Detrás de las imágenes de aves paseando en el campo en los anuncios de gallinas «al libre pastoreo», hay una realidad de condiciones dudosas, tanto en bienestar animal como en violaciones laborales. Descargas eléctricas, amputaciones del pico y fraudes en un sistema que se presenta como alternativa, pero que es conducido por las mismas empresas que enjaulan millones de animales
Texto Marcos Hermanson Pomar / Bocado
Fotos: Especial
SAO PAULO, BRASIL.- Joana Ayres es una psicóloga preocupada por el bienestar animal. Vive en una ciudad vecina a São Paulo, en Brasil, y cuando va de compras siempre opta por los huevos de gallinas “libres de jaula”.
Esa modalidad surgió en los supermercados hace algunos años y es un término medio entre los huevos convencionales, muy baratos, y los orgánicos, generalmente más caros. En la red de supermercado Pão de Açúcar (del conglomerado francés Grupo Casino), por ejemplo, una bandeja de doce huevos orgánicos cuesta R$ 15, equivalentes a tres dólares, mientras diez huevos “libres de jaula” cuestan R$ 9,90, menos de dos dólares.
Joana cree que el bienestar animal debe considerarse en ese cálculo. Como no ve demasiada diferencia entre las nomenclaturas de los huevos alternativos – libre de jaulas, de campo y orgánico – opta por la versión más barata.
Otro factor que pesa en su opción es el rótulo: la bandeja de huevos “libres de jaula” exhibe a una gallina picoteando suelta sobre la arena y un sello de certificación de bienestar animal. Por lo tanto, el producto que ella elije parece tan bueno como los demás.
En el otro extremo de la cadena está Fernanda*. Ella es la encargada de cuidar a las gallinas “libres de jaula”, las mismas que produjeron los huevos que acaba de comprar Joana en el supermercado.
Lo que Fernanda tiene para contarle a Joana quizás la haga replantearse sus decisiones como consumidora. Y es apenas la punta del iceberg.
Sola, es responsable de atender un galpón que contiene entre 11 y 12 mil aves. ¿Sus tareas? Recolectar huevos, alrededor de 10 mil al día, administrar agua, enterrar a las gallinas muertas y limpiar los baños. Todo en tan sólo ocho horas.
Por esos largos días de 8 horas y tareas intensas, recibe poco más que un salario mínimo y sufre una serie de violaciones de sus condiciones laborales: sobrecarga de funciones, acoso moral y corte ilegal de beneficios laborales, por citar solamente algunas.
Pero, además, la trabajadora de la granja sabe que en ese sitio las gallinas “libres de jaula” no son, lo que se dice, felices. Son sometidas a descargas eléctricas, solamente acceden al área externa muy de cuando en cuando y pasan por despique, o sea, la amputación de una parte del pico.
El dueño de la granja donde Fernanda trabaja mantiene millones de gallinas encerradas en jaulas, pero destina una fracción de la producción a la cría “consciente”, un nicho de mercado que viene creciendo en los últimos años.
Ese empresario, igual que los demás involucrados en ese negocio, tiene un gran aliado: el vacío regulatorio del sector. Porque en Brasil, la legislación no reconoce diferencias entre los tipos de cría convencional, libre de jaula y de campo. Basta atender a los criterios sanitarios del Ministerio de la Agricultura, Pecuaria y Abastecimiento para rotular el producto con el nombre que mejor le convenga desde el punto de vista publicitario.
Y así, si observamos quiénes son los proveedores de huevos de los grandes supermercados, como el Pão de Açúcar, encontramos una gran profusión de embalajes que llegan a volver difícil, sino imposible, elegir el huevo correcto.
Una de las marcas de huevos incluso sugiere que la elección del consumidor se haga de acuerdo a tres grados distintos de bienestar en la cría de las gallinas. En el nivel más alto – y más caro – están las aves alimentadas con alimento orgánico, con derecho a paseo en el campo y libres de jaulas. Luego, la escala desciende hasta las gallinas que viven enjauladas, no son alimentadas con alimento orgánico ni tienen derecho a un paseo fuera del galpón.
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura, en 2017 los cinco mayores productores de América Latina, liderados por México y Brasil, produjeron 150 mil millones de unidades de huevos.
La lista de consumo también es liderada por México. En ese país consumen 370 unidades de huevo per cápita todos los años, mientras Colombia, Argentina y Uruguay, los siguientes en el ránking, consumen 291, 284 y 247 huevos per cápita, respectivamente.
