La emergencia sanitaria por el coronavirus tiene en suspenso a importantes proyectos para conservar a especies en riesgo. En algunas regiones de América Latina preocupa que la crisis económica, consecuencia de la pandemia, incremente las amenazas que han llevado a varias especies al borde de la extinción
Texto: Thelma Gómez / Mongabay*
Fotos: Loïc Mermilliod y n altentaller /Usnplash
Un millón de especies de animales y plantas que existen en el mundo están en peligro de desaparecer. Para evitarlo, cientificos y conservacionistas están inmersos en una carrera contra el tiempo, que ahora tuvo que ponerse en pausa por la pandemia de covid-19.
América Latina es una de las regiones del planeta más biodiversas, pero también una región en donde se tiene una lista larga de flora y fauna en alguna categoría de riesgo. Detener las estrategias de conservación por la cuarentena puede aumentar el riesgo para una especie.
Mongabay Latam habló con investigadores que trabajan en la conservación de especies endémicas de América Latina, amenazadas o en peligro de extinción.
Todos coinciden que el covid-19 es un nuevo obstáculo a sortear; otros advierten que la crisis económica, consecuencia de la pandemia, puede traer aún más presión para los hábitats de muchas especies.
En México es posible encontrar las seis diferentes especies de felinos. El más emblemático y grande es el jaguar (Panthera onca). Pero también se encuentran el ocelote (Leopardus pardalis), el puma (Puma concolor), el lince (Lynx rufus), el tigrillo (Leopardus wiedii) y el yaguarundi (Herpailurus yaguaroundi).
De los seis, tres están considerados en peligro de extinción por la norma mexicana: el jaguar, el ocelote y el tigrillo. Del yaguarundi, se tiene menos información.
El biólogo mexicano y maestro en ciencias Horacio Bárcenas comenta que es necesario realizar más estudios sobre esta especie. El problema es que ahora la pandemia del coronavirus pone ante los científicos un nuevo reto para trabajar con los felinos, sobre todo después de que, en marzo pasado, se registró el primer caso de un tigre contagiado con covid-19 en Nueva York.
“Toda la investigación con felinos en vida silvestre está detenida, para evitar que se pueda contagiar a estos animales”, señala Bárcenas, quien es miembro de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar.
A la incertidumbre sobre cuándo podrán retomarse los trabajos con los felinos en vida silvestre se suma otra factor: el impacto de la crisis económica.
El biólogo Bárcenas recuerda lo que sucedió en la Selva de los Chimalapas, en Oaxaca, hace aproximadamente cuatro años, cuando comunidades de la zona, que realizaban protestas sociales, cerraron carreteras y bloquearon las entradas a los pueblos, lo que generó un desabasto en la región.
“En la selva de los Chimalapas —explica Bárcenas— realizamos monitoreo sistemático desde hace algunos años. Y hemos visto que, cuando hay problemas sociales, la gente entra más al monte y hay un menor registro de vida silvestre”.
Los delitos ambientales —advierte el investigador— como la tala ilegal, la cacería de especies en extinción y el tráfico ilegal de vida silvestre podrían aumentar.
En Bolivia hay poco más de 20 especies de primates pero solo dos son endémicas del país: el lucachi cenizo (Plecturocebus modestus) y el lucachi rojizo (Plecturocebus olallae), dos pequeños monos que se encuentran en la zona de pampas y bosques del río Yacuma, en el departamento de Beni, en Bolivia.
Estas dos especies se reportaron por primera vez en 1939, pero comenzaron a estudiarse a partir de 2002, explica el especialista en conservación de primates Jesús Martínez, investigador de Wildlife Conservation Society (WCS-Bolivia), quien junto con el doctor Robert Wallace, también de WCS-Bolivia, han realizado diversos estudios científicos sobre los lucachi.
En los últimos quince años, los investigadores identificaron las zonas de distribución, las poblaciones, hábitos y amenazas de las dos especies.
El Plecturocebus modestus su población se estima en 20 mil individuos y está en peligro de extinción. La situación del Plecturocebus olallae es aún más grave: se estima que no hay más de 2000 individuos y en 2019 ingresó a la lista de los 25 primates más amenazados a nivel mundial.
Estos pequeños monos viven en una región donde los bosques ya están naturalmente fragmentados y son una especie de islas. “Entre el 50 y 60 por ciento del territorio de la zona es bosque; y ese es el único espacio que representa el hábitat adecuado para estos monos”, explica Jesús Martínez.
Al encontrarse en un hábitat tan frágil, el incremento de las actividades humanas, así como la construcción de carreteras en la zona aumentan la situación de vulnerabilidad para los dos primates.
Jesús Martínez, quien preside la Red Boliviana de Primatología, explica que por el confinamiento se tuvo que detener el trabajo que se realizaba con las comunidades para el cuidado del ecosistema. También ellos la consolidación de la gestión de las áreas protegidas municipales, así como los programas de monitoreo de poblaciones y de educación ambiental.
El investigador boliviano resalta que el covid-19 ha llevado a que los científicos busquen nuevas herramientas para lograr avanzar en los proyectos de conservación: “vamos a desarrollar nuevos métodos que nos permitan, a corto plazo, coordinar las actividades desde la distancia”. Y es que en el caso del Plecturocebus olallae, como en todas aquellas especies que están en peligro crítico, su conservación es una apuesta continua para ganar tiempo.
En Colombia se pueden encontrar 27 especies de tortugas; siete son continentales. Una de ellas, la carranchina (Mesoclemmys dahli), está entre las tortugas que más están en riesgo: hay menos de 2000 individuos.
