Las trabajadoras sexuales de la Ciudad de México han sido vulneradas desde antes de la covid-19 pero las dinámicas de cuidado ante el virus recrudecieron aún más estas violaciones sistemáticas de sus derechos laborales
Texto y fotos: María Ruiz
Jessica trabaja sobre Tlalpan. Para esta conversación pidió que se le nombrara con “su nombre de batalla”, que es el que usa para su actividad secreta: el trabajo sexual. Ella vive en las zonas periféricas de la Ciudad de México y cada día se desplaza hasta el sur de la capital para reducir las posibilidades de que su familia la descubra.
Con lo que gana en los hoteles de paso mantiene a su familia. La mitad del día se dedica a ser mamá y la otra mitad espera a sus clientes sobre calzada de Tlalpan. Pero ahora, debido al confinamiento por la pandemia de covid-19, sus rutinas de trabajo cambiaron:
“Tengo internet en la casa pero no tengo computadora. A fuerzas tengo que ir a pagar al café internet. Por eso trabajo en la tarde y me voy como a las nueve o diez de la noche. Mis hijos estudian temprano, así dejo todo listo y vengo a trabajar tranquila”, cuenta Jessica mientras recibe la despensa que la Agenda Nacional Política Trans le entrega una vez a la semana.
Ella deja encargada la despensa en el hotel donde se cambia y luego sale a la calle a esperar a sus clientes, que por estos días son muy escasos.
“(La pandemia) sí me ha afectado mucho, la mayoría de mis clientes tienen sus propios negocios y como a ellos les afectó mucho no han venido. Muchas compañeras han dejado de venir y cuando llegan a venir están con el pendiente de que no tienen para la renta. En mi caso es lo mismo, pero trato de seguir viniendo, le hago la lucha”, dice.
La organización Agenda Nacional Política Trans de México ha acompañado a más de 500 mujeres durante esta pandemia. Su trabajo consiste en dar despensas, auxiliarlas con los trámites para acceder a apoyos gubernamentales y realizar pruebas de VIH.
Su fundadora, Erika Villegas, lleva treinta años en el activismo. Estuvo muy activa cuando el VIH era una pandemia poco conocida. Ahora trabaja con siete compañeras. Esta vez desde la oficina de la organización: un inmueble de un cuarto y un baño en la colonia Obrera.
“Las chicas nunca han dejado de trabajar. Por la necesidad, porque vivimos al día. Creo que no tenemos tiempo de enfermamos, autodefensas creo que ya nos las dio la vida”, responde Erika a la pregunta de si han tenido muchos casos de covid-19 entre las trabajadoras sexuales.
Para Móniza Salazar, integrante de Dignificando el trabajo, la cifra tan baja de contagios de covid-19 entre trabajadoras sexuales se tiene que pensar a partir de dos factores:
“¿Cuántas realmente pudieron hacerse una prueba para poder confirmar que fue o no covid, en términos de costos de las pruebas y en términos de la accesibilidad? ¿Cuántas realmente presentaron síntomas que necesitaran hospitalización?» se pregunta Salazar.
Desde Dignificando el Trabajo A.C. realizaron un diagnóstico del trabajo sexual antes, durante y después de la pandemia. Por el momento tienen estas reflexiones:
“Una de las cosas que muchas nos decían era que no lleguemos con esta idea de que precovid estaban perfectas y postcovid todo es una tragedia, porque toda la desigualdad en la cual se les ha ubicado, por no querer reconocer el trabajo sexual, se recrudece con esto de covid”, explica.
Durante el diagnóstico han concluído que las mayores afectaciones a las que se enfrentan las trabajadoras sexuales son a una economía más precaria, a pérdidas o cambios de espacios de vivienda y a la precarización alimentaria y de necesidades básicas lo que afecta su salud y sus relaciones familiares.
Esta precarización que aumenta con la pandemia se basa en la discriminación y criminalización del trabajo sexual. La organización busca lograr que los derechos de las trabajadoras sexuales sean reconocidos para reducir la estigmatización que viven y la violencia que sufren.
Dignificando el trabajo es una organización que trabaja tres temas: la explotación laboral, el trabajo forzado y la trata con perspectiva de derechos humanos y de género. Quieren conseguir la prevención sistémica, encontrar todas las causas para prevenir desde ellas:
“Buscamos que la gente entienda que no es necesario criminalizar a todo el mundo sino cambiar las condiciones para que podamos evidenciar a las personas que realmente están ejerciendo el delito de trata. Que la erradicación de la trata de personas sea realmente trata y no situaciones precarias. Hay una diferencia entre trabajo forzado y condiciones precarias en explotación”, dice Salazar.
El Consejo para prevenir y eliminar la discriminación en la Ciudad de México (Copred) realizó un diagnóstico sobre el trabajo sexual en la capital en conjunto con las organizaciones Movimiento de Trabajo Sexual de México (Motrasex), MoKexteya, Agenda Nacional Política Trans de México, Asociación en Pro Apoyo a Servidores (Aproase) y la Plataforma Latinoamericana de Personas que Ejercen el Trabajo Sexual México (Plaperts). Entrevistaron a 224 personas trabajadoras sexuales de 12 alcaldías durante diciembre del 2019.
