Deshacerse de los plásticos es una tarea ineludible e impostergable, pero muy complicada. Para hacer las cosas más difíciles todavía, las grandes empresas que producen plásticos y las compañías que más los usan han hecho todo lo posible por impedir políticas que permitan ir resolviendo el problema
Por Eugenio Fernández Vázquez / X: @eugeniofv
Vivimos un tiempo marcado por el plástico y esta época, que empezó hace unas seis o siete décadas, durará hasta unos cinco siglos después de que se tire el último producto hecho con estas resinas, porque eso tardan muchos de los plásticos en desintegrarse del todo. Los plásticos son muy difíciles —si no imposibles— de procesar y entorpecen la vida de la naturaleza y de todas las comunidades humanas. La industria del plástico lo ha sabido desde hace más de cinco décadas, según demuestra un reporte que publicó la semana pasada el Center for Climate Integrity (una organización con sede en Washington, DC), pero en lugar de hacer algo al respecto eligió mentir. Sus mentiras, además, se han reproducido en México y el resto del mundo y se siguen propagando y renovando hasta hoy, adaptadas para cada país.
Los plásticos hacen daño a lo largo de toda su cadena productiva y por mucho tiempo después de usarse. Son derivados del petróleo, así que comparten la huella ambiental de la extracción de los hidrocarburos. Pasan por procesos químicos muy intensos, lo que hace que tengan una huella hídrica y energética también muy grande. Después, cuando ya se han usado, se convierten en basura que hay que depositar en algún sitio, y cuando se vierten en la naturaleza —lo que ocurre siempre, antes o después— se van rompiendo en partículas cada vez más pequeñas, que entran al cuerpo de los animales y provocan desde obstrucciones en sus organismos hasta cánceres que acaban con ellos.
El problema es que son también enormemente útiles. Son maleables y resistentes al calor. Como los costos de la extracción de su materia prima ya se financian en gran medida con el uso del petróleo para producir energía, son también muy baratos. Por todo eso han llegado a ser un ingrediente fundamental de prácticamente todas las actividades de la actualidad. Como tienen precios tan bajos, no es costoso desecharlos, lo que los hace muy útiles para impedir contagios, por ejemplo, en los hospitales. El gran periodista polaco Ryszard Kapuściński contó en Ébano cómo en el Sahel africano la llegada de las palanganas de plástico liberó muchísimas horas diarias a las mujeres de la zona, que ahora podían dejar su palangana en la fila para recibir agua, en lugar de esperar a su lado hasta que llegara la pipa.
Deshacerse de los plásticos es, por estas razones, una tarea ineludible e impostergable, pero muy complicada. Para hacer las cosas más difíciles todavía, las grandes empresas que producen plásticos y las compañías que más los usan —en forma muy notable, la industria de los alimentos, que los usa como empaque— han hecho todo lo posible por impedir políticas que permitan ir resolviendo el problema.
Según el reporte del Center for Climate Integrity, las mentiras de la industria han ido desde negar su impacto hasta presentar soluciones parciales y muy limitadas, como el reciclaje, como si fueran suficientes y definitivas. Por un lado, de todos los tipos de plástico solamente dos tienen un mercado final, en gran medida por las dificultades para reincorporarlos a la cadena productiva. Por el otro, inclusive el llamado PET por sus siglas químicas solamente puede reciclarse en ciertas condiciones muy particulares, que van desde si está entintado o no hasta la calidad del material original. En cualquier caso, solamente puede reciclarse algunas veces, lo que hace que, al final, ese plástico acabe desechándose tarde o temprano.
Las campañas de las plastiqueras para ocultar esto han estado presentes desde la aparición de estos productos. En Estados Unidos aparecieron en los años 1960 y trabajaron para frenar las regulaciones en contra de estas resinas derivadas del petróleo. En México llevan también trabajando mucho tiempo en contra de los esfuerzos en defensa del planeta, con membretes como Ecoce, una asociación civil que entre sus miembros tiene a FEMSA Cocacola, Barcel, Bimbo y Pepsico —que son quienes más plásticos usan y vierten al entorno—. El trabajo de esta organización es precisamente frenar y entorpecer la regulación dirigida a reducir el uso de plásticos y convencernos de que reciclar es una solución total, cuando es apenas parcial.
Mal que bien, el grueso de la sociedad parece tener esto claro. El problema es que los reguladores y los legisladores o compraron estas mentiras o han elegido hacer como que puede resolverse después. Sin embargo, el problema sigue ahí y lo mismo sus obligaciones: tienen que cumplir con su mandato y construir e implementar políticas públicas que nos libren de los plásticos en un futuro cercano y que nos libren de los que ya se vertieron en el pasado que arrastramos.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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