. Además, esto puede evitar que se acerquen a las drogas, que en los últimos años jóvenes las usan más frecuentemente en los pueblos yaquis.
Desde que inició su carrera docente, Pilar disfruta dar clases en comunidades en donde la mayoría de los maestros no llegan.
Antes de regresar a dar clases a su territorio natal, dio clases por más de cuatro años en la primaria del pueblo Guarijío, municipio de Álamos. La escuela está enclavada la montaña que crece verdosa a diferencia del arenoso desierto con el que comparte sus faldas. Se tenía que quedar a vivir allá pues, por las horas de traslado, no es factible ni costeable, por las más de 6 horas de camino y a veces hasta días esperando un aventón a la comunidad más cercana. Aunado a eso el precio del transporte. Las mamás guarijías no querían que se fuera, porque es raro el maestro que quiere ocupar una plaza ahí.
La maestra Pilar pidió su cambio a territorio yaqui. Insistió mucho, pues a su parecer lo ideal es que las maestras puedan enseñar en su propia lengua a las personas más pequeñas para fomentar el arraigo. De hecho, actualmente defiende que los maestros yaquis puedan tener una base en su propio territorio, y que los estudiantes no tengan que lidiar con profesores externos que no les enseñan en su lengua propia.
Actualmente, por lo menos el 70% de sus más de 30 alumnos hablan la legua jiaaki. Pilar combina la enseñanza de los libros de texto con los ejercicios que ella les puede aplicar para enfocarlos en su propia cultura. Ella misma ha creado los ejercicios, diseñados para que aprendan a través de lo propio. Lo mismo ha hecho durante la pandemia con los cuadernillos. Los enfoca para que puedan reforzar la identidad, y al llegar al nuevo grado no desplacen el ser yoreme.
En Huiribis, la mayoría de sus alumnos no cuentan con televisión. De hecho, cuenta, que apenas una maestra conocida de la región fue convocada por la SEP para grabar programas en lengua jiaaki para por programas educativos que implementaron como estrategia. Ve con tristeza que siga el esquema a distancia, aunque le parece un paso importante que consideren a su pueblo para grabar las clases por TV.
La electricidad es otro problema, en la primaria Capitán Gabriel Zapajiza se baja mucho la corriente eléctrica, “no abastece suficiente” describe la maestra, quien asegura que con algunos recursos gubernamentales que llegaron han mejorado es aspecto de la escuela.
Como mujer, ha sido difícil lidiar con la enfermedad y el cuidado de su familia. Para ella es más fácil ahora que sus hijos son mayores, pero no se imagina si estuvieran pequeños. En el caso de las mamás de sus alumnos, muchas se van a trabajar a la maquila. Llegan los camiones de madrugada y las regresan en la noche. Los avances han sido lentos en la mayoría. Ella no se da por vencida y, aunque la SEP no lo permite, ha hecho citas con los alumnos en la escuela.
Cuenta que las familias se acercan a consultar y a pedirle información de lo que sucede. Ella porta cubrebocas, aunque asegura que no es muy común que las personas lo usen en su territorio.
La maestra asegura que en 25 años de servicio, nunca había vivido algo que implicara el atraso escolar de una generación. De estos años de servicio, 23 ha sido directora con grupo, en los diferentes centros y niveles que ha atendido, como educación inicial, preescolar y, desde 1997, primaria pues la cambiaron de clave.
Última parada: Potam. La maestra baja del camión, camina un par de calles atravesando el polvo que se levanta al caminar de noche para llegar a su casa.
María Teresa Yescas Navarro tuvo que idear un plan y reinventarse para dar clases durante la pandemia a los estudiantes de la primaria Revolución Mexicana, ubicada en colonia Unidad Habitacional Ricardo Flores Magón: la tercera zona más violenta en la periferia de la ciudad de Oaxaca. Ahí, la mayoría de los alumnos son de diferentes comunidades del interior del estado, son hijos de madres y padres subempleadas que tuvieron que continuar su trabajo aún con la pandemia o lo perdieron.
“Nos encontró a todos, maestros, madres, padres, niños, autoridades en la incertidumbre, indefensión, sin herramientas en un primer momento para enfrentar el confinamiento. Vivimos la dificultad para continuar el proceso educativo en condiciones distintas”, asegura la maestra, que en ese momento tenía un grupo de sexto de primaria.
