Vivir en las calles condena a las personas a morir por falta de acceso a la salud, sin reconocimiento y sin la posibilidad de un entierro digno. Por eso, la campaña Chiras Pelas Calacas Flacas, Aprendiendo con la Muerte, enseña a las poblaciones callejeras los factores de riesgo que pueden llevarlas a perder la vida
Texto: Karen Villalobos
Fotos: El Caracol
CIUDAD DE MÉXICO. – Diana era una mujer embarazada que vivía en calle. Un día en la madrugada comenzó a sentir un fuerte dolor en su vientre, por lo que buscó atención cercana a donde ella acostumbraba a quedarse a dormir. Cuando llegó a la clínica le negaron el acceso argumentando falta de personal de salud. Sin más opción y acostumbrada a esas respuestas, caminó en busca de otro centro de salud, logró llegar, pero ahí ni siquiera le permitieron el ingreso, por lo que decidió intentar en un hospital. Cuando ella logra llegar al hospital, después de dos intentos de conseguir atención médica, Diana entra en coma. Pese a los intentos, falleció al día siguiente. El Caracol, una organización que trabaja por la defensa de los derechos humanos de la población callejera, buscó interponer una queja por estos hechos, pero les dijeron que no había registro de ella en ningún hospital, por lo que no podían asegurar la negación del servicio. La ausencia de registro era clara, a Diana ni siquiera le permitieron ingresar a los centros de salud.
Como el caso de Diana existen muchos otros, la población callejera se enfrenta a una cadena de obstáculos para acceder a un derecho básico como es el acceso a la salud. Desde toparse con el policía de la entrada del hospital que les niega el acceso, hasta el médico que les pide que primero se vayan a bañar y después regresen a su revisión. A esto hay que sumarle que la población callejera va formando un umbral de dolor muy grande, por lo que suelen atenderse hasta que hay situaciones de urgencia médica.
La muerte entre las poblaciones callejeras suele ser prematura y en condiciones complejas. Muchas veces, estas personas fallecen sin ser reconocidas, y al no contar con familiares cercanos, sus cuerpos terminan en una fosa común. Según la base de datos que ha creado El Caracol, tan solo en 2023 se registraron 962 muertes de personas que vivían en las calles de México.
‘’Hay un dicho en la calle y yo lo creo firmemente y es que la calle no hace caricias’’, nos cuenta Luis Enrique, director de El Caracol.
En julio de 2017, el Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS), coordinó con organizaciones de la sociedad civil, expertos y academia, el Censo de Poblaciones Callejeras de la Ciudad de México. De acuerdo con sus resultados, existían 100 puntos de calle de alta concentración (con más de 5 personas) y 346 puntos de baja concentración (donde hay menos de 5 personas). En estos 446 puntos había 6 mil 754 personas integrantes de poblaciones callejeras. De ellas, 2 mil 400 estaban en albergues públicos y privados. Las otras 4 mil 354 habitan en algún punto del espacio público.
Esos fueron los últimos datos que conocimos de manera oficial sobre la población callejera, aunque existen diversos intentos de organizaciones de la sociedad civil por tener algunas cifras sobre esta población, hay una serie de dificultades para ello, la principal es el alto costo de los censos y la constante movilidad de las personas, ya que, pese a que existen puntos de calle identificados, las personas no permanecen ahí mucho tiempo, sino que van cambiando de ubicación, esto hace difícil localizarles y por mínimo que parezca, contarles.
El Caracol es una de las pocas organizaciones que más esfuerzos ha hecho para brindar y sistematizar información de las personas pertenecientes a la población callejera que acuden a sus espacios en busca de algún acompañamiento. Y aunque se ha convertido en una de sus labores prioritarias, hacen constantes señalamientos de que la responsabilidad de ese monitoreo le corresponde al Estado. Sin embargo, desde hace 21 años, la organización ha implementado la campaña “Chiras Pelas Calacas Flacas, Aprendiendo con la Muerte”, con el propósito de que las poblaciones callejeras reflexionen sobre los factores de riesgo que pueden llevarlas a perder la vida en las calles.
