El mapa que dejó la primer vuelta de las elecciones en Brasil habla de un país polarizado, donde los más pobres votaron por Lula, mientras los ricos eligieron a Bolsonaro.
Texto: Mario Osava / IPS
Fotos: Visión Desarrollista, Ricardo Stutcker / Fotos Públicas e Isac Nóbrega/PR
RÍO DE JANEIRO – Brasil sale peligrosamente dividido de las elecciones aún en curso. En la primera vuelta del 2 de octubre, el norte votó mayoritariamente por el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y el sur por el actual mandatario Jair Bolsonaro, en una escisión territorial, además de ideológica.
Una de las consecuencias es que irrumpió en las redes sociales una ola de xenofobia, no contra extranjeros sino interna, contra la población de la región del Nordeste, por haber dado a Lula 67 % de sus votos válidos. A Bolsonaro solo fueron 26,8 %, según el Tribunal Superior Electoral.
Esa aplastante mayoría en la región que tiene 42,4 millones de electores, o 27,1 % del total nacional, permitió a Lula, como candidato del Partido de los Trabajdores (PT), obtener la mayoría de 48,43 % de los votos válidos en la primera vuelta, 5,2 puntos porcentuales más que Bolsonaro, postulado por el Partido Liberal.
Lula no alcanzó la mayoría absoluta que le aseguraría el triunfo en la primera vuelta, porque Bolsonaro lo superó en las regiones Sur, Sureste y Centro-oeste, con ventajas menores. En la región del Norte ganó Lula con pequeña diferencia.
Esa división traduce que Lula dominó en las regiones más pobres, que obstaculizan la reelección de Bolsonaro, más votado en las regiones más ricas.
Los mapas de la votación del 2 de octubre parecen indicar una frontera interna en el estado de Minas Gerais, donde empezaría el territorio de la izquierda al norte, apartado del centro-sur bajo hegemonía de la extrema derecha liderada por Bolsonaro.
En realidad es más complejo. En el estado de São Paulo, por ejemplo, triunfó Bolsonaro, pero solo gracias a su interior, porque en su populosa capital ganó Lula. Pasó al revés en el estado de Minas Gerais, donde triunfó Lula, pero Bolsonaro tuvo más votos en la capital, Belo Horizonte.
Pero otras divisiones se destacaron. El izquierdista Lula aventajó mucho entre las mujeres y los más pobres, mientras el ultraderechista Bolsonaro tuvo una preferencia largamente mayoritaria entre los fieles de la Iglesia evangélica y en áreas donde predomina el llamado agronegocio, la agricultura de monocultivos de exportación.
“Pobre es como la lombriz, muere si sale del excremento”, escribió en las redes sociales un supuesto partidario de Bolsonaro para descalificar los votos del Nordeste, conocida como la región más pobre de Brasil.
Otros calificaron de “tontos”, “fáciles de manipular” y personas que “no piensan” a los habitantes de esa región.
No comprar sus productos ni hacer turismo allí son propuestas de retaliación a los votos que, aducen, serian comprados con programas asistencialistas de la izquierda, según la oleada de mensajes xenófobos, que no tienen en cuenta la cascada de medidas de ese corte lanzadas por el presidente en la campaña electoral.
El mismo Bolsonaro alimentó los prejuicios al relacionar los votos opositores a analfabetos.
“Lula venció en nueve de los 10 estados con mayor tasa de analfabetismo”, que se ubican en el Nordeste, dijo en uno de sus mensajes a sus partidarios con que busca activar la búsqueda de votos para la segunda vuelta, el 30 de octubre.
La pobreza y el índice de analfabetismo en el Nordeste serian producto de 20 años de gobiernos del izquierdista PT, fundado por Lula, según el presidente. En realidad el PT gobernó pocos de los nueve estados de la región y nunca por dos décadas.
Pero la región, de hecho, presentaba el mayor índice de analfabetismo en el país, 13,9 % contra un promedio nacional de 6,6 % en 2019, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, órgano oficial.
El hecho no justifica los insultos ni descalifica a los electores, sino que refleja un largo pasado de gobiernos que menoscabaron el desarrollo regional y estimula el deseo de cambios.
