A sus 80 años de edad, Lourdes Grobet es una maestra de la imagen, de la vida y de la lucha libre. Ha llevado al extremo de su vida una enseñanza de su maestro-gurú Mathías Goeritz: “Si no te diviertes con el arte, olvídalo”. Y eso ha hecho, divertirse mucho
Por Ernesto Ramírez
Para algunos, la niñez es la verdadera etapa de la vida, un punto cardinal. Vemos con asombro el mundo, nos relacionamos por primera vez con las personas y las cosas. Para la niña Lourdes Grobet, el primer encuentro que tuvo con el arte y la creación fue en un viaje a Nueva York, cuando visitó el Rockefeller Center, su arquitectura, murales y esculturas la asombraron.
De adolescente, fue una gran deportista. Su padre, campeón nacional y olímpico, construyó primero el gimnasio y después la casa. Diario, antes de irse a la escuela las metía a ella y a su hermana a hacer ejercicio. “Pero por ser mujeres, no nos quiso entrenar para ser olímpicas. Pudimos haber sido destacadas atletas pero el género nos lo impidió”.
Sin embargo, esa disciplina y conciencia de cuidar el cuerpo le ha permitido llegar a una edad avanzada en perfecto estado de salud y fuerza.
También exploró la danza. “Tomé clases muchos años; estudié con Gloria Contreras, pero una hepatitis a los 16 años me tumbó en la cama por varios meses y empecé a dibujar. Me di cuenta que lo mío era lo visual”.
Entró a estudiar artes plásticas en la Universidad Iberoamericana, lugar que fue su salvación por que allí pudo encontrarse con el gran maestro Mathías Goeritz, que estaba formando una anti-academia de las artes. “Me resultó extraordinario ese encuentro, porque desde entonces soy ANTI”.
Con Goeritz comenzó a estudiar los medios masivos de comunicación en los años sesenta. “Leíamos a Marcuse, McLuhan, y a todos los pensadores de esa época que veían con una mirada crítica a los medios masivos. Me di cuenta de que la pintura era anacrónica y decidí irme por la tecnología. En una visita a París, me asombró el kinetismo (sistema filosófico que ayuda a desarrollar tu energía de manera integral) en su expresión artística; me dio mucho qué pensar. Fue ver que una imagen se puede realizar por un medio tecnológico. Cuando regresé a México, quemé mis pinturas y dibujos en un rito de purificación. No me volví kinetista, pero la fotografía me resolvió esa inquietud”.
Desde entonces, la maestra-niña no ha dejado de explorar y divertirse. Ha llevado al extremo de su vida una enseñanza de su maestro-gurú Mathías Goeritz: “Si no te diviertes con el arte, olvídalo”; y eso ha hecho siempre, divertirse mucho. También le aconsejó no caer en solemnidades, ni a tomarse en serio ni hacerle caso a nadie; a ser sencilla. Estos lineamientos son los que han forjado su vida.
Otro de sus maestros fue Aceves Navarro. “Durante el tiempo que tomé clases de pintura, me enseñó la libertad y el movimiento; mover el cuerpo a la hora de pintar resultó muy liberador”. Y kinestésico, agregaría yo.
El Santo, el enmascarado de plata, estrella de los encordados, el cine y la televisión “me enseñó la humildad. Siendo una figura pública famosa, no perdía el piso. En sus apariciones, nunca le negó un autógrafo a nadie. Cuando trabajé con él en una película, después de la filmación se pasaba horas atendiendo a la gente. Las líneas de mi vida fueron trazadas por ellos tres: el juego, la libertad y la humildad”.
Aunque los sesenta fue un hervidero de propuestas que renovaron el lenguaje plástico, la maestra Grobet no estuvo pendiente de ellas: “Odio que se clasifiquen las formas de trabajo; además, yo siempre he andado por la libre”. Sin embargo, algo que le ha entusiasmado es el trabajo grupal, “varias cabezas piensan mejor que una”. Además, para ella, el anonimato es importante en este proceso colaborativo.
“Con el colectivo Peyote y la Compañía compartíamos el juego, nos encantaba burlarnos de lo solemne. Otra cosa importante que dan esas formas de trabajo es que cambian los espacios de exhibición, se abren más a la gente, a la calle”, acota. Si su obra ha sido considerada transgresora y llena de humor, “es culpa de Mathías Goeritz” (risas).
