Los gobiernos que han pretendido ser progresistas en América Latina han fracasado en hacer cambios profundos y sólo han logrado administrar lo que existe, dice en entrevista el investigador Raúl Zibechi
Texto: Edith Victorino Juárez
Fotografías: Daliri Oropeza
Una persona que vive de recoger cartón o basura en la calle puede aumentar su renta por políticas sociales, pero no cambia su lugar estructural: sigue siendo un marginado.
Con este ejemplo, Raúl Zibechi plantea el fracaso de los gobiernos que han pretendido ser progresistas en América Latina y que no han logrado más allá de administrar lo existente.
Peor aún, todos los gobiernos que llegaron al poder con el sello de la izquierda se dedicaron a fomentar la expropiación de bienes materiales. Eso, dice, les ha permitido tener ingresos para mejorar la renta de los sectores populares, pero no para cambiar de fondo las cosas.
Este esquema, sigue, “ha congelado el lugar estructural de los sectores populares que se encuentran fuera de la producción, fuera del sistema y ha sustituido los derechos por beneficios y ha convertido a los sectores populares en clientes de las políticas sociales de los gobiernos”.
Raúl Zibechi, periodista e investigador uruguayo especializado en el estudio de movimientos sociales en América Latina, participó hace unos días en el Congreso Internacional: Violencias, Resistencias y Espiritualidades realizado en la Universidad Iberoamericana y el Centro Cultural Universitario.
También acudió a la Acción Global: Por la vida y contra la guerra en las comunidades zapatistas, a la que diversos colectivos convocaron el viernes pasado.
En entrevista, acepta que ejercer la administración no ha sido fácil para estos gobiernos, que han requerido negociar con diversos sectores para que les permitan mantenerse.
“Los gobiernos han tenido que negociar con las grandes empresas, sobre todo multinacionales, que son las que tienen el poder financiero, la banca, han negociado con los militares, con los grupos de presión en general de la sociedad, con el aparato de justicia para minimizar cambios”, dice.
No hicieron cambios estructurales (reformas agrarias, urbanas, reforma de las rentas) más allá de una pequeña redistribución de ingresos. Por eso se agotaron.
Lo que buscan estos poderes es no perder privilegios o, en el caso de los militares, que se investiguen violaciones a los Derechos Humanos, que “es lo que ha hecho ahora el gobierno de México, ¿no? Borrón y cuenta nueva, empecemos de ceros, pero de ceros nunca se empieza”.
Zibechi es duro en su evaluación sobre la Cuarta Transformación que encabeza Andrés Manuel López Obrador: en los seis meses que lleva de gobierno, “aunque existe un cambio en el discurso lo único que ha demostrado es la continuidad de lo mismo”.
Ejemplos sobran: la Guardia Nacional, que “no es otra cosa sino la militarización del país”, o la imposición del proyecto del Tren Maya, ejercicios electorales en los que no se permite decidir, como el uso de “falsas consultas” a través de las cuales se busca legitimar la imposición de proyectos.
“Se hacen consultas con resultados ya cantados, ya decididos. No es una consulta en la cual esté realmente en juego una verdadera soberanía de quien vota porque ya el presidente tiene una posición tomada”, insiste Zibechi. “Es decir, el presidente tiene una apuesta por el Tren Maya, por el corredor Transístmico o por el Plan Integral de Morelos, eso es fundamental para que podamos entender que las consultas no son verdaderas, porque desde el principio comienzan estando condicionadas”.
No es una condición privativa de México: en el mundo, el momento actual está caracterizado por una sociedad extractiva, una sociedad determinada por el consumismo.
“Venimos de una sociedad industrial, que atraía a la gente a través de la contratación salarial; un Estado de Bienestar, donde existían derechos, se negociaba de manera tripartita: Estado-empresas-sindicatos. Ahora estamos viviendo la Cuarta Guerra Mundial (la tercera está marcada por la Guerra Fría): una guerra de despojo a los pueblos”, dice.
“A través de relaciones asimétricas entre grandes empresas y el Estado se realiza el desplazamiento de pueblos para mercantilizar los bienes comunes”.
Así funciona la minería o los monocultivos: ataca directamente la soberanía de los pueblos a través de la militarización, de Estados de excepción permanentes.
El modelo capitalista mutó, insiste. Ahora, “la población no es necesaria para la minería, es un estorbo para la acumulación del capital y las políticas sociales sustituyen los derechos convirtiéndolos en un beneficio”.
¿Hay salida? Para Zibechi, la única respuesta visible está en las “sociedades en movimiento”, concepto que utiliza para sustituir el de movimientos sociales, que considera eurocentrista y referido a sociedades homogéneas.
La diferencia estriba en que el movimiento social es un movimiento dentro de la sociedad para reclamar al Estado; la sociedad en movimiento se refiere a grandes porciones de la sociedad que se activan para promover cambios, no necesariamente en las leyes, sino en su forma de vida, en los espacios donde viven, en las relaciones.
Según Zibechi, en América Latina estas sociedades están diseñando nuevos horizontes, nuevos caminos en los que van creando espacios propios para sobrevivir a este sistema.
“Los sectores populares organizados: afros, indígenas, periferias urbanas, son los gestores del cambio social, los que cristalizan los cambios; luego esos cambios pueden venir avalados por leyes o por decretos de los gobiernos”, dice. “Por ejemplo, en algunos países se ha conseguido el matrimonio igualitario, o el aborto u otras demandas del movimiento de mujeres, pero sin esos movimientos no se consigue nada”.
Sin embargo, aclara, no son luchas por derechos sino por justicias, “porque los derechos nunca se cumplen, los derechos están escritos en un papel, pero luego hay que tener la fuerza social para hacerlos cumplir y eso lo hacen los movimientos”
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