En realidad, el Nordeste vive transformaciones y progresos, iniciados hace tres décadas, que coincidieron principalmente con la presidencia de Lula entre 2003 y 2010 y de su sucesora y correligionaria del Pt, Dilma Rousseff, quien gobernó desde el primer día de 2011 y hasta 2016.
Creció económicamente más que las regiones industrializadas del sur, con un modelo desarrollo que le permitió enfrentar las periódicas sequías que azotaban su interior semiárido, con daños reducidos y sin interrumpir sus avances sociales y económicos.
La región sufrió entre 2012 y 2017 la escasez de lluvias más prolongada de su historia. Pero no se repitieron el hambre, las muertes, los saqueos del comercio y las fugas masivas de la población hacia el sur del país que marcaron su pasado.
El éxodo provocado por las sequías y la miseria poblaron el resto del país de familias oriundas del Nordeste. Integran las oleadas los obreros que en el pasado construyeron gran parte de São Paulo, Río de Janeiro y Brasilia.
Por eso las ofensas a los “nordestinos” pueden quitarle muchos votos a Bolsonaro. Por eso él trató de deshacer sus comentarios iniciales y atribuyó a “narrativas” de la izquierda una interpretación negativa de sus palabras, que no ofendían a los “hermanos del Nordeste”.
Convivir con el Semiárido, la ecorregión seca nordestina, constituyó la consigna que reorientó el desarrollo regional, por lo menos para movimientos sociales y algunos gobernantes progresistas. El ejemplo más conocido de ese vuelco son las cisternas de acopio de agua de lluvia.
La Articulación Semiárido Brasileño (ASA), una red de 3000 organizaciones sociales variadas, promovió la construcción de más de 1,1 millones de cisternas para agua potable y más de 200 000 cisternas más grandes, estanques y otras “tecnologías” para almacenar “agua de producción”, destinada a animales y a la irrigación de huertos.
La meta es construir otras 350 000 cisternas de “agua para beber” y 800 000 depósitos variados de agua de riego para universalizar esos equipos, que permiten vivir y producir en el Semiárido durante los ocho largos meses de estiaje.
A eso se suman distintas políticas públicas que fomentan la agricultura familiar, como crédito, seguro agrícola y programas que le aseguran un mercado regular a los campesinos, como las compras para la alimentación escolar o para instituciones asistenciales.
Ese conjunto de políticas facilitaron la convivencia con el semiárido y expandir los mercados locales con los programas estatales de transferencia monetaria, como la Bolsa Familia, pensiones a los discapacitados y jubilaciones rurales.
Son programas adoptados para los pequeños productores y la población rural de todo el país, pero que beneficiaron más intensamente el interior del Nordeste porque es donde se concentra 1,83 millones de predios de la agricultura familiar, casi mitad del total nacional de 3,9 millones.
Eso explica la gran popularidad de Lula y su PT en el interior del Nordeste y el rechazo a Bolsonaro, porque su gobierno desactivó o redujo drásticamente esas políticas.
Su acción electoralista de sustituir la Bolsa Familia que implantó Lula por el llamado Auxilio Brasil, con el pago triplicado, dos meses antes de los comicios, no parece que atraería los votos pretendidos por el actual presidente, y de hecho no lo hizo en la primera vuelta.
Pero como el país parece dividido y Bolsonaro mantiene buena popularidad en la región más poblada, el Sureste, con 42,6 % de la población brasileña de 214 millones de habitantes, la batalla electoral más decisiva se juega allá.
En la primera vuelta el gobernante aventajó a Lula por 47,6 % a 42,6 % de los votos válidos. Además cuenta con el apoyo de los gobernadores de los tres estados más poblados, Minas Gerais, Rio de Janeiro y São Paulo, los dos primeros reelectos con más de 56 % de los votos. Tienen aparentemente condiciones de canalizar un buen caudal de votos a favor de Bolsonaro.
La duda es si consiguen hacerlo en la cantidad suficiente para superar la ventaja de Lula en la primera vuelta, que fue de 6,2 millones de votos en un total de 118 millones.
Mientras, Bolsonaro moviliza por lo menos una decena de gobernadores buscar votos, Lula compuso un frente amplio en defensa de la democracia, que ya suma 15 partidos y los candidatos que quedaron en el tercer y el cuarto lugar en la primera vuelta, con la suma de 8,5 millones de votos.
Este trabajo fue publicado inicialmente en IPS. Aquí puedes consultar el original
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