La victoria de los trabajadores de la General Motors en Silao no es espontánea ni coyuntural, sino producto de un profundo proceso organizativo que, justo cuando todo parecía en su contra, supo aprovechar una coyuntura…
Texto: Marcela del Muro y Alejandro Ruiz
Fotos: Mauricio Palos
SILAO, GUANAJUATO.- Los únicos muebles que hay en el cuarto son un par de mesas plegables y no más de diez sillas. Al fondo de la habitación, hecha de cuatro paredes blancas, un montón de lonas y una bocina dan cuenta de la batalla de hace unos días, cuando los obreros de la General Motors (GM) en Silao, Guanajuato, le arrebataron a la CTM su representación sindical.
Estamos en la casa obrera del Bajío, un espacio creado por las y los trabajadores de GM con el objetivo de acompañar política y jurídicamente a la clase obrera de la región. Este espacio es producto de Generando Movimiento, el grupo de trabajadores que comenzó la lucha por la democracia sindical al interior de GM.
Sentados, con un paquete de cigarrillos al frente, Arturo Martínez e Israel Cervantes comienzan a contar su historia. Ambos son fundadores de esta organización, o movimiento, como a ellos les gusta llamarlo. Los dos fueron despedidos en 2019, junto a otros 16 trabajadores, después de que comenzaran a organizar reuniones en las que discutían sus derechos laborales.
Israel deja caer sobre la mesa una carpeta llena de documentos que ha ido juntando durante casi tres años, desde agosto de 2019, cuando fue despedido por una prueba de antidoping que, acusa, era falsa. Luce indignado.
“Yo fui el primer trabajador despedido, del cual se da todo este movimiento. Cuando pasa esto empiezo a denunciar toda la situación. A raíz de ahí se da a conocer Generando Movimiento y nos empezamos a organizar”, dice Israel.
Tras su despido, los compañeros de Israel siguieron organizando reuniones para definir qué acciones tomar. Uno de ellos fue Arturo, o Puchis (como le llaman en la planta), quien también fue despedido un mes después. Días antes de su despido, relata, él había participado en una asamblea de trabajadores donde gente allegada a la CTM “puso dedo” a las y los asistentes.
“A mí me despidieron el 20 de septiembre de 2019, después de una asamblea en la que nos cayeron halcones del sindicato Miguel Trujillo López y tomaron fotos. Al día siguiente nos despidieron a seis compañeros”, relata Arturo.
“Hacíamos reuniones los domingos, porque la planta trabaja todo el día. No descansa esa pinche planta, son turnos mortales”, cuenta el obrero, sobre las jornadas extenuantes a las que les somete la empresa.
–¿Qué los motivó a organizarse? ¿Por qué fueron despedidos? ¿Por qué en General Motors?
La respuesta parece obvia, aunque no simple: resistencia y estrategia.
En 1996 Puchis tenía 18 años cuando ingresó a trabajar a la General Motors. Antes, desde los 15, laboraba en un taller de hojalatería y pintura. Ganaba 120 pesos al día.
“No alcanzaba ni para las caguamas, por eso decidí entrar a la General”, dice entre risas.
En 1994, después de la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, la empresa General Motors decidió expandir sus plantas a otros rincones del país. Para ese entonces, la empresa automotriz solo contaba con dos sedes: una en Toluca, Estado de México, y la otra en Ramos Arizpe, Coahuila.
“Ora sí que aquí Silao era pequeño. La gente se iba a trabajar a León, al zapato, al calzado”, relata Puchis, quien vivió la industrialización de esta tierra del Bajío a partir de la llegada de la GM en 1994. “Dicen que ese año (1994) fue cuando Salinas vendió todo Guanajuato a los gringos”.
Antes del TLCAN, el modelo económico mexicano tenía como centro la sustitución de importaciones. Es decir, una economía basada en el consumo de productos nacionales que incentivaba el desarrollo de industrias propias.
