Ella tiene 23 años. Nació y reside en El Valle de Chalco, uno de los epicentros de agresión contra mujeres del país. Su historia no es única, la comparten millones día tras día. Pie de Página ha decidido acompañarla para adentrarse en una realidad estrujante, en la que el sometimiento muchas veces se instala sin advertencias
Texto y fotos: Isabel Briseño
VALLE DE CHALCO, ESTADO DE MÉXICO.- Adamari tiene 23 años y es feminista. Vive en Valle de Chalco, una de las zonas periféricas más peligrosas del Estado de México, en donde las mujeres están en constante riesgo. Varias, cómo ella, extreman medidas y limitan sus actividades ante la probabilidad de sufrir una agresión.
El nivel de alerta no es gratuito. Valle de Chalco tiene doble alerta de género desde el 31 de julio de 2015. De hecho, el Sistema Nacional de Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres, emitió la declaratoria de Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres en el Estado de México en 11 municipios además de Chalco: Cuautitlán Izcalli, Chimalhuacán, Ecatepec, Ixtapaluca, Naucalpan, Nezahualcóyotl, Toluca, Tlalnepantla y Tultitlán.
En octubre de 2019, la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia (Conavim), declaró una segunda Alerta, por desaparición de niñas, adolescentes y mujeres en la entidad. Los siete municipios anexados ya estaban considerados en la primera alerta: Chimalhuacán, Cuautitlán Izcalli, Ecatepec, Ixtapaluca, Nezahualcóyotl, Toluca y Valle de Chalco.
Adamari entiende por violencia la agresión provocada a alguien más; causar un daño físico o emocional, así como el daño a la integridad. Siente coraje porque piensa que nadie tendría que pasar por eso. También tristeza porque se pregunta: ¿cómo es que pasamos tantas cosas por alto como sociedad?
“No hay seguridad: nos exponemos a asaltos, al acoso y a un sin fin de maldades”, reflexiona.
La joven vive con su madre, padre y un hermano de 15 años. Su papá se dedica a la construcción. Inició como albañil, pero desde hace cuatro años dirige proyectos. Su mamá trabajó 20 años haciendo limpieza en casas, y entró a un proyecto de mujeres independientes construyendo. Ahí se preparó como auxiliar de enfermera y ahora labora en un asilo.
Adamari creció dentro de una familia en donde el machismo ha estado presente desde que ella recuerda. “Las mujeres sabemos lo que debe ser, pero no lo que no debe ser”, dice. “Desde niñas nos enseñan a servir y a hacernos cargo de los hombres”. A los ocho años Adamari aprendió a ser mamá, pues quedó al cuidado de su hermano recién nacido. Su mamá, aunque siempre ha trabajado, ha sido la encargada de las labores domésticas del hogar.
El hogar de Adamari se ubica en la colonia Guadalupana 2da sección. Su calle, como muchas otras de Valle de Chalco, no está pavimentada, lo que dificulta el tránsito de las mujeres al verse obligadas a caminar solas por terrenos baldíos. “Dicen que los políticos se robaron esos recursos y si pedimos la pavimentación se lavan las manos diciendo que en sus reportes les aparece que ya está pavimentado”, cuenta.
En el llano que está a lado de su casa han ido a abandonar cuerpos de mujeres. Después de las siete de la noche, ella como varias mujeres de la colonia, entran en modo “toque de queda”, y evita salir. Elude fiestas, antros, acude a reuniones sólo si sabe que es con amigas de confianza y en alguna casa. Prefiere no usar taxi y quedarse a dormir si ya es tarde.
Los puntos de venta de drogas se ubican en calles solitarias y han desatado balaceras que ponen en riesgo la vida de quienes habitan alrededor. Los puntos de venta de drogas se ubican en calles solitarias y han desatado balaceras que ponen en riesgo la vida de quienes habitan alrededor.
