A todos nos beneficiaría que el Estado mexicano renunciara a proyectos inmobiliarios como el Tren Maya y apoyara a las comunidades en esa nueva ruta de salida de la pobreza, pero, ¿por qué habríamos de creerles al presidente y a la secretaria de Gobernación?
Twitter: @eugeniofv
El presidente Andrés Manuel López Obrador pidió disculpas al pueblo maya por los atropellos cometidos en su contra por el Estado mexicano a lo largo de los últimos doscientos años, y en esa misma ceremonia la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, ofreció un reconocimiento de “los agravios cometidos en contra del pueblo maya históricamente, desde la Conquista hasta nuestros días”. Eso supone un avance enorme respecto de lo visto en la historia nacional, pero se quedó corto de lo necesario, aunque se puede pensar —por ingenuo que parezca— que se abre una rendija para el optimismo.
Hubo una frase de Olga Sánchez Cordero que, aunque parecería inocente, denota lo mucho que todavía nos queda por avanzar en materia de derechos indígenas y de transformación del Estado para que refleje la realidad plurinacional de México. Según ella, “cuando pensamos en el pueblo maya de México y Centroamérica solemos pensar en un pasado remoto”. ¿De verdad la titular de la secretaría de Gobernación puede afirmar eso, cuando ya pasó un cuarto de siglo del alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, cuando México ratificó el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, cuando se firmaron los Acuerdos de San Andrés, cuando ha habido tantas movilizaciones en los últimos años y la presencia de los pueblos indios en la arena política se ha multiplicado en lo que va de este siglo?
La sorpresa de Sánchez Cordero ante el hecho de que “se trata más bien de comunidades vivas que se mantienen firmes a lo largo de la historia” explicaría al menos en parte que el esfuerzo más importante del gobierno de la 4T para combatir la pobreza en la región —el Tren Maya— no haya tomado en cuenta a esas mismas comunidades en su planeación y que la consulta que está teniendo lugar esté envuelta en un enorme esfuerzo de propaganda para impulsar su aprobación, sin la intención de fondo de hacer una verdadera consulta.
Ahora bien, la petición de disculpas por parte del gobierno mexicano es de celebrarse, sí es importante y sí abre la posibilidad de que éste sea un antes y un después en la relación del Estado con los pueblos indios y con la sociedad en general. Seamos generosos y (absurdamente) optimistas y creámosle a la secretaria. Pensemos que, como ella dijo, “a partir de ahora habrá un cambio que tendrá que reflejarse en una relación de respeto e inclusión del pueblo maya”.
Eso quiere decir que se replantearán las estrategias de desarrollo en la región y se preguntará a las comunidades de la península de Yucatán cómo quieren desarrollarse, y que se les ofrecerá algo más que la disyuntiva entre el hambre crónica o el empleo precario en el sector turístico. Esa diversificación de oportunidades y caminos podría pasar por explorar con las comunidades mayas las posibilidades de impulsar el manejo forestal sustentable y la recuperación de formas de producción que se relacionen mejor con la naturaleza.
Los mayas de Belice ya mostraron su vocación por emprender ese camino cuando denunciaron a su propio gobierno para frenar las concesiones mineras y madereras que se habían dado en su territorio. Muchísimos ejidos y comunidades mayas de México han mostrado esa misma vocación para aprovechar y conservar las selvas que han habitado históricamente.
A todos nos beneficiaría que el Estado mexicano, en esta nueva tónica que anunció la secretaria de Gobernación, renunciara a proyectos inmobiliarios como el Tren Maya y los apoyara en esa nueva ruta de salida de la pobreza. La nueva agricultura, agroforestería y forestería en la península de Yucatán rescataría los cenotes y dejaría sin lugar a las granjas porcinas que destrozan la región. Se restaurarían las tierras devastadas por la agricultura industrial, la soya y el glifosato con que se las ha rociado. Se innovaría y se reinventaría la relación del ser humano con el entorno, restaurando las selvas y contribuyendo a revertir la crisis climática y de pérdida de biodiversidad.
Claro, todo esto sería así si la petición de disculpas del presidente de la República y lo dicho por la secretaria de Gobernación hubieran salido del corazón y no fueran una pura simulación. Pero, ¿por qué no habríamos de creerles?
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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