Adamo Boari fue un arquitecto de íconos en la Ciudad de México. Desde su llegada al país ayudó a cumplir las aspiraciones europeístas de Porfirio Díaz: construyó el Palacio de Correos y el Palacio de Bellas Artes. Su propia casa fue precursora del Art Déco en el país. Hoy de la residencia no quedan más que las fotos
Entre las obras menos conocidas de Adamo Boari está la casa donde vivió, un recinto desconcertantemente cúbico pionero del Art Déco en México. Para el año en que la residencia fue construida integraba ideas formidables, por ejemplo, en 1908 la construcción contaba con lo que ahora conocemos como Roof Garden.
La residencia estuvo en lo que actualmente es el parque Juan Rulfo, en la colonia Roma; ubicado entre la avenida de los Insurgentes, la calle Monterrey y Álvaro Obregón. Es un jardín triangular, marginal al paso de coches y peatones. Apenas un curioso encontraría el busto de Rulfo con su inseparable Pedro Páramo. Nada recuerda que allí estuvo la casa del italiano que, inspirado, igual diseñaba un coche que un palacio de ópera.
Boari, desde la azotea, contempló los campos abiertos de la colonia Roma, a lo lejos pudo ver el circuito de carreras del hipódromo de la Condesa. En las fotografías de la residencia se puede apreciar el cielo en descampado, sin edificio que perturbe el paisaje. Toda dueña del jardín de la casa de Boari era su perra, Aída, fiel compañera del arquitecto.
La llegada de Boari a México fue gracias a la pujante tendencia de construir edificios de arquitectura europea. El dictador oaxaqueño Porfirio Díaz mantuvo un ferviente gusto por los diseños traídos de Europa. El malinchismo arquitectónico, el derroche del neoclásico, neogótico, pistas de nuestra acomplejada identidad nacional.
Boari fue uno de los concursantes para hacer el congreso promovido por Díaz. No deja de ser contradictorio que una de las inquietudes del dictador fue hacer un faraónico palacio legislativo. Boari quedó en el segundo lugar del certamen. De cualquier modo, la construcción del parlamento no se concluyó porque estalló la Revolución. Actualmente se conserva el lobby del lugar: es el turístico Monumento a la Revolución.
Lo que sí construyó Boari fue la catedral de Matehuala (San Luis Potosí), el Templo de la Expiación en Guadalajara (Jalisco), el Palacio Postal y el Palacio de las Bellas Artes (en la Ciudad de México). Además, participó en la remodelación de varios recintos como el Palacio Nacional.
La casa de Boari es la única obra del arquitecto que no sobrevive.
Con la llegada de la Revolución Mexicana Boari volvió a Italia, la construcción del Palacio de Bellas Artes se prolongó treinta años y su casa fue rentada a una gasolinera que ocupó uno de los jardines, según relata el investigador Rafael Fierro Gossman. Allí operó la expendedora Corona Roja hasta que, en 1938, la expropiación petrolera provocó que el lugar quedara abandonado.
Desde Italia, Boari siguió participando en la construcción de Bellas Artes. En México, su hija Elita vendió la casa a Augusto Álvarez y Juan Sordo Madaleno. Los nuevos propietarios, con un ímpetu modernizador y con la ambición de hacer fortuna, demolieron la Casa Boari y construyeron departamentos en su lugar.
Pero en la Ciudad de México nada cambia más el paisaje que los sismos o los proyectos inmobiliarios. En 1985 el edificio de Augusto Álvarez y Juan Sordo Madaleno se desplomó con el terremoto más fuerte que haya sacudido a la Ciudad de México, y la obra modernizadora fue borrada del mapa.
Aún se pueden ver fotografías de la antigua construcción en la página de la firma Sordo Madaleno, ahora llevada por Javier Sordo Madaleno, un polémico arquitecto que ha sido acusado de causar daños ambientales y sociales en varias de sus construcciones. Las obras del arquitecto son protagonistas de escándalos como la del desarrollo Mítikah, que se construye sobre el pueblo de Xoco, y la plaza Artz, que se hizo sobre un cuerpo de agua y se desplomó sin necesidad de un sismo.
En el lugar del edificio colapsado en 1985 el gobierno de la Ciudad de México hizo un pequeño parque, con bancas y fuente. Las autoridades ni siquiera coquetearon con la pretensión y sembraron arbustillos. Las ratas hicieron madrigueras y los vagabundos encontraron un céntrico lugar de descanso en la ciudad.
Con la muerte del escritor Juan Rulfo el gobierno decidió poner un busto y nombrar al jardín con su nombre. También colocaron un libro metálico junto a la estatua que dice “Pedro Páramo”. Los limpiaparabrisas utilizan la fuente del lugar para llenar sus cubetas y “chainear” los coches estacionados en el tráfico.
El paisaje de la Ciudad de México estaría incompleto sin el Palacio de Bellas Artes o el Edificio de Correos. Algunos arquitectos, críticos del recinto construido por Boari, decían que Bellas Artes era algo parecido a un pastel de cumpleaños. El ícono sobrevivió a sus críticos. Pero el peso de la construcción hunde cada año, al emblemático monumento, como crema de chantillí.
Sólo el curioso observador encuentra en el máximo recinto de cultura de la capital a la perra de Adamo Boari: la cabeza de mármol de Aíde está esculpida sobre la fachada.
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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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