Un taxista de la zona comenta que la violencia ha incrementado debido a la presencia del crimen organizado, a quien debe pagarse “la cuota” sí quieren trabajar. Él como taxista paga 150 pesos a la semana y asegura que cualquier negocio, por pequeño que sea, tiene que “entrarle”. “Acá es considerada zona roja y los compañeros luego no quieren llevar a las personas a ciertas colonias porque se arriesgan a ser asaltados”, dice.
El chofer que conoce perfectamente la zona de Valle de Chalco indica que el cementerio es un lugar muy solitario y es en donde los criminales han ido a tirar cuerpos de mujeres. También es ahí en donde los integrantes de bandas acuden a drogarse.
El hombre, que prefirió reservar su identidad, apunta con los ojos hacia una esquina y dice: “ahí está uno de sus puntos de venta”. Dice que a sus hijos casi no los deja salir por los peligros que hay en las calles, pero a veces ni en las casas están seguras las mujeres. Una de sus hijas sufrió violencia por parte de su esposo y su familia. Durante un año estuvo secuestrada por el padre de su hija, hasta que una tía de su violentador decidió dar aviso a sus padres. “Nos fue a buscar y nos dijo que nos avisaba lo que le pasaba a nuestra hija, porque pensaba en qué pasaría si fuera una hija de ella la que estuviera en esa situación”. cuenta el taxista.
Adamari recuerda que desde los 12 años ha sufrido hostigamientos, acosos y abusos por parte de los hombres en el transporte. Quienes viven en esta zona del Estado de México realizan travesías de por lo menos dos horas hasta el centro de la Ciudad de México.
Ante ello, Adamari ha desarrollado algunas técnicas para cuidarse. Busca sentarse a lado de otra mujer, cargar un seguro de ropa para picar a quienes se le pegan, tal y como se lo aconsejó su abuela; vestirse de forma discreta, sin escotes y sin vestidos, para no llamar la atención y, sobretodo, nunca dormirse, aunque esté cansada, si le toca viajar a lado de un hombre.
Hace como tres años hubo un asalto violento a bordo del transporte en que viajaba el papá de Adamari. Resultaron heridas varias personas después de que uno de los pasajeros forcejeó con uno de los dos asaltantes para quitarle el arma. Se dispararon algunas balas, una de las cuales terminó con la vida del portador del atracador. El compinche fue asesinado a golpes por los demás pasajeros. Desde entonces algunos camiones están monitoreados con cámaras, pero las urvan no.
También hay autobuses con colores rosas que son exclusivos para las mujeres, pero Adamari menciona que la solución no está en la división sino en la educación. A ella la invade la tristeza de ver qué tantas mujeres siguen expuestas a cada momento y que las nuevas generaciones crecen con pensamientos torcidos.
Recuerda por ejemplo cuando escuchó a un conocido decir que ya quería tener hijos, tan solo para advertir a sus amigas que cuidaran de sus hijas, porque sus hijos las iban a “picar”.
«En Valle de Chalco, hasta caminar es inseguro”, asegura Adamari. Cuando sale con su hermano o papá usa la ropa que le gusta como vestidos o faldas, pero si va sola toma otras medidas en su vestimenta.
Adamari no confía en la policía porque tienen muy mala fama, dice. Es sabido por los habitantes de Chalco que los policías son muy corruptos y buscan hasta el mínimo detalle para cometer abusos y sacarle dinero a la gente.
A un primo de Adamari lo detuvieron por estar con sus amigos en la calle. Los fueron a tirar lejos de la zona, después de quitarles el poco dinero que traían. Tuvieron que regresar caminando. Las mujeres tampoco se les escapan. “Ellos mismos nos acosan, te voltean a ver y te dicen majaderías”, acusa la joven.
Adamari estudió en Tlaxcala la carrera de Desarrollo Comunitario para el Envejecimiento en la UNAM porque su idea era huir de la colonia en la que nunca se ha sentido libre ni segura. Debido a que el estado está catalogado como un lugar de trata, en la universidad les dieron pláticas y clases de defensa personal. Pero contra el acoso no le enseñaron a defenderse.