Amistad entrañable con Patricia Mendoza (1948-2020)
“Mi cercanía con ella fue de muchos años. Nos conocimos organizando los Coloquios Latinoamericanos de Fotografía, después colaboré en varias actividades cuando dirigió Los Talleres de Coyoacán. Le agradecí que me invitara a realizar una retrospectiva de mi trabajo en el Centro de la Imagen. Fue un momento crucial en mi trabajo ya que, por decisión propia, dejaba lo analógico por lo digital”. La exposición le costó terribles críticas de la comunidad fotográfica. Fue la primera vez (1996) que se usó este recinto con una invasión visual que hice con instalaciones y museografías fuera de lo normal. Estuvimos muy cercanas todo el tiempo, compartiendo la vida. Los últimos tres años viajamos juntas, me acompañó a Lisboa y a Nîmes, Francia. El año pasado nos embarcamos en una gran aventura recorriendo Rusia por el Transiberiano. Mi cercanía con ella fue compartir la misma energía de vida, el gusto por la existencia; por conocer, comer, aprender. Ya me quedan pocas amigas que, por edad, no es fácil que me sigan el ritmo”.
Caminar es para muchos el remedio para el aburrimiento. Caminando, consideraba Kant, pueden los pensamientos venir, sobrevenir, advenir. Para la maestra-niña, caminar es una cosa esencial en su existencia, no sólo físicamente sino emocional e intelectualmente; es ver o leer mundos novedosos de los que saca muchas ideas.
“Queremos siempre que la imaginación sea la facultad de formar imágenes; y es más bien la facultad de deformar las imágenes suministradas por la percepción, y sobre todo, la facultad de librarnos de las imágenes primeras, de cambiar las imágenes”.
“Este encierro me ha dado una gran oportunidad de concentrarme en el desarrollo de dos grandes proyectos. Tuve el tiempo necesario para la revisión de varias horas de grabación que hice durante mi viaje en el Transiberiano, otra pieza del proyecto Bering. Lo mismo con otro viejo proyecto sobre el viento, al que también le pude dedicar energías. Y muchas lecturas de apoyo. Como sé que no estaré por este mundo mucho tiempo, le metí trabajo a reorganizar y limpiar mi archivo fotográfico”.
“También muchas caminatas por los bosques con mi familia. Cuando trae uno la cabeza llena de ideas falta tiempo para atenderlas y seguir caminando. Las crisis tienen sus cosas positivas y negativas. Lo que nos lleva a reflexionar, no sólo en lo individual sino también en lo colectivo. Ya los tiempos del neoliberalismo rampante se están muriendo, hay que buscar otras alternativas de vida aunque tengamos que sacrificar privilegios”.
“La edad es actitud de vida. Me siento muy bien, el problema es que el que empieza a resentirlo es el cuerpo físico. Para celebrarme, quise echarme un viaje de hongos, cosa que suelo hacer como un proceso de reflexión desde hace muchos años, pero esta ocasión era muy importante. Yendo al lugar que escogí –que por cierto se llama La Gloria-, veinticinco kilómetros antes de llegar me salí de la carretera, el coche quedó patas pa´arriba. Afortunadamente salí ilesa y con muchos cuestionamientos de vida que me han tenido meditando. Yo quería un festejo muy movido y así fue, aunque yo pensaba en movimiento bailado”.
¿Cómo filtra, como ordena, todos esos proyectos? La maestra-niña los piensa, los estudia y ve en qué forma los va a realizar. Por ahora tiene cuatro proyectos que no ha podido terminar por falta de dinero: el libro del Laboratorio de Teatro Campesino, la segunda parte del documental de Bering y las videoinstalaciones sobre El Transiberiano y El viento.
Así, con tantas ideas y sueños en la cabeza, va la maestra-niña Lourdes Grobet -como cuando visitó por primera vez el Rockefeller Center- asombrándose de la vida. Y así voy yo, siguiendo con admiración y afecto el rastro de una gran caminanta, tratando de aprender a mirar como ella lo hace: todo por primera vez.
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