La región ostenta un gran ejército de gallinas: son 370 millones de aves ponedoras solamente en los cinco principales países productores. Una inmensa mayoría es criada en el sistema intensivo, es decir, dentro de jaulas. En Brasil, por ejemplo, un 95% de las ponedoras son criadas en confinamiento, un método prohibido desde 2012 en la Unión Europea.
En galpones llegan a albergar a cien mil gallinas, las aves se amontonan en números de ocho, diez y, a veces, doce animales por jaula. “Para que se haga una idea, el ave tiene el espacio de media hoja de papel para vivir. Es fácil entender el daño en materia de bienestar”, explica la zootecnista Paola Rueda, experta en bienestar animal de la ONG World Animal Protection.
Dentro de las jaulas, esas gallinas no pueden desarrollar sus comportamientos naturales más básicos como abrir las alas, picotear y revolver la tierra en busca de alimento, caminar, o saltar. Con el tiempo, el grado de estrés es tan alto que las aves empiezan a desarrollar comportamiento caníbal: pican y hieren de muerte a “compañeras de celda” (ese es el motivo del “despique”, que sirve para impedir que estos animales causen heridas unos a otros). El problema es que el despique causa dolor crónico y dificultad para que las aves puedan alimentarse.
También es común ver que esas gallinas desarrollen deformaciones en sus patas, ya que se pasan la vida equilibradas sobre el piso enrejado de las jaulas.
La granja brasileña Naturovos, proveedora de supermercados Pão de Açúcar, se presenta como la mayor productora de huevos del sur del país y la mayor exportadora de huevos de Brasil. La página de la empresa declara compromiso con calidad, innovación y medio ambiente, cumpliendo “los más rígidos estándares” nacionales e internacionales.
Flacas, estresadas, con calor a causa de la “sobrepoblación”, esas aves en las granjas pasan por un proceso gradual de depresión inmunológica, lo que las vuelve muy susceptibles a organismos invasores. Por eso, os productores les administran antibióticos en el alimento todos los días para prevenir enfermedades. Esos antibióticos evitan que enfermedades se difundan como pólvora entre las gallinas hacinadas, pero también acaban por impulsar una selección natural de patógenos super resistentes, lo que aumenta el riesgo de surgimiento de enfermedades altamente nocivas al ser humano.
Además, parte de esas sustancias ingeridas por las aves termina en el huevo del consumidor, lo que puede aumentar la resistencia de bacterias también en el organismo humano.
Tanto productores como ONGs de protección animal son unánimes en decir que en los últimos años hubo crecimiento de la demanda de los consumidores por huevos producidos en “sistemas alternativos”.
Impulsada por esa demanda, surgió la modalidad “libre de jaula” (cage free), una clase de modelo de transición. Mientras los alternativos se parecen más al modo tradicional de cría de gallinas ponedoras, típico de pequeñas propiedades, el “libre de jaulas” es un hijo de la avicultura industrial en gran escala, con una etiqueta engañosa.
La presidente de la Asociación Brasileña de Avicultura Alternativa (AVAL), Miwa Yamamoto, explica que “libre de jaula” es una clase de cría que empezó de “atrás hacia adelante”: “De un lado, tradicionalmente, siempre tuvimos la producción de campo y orgánica con las gallinas libres en el suelo y con acceso al exterior.” Del otro, la avicultura industrial, con un subproducto hijo directo de la creación en jaulas.
La Granja Mantiqueira, la mayor productora de huevos de América del Sur, es un buen ejemplo de ese proceso. En apenas dos de sus plantas industriales cría once millones de aves encerradas en jaulas. Pero además tiene una pequeña granja recién construída por la empresa, en el estado de Río de Janeiro, con 500 mil gallinas ponedoras viviendo “sueltas” en galpones.
La Granja Faría también se encaja en esa categoría. Tiene el octavo mayor plantel de América Latina, con seis millones de gallinas, distribuidas en ocho plantas. De todas esas aves, solamente 192 mil son criadas “sueltas” en una unidad en el sur de Brasil.
“De todos (los modos de cría alternativa), el único que tiene una regulación gubernamental (en Brasil) es el orgánico. Y ya sabes que lo que no está reglamentado no tiene supervisión. Por eso me intriga que las granjas que producen millones de huevos [convencionales] también vendan huevos con sello de alternativo”, dice el productor de huevos orgánicos Romeu Leite, de la granja Vila Yamaguishi, en el estado brasileño de São Paulo. Él cuenta que ya intentó visitar granjas grandes, pero se le negó el acceso.