La ventaja que tuvimos, asegura María Teresa, es la propuesta Metodológica de Alfabetización Científica y Tecnológica que inició desde antes de que llegara la pandemia, la cual permite trabajar a distancia. Pero los alumnos ya salieron y ahora da clases en quinto grado.
Con los 34 años que lleva como docente, María Teresa concluye que gracias a esta forma de compartir el conocimiento los alumnos le dan sentido vital a lo que aprenden. Son más reflexivos y críticos.
Con la covid-19, menciona como ejemplo, los problemas matemáticos que les aplicó sobre reproducción del virus Sars-cov2. O el experimento del uso de cubrebocas: soplar una vela a ver si se apaga. Hicieron una tabla y registraron lo sucedido con una capa de tela, si se apaga la velita, si salían gotas. O ver cómo, al echar detergente en aceite, explicamos a los niños que el sarscov2 tiene una capa tiene grasa, por eso el virus ya no se pega y se rompe con el jabón o el alcohol.
“Lo que recuerdan los niños son los aprendizajes significativos”, recalca.
Ella es consciente de que muchas veces sus alumnos vienen de entornos violentos familiares.
“Tengo que adaptarme a ellos, ser una ventana para romper el entorno de donde vienen. Y con la pandemia”, la maestra describe que su labor ha implicado una propuesta psicoemocional también prevista en la metodologíaa científica que utiliza.
Foto: especial
Por ello, consiguió celulares para las familias que no contaban con la tecnología para que pudieran estar en comunicación con la maestra.
“Busqué dos donaciones de celular y nosotros nos comprometimos que entre yo y una amiga psicóloga íbamos a dar la recarga”.
La maestra se ha sentido muy vulnerable con la pandemia pues padece de asma. Por ello, aunque quiera, prefiere no salir ya que contagiarse sería fatal. Sin embargo, ha dejado de lado cualquier esquema de trabajo hecho antes y se reinventó: dejó de lado el horario tradicional para dar clases a la hora que sus alumnos tienen dudas y pueden estar en un teléfono celular o aparato electrónico o señal de internet. Asegura que para todos sus alumnos ha sido difícil hallarse dentro de la tecnología, acorde a la dinámica familiar.
“Con los niños en tiempos normales no es solo de 8 a 1, y en pandemia mucho menos, yo debo estar casi 24 horas, en el momento que me requieran, es cierto el gobierno me paga pero este trabajo necesita pasión”, aseguró.
Por más que ella quiera imponer un horario de clases, ha solucionado esta parte con videollamadas conjuntas o sesiones individuales. Se lamenta pues asegura que los seres humanos aprendemos en colectivo, y eso lo ha inhibido la enfermedad. Y sin embargo aún hay modos de crear en colectividad.
La maestra estudió en Canadá y se pregunta cómo ha sido la educación en pandemia allá en el norte. Durante este segundo ciclo escolar enmarcado en la pandemia, Fue una de las 10 finalistas nacionales del Premio Docentes Extraordinarios: National Teacher Prize México. Reconocen el modo en que ha aplicado la propuesta Metodológica de Alfabetización Científica y Tecnológica, por varios años ya y ahora durante la pandemia.
“En el caso de las mujeres no es fácil”, dice resignada la maestra. Para ella, obtener este reconocimiento es muy importante ya que mayormente reconocen a los maestros.
Sin embargo, destaca esa sensibilidad como mujer le permite identificar momentos catárticos de las y los alumnos, cómo se sienten con la pandemia, les invita a expresarlo con dibujos, y sobre todo, entender que lo mejor es no sancionar a los niños, menos sin escuchar sus historias de vida, y menos ahorita.
Manuelita de Jesús Armenta extraña la sonrisa al regresar a casa después de un día arduo de dar clases en la Primaria Centauro del Norte en Iztapalapa.
Este ciclo escolar tuvo que dar clases a un grupo nuevo y conocerles a través de internet. Asegura que la comunidad escolar es lo que ha permitido que las clases continúen y los maestros desarrollen estrategias. Esta alcaldía es la que más muertes registra por covid 19 (2 mil 812 defunciones con 8% tasa de mortalidad).
