Vuelo de un domingo en la Alameda

11 mayo, 2019

Cuando estuvo probado que volar era posible, la Ciudad de México se llenó de entusiastas de la aviación. Decenas o cientos se arriesgaron a probar la libertad del pájaro con sus artilugios voladores. Así, la Catedral Metropolitana se inauguró como pista de despegue y la Colonia Roma fue escenario de una hazaña memorable

@ignaciodealba

El sueño de tocar las nubes se completó desde mediados de 1,700; los globos aerostáticos elevaron con sus vejigas de aire caliente a los primeros hombres. En México, Joaquín de la Cantolla hizo el primer vuelo en un dirigible de fabricación mexicana en 1863. El ascenso se realizó donde ahora están Paseo de la Reforma y Bucareli.

Ataviado con levita y chistera, Cantolla hizo diversas demostraciones a bordo de sus naves: Moctezuma I, Moctezuma II y Volcano. De oficio telegrafista, el hombre ondeó la bandera nacional desde los aires y fue contratado para diversas fiestas, donde la concurrencia quedó pasmada con su artilugio volador.

El inventor se hizo tan célebre que hasta hubo un corrido popular en su nombre que decía: “Don Joaquín de la Cantolla / aeronauta singular / el domingo va a subir/ en su globo original”.

Después de desafiar los aires mexicanos, Cantolla murió de una caída en las escaleras de su casa en 1914. Siempre será recordado en el mural Sueño de una Tarde Dominical en la Alameda, donde el telegrafista fue retratado por Diego Rivera a bordo de su fabuloso invento.

Menos afamado pero no menos audaz fue Carlos Antonio Obregón. Poco se sabe sobre la proeza que realizó este temerario desconocido. A finales del siglo XIX los globos aerostáticos gozaban de amplia fama; pero volar con “aparatos más pesados que el aire” constituyó el sueño de constructores y aventureros de los aires.

En 1872, Obregón subió a la azotea de la Catedral Metropolitana
—improvisada como pista de despegue— para demostrar que era posible volar en un aparato más pesado que el aire. Así que tomó posición confiado en un planeador construido por él mismo y corrió al vacío.

Nada parece comprobar que Obregón muriera en su hazaña. Nada prueba tampoco que el hombre consiguiera un vuelo exitoso, aunque cuesta trabajo imaginar la trayectoria del vuelo que pudo tomar: frente a la Catedral está una larga explanada rodeada de edificios coloniales. Por eso, cuando se piensa en Obregón también se piensa en lo poco probable de su entusiasmada empresa.

Inaugurado el nuevo siglo, llegaron los primeros vuelos en aeroplanos. Se recorrían distancias cortísimas y varios  ingenieros y pilotos disputan haber sido los primeros en volar: en Francia Clément Ader y en Estados Unidos los controversiales hermanos Wright. En México, con una aeronave de fabricación nacional, los pioneros fueron nada menos que los hermanos Aldasoro Suárez, hijos de un funcionario porfirista.

Juan y Eduardo Aldaroso, de 18 y 19 años, construyeron una aeronave con telas, madera y partes de bicicleta. Para enfrentar los vientos eligieron usar mandiles de carnaza y botines. Y para probar su máquina voladora escogieron una de las calles mejor provistas en la Ciudad de México: la calle Querétaro, en la colonia Roma Sur.

La calle de Querétaro es ahora un eje vial muy transitado de la ciudad. En sus carriles pasan trolebuses y vehículos de toda clase. En los edificios y viejas casas que lo bordean hay restaurantes, oficinas y cafés. Es, en realidad, una calle sin chiste que se trafica en horas pico. Está en una de las zonas más céntricas de la ciudad, donde la gente pasea a sus perros y las banquetas están embarradas de caca.

En 1909, los hermanos Aldasoro remolcaron el planeador a un coche de vapor para propulsarlo y lograron levantar vuelo a unos 10 metros de altura sobre las plazoletas y arboleadas de la Roma. En total el recorrido de la aeronave fue de casi 500 metros a unos 50 kilómetros por hora… hasta que el aterrizaje terminó en un aparatoso choque.

Después de la hazaña, los hermanos intentaron construir un nuevo aparato de vuelo. Para ello, echaron mano de un taller en una de las minas que su papá regenteaba en el estado de Hidalgo. Al ver que la idea iba en serio, el padre los envió a Nueva York, a estudiar en una de las primeras escuelas de aviación en el mundo.

Será recordado en la historia cuando Juan Aldasoro ganó un sorteo en la escuela de aviación para pilotar un avión y darle la vuelta a la Estatua de la Libertad, así fue como un mexicano fue el primero en sobrevolar ese monumento histórico.

Se considera que la primera persona en volar un avión motorizado en México fue Alberto Branniff, en 1910. Lo hizo con una aeronave de fabricación francesa. En los días en que Branniff intentaba despegar la máquina, los asistentes y curiosos dejaban al entusiasta del aire, incrédulos de que pudiera levantar vuelo.

Pero Branniff logró la hazaña y lo hizo sobre los llanos de la Balbuena, al oriente de la Ciudad de México, muy cerca de donde se encentra el actual aeropuerto de la capital del país. En ese mismo sitio, pero un año después, el revolucionario Francisco I. Madero se convirtió en el primer jefe de Estado volar en un avión.

Balbuena es una colonia popular por la que no dejan de pasar aviones comerciales; incluso aeronaves de gran envergadura que forman parte del paisaje citadino. No hay ni un solo día del año en que dejen de pasar.

Ahora, alejados de la aventura que significó volar, millones de pasajeros toman vuelos puntuales a cualquier parte del mundo. El ruido de los aviones puede ser insoportable en algunas colonias de la Ciudad de México. Actualmente es más factible morir en un asalto que volando a 10 mil pies de altura.

Columnas anteriores:

Santa Lucía: de grilletes a aviones

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).