Por la regulación del Ministerio de la Agricultura de Brasil, las gallinas ponedoras criadas en el sistema orgánico no pueden sufrir despique ni ser mutiladas, y su alimento debe estar libre de transgénicos y antibióticos, compuesto por al menos 80% de alimentos orgánicos. Además, esas aves deben tener acceso al área externa por lo menos durante seis horas todos los días y la ocupación máxima del galpón, al cual vuelven de tarde para dormir y protegerse de depredadores, no puede pasar de seis aves por metro cuadrado.
Para garantizar que las normas orgánicas se cumplan, una empresa certificadora registrada y auditada por el ministerio realiza visitas a los productores dos veces al año. En las otras modalidades, basta ajustarse a la legislación sanitaria global, ya que no hay norma que regule aspectos de bienestar animal, tampoco supervisión activa del Ministerio de la Agricultura.
La única regla, bastante genérica, data del año 2008. Abarca la cría de todos los animales de producción con interés económico – aves, bovinos, suinos, ovinos, etc – y define que deben someterse a “manejo cuidadoso”, “dieta satisfactoria” y que las instalaciones en las que viven deben “ser planificadas de manera a garantizar protección, posibilidad de descanso y bienestar animal”.
Una unidad del conglomerado Granja Faria es un ejemplo de lo que puede permitir el vacío en la legislación. La empresa produce huevos “libres de jaula” para la red Pão de Açúcar y una línea propia de huevos “de campo”, Ares do Campo (Aires del Campo), vendidos en diversas redes de supermercados de Brasil, entre ellas Carrefour.
Ambas modalidades producidas en la Granja Faria ostentan el sello Certified Humane, de Humane Farm Animal Care (HFAC), entidad internacional de certificación de bienestar animal que exige algunos parámetros en la cría de gallinas cage-free y de campo. Sin embargo, según los relatos de funcionarios entrevistados para este reportaje, el manejo de las aves en esas granjas viola los parámetros de HFAC para ambas modalidades.
Entre las violaciones narradas por los empleados está la aplicación de descargas eléctricas como manera de desestimular a las gallinas ponedoras a poner huevos en la “cama” (piso) del galpón. Ese método de “refuerzo negativo” consiste en la instalación de un cable en la baranda del barracón que castiga a las aves siempre que tocan esa superficie.
“La descarga eléctrica no es recomendable. Sabemos que es posible, con un buen manejo, hacer que (la gallina) ponga sus huevos en el nido”, explica Maria Fernanda Martin, zootecnista y experta en bienestar animal de la ONG Humane Society International (HSI).
El procedimiento de descarga eléctrica está prohibido por las directrices de HFAC en gallinas con más de 25 semanas de vida, que es el caso de las aves de Granja Faria. Para eludir el control de la empresa certificadora, la administración de la granja hace un maquillaje de las condiciones reales de operación antes de las inspecciones anuales, que son agendadas con antelación: “Un poco antes de la inspección, ellos hacen una limpieza, ordenan, quitan los cables. Luego de la inspección, vuelve todo a la normalidad”, dice el trabajador entrevistado para este reportaje.
Otro empleado, responsable del manejo de las aves de campo, explica que las gallinas no pueden salir todos los días, como determina la empresa certificadora sino apenas dos o tres veces a la semana: “No es frecuente, Es cuando se puede. Cuando el clima es bueno y cuando tenemos tiempo.”
En su manual de directrices, HFAC afirma que “puede realizar inspecciones sin previo aviso” como forma de garantizar el cumplimiento de sus normas, y que en esas visitas “se conducen usando los mismo procedimientos de inspecciones rutinarias”. Pero el concepto de “sin previo aviso” no es exactamente como parece: “El inspector contacta al productor para programar la inspección como mínimo 24 horas antes de llegar al sitio”.
Pese a todo, en su video institucional, Granja Faria garantiza que las aves de la unidad ubicada en ‘Palhoça’ viven en libertad”, son criadas de manera “100% natural” y sometidas a un manejo “único en el país.”
La cadena de producción de los huevos felices” tampoco respeta a los trabajadores.
En la Granja Huevo Nuevo, de São Miguel, en el interior del estado de São Paulo, son empaquetados huevos de campo para las marcas Qualitá e Ito Country, ambas vendidas en la red Pão de Açúcar. En esa granja, las jornadas laborales excesivas son cotidianas: “No tenemos hora para entrar o salir, hubo días en que entramos a las 6h30 y salimos a las 0h40”, contó una trabajadora, relatando que la empresa paga nada más que R$ 3,25 la hora extra de trabajo (equivalentes a 60 centavos de dólar).