El Tratado de Libre Comercio modificó esto. Bajo la idea de competitividad permitió la entrada masiva de capital extranjero para la elaboración de productos con los recursos (humanos y naturales) del país. Todo esto a partir de una serie de reformas constitucionales que, para la clase trabajadora, significó la pérdida de derechos laborales y de seguridad social. Neoliberalismo, le llamaron sus creadores.
En ciudades como Silao (y en general en todo el bajío mexicano) el neoliberalismo significó la llegada de industrias en tierras que antes eran de cultivo. Los valles, cerros y campos se convirtieron en fábricas, colonias populares y carreteras.
Al cierre de 2020, de acuerdo con datos del portal Mexico Industry, Guanajuato registró inversión en casi 1.7 millones de pies cuadrados de su territorio, en las cuales reportó 15 transacciones de capital extranjero en total, reuniendo el 86% de Inversión Extranjera Directa total.
Asimismo, las industrias con mayor crecimiento e inversión en la región son la automotriz y el e-comerce, siendo las de capital estadounidense las que concentran el mayor porcentaje de inversiones. Es decir, empresas como la General Motors y, más recientemente, Amazon.
Puchis recuerda que desde el 94, la General Motors “empezó poco a poco. Pero en el 96 empezó el arranque, empezaron a meterle más velocidad y contrataron a mucha gente. Contrataban puros morros, a veces llegaba gente de la planta de Ramos Arizpe y de Toluca, y nos miraban a puro morro y platicaban con nosotros. ‘¿Está rara la planta, no, mai? Hay puro muchacho, puros morrillos’ ”.
El crecimiento de la industria implicó la demanda masiva de mano de obra. Como ejemplo, explica, “en aquel tiempo (1996) empezaron a contratar mujeres, porque ya no había muchachos. Querían puro joven trabajador y se los estaban acabando”.
Miguel Pérez es trabajador en activo de GM. Actualmente ocupa un cargo en SINTTIA, el nuevo sindicato elegido. Tiene 10 años trabajando en la fábrica y como muchos de sus compañeros, aguanta día con día las desgastantes jornadas laborales.
Él cuenta que el trabajo que realiza es muy pesado, pues la fabricación de motores y vehículos requiere fuerza física y muchas horas. Además, sumadas a esta fatiga constante, las condiciones de trabajo vuelven más desgastante su labor.
“Aparte de que las operaciones son pesadas, todavía te las cargan más. Pues todavía que te cargan más trabajo, todavía te aumentan la producción, entonces la línea va más recio”, cuenta.
Con su recibo de nómina en mano, Miguel demuestra que actualmente la paga en la fábrica es de 468 pesos diarios. A esto, agrega, se le restan los descuentos de prestaciones y cuotas sindicales, por lo que diariamente un trabajador percibe, en términos reales, poco más de 300 pesos.
Esto, precisa, es para trabajadores que llevan más de tres años en la planta. Aquellos que son de nuevo ingreso, perciben alrededor de 200 pesos.
Respecto a las condiciones laborales, dice que en GM los turnos son de 12 horas, con tres días de descanso a la semana. “Y eso si le puedes llamar descanso: terminabas bien jodido que ni descansabas”.
A Sergio Contreras lo despidieron tras enfermarse de covid-19, en septiembre del 2020. Él relata que fue uno de los primeros trabajadores en ser contratados y que su historial laboral era sobresaliente. Pero, a contrapelo de ello, también es fundador de Generando Movimiento. La enfermedad fue la única forma de poder correrlo.
“Uno batalla mucho porque estamos boletinados laboralmente”, dice Sergio. “Lo peor, es que nadie en el grupo ha podido conseguir trabajo en otra empresa de Guanajuato, añade.
La represión por parte del sindicato cetemista y la empresa ha sido muy documentada por el grupo, pero Sergio dice que también se han tenido que cuidar de los funcionarios públicos corruptos.
Recientemente descubrió que su abogado de oficio le estaba jugando chueco y, posiblemente, se estaba vendiendo a la empresa. “En mi expediente ni siquiera tenía demanda de reinstalación, el abogado metió una demanda de indemnización que estaba mal hecha”, señala.
