12 enero, 2024
Esta es una crónica del pueblo triqui desplazado de su territorio, Tierra Blanca Copala, en Oaxaca, el mismo que es rico en minerales, pero también paramilitares y divisiones del gobierno
Texto y foto: Ernesto Álvarez / Cooperativa de periodismo
OAXACA. – La caravana contra la guerra a los pueblos triquis y zapatistas nace como una respuesta por las personas muertas, encarceladas y desplazadas por grupos que usan la violencia para despojar los territorios que durante varias generaciones, los pobladores han cuidado y mantenido.
La caravana salió el 19 de noviembre de 2023 desde Yosoyuxi Copala, una comunidad vecina de Tierra Blanca, en Oaxaca, donde el 26 de diciembre del 2020 fueron desplazadas 144 familias cuando personas armadas irrumpieron por la noche y dispararon a discreción contra las personas de la comunidad, mientras las familias buscaban cómo salvar su vida, los paramilitares prendían fuego a sus viviendas.
Tres años después, no han podido regresar a sus casas y recorren las carreteras uniendo fuerzas con otras comunidades indígenas en lucha.
Salir de la Ciudad de México fue difícil, pero al entrar en Oaxaca, las curvas parecían darle velocidad al auto en que viajaban Horacio, Feliciano y Gerardo, los tres encargados de llegar con transporte para 600 personas de la comunidad triqui que apoyarían las acciones de la caravana. En Santiago Juxtlahuaca, el auto paró en la terminal de autobuses y, tras algunas negociaciones, consiguieron dos camiones.
El chofer del autobús les dijo que “en la empresa me dijeron que nos iban a secuestrar los camiones. Es la primera vez que me toca esto, así que si me pueden ir explicando ¿que vamos hacer?”
Horacio le dijo al chofer que no estaba secuestrado, solo que en las negociaciones su camión fue el destinado para apoyar la caravana. Luego le trazó la ruta a seguir y le dijo que si necesitaba comida o cualquier cosa, les avisara. La noche llegó y otros compañeros alcanzaron a los dos primeros camiones en medio de la carretera. En total, se juntaron ocho. Para cuando llegaron a Yosoyuxi, los esperaban las familias que rápidamente abordaron los camiones y partieron con dirección a Santa María Coapan, en Puebla.
La noche se fue entre las curvas y la neblina de la sierra Mixteca. Dos autobuses se descompusieron y la caravana se reorganizó a medio camino para que todos entraran en los seis camiones restantes.
Al llegar a Santa María, las esperaba la comunidad nahua que resiste a un basurero ilegal, promovido por el gobierno municipal desde 1993 y del que muchas empresas textiles han sacado provecho.
Las tripas tronaban de hambre y las compañeras de Coapan sirvieron arroz y frijoles con tortillas para la caravana.
Al terminar, se alistaron para iniciar una movilización en el centro del municipio. El objetivo era mostrar cómo las luchas indígenas no están divididas por las fronteras estatales o municipales. Así, frente al Palacio de Gobierno, unieron sus demandas: un retorno seguro y duradero a sus tierras; la salida de caciques y funcionarios de los territorios indígenas; reponer la autonomía de los pueblos mexicanos.
Después salieron rumbo a la terminal de Tehuacán, Puebla, y bloquearon las entradas y salidas de autobuses hasta que pudieran negociar el uso de dos camiones, los mismos que se habían quedado descompuestos en el camino. En un par de horas lograron el cometido y la caravana siguió rumbo a Puebla capital.
Esa noche, el estacionamiento del mercado 28 de Octubre de la Unión Popular de Vendedores y Ambulantes, acogió a las familias. Antes del mediodía se inició con una marcha en la que comerciantes organizados se sumaron a las demandas de las familias triquis para su retorno seguro y duradero. Y para esa misma tarde el convoy de camiones llegó a Santa María Zacatepec, uno de los bastiones de los pueblos zapatistas y que han resistido a grandes empresas y la explotación del agua en sus territorios.
“Los pueblos indígenas en el país luchan contra un mismo enemigo: el poder capital, y aunque las formas que toma en cada comunidad es distinta, la guerra es la misma desde que inició la invasión hace 500 años”, dijo Feliciano en la protesta.
En la noche, Horacio y una de las compañeras hacían el recuento de nombre de los gobernadores de Oaxaca que han reprimido y matado a sus familias los últimos 40 años; o los presidentes municipales que desplazaron familias durante diferentes administraciones y los caciques que, aunque cambiaron de apellidos, siguen usando los mismos métodos violentos.
Parecía oírse una misma historia con diferentes partidos, hasta que Horacio dijo: «aquí el problema son las mineras y aunque aún no estamos en el mapa de concesiones, ya se vinieron a hacer exploración y encontraron yacimientos»
Desde hace 40 años, las comunidades triquis iniciaron un proceso de organización para crear la Nación Triqui con la idea de que la autonomía llegaría a cada pueblo y permitiría la conservación de sus territorios originarios. El proyecto fue tomando otras formas en los años siguientes y la libertad que algunos municipios oaxaqueños habían logrado bajo el nombre del Movimiento de Unificación de Lucha Triqui (Mult) cayó cuando el gobierno de ese momento, operó para disolver la autonomía.
En 1994, llegó la Unidad de Bienestar Social de la Región Triqui (Ubisort), una organización abiertamente priista, cuyos dirigentes al poco tiempo se transformaron en caciques y funcionarios con la capacidad de tomar decisiones y con el músculo del partido gobernante.
Para el año 2006 hubo un quiebre en el Mult y nació un movimiento independiente de ambas organizaciones: el Movimiento de Unificación y Lucha Triqui Independiente (MULTI), que tiene su base en la comunidad Yosoyuxi, en Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca.
A primera vista, el conflicto parece una sucesión de nombres de caciques y gobernante. Pero ampliando la mirada se ve el peso que tienen las concesiones mineras en la zona, que han convertido a las comunidades triquis en mapa de puntos rojos. En especial, han colonizado al municipio de Santiago Juxtlahuaca, el mismo donde las 144 familias fueron desplazadas a punta de fuego y plomo de sus tierras, que ademas de ser el asiento ancestral de su comunidad, son ricas en hierro, cobre, carbono, magnesio, plomo y zinc.
La caravana contra la guerra a los pueblos triquis hizo más que reflejar un conflicto entre particulares, como ha dicho el presidente López Obrador. Cuando llegó a la Ciudad de México, fue acogida por la Comunidad Otomí y juntas se plantaron frente al Palacio Nacional, para exigir un alto a las agresiones a las comunidades indígenas de todo el país. Allí, aclararon que no son enemigos de otras organizaciones, sino de quienes las financian con armas y entrenamientos para instalar mineras, basureros, pozos hídricos o demás megaproyectos que terminan por devorar cualquier rastro de organización autónoma y de vida en los pueblos rurales mexicanos.
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