Brasil no duerme. La mitad festeja y la mitad lamenta el apretado triunfo de Luiz Ingacio Lula Da Silva en las elecciones presidenciales. En su tercer mandato, Lula tendrá que gobernar un país dividido en dos y con enormes retos enfrente
Texto: Daniela Pastrana y Alex Sierra*
Fotos: Omar Martínez / Cuartoscuro – Global Exchange
SAO PAULO, BRASIL.- La frase en la manta que portan dos jóvenes con la bandera LGBTI resume el ánimo de la calle: “O Brasil feliz de novo (Brasil feliz de nuevo)”.
Es una felicidad que se desparrama en el ambiente y se desborda por cada poro de la masa reunida en la Avenida Paulista de esta ciudad.
Los brasileños bailan y lloran; se quitan sin complejos las camisas y los brasieres; comen, beben, se abrazan, se besan, se cachondean; cargan a los niños sobre los hombros para que miren desde lo alto este carnaval que pinta de rojo la emblemática avenida. De cada consigna hacen una canción, y de cada canción, un baile: “Lula voltou (volvió)”, dicen extendiendo la oooooo con el ritmo de un silbato. “Jair embora”, cantan y sacuden la mano siguiendo un juego de palabras para decir que el presidente Jair Bolsonaro ya se retira .“Se acabó shisilo”, repiten como mantra con un sax de fondo.
Hasta Neymar, el futbolista que fue tan activo en su apoyo a Bolsonaro, tiene sus cantos en esta marea roja y eufórica, reunida para festejar que Luiz Ignacio Lula Da Silva ganó por tercera vez la presidencia de Brasil. Ahora es por un margen mínimo y frente al hombre que se creía invencible: el actual presidente del país, un exmilitar que en la pandemia presumía su fortaleza física y en la campaña su potencia sexual.
Brasil es un país partido por la mitad. El mapa de los resultados electorales muestra un norte y noreste que apuesta mayoritariamente por Lula da Silva y un sur y sureste que vota por Jair Bolsonaro.
Los números también se reparten en dos: 60.3 millones de votos para Lula y 58.2 para Bolsonaro
Lo único que une al laborista y al militar es la religión. Porque en este país tan profundamente religioso, los dos candidatos hicieron campaña con la biblia por delante. El resto de sus historias y visiones del mundo son antagónicas. También hay una perceptible diferencia en sus votantes: los de Lula se llenan de afiches y canciones; los motiva la esperanza. Los de Bolsonaro son mucho más discretos. Están quienes comulgan abiertamente con el presidente, por supuesto, y los mueve la rabia, como la de una mujer que en la Universidad Plesbiteriana Mackenzie -que fue sede de votación- no dejaba de gritar que “Lula ¡nunca más!”. Pero hay otro sector de la población que apoya en silencio, pareciera que hasta con vergüenza.
“No es que tenga (Bolsonaro) razón o no tenga razón. Es que ha implementado mucho odio, mucha guerra”, me dijo José Manuel, un portugués radicado en Brasil hace tres décadas que no dejaba de llorar ni gritar de alegría cuando por fin, después de dos horas de incertidumbre, Lula rebasó a Bolsonaro.
En su tercer mandato, Lula tendrá que gobernar un país dividido en dos y con enormes retos enfrente.
Pero eso no importa esta noche, en la que 60 millones de personas se dan permiso de ser felices. Como en Colombia hace unos meses, es imposible no pensar en julio de 2018 en México al ver estas calles desbordadas.
Aunque a diferencia de Colombia y de México, aquí no hay grandes expectativas sobre lo que podrá hacer Lula en su tercer mandato. Ya saben que no estará ajeno a las contradicciones de todos los gobiernos progresistas de América Latina, que no han podido zafarse de las dinámicas del capitalismo global.
Pero también saben que puede haber algo peor que eso. Cuatro años de Bolsonaro fueron suficientes para saber que prefieren a Lula, con sus contradicciones, que esa violencia exacerbada por el racismo, el machismo, el clasismo y la xenofobia.
Ahora, en su primer discurso como candidato electo, el líder del Partido de los Trabajadores refrenda su intención de fortalecer el bloque de gobiernos progresistas en América latina y regresar a Brasil el liderazgo internacional. “Intentaron enterrarme vivo y estoy aquí”, dice ante los medios.
“Es la victoria de un movimiento democrático inmenso, que se ha formado por encima de los partidos políticos (…) El pueblo brasileño ha dejado claro que desea más libertad, igualdad y fraternidad en nuestro país. El pueblo brasileño quiere salud, un techo, criar bien a sus hijos, vivir bien, comer bien, salarios justos, educación (…) Quiere libertad religiosa, libros en vez de armas, y acceso a los bienes culturales, porque la cultura alimenta nuestro alma (…) Con ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que este país pueda volver a vivir de forma democrática y armónica y construir el mundo que necesitamos”.
Volver al punto que quedó trunco con la destitución de Dilma Rousseff, en diciembre de 2015.
Luego, ante la multitud de la Paulista, improvisa un discurso cargado de emoción, asegura que el único vencedor de esta batalla es “el pueblo brasileño”.
Tengo una alegría por dentro porque fue la campaña más difícil que he hecho en mi vida, porque fue una campaña de un conjunto de personas que aman la libertad contra el autoritarismo”, dice. “Esta es la victoria que más consagra porque derrotamos al autoritarismo y al fascismo en el país (…) un nuevo mañana está por venir, no será una tarea fácil, quiero que sepan que gran parte de mi victoria la debo al coraje de las mujeres brasileñas”.