Durante el primer año de la pandemia, el movimiento apostó por la cautela. No querían que el grupo de despedidos siguiera creciendo. Pero llegó el 2021 con un desabasto mundial de chips electrónicos que golpeó con fuerza la industria automotriz. General Motors en México ha sido de las armadoras más afectadas, trayendo nuevas formas de represión y sueldos aún más bajos para sus trabajadores.
Las líneas de operación en Silao estuvieron en paros técnicos durante más de un tercio del año. Los acuerdos sindicales decían que durante ese tiempo el sueldo sería pagado al 55% de su valor, pero los impuestos y el descuento continuaban igual, incluida la cuota sindical.
“La gente trabajadora no tiene la culpa del faltante de material. Hay compañeros y compañeras que están endeudados con Infonavit, tienen deudas con el banco, tienen préstamos con Fonacot. De un salario de dos mil 100 pesos a la semana te quitan el 45 por ciento. De ahí tienes que pagar deudas ¿qué te queda?”.
Además, durante la pandemia, se instalaron checadores que obligaban a los trabajadores a registrar cada movimiento durante la línea de producción.
Es decir, cuántas veces iba al baño, si salía a fumar un cigarrillo, si se retrasaba por platicar con sus compañeros. Todo ese “tiempo muerto” les era descontado, dice Sergio. La intención de la patronal era una: seguir con el ritmo acelerado de producción… o quizá buscar algún pretexto para despedir trabajadores en estos tiempos de baja producción.
“Todo esto no sería así si no lo hubieran permitido los de la CTM”, cuenta a su vez Miguel, quien harto de los atropellos se sumó al movimiento democrático al interior de la fábrica. El reto no era menor, tendría que enfrentarse al dominio que la Confederación de Trabajadores de México ejercía a través de uno de sus sindicatos: el de Miguel Trujillo López.
Cuenta la leyenda que en la década de los cuarenta del siglo pasado, el antiguo dirigente del sindicato ferrocarrilero, Jesús Díaz de León, era tan aficionado a la charrería que más de una vez se le vió pasear por las oficinas sindicales vistiendo botas, sombrero y camisa. Ese mismo dirigente, leal a la CTM, encarceló a sus opositores cuando intentaron independizarse. Desde ahí, a las dirigencias oficialistas se les conoce como charros.
La imagen del dirigente ferrocarrilero es contradictoria con el escudo de la Confederación. Al centro, el mapa nacional se encuentra rodeado por un engrane. Encima, de izquierda a derecha, tres letras se alcanzan a leer: C-T-M. Estas son las siglas de la Confederación de trabajadores más grande del país, cuyo lema reza “Por la emancipación de México”.
La CTM llegó a la General Motors en 1995, a través del Sindicato de Trabajadores de la Industria Metal Mecánica Automotriz (SITIM), con Alejandro Rangel Segovia a la cabeza. Rangel es un viejo cuadro cetemista en la región, entre su currículum destaca su liderazgo en las escuelas de formación de la CTM. También fue diputado por el PRI.
Durante su gestión, de acuerdo con los trabajadores, el sindicato no tenía mucho interés al interior de GM. Organizaban asambleas informativas, se mantenía un ritmo constante en los incrementos salariales y de prestaciones. Sin embargo, desde el año 2000, cuando la legislación laboral comienza a reformarse profundamente, todo comenzó a cambiar.
En 2003, el arribo del sindicato Miguel Trujillo López, bajo la dirigencia del priísta Tereso Medina, acentuó las precarias condiciones al interior de la fábrica.
Un ejemplo de esto, narra Israel, es el estancamiento del tres por ciento en el incremento salarial. En contraste con la inflación del país, empobreció metódicamente a las y los trabajadores.
Más aún, después de la crisis económica que estalló durante el mandato de Felipe Calderón en 2009, la empresa intensificó la producción. El sindicato, sin titubear, permitió que GM impusiera controles de productividad y calidad que posibilitaban el despido de cualquier trabajador de forma arbitraria.
Inclusive, en esos años, Israel y Puchis dicen que estuvieron a punto de estallar una huelga debido a estas condiciones. Sin embargo, no pudo realizarse debido al control que la CTM ejercía sobre cada persona empleada en la fábrica.