Recuerda que en una ocasión se sintió muy amenazada cuando ella y su amiga reclamaron a unos hombres por acosarlas en el trayecto a la universidad.
“Te invade el miedo horrible”. Adamari experimenta desesperación, angustia y llanto cuando la han tocado en el transporte y le han dado ganas de golpearlos. Su mamá sí ha golpeado a algunos, pero ella se bloquea y no sabe cómo reaccionar. “Lo peor es que cuando les reclamas por que te tocan, parece que la loca eres tú y se siente impotencia”.
La impotencia es porque no pasa nada cuando se denuncia. Durante su estancia en la facultad señalaron a varios trabajadores, alumnos y profesores por acoso pero no hubieron sanciones verdaderas; solo les levantaron actas administrativas y fue todo. También recordó que en la secundaria un profesor les ofrecía subirles puntos si llevaban falda, y ese mismo profesor sostuvo relaciones sexuales con una alumna. Los papás, al enterarse, solo cambiaron a su hija de plantel y no denunciaron.
Actualmente no tiene pareja, aunque ha tenido relaciones sentimentales, y tanto ella como sus amigas, han sufrido violencia por parte de sus compañeros. Incluso ha cortado relaciones de amistad con hombres que han violentado a otras mujeres, como muestra de solidaridad.
Su carrera tiene que ver con programas sociales en beneficio del adulto mayor. Sostener contacto con este sector de la población también le ha permitido conocer historias de mujeres adultas que dentro de sus matrimonios sufrieron violaciones que aprendieron a normalizar.
“En la familia nos enseñan a perpetuar el amor romántico porque se nos educa creyendo que las mujeres debemos aguantar todo por amor. Las creencias que nos transmitieron en casa no permiten que salgamos del círculo de violencia y es ahí en donde radica la importancia de que las nuevas generaciones modifiquemos otros pensamientos. Yo he podido modificarlos y tener conciencia de muchas cosas, gracias al feminismo”, dice.
Adamari se considera feminista porque está en la lucha constante para quebrar los estereotipos con los que creció. Ha adquirido nuevos pensamientos gracias a este movimiento. Ella no quiere tener hijos, está a favor del aborto y trabaja día a día en su circulo famliar en la ruptura de los roles asignados.
Se interesó en el feminismo debido a las malas experiencias por las que atravesó. Se cuestionó qué tan “normales” eran las conductas violentas que los hombres ejercen sobre las mujeres. “A veces nos hacemos feministas por las historias de vida que conocemos y con las que no comulgamos”, explica.
Sus compañeras de la universidad le hablaron del movimiento y ella comenzó a buscar más literatura para documentarse. De igual forma, compartió sus conocimientos con sus ex compañeras de la prepa y hasta con su mamá, quienes también han mostrado interés.
Asistió en el 2020 a su primera marcha del 8M, acompañada de amigas y de su madre, quien se conmovió hasta las lágrimas al vivir la experiencia de la marcha, cuenta. “Es un momento lleno de emociones, porque te fraternas con miles de mujeres”.
Durante la marcha tuvo cuidado de guardar todo aquello que la puediera distinguir como feminista, pues en el trayecto mucha gente se burla o las agrede. Recuerda que la primera vez que acudió, sintió miedo por la expectativa de lo que iba a suceder, por lo que había visto en los medios de comunicación sobre las marchas. Pero al llegar y estar rodeada de tantas mujeres, se sintió libre y segura.
Adamari piensa que las mujeres que se quejan de las chicas que pintan los monumentos, lo hacen desde su privilegio porque quizá han tenido la fortuna de no vivir violencia y no se espera que les pase. Puede que no todas las mujeres sean feministas, pero el feminismo sí es para todas y es por eso que muchas mujeres, como Adamari, salen a las calles a manifestarse el 8 de marzo.
Nunca me ha gustado que las historias felices se acaben por eso las preservo con mi cámara, y las historias dolorosas las registro para buscarles una respuesta.
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