La campaña toma como base la metodología de trabajo de calle, y durante el mes de octubre, las educadoras y educadores se preparan para recorrer al menos ocho alcaldías de la Ciudad de México, donde a través del juego y la promoción cultural del Día de Muertos, buscan fortalecer factores de protección como el acceso a la salud, la prevención de la violencia y la atención al consumo de sustancias.
‘’La salud de la banda de calle es todo un tema, ya que siempre tienen dificultades para acceder a los servicios, a tratamientos y hasta a diagnósticos correctos’’, nos cuenta Gustavo Cruz, educador en El Caracol. Aunque ubican las clínicas de salud, así como sus dolores o síntomas, deciden no atenderse porque consideran que no son problemas graves, o lo resuelven automedicandose. ‘’Pasa mucho que no se acercan a los centros de salud porque ya han tenido experiencias que les han marcado, situaciones de violencia, discriminación, malos tratos y claro, mucho estigma’’, continúa Gustavo.
Desconocer los datos sobre la población callejera dificulta entender sus contextos, las problemáticas que viven, su estado de salud, entre otras cosas, a su vez, esta ausencia de información imposibilita crear políticas públicas que brinden una atención real y acorde a sus necesidades, no programas asistencialistas que refuercen su situación o les expongan a mayores riesgos.
En el documento «Los 100 pasos para la transformación», donde la actual presidenta Claudia Sheinbaum presenta el proyecto de nación 2014-2030, se describe el ámbito de la salud como una continuación del Instituto Nacional de Salud para el Bienestar (IMSS-Bienestar), en el que se seguirá buscando dar servicio a todas las personas no afiliadas al IMSS o al ISSSTE, y consolidarse en todo el país, pese a las constantes críticas y fallas que ha presentado dicho sistema. Actualmente, 23 entidades son parte del modelo. La estrategia está encaminada a las mejoras en la infraestructura, el abastecimiento de medicamentos, la regulación sanitaria y la digitalización, sin embargo, no se hace ninguna mención sobre acciones concretas a poblaciones vulnerables.
Cuando la población callejera decide buscar acceder a un servicio de salud, se topa con una serie de dificultades, como la imposibilidad de cubrir los costos de las consultas y el medicamento, o que las instituciones de salud, para brindarles la gratuidad, les soliciten documentos de identificación oficial. Son pocas las personas que tienen entre sus pertenencias dichos documentos, ya que al estar en calle, se arriesgan constantemente al robo o la pérdida de sus cosas, así como a la llegada de trabajadores de las alcaldías, quienes les retiraran de los puntos de calle y para evitar que vuelvan, les arrebatan todas sus pertenencias.
‘’Las banda de calle está expuesta a un montón de situaciones y elementos ambientales, están constantemente enfermando y su umbral de aguante también va creciendo, por ahorrarse el regaño, el rechazo o el insulto, dejan de ir a los centros de salud o dejan a medias sus tratamientos’’ señala el educador de El Caracol. Según el INEGI, a 2024 la esperanza de vida en México es de 75 años, para la población callejera es de solo 25 años, cincuenta años menos de vida que el promedio nacional.
A la fecha nunca ha habido especificidad en dinero público para población callejera, pero sí la obligatoriedad de la atención a grupos vulnerables vinculándolo con tratados internacionales en donde México ha suscrito. Sin embargo, aunque haya espacios que les brindan la atención médica, normalmente lo hacen si existe el acompañamiento de organizaciones de la sociedad civil. Las y los educadores de El Caracol, por ejemplo, actúan como mediadores entre la población callejera y las instituciones de salud. Son ellas y ellos quienes les acompañan hasta el consultorio médico a las población, les apoyan con los medicamentos, el diagnóstico, los estudios que haya que realizarse, y permanecen a su lado cuidando también la salud emocional, procurando que sean bien atendidas, que haya empatía y un trato digno, así como recordándoles constantemente que el acceso a la salud es su derecho y buscando que sean agentes activos de su salud.
Laura es una mujer perteneciente a la población callejera, que con el apoyo de El Caracol, logró acceder a un tratamiento con insulina y metformina, lo que la ayudó a controlar su diabetes. Pese a que ya llevaba algunos años recibiendo su tratamiento, en los últimos intentos de buscar continuarlo y tener una revisión de una de sus piernas que le causaba mucho dolor, solo obtuvo acceso a una consulta rápida y una caja de paracetamol.