“No llegaron muchos compañeros a la huelga. Tenían miedo, y se entiende, ¿pues quién quiere perder su trabajo de la noche a la mañana nomás por cuestionar al sindicato?”, dice Puchis.
Aún bajo estas condiciones, los obreros de la General continuaron organizándose. Y es en 2019 donde la tortilla parece voltearse.
Tal vez sea una casualidad, de esas que abundan en historias como esta. Tal vez sea el producto de vivir la arbitrariedad y el charrismo en carne propia. Israel lo resume claro: “La CTM nos ha quitado tanto, que nos ha quitado el miedo a pelear”.
En septiembre de 2019 una huelga en la General Motors de Estados Unidos comenzó a irradiar en el territorio nacional. Los obreros comenzaron a buscarse, a platicar su vida cotidiana, a analizar la producción y su papel en ella.
En ese momento, Israel, junto con el grupo de amigos que después se convertiría en Generando Movimiento, comenzaron a involucrarse en actos de solidaridad con los trabajadores estadounidenses. Organizaban reuniones para discutir lo que pasaba, y en un momento se negaron a sacar la producción que se había parado por la huelga norteamericana.
La huelga de 2019, sin embargo, aceleró aún más la línea de producción. Puchis dice que en aquel año se les llegó a exigir de 60 a 65 productos por hora.
Posteriormente, los despidos al interior de la fábrica comenzaron a infundir temor a los obreros. Mientras, el fastidio por las malas condiciones de trabajo, seguía creciendo. Al mismo tiempo, la firma del T-MEC, y la consecuente reforma laboral del 2019, abría una coyuntura para los trabajadores.
De los acuerdos establecidos entre los gobiernos de EEUU y México resaltaban dos fundamentales: el emplazamiento a ratificar los contratos colectivos que son vigentes en el país y la realización de elecciones sindicales de manera secreta. Todo esto fue nombrado como democratización sindical.
Antes de la reforma, en el país las elecciones sindicales eran a mano alzada, lo que posibilitaba el control, vigilancia y represalias a trabajadores disidentes.
Aunado a los puntos de acuerdo binacionales, ambos gobiernos se comprometieron a observar los procesos de democracia sindical con agentes gubernamentales y paneles de expertos. Asimismo involucraron a las autoridades electorales de cada país, para el caso de México el INE.
Parecía que, además de perder el miedo, una coyuntura se abría al interior de la fábrica. Los obreros la supieron aprovechar.
En aquellos días Miguel seguía trabajando en la planta. Y aunque los precursores del movimiento obrero al interior habían sido despedidos, algunas veces se reunían en secreto para afinar la estrategia que los llevaría a la victoria.
“Teníamos miedo, la verdad es que en ese momento andábamos con un perfil muy bajo. Pero seguíamos organizándonos”, dice.
Miguel y el resto de trabajadores se reunían sigilosamente con Generando Movimiento. Ellos serían a la postre los integrantes de la planilla del Sindicato Independiente de Trabajadores y Trabajadoras de la Industria Automotriz (SINTTIA).
“En 2021, cuando anunciamos SINTTIA y nos destapamos, como quien dice, luego luego los compañeros nos preguntaban cosas. Nos manifestaban su apoyo”, recuerda.
La reforma, sumada al hartazgo y a los vínculos internacionales que los obreros habían estado construyendo durante años, obligó a General Motors a realizar la primera votación para legitimar al sindicato en abril del 2021.
La votación se convirtió en un zafarrancho: los delegados cetemistas destruyeron boletas y alteraron urnas, la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) suspendió la elección y presentó una denuncia penal contra los responsables.
Es aquí donde Generando Movimiento comenzó a escucharse nuevamente. Ellos denunciaron las irregularidades con grupos sindicalistas independientes en Estados Unidos y Canadá, impulsando la queja del gobierno estadounidense que activó, por primera vez, el Mecanismo Laboral de Respuesta Rápida del recién firmado T-MEC.