“Es más complicado porque no conoces a los niños, me dieron un grupo nuevo y ellos no tenían cercanía, ahí te llegan todas las dudas: ¿cómo le voy a hacer?, ¿cómo empezar a conocer las necesidades de los niños, cómo hacer el trabajo en grupo e individual?”.
La pandemia no le ha quitado la sonrisa de satisfacción al dar clases. La maestra Manuelita Armenta encontró un modo de que la mayoría de los estudiantes atiendan, al tiempo y modo que lo permitan las condiciones familiares, la práctica escolar. Por eso sonríe al dar la entrevista.
Primero abrió grupos de Whatsapp y de Facebook. En esta segunda plataforma, hace transmisiones para dar la clase. Les pide a los alumnos que respondan o reaccionen en tiempo real. Si al final tienen dudas, abren una sala extra para conectarse en videollamada. Si los alumnos no se pudieron conectar en vivo, aún así pueden participar durante la transmisión y buscar una cita posterior con la maestra si quedan dudas.
“Al terminar la clase, entrábamos todos a la sala de videollamada y bailábamos de todo, era bien padre ver quienes se conectaban”, cuenta su experiencia. Comenzó con su grupo de 27 estudiantes y ahora ya son tres grupos que atienden esta dinámica, aproximadamente 81 alumnas.
Armenta advierte: “ese es otro reto”. Aún con las clases por televisión, la brecha tecnológica es muy amplia y hay alumnos que no tienen acceso a estos dispositivos, a los cuales ha tenido que entregar cuadernillos de trabajo en casa.
“Sabemos que ahorita los padres no están presentes todo el tiempo, El niño, que su papá llegó a las 6 de la tarde, y puede verlo hasta las 7, pues a esa hora se ponen a ver el video y está bien. A esa hora también interactúan con los comentarios”, explica.
Además, los programas que pasan por la programación escolar se sienten lejanos de los estudiantes.
“La persona que está es conductora, no tiene conocimiento de pedagogía. Atrae la atención de los niños, pues sí son conductores, pero lo hacen bien por 5 minutos, después el niño se destrae”, la maestra vio con sus hijas de kinder y secundaria las clases en la TV pero pronto las dejaron. De hecho, ellas se convirtieron en sus cómplices para dar las clases y aprender junto con ella: “hacemos más de lo humanamente posible con lo poco que tenemos”, describe de su experiencia.
“Las mujeres maestras nos llevamos siempre el mayor trabajo. Nosotras en casa somos 4 mujeres y dos hombres, niño y esposo. Como mujeres tratamos de cobijar. Aunque a veces no nos corresponde. Pero tenemos muy anclada esa parte de sobreprotectoras y que todo lo podemos hacer por una familia, por un grupo escolar, una mujer difícilmente te dice ‘no puedo’”, afirma la maestra Manuelita.
Desde antes de la pandemia, “las familias son muy unidas en el entorno escolar, se integra la comunidad. En ese sentido es muy bonito el trabajo, lo que necesitamos, siempre alguien ahí nos apoya”. Asegura que esto se refleja en los momentos más difíciles de este segundo ciclo escolar enmarcado por la pandemia de coronavirus.
Varios maestros de la Centauro se han enfermado de covid 19, incluido el director de la escuela Primaria, el profesor Pedro Hernández. La comunidad de la escuela siempre estuvo al tanto.
También lidiar con la muerte por covid ha sido motivo de enseñanza para Manuelita de Jesús Armenta. “Piensas en cómo intentas alegrarles el día a los alumnos en pleno encierro. Y ves la otra cara de la moneda. Me tocó tranquilizar a una estudiante, y a los 8 días muere su tío por covid. No lo entienden. Los niños viven un encierro que les afecta psicológicamente y esto afecta también el aprendizaje”.
La maestra estudió pedagogía en el sistema educativo finlandés y se pregunta qué estarán haciendo allá con la pandemia. Sin embargo no se arrepiente de dar clases en la Primaria Centauro del Norte, la cual ella eligió por los comentarios que hacían sobre sus maestros.
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