De las 224 personas entrevistadas la mayoría son mujeres, 96 son mujeres trans, 11 son hombres y 6 son hombres trans. El 94.2 por ciento ejerce el trabajo sexual en la calle y la mayoría tiene familia a su cargo. El 37.7 por ciento respondió que gana entre 500 y mil pesos semanales; el 13.9 por ciento no tiene un ingreso fijo medible. La mayoría trabaja los siete días de la semana.
La pregunta de por qué ejercen el trabajo sexual obtuvo respuestas varias. La mayoría respondió que era porque es su principal ingreso; le siguió “por necesidad” y la tercera respuesta que más se dio fue por la flexibilidad en el horario. Sólo 5.4 por ciento de las encuestadas contestó que lo hace por gusto.
Una de las preguntas que Copred realizó fue si les gustaría dejar el trabajo sexual, el 45.3 por ciento dijo que sí. Si les ofrecieran estudiar o acabar sus estudios a cambio de dejar el trabajo sexual el 41.7 por ciento dijo que sí pero solo si pueden tener un ingreso extra. Y ante la idea de conseguir otro trabajo el 44.4 por ciento dejaría el trabajo sexual solo si tuvieran los mismos ingresos.
Con este informe Copred buscó acercarse a las trabajadoras sexuales ya que ve en los prejuicios y en la falta de información factores que alimentan la violencia institucional, la exclusión y la marginación que padecen quienes se dedican a ello.
En su encuesta, Copred visibiliza que las personas que se dedican al trabajo sexual viven diversas vulneraciones, como la falta del derecho a la salud y de una vida libre de violencia. Un ejemplo es que la mayoría debe trabajar más cuando necesitan algún servicio médico.
Además, constantemente se enfrentan violencias por parte de clientes, de personas que pasan por sus puntos de trabajo, vecinos y alguna autoridad.
Verónica Yépez tiene 38 años, es trabajadora sexual y facilitadora de la Secretaría de Inclusión y Bienestar de la Ciudad de México. Para ella la revictimización del trabajo sexual es un obstáculo en la obtención de sus derechos:
“Ya no queremos reconocimiento, queremos dignificar el trabajo sexual. Las mismas políticas públicas están creadas para ver a las trabajadoras sexuales como víctimas y nos quieren sacar de ahí pero nosotras queremos herramientas para dejar de ser precarizadas”, dice.
En un balance sobre la pandemia, Yépez comparte lo que ha vivido estos meses como activista y como trabajadora sexual:
“(La pandemia) nos ha obligado a bajar el precio, a precarizar nuestro cuerpo, a malbaratarlo. Pasa el cliente y yo sé que él te paga 500 pero si ya no trae los 500, nada más trae 200 o 100, lo tomas” recuerda.
Verónica trabaja en el centro de Atizapán sobre una de las avenidas principales. Estos meses prácticamente no ha tenido trabajo: “aunque una quiera o el cliente quiera, no tienen lana” dice.
Yépez también ve una diferencia enorme en el trabajo sexual dependiendo los territorios donde se ejerza. En las periferias se vive muy diferente a cómo se trabaja en las alcaldías más centralizadas.
“Hay muchos problemas para armonizar el trabajo sexual. Tlalpan está armonizado en algunas partes pero también hay cuestiones de trata. Cuauhtémoc es la alcaldía que se ha negado a participar en las mesas de instituciones de gobierno y de la sociedad civil. Sabemos que Cuauhtemoc está muy coludida con la mafia y el crimen organizado y hay lugares donde se cobra piso, trata de personas, cosas de las que como trabajadoras sexuales nos queremos despegar. Porque nosotras somos trabajadoras, no somos ni tratadas, ni víctimas” señala.
En las periferias durante la pandemia se han dado robos y asaltos:
“Estas cuestiones de covid sacan toda la inmundicia de la sociedad, en mi trabajo sexual nunca me habían asaltado y ahora así. En Iztapalapa se organizan para ir a asaltar a las compañeras, como saben que a cierta hora ya traemos dinero, van y nos asaltan” denuncia.
Como Erika Villegas, Verónica Yépez también es activista trans. Ella se define como parte del nuevo transactivismo. Desde las periferias y desde una institución gubernamental Yépez trabaja distintos temas en su agenda activista: el VIH, la legalización de la marihuana, las poblaciones callejeras y el trabajo sexual.
Para ella, como trabajadora sexual, es importante aclarar la diferencia entre ser vulnerables y ser vulneradas:
“Siempre dicen “poblaciones vulnerables”, no. Nos vulnera la sociedad, el gobierno, la religión, que son las instituciones moldeadoras que hacen que surja el estigma y las violencias” menciona.
En esto coincide con Erika Villegas de Agenda Nacional Política Trans de México:
“Me enoja que nos digan “grupos vulnerables”. ¡No! No somos vulnerables. Yo trabajo, yo estudio, soy pensante, tengo derechos, acarreo bienes, todo lo que necesito, ¿por qué voy a ser vulnerable? No soy vulnerable, soy vulnerada. Soy vulnerada por el gobierno , soy vulnerada por la sociedad”.
La pandemia visibilizó aún más estas vulneraciones de los derechos de las trabajadoras sexuales y los recrudeció.
“Va a ser una de las poblaciones en mayor desventaja y es necesario organizarnos junto con ellas y poder establecer días y lineamientos claros para que se minimice el riesgo, no nada más de contagio sino de en qué condiciones de precariedad van a terminar», insiste Mónica Salazar.
Este trabajo fue realizado con el apoyo de
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