El gobierno de México se comprometió a vigilar las nuevas votaciones. En agosto del 2021 más de la mitad de los trabajadores sindicalizados quitaron a la CTM como su representante, con el Instituto Nacional Electoral (INE) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como observadores.
La esperanza por un cambio en las condiciones laborales y la posibilidad de la reinstalación de los trabajadores despedidos comenzó a brotar entre los miembros de Generando Movimiento. Después de la consulta, cinco ex trabajadores, entre ellos Sergio, fundaron su propia organización: Unificación Obrera.
Pero esta separación no desvió la atención de los intereses iniciales. El movimiento obrero al interior de la planta se iba robusteciendo y la creación de un sindicato independiente se convirtió en realidad.
Israel, con la frente en alto, sentencia:
“Esta victoria no es producto del T-MEC, nosotros aprovechamos la coyuntura. La victoria viene del hartazgo y la organización de nosotros los trabajadores”.
Israel denuncia que desde la legitimación y durante las campañas no existió piso parejo para el sindicato independiente. Mientras integrantes de los otros sindicatos competidores –dos de ellos parte de la CTM y el último parte la CROC– se paseaban recolectando firmas o haciendo proselitismo durante horas laborales, los integrantes del sindicato independiente, todos parte de las líneas de producción, tenían que hacerlo durante sus horas de descanso.
Pero la preocupación, el miedo y la indignación llegaron el fin de semana previo a la votación, cuando la secretaria general y la secretaria de organización del SINTTIA, Alejandra Morales y Claudia Juárez, fueron amenazadas de muerte.
Alejandra sabía que las amenazas solo eran para intimidar al movimiento que siguió en pie de lucha. El 1 y 2 de febrero se desarrollaron las elecciones al interior de la planta de Silao, donde votó el 88 por ciento de la plantilla laboral.
“Estamos aquí respaldando a los compañeros del sindicato independiente, pero también presionando para que las cosas se hagan bien”, dice Sergio Contreras. El grupo de despedidos, junto a decenas de activistas obreros internacionales, vigilaron las elecciones desde una carpa colocada en la jardinera frontal de la fábrica, donde se leía: “Campamento solidario”.
El 2 de febrero, el último día de votación, se escucharon varias denuncias de irregularidades: “hay personas que no pudieron votar porque otra persona había votado por ellos, trabajadores que votaron dos veces”, dice Israel. También se oyeron rumores de compra de votos: “están dando 500 pesos”, diría un trabajador que salía de su turno.
Los mensajes que anunciaban el triunfo del sindicato independiente llegaron desde las primeras horas del 3 de febrero. Pero fue alrededor de las tres de la madrugada que se confirmó: «Ganamos con un 76 por ciento de la votación”.
La mañana siguiente, la Casa Obrera del Bajío se colmó de fiesta. Al fondo del salón, una mesa plegable agrupó a todos los integrantes del SINTTIA, encabezados por su lideresa, mientras el resto de simpatizantes llegaban hasta la calle. Todos celebraban la posibilidad de un futuro mejor para los trabajadores y sus familias.
“Por fin, el trabajador tuvo la oportunidad de decidir quién va a ser su representante”, se escuchó varias veces durante la conferencia de prensa. En ella, Alejandra prometió que los salarios aumentarán más que la inflación y las cuotas sindicales se utilizarán para las necesidades de los mismos trabajadores.
Las y los trabajadores esperan la mesa de negociación del nuevo contrato colectivo. Sus aspiraciones son simples: incrementar los salarios y prestaciones de sus compañeros, mejorar sus condiciones de trabajo y reinstalar a quienes fueron despedidos por organizarse.
También, desde la Casa Obrera del Bajío, se planean actividades culturales, de formación político/sindical y asesoría jurídica “todo para la clase trabajadora”, dice Israel, a quien sus compañeros designaron como responsable de este espacio.
Desde la misma mesa que días antes se colmó de fiesta, Israel y Puchis reflexionan sobre las tareas pendientes. Se detienen un instante, dan una bocanada al cigarrillo o un trago a su botella de agua, y sin reparos sentencian:
“Ahora toca cumplir”.
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