La expresidenta Rousseff flanquea esta noche a Lula, junto con la otra mujer que fue clave en esta campaña: Rosangela da Silva, Janja, su esposa de 56 años (20 menos que Luiz Ingnacio), y de la que se declara apasionado.
Lula llama a la sociedad brasileña a enfrentarse “sin tregua” contra “el racismo, el prejuicio y la discriminación”, para que “blancos, negros e indígenas tengan los mismos derechos y oportunidades”. Ofrece crear un Ministerio de los pueblos originarios, “para que nunca más sean irrespetados, para que nunca más sean tratados como ciudadanos de segunda clase” y también un “Ministerio de la verdad” para que deje de proliferar la mentira en Brasil.
También ofrece proteger la Amazonía. “Cuando un niño indígena muere asesinado por la codicia de los depredadores del medio ambiente, muere parte de la sociedad. Vamos a luchar contra toda actividad ilegal en el Amazonas”, ha lamentado.
Nuestro compromiso más urgente es acabar con el hambre otra vez. No podemos aceptar como algo normal que millones de hombres, mujeres y niños no tengan nada que comer”, promete.
En la plaza pocos ponen atención. Saben que lo difícil comenzará mañana.
En los últimos días, la campaña presidencial de Brasil saltó a los medios por los niveles de hostilidad y racismo de personas cercanas a Jair Bolsonaro.
Quizá la escena que mejor ejemplifica las elecciones sea esta: Una mujer desenfunda un arma y persigue a un hombre negro que se refugia en un bar. La mujer le exije al hombre, Luan Araújo, quien es periodista partidario de Lula da Silva, que grabe un video disculpándose por una discusión que tuvieran frente a los posibles resultados electorales.
Esta muestra de violencia e intolerancia la protagoniza Carla Zambelli, una diputada del Partido Liberal de Jair Bolsonaro. Este brutal acoso racista ocurrió en Sao Paulo la tarde del sábado antes de la segunda vuelta presidencial. Y luego de la jornada Zambelli anuncia que será la principal oposición de Bolsonario (algo así como nuestra Lili Téllez en México).
El porte de armas es una reivindicación de los civiles en Brasil, luego que Bolsonaro flexibilizó el porte de hasta 6 armas para civiles y 60 para cazadores y tiradores, firmando más de 30 decretos el pasado 2021.
El efecto: un obvio incremento del homicidio que se quiere encubrir como resultado de la delincuencia, y no de convertir en país en el lejano oeste.
Las armas, la autodefensa y la cooperación activa de los ciudadanos en la seguridad del país fueron una parte muy importante de la campaña de Bolsonaro, que le permitió ir acercando la distancia de la primera vuelta.
Aunque la campaña guerrerista de Bolsonaro es efectista en un país con altos índices de violencia, lo cierto es que su manejo negacionista de la pandemia del covid -que ocasionó más de 500 mil muertos- su obstinación por la persecución directa de ambientalistas y líderes sociales, así como políticas económicas que profundizan una brecha entre gruesas capas de la población y las élites blancas, son algunos aspectos del resultado.
Programas como el “hambre cero” de Lula siguen muy vigentes en la memoria de los brasileros, más que por su sostenibilidad en el tiempo, porque puso en la discusión pública que el hambre es una realidad en una de las economías más grandes del mundo.
Lula da Silva no goza de la confianza de los sectores más golpeados históricamente en el Brasil como la población negra, las mujeres y población LGBTIQ+, pero saben que es su mejor alternativa.
Brasil tiene algunos retos inmediatos, y que son parte de las expectativas más allá de sus fronteras:
–Frenar (si existe voluntad política) la mayor deforestación del planeta en la ampliación de una frontera agrícola para la ganadería (que fue apoyada por el propio Lula cuando gobernó), que pone en riesgo la existencia futura de la Amazonía y la seguridad alimentaria de una amplia capa de su población que no accede a tres comidas diarias.
-Brasil es una de las economías más prósperas del planeta, pero subsiste una pobreza endémica y exclusión social, especialmente entre la población negra. Un modelo de “desarrollo” para empresarios y blancos hace agua, y requiere alternativas realistas para sacar al grueso de su población de la pobreza y la miseria.
–Mantener el crecimiento económico sin detrimento de los alcances sociales como un sistema universal y gratuito de salud (muy amenazado por Bolsonaro), y el acceso a la educación, son dos baluartes de Brasil que suelen proponerse más como un gasto, que como un sentido mismo del Estado.
-La gobernabilidad en el escenario en el que Lula da Silva salga victorioso es otro desafío, pues virtualmente el poder legislativo, integrantes del Congreso y poderes locales en su mayoría siguen estando en manos de la derecha de Bolsonaro,
–Establecer un necesario diálogo con el continente, en esa tensa pero interdependiente relación con los Estados Unidos. Es apenas parte de una agenda latinoamericana aplazada y tensionada por contextos, e ideas políticas entre el estado de bienestar y la profundización del neoliberalismo.
Este trabajo se realizó con el apoyo de Global Exchange, en colaboración con Península 360 Press.
Quería ser exploradora y conocer el mundo, pero conoció el periodismo y prefirió tratar de entender a las sociedades humanas. Dirigió seis años la Red de Periodistas de a Pie, y fundó Pie de Página, un medio digital que busca cambiar la narrativa del terror instalada en la prensa mexicana. Siempre tiene más dudas que respuestas.
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