13 agosto, 2020
Algunos jóvenes de preparatorias y universidades privadas ya volvieron a clases pero no a sus escuelas. Con horarios desfasados, con afectaciones emocionales y sin certeza de lo que viene, esperan que el ciclo completo no suceda frente a su computadora
Texto: Vania Pigeonutt
Foto: Daniela Pastrana
Andrea, María, Vania y Robi tuvieron un primer inicio de semestre atípico. Con más de 12 horas al día frente a una pantalla. En sus clases vieron cómo la mayoría de sus maestros no están capacitados para tener sesiones de Zoom de siete a tres de la tarde. Varios tuvieron problemas con la tecnología: en modular audios, que se vieran sus caras, corroborar que todos estuvieran conectados. Cada clase tardaba en empezar mínimo 10 minutos. Al final de la jornada, no recuerdan nada del contenido de algunas sesiones.
Las cuatro son estudiantes de tercer semestre, segundo año de preparatoria. Iniciaron esta semana sus clases con horarios de sueño desfasados, con complicaciones de concentración, porque en sus casas lo mismo puede interrumpirlas el perro que su mamá. Las chicas también se cuestionan la cantidad de dinero que sus papás tienen que pagar por su educación en un instituto privado, cuando no tendrán acceso a los laboratorios de química y anatomía; a las canchas para hacer deporte. No quieren ser pesimistas: pero otro año así, no lo soportarían.
Andrea, 16 años, dice que sí se siente mucho la diferencia entre este esquema y las clases presenciales. Confiesa que durante los últimos cuatro meses de pandemia por la covid-19, en los que ha tenido la posibilidad de permanecer en su casa, ella y varios compañeros y compañeras tenían el horario de sueño muy desfasado.
Pone un ejemplo. De domingo para lunes, previo a su primer día de clases, durmió tres horas.
“Estuve todo el día súper muerta. De hecho en una clase no me conecté porque me quedé dormida. Todo es en línea. Básicamente nos mandaron un correo con materias, con horario. Cada materia tiene un código de classroom. Nos ponían para meternos al Zoom y por videollamadas, luego se pierde esa comunicación”, narra.
La entrevista es por la tarde, alrededor de las 19:00. Para ese tiempo Andrea ya se siente cansada, porque no es lo mismo sólo haber terminado un semestre en línea, luego de que a partir del 23 de marzo se decretara de manera formal la Jornada Nacional de Sana Distancia, a éste que lo inician completamente en por internet.
“Eso me puso muy nerviosa. Yo estoy acostumbrada a moverme mucho y soy una persona hiperactiva. El hecho de estar sentada, no me puedo mover, me puso como ansiosa. Igual, como tenemos un horario, las videollamadas terminan a cierta hora. Hay un receso de 30 minutos y otro de 20. Hablamos entre nosotros por WhatsApp y nada más”, explica.
Andrea cuenta que algunos de sus compañeros se salieron de la escuela y otros no saben si se van a regresar. Al menos el primer día faltaron muchas personas.
“Sí hemos platicado de cómo nos sentimos, a veces. En general hemos sentido todo tipo de emociones, más ahorita en la adolescencia, pero en general estamos bien. A veces todo es como desespero, esa inquietud de no saber qué va a pasar, que quiero salir, ya no me importa nada. Es muy frustrante. Teníamos planes, ciertas expectativas y no se pudieron. Da tristeza, inquietud, pero yo estoy más relajada porque me da más tiempo de hacer más cosas para mí”, comparte.
Andrea siente que con la covid-19 puso más atención en la fragilidad de las personas: “te das cuenta de que no tienes el control de las cosas. En cualquier momento nos desmoronamos. Fallos que nos van a caer pronto. He cambiado mucho mi mentalidad en cuanto a disfrutar las cosas. Valoro un poco más”.
Dice que por ahora no tiene planes. Trata de adaptarse a sus nuevas clases, a no tener compañeros físicamente, a no charlar con sus amigas. En su colegio, hay dos materias nuevas: Educación para la salud y Yoga. Espera que la frustración por el encierro haga pensar a todos cosas mejores, porque en estos días han visto sus mejores y peores versiones. La frustración hace eso. El no futuro. Ya dependerá de cada quien, está segura.
“No deberíamos tener clases, deberíamos de saltarnos al próximo año y así empezamos el siguiente año. Pero eso no va a pasar, sólo quiero que vayamos agarrando la onda, que nos metamos en el chip de que esto será así durante mucho tiempo… Que nos traten como individuos, la SEP (en este caso se trata de la UNAM, a la que están incorporadas las escuelas que comenzaron las clases) debería hacer cosas hasta que te sientas bien”, critica.
Para María, otra estudiante de 15 años, es pesado mantenerse tanto tiempo frente a una pantalla. “Tenemos que cumplir con varias horas, aparte de tener que estar sentado todo el día enfrente de una pantalla y luego quedarte a hacer tareas, que van a tener que ser enfrente de una pantalla, y no es que sean menos horas, son las mismas horas que si estuviéramos yendo a la escuela”.
Todos los días son repetidos. Y tienen que estar en sus casas hasta sábado y domingo. No hay ni principio ni fin de semana. Según les recortaron las clases para descansar un poco de la pantalla y profesores, pero no ven tal recorte de tiempo. Siguen sintiendo una carga muy pesada.
“El bimestre pasado llegas a estar con tus amigos, haces nuevos amigos en casa. Te presentas, te dan papeles, tienes las cosas en físico, el contacto visual es mucho muy diferente, porque cuando estás presente, tienes una mirada 360, y en pantalla pues no. Y la dinámica es muy diferente. Tienes que ver un pintarrón y una pantalla y todo esto. Conectarse a vida de reunión es más lento, eso, más tiempo”, narra.
Para el próximo año María no sabe si podría con la misma dinámica.
“Yo no sé si podría. Que hablábamos con los profesores. Sentí flojera. Estaba entusiasmada con el tema de laboratorio, tendríamos de química, biología y anatomía. Tenerlo que ver cómo la gente lo haga y anotar sólo datos es muy diferente a estar presente. No va a ser lo mismo. También el deporte, ya no vamos a hacer nada práctico”.
En su opinión, las autoridades educativas debería modificar los horarios, porque todos están cansados, “casi casi 12 horas del día y también como que tal vez, no digo que todos, pero concientizar que la gente necesita apoyo emocional en estos momentos, porque están trabajando lo doble, porque están en la escuela. Como si intentaras relajar. Es intentar que la gente se sienta relajada”.
Coincide con Andrea, antes de empezar una nueva normalidad, las escuelas deberían detectar cómo empiezan sus alumnos. Qué ha repercutido en ellos este tiempo, cómo iniciar con alumnos deprimidos, ¿cómo pretender que éste es un buen inicio?
A Vania, otra estudiante de quinto semestre aún no le cae el 20 de que el lunes iniciaron sus clases. “Los maestros no son tan buenos en la tecnología, se tardan un rato, alguien los tiene que auxiliar. Nos tocaron cuatro profesores nuevos, se presentaron con nosotros. Su nombre, material, qué vamos a usar, pero no es lo mismo. Son desconocidos para nosotros”.
Ya propusieron otra plataforma a su escuela, para poder tener clases más dinámicas, pero siente que todo el proceso es lento. También coincide que no deberían de pagar sus padres cuando no hay servicios al cien por ciento. Comprende que por la contingencia no podrá ir a sus clases normales, pero le parece un abuso que cobren con poco descuento por servicios que no otorgan.
“Todos entramos con horarios de sueño bien diversos, de levantarnos tarde. Espero que se vaya a quitar antes del 2021, entonces espero que ya acabe, me preocupa todo: la economía, las personas mayores de edad, los maestros mayores de edad que dan clases allí. Cambiaría mucho los planes de universidad. Tenía pensado arquitectura y me quedé en la prepa porque no aceptan prepa abierta”.
Robi también admite que ella ha aprendido más con enseñanza directa, “siempre he tenido que tener más atención, soy una persona bastante distraída. Hoy me encontré muy distante a la clase, distrayéndome de cualquier cosa, ruidos, mi mamá. La otra parte, más general, es que siento que como crecemos en el sistema educativo, siempre es en un ambiente de muchas personas, el sistema educativo regular es con más personas”.
A ella le afectó sentir que no estaba en una escuela donde debía sentirse presente, “me hizo falta el contacto humano; estar presente con gente que está dispuesto a apoyarnos, si fue un poco rudo”.
También la pandemia le truncó sus planes a futuro. “Uno aprende mucho en un salón de clases, en un ambiente y hay ciertas cosas que se aprenden mucho más cuando una persona te las está contando en vivo. Mucho puede pasar si no puedes conectar, que no te sirve el internet, que se traba, o na’más no escuchas porque estás pensando en otra cosa o viene tu perro; hay muchas distracciones o cosas que a mi no me gustaron. Es una manera muy distinta, porque no puedes sólo decirte a la maestra, tengo una duda, no se puede, hay ciertas conexiones humanas que faltan cuando das clases”.
Admite que le da un poco de miedo el futuro. “Como este es el penúltimo año, este es el último año normal de la preparatoria, el siguiente es escoger tu área. Este es el ultimo año que te queda de estar pensando y que esté bien, no tengas que pensarlo tanto. Yo ya voy pensando, porque tal vez no acabe este año, o el otro año, o esos dos años que son muy valiosos en términos de aprendizaje personal, social y experiencias muy valiosas las veo desvaneciendo un poco”.
El domingo pasado, en la conferencia diaria de covid, el psiquiatra Emmanuel Sarmiento, director del Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”, alertó que en estos meses de encierro han aumentado las afecciones mentales, del sueño y de consumo de sustancias, en jóvenes y adolescentes.
Estos trastornos metales que se han registrado son por estrés agudo, postraumático, de adaptación y duelo. Estar en casa significa un duelo del espacio. De cómo los lugares a los que físicamente podríamos acceder con facilidad están cerrados, prohibidos; por ejemplo, el cine.
El especialista alertó que este distanciamiento social y el aislamiento podrían generar un desequilibrio emocional o conductual en adolescentes, y generar dependencias a productos como el alcohol, la mariguana, cocaína; también pueden provocar situaciones extremas, como los suicidios.
«Estamos en situaciones difíciles. Van a salir, sí, claro, estamos en la Nueva Normalidad, pero hay que enseñarles cómo deben de salir, cómo deben de cuidarse», dijo Sarmiento, quien recomendó 6 acciones para apoyar en casa a los adolescentes:
-Dar reconocimiento y validación a las emociones que expresan.
-Transmitir seguridad y tranquilidad
-Estrategias como el «tiempo fuera» (poner pausa a la discusión hasta que se tranquilicen los ánimos) o la «extinción» (ignorar una conducta agresiva, dejar que se extinga)
– Evitar utilizar el castigo como una medida de control
-Evitar el exceso de información en noticias o redes sociales.
-Enseñarles cómo cuidarse
Además, recordó las dos líneas de atención para situaciones de crisis:
Contacto Joven. Hay que enviar la palabra ‘contacto’ al 55 72 11 20 09
Y la Línea de la Vida; 800 911 2000
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