Un grupo de iconoclastas puso TNT a la estatua del presidente Miguel Alemán que se encontraba en la Universidad Nacional Autónoma de México. La primera vez fallaron, pero la segunda carga fue suficiente para desaparecer el monumento para siempre, dos años antes de 1968, cuando los movimientos estudiantiles pudieron una movilización sin precedentes
Miguel Alemán fue el primer presidente de México sin carrera militar. Él y su gabinete, ocupado por sus amigos universitarios, marcarían una nueva época en el sistema político mexicano: la era “de los licenciados”.
Con más vocación para los negocios que para la guerra, Alemán impulsó grandes obras de infraestructura. Pero a la par de la inversión pública creció la riqueza de los amigos más cercanos del presidente. Por eso, sus críticos aseguraban que el político veracruzano había inventado la corrupción.
Es innegable que la industrialización se aceleró durante su sexenio (1946-1952). Por todo el país se hicieron obras: hidroeléctricas, carreteras, ferrocarriles y canales de riego para la agricultura. Alemán estrechó lazos con el gobierno de Estados Unidos, al que prometió más lealtad que a la Unión Soviética. Las clases más acomodadas dejaron de aspirar el modo de vida de los europeos y anhelaron a vivir como las estrellas de Hollywood.
Pero Alemán era un megalómano y le puso su nombre a cada gran obra inaugurada en su gobierno, desde un multifamiliar, hasta el viaducto, avenidas, calles y presas. La Ciudad Universitaria no podía estar exenta de la huella de su creador.
La construcción de Ciudad Universitaria fue reflejo del espíritu de los nuevos gobernantes. Se planeó en un paraje remoto de la Ciudad de México rodeado de piedra volcánica del Xitle, en un lugar que no podía ser utilizado para la agricultura. En su momento, la gente pensó que el sitio era demasiado lejano y demasiado grande para ser útil. De cualquier modo, la decisión estaba tomada y la universidad se realizaría.
En 1950, cuando se empezaron las obras para levantar el megaproyecto, el rector de la UNAM, Luis Garrido, le otorgó al presidente Miguel Alemán el título doctor honoris causa.
En la construcción participaron más de 10 mil obreros. Bastaron 3 años para completar la obra. El presidente Alemán estaba empeñado en que la Ciudad Universitaria quedara lista antes de que acabara su sexenio; los albañiles y responsables de la obra cumplieron con cabalidad la orden. El paisaje rocoso y volcánico de la universidad, los diseños de muralistas y arquitectos terminaron uno de los sitios más representativos de la capital.
Paralelamente a la construcción de CU, las autoridades escolares pidieron al escultor duranguense, Ignacio Asúnsolo, una estatua del presidente.
La efigie hecha en piedra y metal se colocó frente a la Biblioteca Central del campus. Durante la colocación, los presentes se sorprendieron porque el sujeto esculpido era más parecido a Stalin, líder de la Unión Soviética, que al presidente Alemán.
El periodista Vicente Leñero relata en su artículo “Una estatua para Miguel Alemán” que Asúnsolo había tenido que salir del país cuando faltaba labrar la cabeza de la escultura, así que el escultor dejó la testa en manos de su ayudante, pero la poca pericia del auxiliar logró una imagen muy parecida a la del camarada Stalin.
Nadie supo por qué, pero el presidente no asistió al evento organizado por el Comité Prohomenaje Alemán donde se develó su propia estatua, el 18 de noviembre de 1952. Entre los asistentes estuvieron diputados, senadores y altos funcionarios de la administración. Al pie de la estatua, vestida con toga, de nueve metros se develó una placa con la inscripción: “De los Universitarios de México a Miguel Alemán”.
La idolatría por el llamado “cachorro de la revolución” llegó a tal punto que Alemán sondeó la posibilidad de reelegirse. Pero los viejos revolucionarios y el líder moral Lázaro Cárdenas hicieron valer la manda maderista de la no reelección.
En 1960, estudiantes de economía y simpatizantes del histórico líder sindical Otón Salazar y del sofocado movimiento ferrocarrilero intentaron prenderle fuego a la estatua de piedra. Obviamente fallaron. Pero unos días después, un grupo –o el mismo grupo de antes- dinamitó la estatua de Miguel Alemán. Los autores no fueron ubicados pero de todos modos fueron acusados de comunistas.
El escultor Asúnsolo dijo después de la explosión: “Esto demuestra un nivel muy bajo de cultura y hace sufrir a México un gran desprestigio”. Después, Asúnsolo aprovechó para hacer una nueva cabeza a la escultura, a la que le quitó el bigote y afiló los pómulos para eliminar cualquier rastro del líder comunista.
La estatua fue restaurada, pero años más tarde, en junio de 1966, una carga de TNT voló la escultura para siempre.
Nunca se encontró a los iconoclastas. Un par de años después, los estudiantes de Ciudad Universitaria protagonizarían el paradigmático movimiento estudiantil de 1968.
Columnas anteriores:
El árbol muerto de la noche triste
La falsa casa del conquistador Pedro De Alvarado
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona