Urge que el gobierno local y el federal se tomen en serio la crisis ambiental que atraviesa la capital del país y que sufren ya o sufrirán muy pronto las ciudades del resto del país. Eso pasa por asumir plenamente que estamos pasando por una emergencia y que se debe actuar con premura para resolverla.
Por: Eugenio Fernández Vázquez
La Ciudad de México pasa por una crisis ambiental que ya tiene tiempo, pero que no ha hecho sino recrudecerse con el cambio climático. Al mismo tiempo que la enorme zona metropolitana registra un clima “anormalmente seco”, según el Monitor de sequía de la Comisión Nacional del Agua, y la cuenca del río Cutzamala ya está en ”sequía moderada”, los altos niveles de ozono llevaron a decretar una contingencia ambiental que ha dejado a miles de vehículos sin circular y a los capitalinos respirando un aire de muy mala calidad. A pesar de ello nuestros políticos siguen tomándose el tema a la ligera, como han hecho durante todo lo que va de este siglo. Para muestra ahí está la idea de resolver la escasez de agua “bombardeando” nubes, como se hizo antes en Nuevo León, en lugar de tomar medidas urgentes de adaptación y mitigación.
“Bombardear nubes” es echar un químico sobre ellas desde un avión para hacer que el agua que las conforma se precipite. Es una solución que se intentó ya en Monterrey el verano pasado y que ahora, según anunció el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, se intentará en el centro de México. La decisión tiene muchos inconvenientes, porque de entrada tiene muchos damnificados y porque no resuelve el problema de fondo.
En primer lugar, esas nubes que se está haciendo que se precipiten sobre el Estado de México y la cuenca del Cutzamala podrían llover sobre otros sitios que también necesitan desesperadamente tener agua. La región montañosa del oriente de Hidalgo y gran parte de la sierra norte de Puebla pasan por una sequía mucho más aguda y prolongada que la de la Ciudad de México, y más o menos hacia allá van las nubes que vienen del Pacífico. Ahora, como cuando se optó por inundar Tula para no inundar la Ciudad de México hace un par de años, se está beneficiando a la capital a costa de sus vecinos, y eso no debería resultarnos aceptable a nadie.
En segundo lugar, éstas son soluciones de muy corto plazo que no resuelven el problema de fondo. El hecho es que el valle de México —como, por lo demás, todo el país— enfrenta ya patrones climáticos cada vez más extremos, por los que llueve mucho algunas veces y otras, en cambio, pasan largos periodos sin que caiga una gota. Tratar de exprimir el agua de las nubes es apenas un parche, porque más temprano que tarde pasaremos tiempos larguísimos sin nubes que bombardear.
El gobierno de la Ciudad de México ya ha experimentado con muchas de las soluciones necesarias para ese problema. La instalación de sistemas de captación de agua de lluvia, por ejemplo, ha permitido que decenas de miles de familias tengan agua en casa, aprovechando lluvias que de otra forma se habrían mezclado con las aguas residuales y habrían quedado inutilizables. La implementación de una política centrada en la infraestructura verde, en la recuperación de cuerpos de agua urbanos y la restauración, ampliación y multiplicación de parques mejora en mucho la resiliencia de la urbe. Estos proyectos, sin embargo, no han alcanzado la escala necesaria por esa austeridad tan mal entendida que prima entre los cercanos al presidente López Obrador, según la cual es mejor dar el dinero en subsidios que invertirlo en capacidades del Estado para resolver los problemas del país.
Esa misma austeridad es la que impide que se resuelvan las contingencias atmosféricas. Como se ha dicho muchas veces, las contingencias por ozono no tienen una sola fuente, sino que las provocan cientos de estaciones de gas y gasolina, las fábricas, las plantas que generan electricidad. En principio, de ellas no deberían desprenderse los gases que se convierten en ozono, pero la asfixia presupuestaria en la que el gobierno federal mantiene a la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente, que está encargada de verificar que se tomen las medidas contra la contaminación, hace imposible esa tarea.
Urge que el gobierno local y el federal se tomen en serio la crisis ambiental que atraviesa la capital del país y que sufren ya o sufrirán muy pronto las ciudades del resto del país. Eso pasa por asumir plenamente que estamos pasando por una emergencia y que se debe actuar con premura para resolverla, por dar a las instancias ambientales el presupuesto y la capacidad que necesitan y por repensar el país de forma que sea más amigable con el entorno y menos voraz con los recursos naturales.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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