1 marzo, 2022
Ante el nuevo y devastador informe de crisis climática, el gobierno mexicano tendría que apostar por una adaptación centrada en la restauración de la naturaleza y la recuperación de los servicios ambientales, además de la mitigación del cambio climático
Twitter: @eugeniofv
El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) presentó este lunes el sexto reporte de su Grupo de Trabajo II (el que lidia con impactos, adaptación y vulnerabilidad) y, como era de esperarse, sus noticias son terribles. El cambio en los patrones climáticos provocado por las actividades humanas —principalmente por la quema de combustibles fósiles— ya ha tenido impactos irreversibles en el planeta. El mundo, en pocas palabras, ya no es el mismo de hace unos pocos lustros. El gobierno mexicano, sin embargo, parece no haberse dado cuenta de esto y, con ello, nos pone a todos en riesgo.
Los principales efectos de los que advierte el nuevo reporte del IPCC son eventos climáticos extremos (mayores lluvias o sequías más pronunciadas en épocas muy marcadas del año), aumentos de las temperaturas e incendios mucho más severos, entre otros. Esto tiene ya consecuencias devastadoras para la biodiversidad tanto en tierra —por la muerte de los árboles tras la sequía, o la pérdida de cultivos— como en el mar —por el blanqueamiento de corales, por ejemplo, o por la alteración de los patrones que siguen los peces—. El impacto sobre las poblaciones del mundo está ya siendo brutal, por la mayor vulnerabilidad alimentaria, por ejemplo, o el aumento en la prevalencia de enfermedades que se benefician de las mayores temperaturas.
Ante esto que Bruno Latour y otros han llamado un “nuevo régimen climático” sería urgente emprender dos tipos de respuesta que no por obvias dejan de ser urgentes ni de ser ignoradas por quienes están en el poder desde hace tres décadas. Por una parte, es urgente adaptarse a la nueva realidad. Este gobierno parece haber tomado nota de que se nos viene encima un enorme alud de desastres, pero su respuesta a ellos es la misma de siempre, pero a mayor escala: toda la inversión en la materia se está concentrando en infraestructura gris, de concreto y acero, sobre todo para lidiar con el agua.
Más bien, tendría que estarse apostando con todo por una adaptación centrada en la restauración de la naturaleza y la recuperación de los servicios ambientales. La conservación de los arrecifes que nos protegen de los huracanes cada vez más fuertes no tendría que ser producto de luchas cuesta arriba por parte de ONG y ciudadanos de a pie, como la que está teniendo lugar en torno al sistema arrecifal veracruzano, sino que tendrían que ser una política pública. Programas como Sembrando Vida deberían de ser mucho más que estos programas sociales con algún barniz ambiental para ser verdaderos esfuerzos de restauración de la biodiversidad que nos protege de las lluvias y garantiza nuestras aguas.
La segunda tarea es la de la mitigación del cambio climático. Es cierto que México tiene poco que aportar en la materia en comparación con los grandes responsables de la crisis climática —tan solo diez países emiten dos terceras partes de los gases que sobrecalientan el mundo—, pero eso no quiere decir que no pueda hacer algo ni que no se beneficiaría de hacerlo. En lugar de abandonar la muy dañina política energética de los gobiernos neoliberales para retomar la igualmente perniciosa política energética del nacionalismo revolucionario, podríamos correr hacia un futuro distinto, con una generación descentralizada de energía, usos más eficientes y beneficios mejor repartidos. Eso, por ejemplo, salvaría miles de vidas nada más por la reducción de la contaminación atmosférica.
Lo que no podemos hacer es seguir jugando a que vivimos en el siglo pasado, cuando la crisis climática estaba todavía a décadas de distancia y no se entendía bien a bien qué era. El gobierno mexicano tiene que actuar ya con visión de futuro y convicción democrática —ésa que le faltó a todos los demás gobiernos de este siglo— para preparar al país ante un escenario que, según el IPCC, será terrible en el mejor de los casos y catastrófico en el peor.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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