La Granja Mantiqueira es otro ejemplo. En agosto de 2019, la empresa fue condenada por el Tribunal Superior del Trabajo (TST) al pago del equivalente a 55 mil dólares en indemnización por daños morales a la familia de un chófer de la empresa, el camionero Ney Ferreira Prates.
Ello porque en junio de 2015, Prates realizaba el trayecto de 1.800 km entre dos unidades de la empresa cuando su camión volcó en la pista. Él murió al instante. En el exacto momento del accidente, Ney ya llevaba 36 horas conduciendo, solamente se había detenido a descansar durante siete horas. Esas informaciones fueron registradas por el monitor satelital del camión y presentadas durante el juicio del caso.
Al declarar su sentencia, el ministro relator del juicio, Mauricio Godinho Delgado, concluyó que la Granja Mantiqueira exigió “jornada excesiva al chófer y plazos muy cortos para la conclusión del transporte de carga perecible, exponiendo al trabajador victimado a un riesgo acentuado y a la fatiga”. Godinho entendió también que la empresa “fue negligente” al permitir que el empleado condujese durante toda la noche, la única forma posible de concluir el viaje de 1.800 kilómetros en dos días.
Apenas dos meses antes de morir, el trabajador publicó en una red social un mensaje que decía: “(De) 30 horas conduciendo, solamente dormí dos. Dentro del horario, pero más allá del límite humano”.
En la Granja Faria, las violaciones también son comunes: “Cuando hay reunión dentro de la empresa, nosotros no podemos argumentar, decir qué cosas pueden mejorarse para los empleados. La prioridad son las gallinas. Es lo que genera ganancias, da dinero. Los trabajadores no tienen importancia”, cuenta un encargado del local.
Este reportaje intentó contactar a la Granja Faria a través de su correo electrónico y el número de teléfono disponibles en su sitio web, pero ninguno funcionaba. También buscada, la Granja Huevo Nuevo no contestó las preguntas que le fueron enviadas por hasta el cierre de este reportaje.
Humane Farm Animal Care (HFAC) recibió las denuncias concernientes a la Granja Faria y dijo haber instaurado un proceso de investigación, lo que culminó con una nueva inspección, ocurrida el viernes 12 de junio de 2020. En esa última inspección, la entidad afirma haber constatado que los cables eléctricos en los galpones de la granja estaban desconectados. Según la propia HFAC, la Granja Faria fue alertada acerca de la nueva inspección al final de la tarde del día anterior.
También consultado para este reportaje, el Grupo Pão de Açúcar contestó que la Granja Huevo Nuevo “pasó por todos los proceso e inspecciones exigidos por el Programa Evolutivo de Calidad (PEC), que abarca tanto las leyes laborales como las normas internacionales de trabajo en los aspectos de horas trabajadas, salud, seguridad, salarios y beneficios, además de ausencia de trabajo esclavo/infantil”. En la misma respuesta, la empresa de supermercados afirma que la Granja Faria, a su vez, “es un proveedor indirecto y también fue inspeccionada según las exigencias concernientes a la obligatoriedad del respeto a criterios de bienestar animal”.
Carrefour contestó: “En cuanto recibimos la denuncia referente a Granja Faría, realizamos una investigación interna y constatamos que el Grupo Carrefour Brasil ya realizó compras puntuales a ese proveedor. Entonces, prontamente le enviamos una carta de notificación, solicitando aclaraciones acerca de los hechos relatados, bajo pena de interrupción del contrato”.
Mientras ocurre todo eso, don Luis*, de la ciudad de Salvador do SUl, en el estado de Río Grande do Sul, cuida su pequeño plantel: son 180 gallinas de campo que viven sueltas en el campo y son libres para aletear, correr y jugar en la tierra. Salen todos los días, excepto cuando hace mal tiempo.
Al contrario de algunos granjeros vecinos, don Luis no vende su producción para la granja Naturovos, que paga 26 céntimos por docena de huevos comprada a los productores integrados. Él comercializa su producción directamente con a amigos, conocidos y vecinos del pueblo que se sienten más a gusto al comprarle a un productor cercano. Un productor que pueden ver con sus propios ojos y cuya granja pueden visitar.
* Los nombres fueron alterados a pedido de las fuentes.
Esta nota fue publicada en Bocado, puedes leer la publicación original aquí: https://bocado.lat/gallinas-libres/
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