Germán Forero Medina, director científico de Wildlife Conservation Society (WCS-Colombia), explica que esta tortuga fue descrita 1958. Hace 15 años comenzó a documentarse la presencia de pequeñas poblaciones de carranchina en otras localidades, donde aún sobreviven áreas del bosque seco tropical de Colombia, uno de los ecosistemas más amenazados.
Las poblaciones de carranchina que aún quedan están conformadas por pocos individuos y se encuentran aisladas unas de otras. Eso, explica Forero, está provocando endogamia y, por lo tanto, ha disminuido la diversidad genética de la especie.
A diferencia de otras tortugas, la carranchina solo pone de dos a tres huevos por nido. Y, por si fuera poco, se tiene documentado que sus huevos tardan poco más de 200 días en eclosionar.
A inicios del 2020, se creó una reserva privada de 120 hectáreas, en el municipio de San Benito Abad, en el departamento de Sucre, un lugar dedicado exclusivamente a la recuperación de esta especie.
Los investigadores aún no comenzaban el trabajo con las comunidades del municipio de San Benito Abad, cuando la pandemia del covid-19 puso en pausa el proyecto de conservación de la carranchina que, para este año, tiene contemplado comenzar con la restauración del bosque seco y en otoño llevar a las primeras tortugas de otros lugares.
Para Forero, la epidemia ha generado nuevos retos para la conservación de especies. Uno de ellos es que el trabajo debe ser orientado y apoyado a distancia, “pues los investigadores no pueden ingresar, por ahora, a las áreas. Esto implica apoyarse, cada vez más, en el equipo que está en terreno y en los socios locales”.
El cóndor (Vultur gryphus) es una especie emblemática de la región andina; países como Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador lo consideran su ave nacional.
Se estima que hay 10 mil cóndores en toda Sudamérica, un número que no garantiza su futuro. Y por eso está en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) en la categoría de Casi Amenazada.
“Es una especie muy vulnerable a cualquier tipo de amenaza”, remarca Robert Wallace, director del Programa de Conservación Gran Paisaje Madidi-Tambopata en WCS-Bolivia y uno de los especialistas que participan en la iniciativa regional para conservarlo.
En varios países, el cóndor es víctima del veneno destinado a otras especies, como el zorro andino.
La pérdida y fragmentación de hábitat en la región norte de su distribución es otro de los problemas a los que se enfrenta esta ave que es capaz de moverse, en un solo día, en un área de 200 kilómetros.
Antes de la pandemia de covid-19 estaban en marcha estudios en países como Bolivia, donde hay un proyecto para colocar transmisores con GPS que permitan conocer cuál es el espacio en el que se mueven e identificar las amenazas que hay en esa área.
Y aunque los trabajos en campo están detenidos, la contingencia por el COVID-19 no ha impedido que se siga adelante con la publicación de un estudio en donde se han identificado 21 sitios prioritarios para la conservación del cóndor ubicados desde Venezuela hasta Argentina. La selección de esos lugares la realizó un grupo de alrededor de 40 expertos que desde 2015 trabaja en desarrollar un proyecto regional para la conservación de esta especie.
“La comunidad de expertos —explica Wallace— creemos que son los lugares en donde se tiene las posibilidades más grandes para conservar poblaciones importantes de cóndor”.
El investigador resalta que, en estos tiempos de covid-19, han mostrado que es aún más importante trabajar en la conservación de especies: “El riesgo de más pandemias es mucho más fuerte si no respetamos la naturaleza y continuamos fragmentando; si continúan, por ejemplo, los mercados de vida silvestre”.
El pasado 12 de mayo, en el aeropuerto de la Ciudad de México se intervinieron 158 embalajes de madera. En su interior había 15 053 ejemplares de diferentes especies de tortugas, que se pretendían enviar en forma ilegal a China. Entre las tortugas que se intentaron sacar del país había ejemplares de las especies Claudius angustatus (en peligro de extinción), Staurotypus triporcatus (amenazada) y Kinosternon leucostomum (sujeta a protección especial).
El intento de sacar a estas tortugas del país es para María José Villanueva Noriega, directora de conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF-México), una tendencia que con la pandemia del covid-19 se ha hecho más evidente: “el resurgimiento de actividades ilegales”, relacionadas con la vida silvestre.
En el caso de México, apunta, la pandemia del covid-19 vino a profundizar aún más la falta de vigilancia en las áreas naturales o zonas de importancia ecológica, situación que antes de la llegada del virus ya comenzaba a reflejarse, como consecuencia de la disminución del presupuesto al sector ambiental.
Villanueva hace una analogía para ilustrar lo que pasa cuando se pierde una especie: Si a una pared le quitas un tabique, es posible que siga en pie; pero si tu quitas esas piezas que están relacionadas, esa pared va a colapsar.
Ella, como muchos científicos y conservacionistas, se empeñan para que, con todo y covid-19, esos tabiques se queden en su lugar.
Si quieres leer más sobre la cobertura de la pandemia del COVID-19 y su efecto en los pueblos indígenas, ecosistemas y animales de Latinoamérica y el mundo, puedes revisar esta colección de artículos de Mongabay Latam. Y si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí o seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram y YouTube.
*Esta historia fue publicada originalmente en mongabay.com
Periodista de investigación especializada en temas sociales, ambientales y científicos.
Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en 2008 obtuvo menciones honoríficas en el Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2008, por sus reportajes “Todos verdes ¡ya!” y “Volar lejos de la extinción”. Editora en México de Mongabay Latam.
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