La negativa de muchas personas, en especial de madres y padres de familia al regreso a clases presenciales me sorprende a pesar de las tristes estadísticas que ya circulan como el aumento de los embarazos en adolescentes, del aumento en intentos de suicidio en niños y jóvenes, en la violencia familiar, en el abandono de las escuelas
Twitter: @cynthiaitalia
En el último mes y medio he tenido la necesidad de viajar por tres continentes. Las vacaciones de verano fueron el momento ideal para regresar a México a donde no había podido volver desde antes de que en el mundo explotara la pandemia.
La última vez que había estado en mi país fue en enero de 2020 y el coronavirus era solamente una noticia lejana que pensábamos incapaz de trastocar nuestras vidas.
En solo un mes, esta idea se fue desvaneciendo al escuchar que la covid-19 había llegado a Italia y vimos la primera señal en los supermercados, cuando los alimentos desaparecieron de un día para otro de los anaqueles en todo el norte del país.
La certeza de que algo muy fuerte estaba pasando la tuvimos cuando el 23 de febrero cerraron las escuelas y el miedo a los contagios era tan grave que los muertos comenzaron a amontonarse en los hospitales, en las casas de reposo para ancianos y las listas de espera para saber qué hacer con tantos que se acumularon en las funerarias y los panteones de muchas ciudades.
El miedo nos paralizó mientras los meses pasaban. Nuestros hijos pronto comenzaron a experimentar lo que ahora se ha vuelto ya tan natural: las clases a distancia, escuchando a sus maestras detrás de una pantalla para tratar de seguir las clases, intentar aprender algo y aburrirse hasta el cansancio.
En Italia nos bastaron seis meses de escuela online para saber que las clases a distancia no eran algo normal ni una situación que debía alargarse. Cada vez se hablaba de más violencia, problemas de conducta, depresión, problemas mentales y un largo etcétera. Luego llegó la confirmación de que el atraso educativo era una más de las consecuencias de estar en casa; seguir así no era lo más conveniente.
Fuimos las madres de familia las que comenzamos poco a poco con las protestas en muchas ciudades para que el gobierno pusiera entre sus prioridades el regreso a clases y aunque no fue un regreso generalizado para todos los estudiantes ni para todas las regiones, las escuelas volvieron a abrir en septiembre del 2020 con el nuevo ciclo escolar, principalmente para los alumnos de preescolar y primaria, incluidas las guarderías.
Para el regreso fue importante acondicionar todas las escuelas y capacitar a los maestros. Sin embargo, quedó claro que en la nueva etapa, las madres y padres de familia teníamos que compartir responsabilidades para que las clases presenciales no se detuvieran. Nadie queríamos que los hijos volvieran a estudiar a distancia. De eso no había duda.
Cada vez que un niño o niña tenía fiebre, toda la familia debía controlarse y si resultaba que alguien había contraído el virus, se avisaba de inmediato a la clase y sólo esa clase empezaba la cuarentena y, con ello, las clases desde casa.
Así ha funcionado desde entonces. No recuerdo casos en que una escuela completa cerrara de nuevo en todo el país.
En enero del 2021 dejamos Italia para mudarnos a Medio Oriente. Otra vez nuestro viaje a México tuvo que esperar y en medio de lo que significa cambiar de país y adaptarse a todo lo nuevo, la pandemia seguía su curso.
Recuerdo que antes del viaje a Irán, la única condición que yo había puesto para viajar era que la escuela de mis hijos estuviese abierta para que ellos pudieran asistir regularmente, pues no deseaba que, después de haber tenido la experiencia de pasar seis largos meses en casa con clases online, tuvieran que regresar a lo mismo en otro país donde ni el idioma ni las costumbres eran las mismas. Si teníamos que empezar de nuevo, sería con las escuelas abiertas.
Ahí, en Irán, donde ahora vivimos, se habían tardado mucho más en abrir las escuelas y había sido justo hasta enero de este año cuando regresaron a clases presenciales. Corrimos con esa suerte.
Sin embargo, al contrario de lo que ocurrió y experimentamos en Italia, aquí no todos los padres y madres de familia estaban convencidos de que abrir las escuelas era lo mejor para sus hijos y un pequeño porcentaje de alumnos continuó con las clases a distancia.
Quizá aquí es más comprensible, pues la vacunación se ha llevado a cabo a marchas forzadas y apenas un pequeño porcentaje de la población ha logrado acceder a las vacunas. Es decir, mientras en Italia ya se logró vacunar al 70 por ciento de la población desde los 12 años, en Irán se ha podido vacunar apenas al 20 por ciento de los adultos mayores de 50 años y los contagios y las muertes aún son muy altos.
Pero mi mayor sorpresa fue al regresar a México. La polarización del regreso a clases era algo que sinceramente no esperaba.
No, cuando México ha sido uno de los países que más ha acelerado la vacunación y que más ha tardado en la apertura de las escuelas a pesar de que fueron los maestros de los primeros que pudieron acceder a ella.
La negativa de muchas personas, en especial de madres y padres de familia me sorprende a pesar de las tristes estadísticas que ya circulan como el aumento de los embarazos en adolescentes, del aumento en intentos de suicidio en niños y jóvenes, en la violencia familiar, en el abandono de las escuelas.
Me enoja y entristece no encontrar una sociedad organizada para exigir con más fuerza al gobierno que ponga orden cuando detecta que son los mismos maestros los que ayudan a difundir el miedo entre los padres y madres de familia, con tal de que las escuelas sigan cerradas.
Me enoja y entristece que la sociedad no quiera asumir también su responsabilidad en este regreso a clases, que lo más fácil sea decir “seguimos desde casa”.
Hace unos días, hojeando una revista internacional, me conmovió la foto de varios jóvenes en Yemen formados para el pase de lista en el inicio del nuevo ciclo escolar. Se les ve de frente a edificios que han sido derrumbados en el conflicto armado que sufre este país desde hace más de seis años como consecuencia del golpe de Estado en 2014.
Medio Oriente es así, una zona de continuos conflictos. Para no irnos más lejos, está Afganistán como el ejemplo más reciente, donde además de la pandemia, viven en medio de guerras intestinas que en los últimos años han dejado a millones de niños sin escuela.
Ahí, quizá, no hay muchas opciones, pues ni siquiera hay escuelas ni herramientas tecnológicas para que niños y jóvenes puedan continuar sus estudios. Por eso desespera que donde sí las hay los niños estén en medio de guerras virtuales que no sólo contribuyen al retraso de millones de niños, sino de un entero país como es México.
Lo más preocupante y triste es que este rezago sólo ayudará a acentuar la brecha para su futuro. El Banco Mundial estima que esta generación de estudiantes sufrirá una pérdida de 10 billones de dólares en ingresos cuando sean adultos. Es decir, que sí podemos estar peor.
Como dijo el reconocido estadista inglés Claus Adolf Moser (1922-2015): “La educación es cara, pero es más cara la ignorancia…”. Al parecer y desgraciadamente, lo seguiremos comprobando.
Periodista mexicana radicada en Italia, donde ha sido corresponsal para varios medios. Autora del libro Contacto en Italia. El pacto entre Los Zetas y la '
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