Hace 36 años, la portada de National Geographic inmortalizaba a una niña afgana de sólo 12 años de edad. Hoy esa niña tiene casi 50 años, y sigue siendo acallada
@cynthiaitalia
Ataviada con su velo guinda y un vestido verde que combinaba perfecto con el mismo color de la tienda de campaña donde se encontraba, hacía que esos colores resaltaran aún más sus ojos, también verdes, en aquella imagen que le daría mil vueltas al mundo y que muy pronto sería considerada como “la fotografía más reconocida en la historia de la National Geographic”.
Ahora, que de repente Afganistán vuelve a ser tema, vale la pena recordar la historia de aquella muchachita cuya imagen se reprodujo millones de veces, no sólo por la belleza, incertidumbre, rabia, desconcierto y desesperación que reflejaba su mirada, sino porque desde entonces se convirtió en el rostro de los refugiados en el mundo. Por ello, durante años también fue la imagen de Amnesty International.
Pero su historia comenzó en realidad mucho antes. Un año antes de que su imagen quedara para siempre como una de las mejores fotografías a nivel internacional, ella había huído de su natal Afganistán para refugiarse en el país vecino de Pakistán a causa del conflicto armado entre Afganistán y Rusia que oficialmente comenzó en diciembre de 1979 y que terminó en febrero de 1989, definido como algunos historiadores como el ‘Vietnam soviético’.
Según cifras oficiales, esa guerra dejó más de un millón y medio de civiles muertos, 16 millones de minas abandonadas en las calles y más de 6 millones de prófugos que buscarían resguardo en Pakistán, como hizo en 1984 aquella niña.
Un año después, el fotógrafo estadounidense Steve McCurry (Filadelfia 1950), es enviado por esta revista para documentar los campos de refugiados y mientras caminaba por el campo de Nasir Bagh, en Peshawar, donde se encontraban alrededor de 100 mil refugiados afganos, escuchó las voces provenientes de una tienda de campaña.
Dentro habían improvisado un salón de clases donde niños y niñas tenían lecciones. McCurry quiso entrar y él mismo ha contado en diversas entrevistas que, al echar una mirada dentro la tienda, se dio cuenta de la presencia de esta niña, cuya mirada lo atrapó de inmediato y entiende en el momento que era ella el sujeto a fotografiar. “Tenía una expresión atormentada, y una mirada increíblemente penetrante”, dirá el fotógrafo en aquella época.
Pero Mc Curry entiende también que ella era muy tímida y para hacerla entrar en confianza, empieza a fotografiar a otras niñas para que ella aceptara después más fácilmente. Poco a poco se irá acercando y logrará en menos de dos minutos, antes de que ella saliera corriendo, su foto icónica.
La foto, publicada en junio de 1985 es, según los expertos, perfecta. Tanto, que la “muchacha afgana con el velo”, como se le comenzó a conocer en todo el mundo, se convierte de repente en la Mona Lisa del Siglo XX y la imagen universal de los prófugos en todo el mundo, sólo que ella no lo sabía. De hecho, el resto del mundo no sabría de su identidad sino hasta 17 años más tarde.
Mientras, la guerra continuaba, pues cuando los rusos se retiran, llegaron los talibanes y con ellos, la segregación de las mujeres. Después, con los hechos del 11 de septiembre del 2001, el país vuelve a ser invadido, pero esta vez por los estadounidenses.
Así, en el 2002, Steve McCurry y un equipo de la National Geographic, regresa al lugar donde había tomado aquella foto 17 años antes con la misión de encontrar a la muchacha afgana con el velo de su ya célebre foto.
Después de algunas semanas viajando por todo el país con aquella imagen en la mano y mostrándola a decenas de desconocidos, la encuentra y su identidad es también confirmada por los analistas forenses del FBI.
Hasta entonces se descubre que aquella muchachita, ahora ya una mujer casada y con hijos, se llamaba Sharbat Gula, que en afgano quiere decir “Flor de agua dulce”.
Fue hasta ese momento que ella misma cuenta que cuando apenas tenía 6 años había perdido a su padre y madre durante un bombardeo ruso, por lo que había escapado junto a su hermano, tres hermanas y su abuela rumbo a Pakistán a pié, donde había sido fotografiada tiempo después.
Al terminar la guerra con Rusia, Sharbat había vuelto a Afganistán donde se convirtió en madre y esposa.
Como era lo habitual, vivía recluida como todas las mujeres del país comandado por los talibanes.
Ella nunca había visto la foto que la había hecho famosa en todo el mundo, cosa que también desconocía e incluso el encuentro fue una mezcla de curiosidad y desconcierto, recordará McCurry, quien obviamente entonces la volvería a fotografiar.
«Su piel está llena de cicatrices, ahora tiene arrugas, pero ella es exactamente tan asombrosa como lo era hace muchos años», dijo McCurry, que con la nueva foto vuelve a lograr una portada de la revista.
Así, en plena guerra, Sharbat vuelve a ser la cara de los refugiados que volvían a escapar hacia las fronteras de un país largamente castigado.
Durante esos primeros años del nuevo conflicto, Sharbat pierde un hijo y al marido a causa de la Hepatitis C, enfermedad que ella misma sufre. Sin embargo, huye nuevamente de Afganistán con los demás hijos para llegar de nuevo a Pakistán, junto a otro millón de personas .
Como hacían muchos otros, ella falsifica sus documentos para hacerse pasar por pakistaní y así poder vivir ahí y obtener la asistencia de aquel país. Así abirá una cuenta en el banco, y hasta podrá comprar una casa con lo que evitará huir de los campamentos a los que no quería regresar.
Sin embargo en el 2016 es arrestada por la policía pakistaní por falsificación de documentos y corrupción. Nuevamente es fotografiada pero esta vez por la policía y nuevamente se encuentra dentro de algo más grande que ella: una guerra diplomática entre Afganistán y Pakistán, pues este último país ya muestra el cansancio por la llegada de tantos refugiados de su país vecino.
El gobierno buscaba usar la imagen de Sharbat para mandar un mensaje a todos sus compatriotas. La arresta, la expone a los medios de comunicación y la usa como símbolo para contrarrestar la constante llegada de prófugos.
Por otra parte, Afganistán también quiso exponerla como símbolo de todos aquellos refugiados que entonces podían volver al país, pues parecía que con la ayuda de los estadounidenses, Afganistán podía ser más seguro.
Al final de un tratado entre Afganistán y Pakistán, el presidente afgano la acoge en Kabul y hasta le ofrece una casa con todo una gran ceremonia donde, entre otras cosas, ella dirá: “no quería ni siquiera regresar a Afganistán, pero no tenía alternativas”.
Ahora, ella con casi 50 años y a 37 años de aquella foto, las pocas palabras que ha vuelto a decir son: “No he pasado un sólo día de mi vida, aparte quizá el día de mi matrimonio, en el que me haya sentido feliz y al seguro”.
Como dirá amargamente el multipremiado fotógrafo McCurry hace algunos años: “Sharbat habría podido convertirse en una embajadora ONU, viajar por el mundo para hablar de la vida y el sufrimiento de los refugiados, pero al contrario, Sharbat nunca ha tenido voz propia, al máximo fue usada por otros gobierno, casi igual que el pueblo afgano…”.
Periodista mexicana radicada en Italia, donde ha sido corresponsal para varios medios. Autora del libro Contacto en Italia. El pacto entre Los Zetas y la '
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