La salud de la población callejera es un tema complejo y muy doloroso, ya que poco sabemos sobre sus condiciones de vida, trabajo, cuidados, salud y por ende, de mortalidad. No hay instituciones de gobierno que miren a las personas de calle como una población que necesite una atención prioritaria o específica. En una solicitud de transparencia, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) señaló no tener ningún expediente sobre la violación de derechos humanos de la población callejera. Por otro lado, la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México en las recomendaciones 08/2015 y 14/2018, reconoce 8 casos de violaciones al derecho a la salud de la población callejera, en dos recomendaciones más (23/2009 y 13/2011) contabiliza 76 víctimas directas de violaciones a sus derechos humanos.
Según Gustavo, educador de El Caracol, las muertes de la población callejera son excesivamente prevenibles, es decir, muertes que ocurren y que no deberían ocurrir si todos los niveles de atención de los sistemas de salud funcionaran adecuadamente (prevención primaria, secundaria y terciaria, y la atención de la salud en todos los niveles).
‘’Imaginemos que no atienden a alguien que está con herida expuesta, lo que va a ocurrir es que se va a infectar y va a llevar a un tema de muerte. Son de estas intervenciones que pudieron haberse dado en algún punto y haber salvado la vida de alguien. Si no existieran esos eventos de discriminación y si el personal de salud no negara el acceso a la banda de calle porque va sucia, huele mal o por cualquiera de sus estigmas, habríamos prevenido muchas muertes. Para mí es muy difícil procesar el escucharles decir: no me atendieron y me sentía muy mal’’, continúa Gustavo.
Según la base de datos de la organización, el 91% de las personas pertenecientes a la población callejera, mueren en la vía pública, porque no logran llegar a un hospital o no son atendidas. El Caracol lleva alrededor de 15 años haciendo trabajo focalizado en la salud de la población callejera, tratando de entender cómo viven el acceso y lo que significa enfrentarse en soledad a las instituciones. Su acompañamiento ha significado para las personas de calle la posibilidad de mejorar su salud, de encontrar un diagnóstico, recibir tratamiento y sortear las barreras que se les presentan por el estigma que cargan al habitar las calles.
Hasta la fecha, las y los educadores de El Caracol tienen que atender las llamadas que les hacen desde los centros de salud para confirmar que la persona de calle que está buscando ingresar, va de parte de la organización, o acompañarles hasta la puerta del consultorio médico para que les permitan el ingreso y luego monitorear que reciban una atención digna.
‘’Teníamos el caso de una chica que vivía con VIH y cuando entró a cirugía, el médico de una manera muy violenta le dijo: no mira m’ija, es que yo no puedo operarte, porque si yo abro tu cuerpecito y meto mis manitas, corro un riesgo, porque tú vives con VIH’’, nos cuenta Alexia Moreno, coordinadora del El Caracol.
Dentro de las instituciones de salud se viven muchas violencias y para poder evitarlas o contrarestarlas, se necesita, como mínimo, una red de apoyo y la población callejera no la tiene. Aunque existan organizaciones de la sociedad civil que les acompañen, es muy difícil que las personas de calle den continuidad o que las mismas organizaciones tengan los recursos económicos y humanos suficiente para atenderles de forma adecuada, sin quedarse en el asistencialismo como los pocos programas que les ha ofrecido el Estado.
Enrique, director de El Caracol señala que cuando una persona llega a la calle es porque ha perdido confianza en todas las instituciones. ‘‘Nosotros nos hemos ganado la confianza de la banda de calle, pero llevamos años trabajando en temas de salud y la población lo sabe y nos cree, por eso se acercan’’.
De acuerdo con el Informe Especial Situación de los derechos humanos de las poblaciones callejeras en el Distrito Federal 2012-2013 Sobrevivir en las calles del Distrito Federal -actualmente Ciudad de México-, al igual que en otras ciudades, tiene para las poblaciones callejeras innumerables afectaciones en su salud, integridad y vida derivadas de limitaciones para llevar una dieta saludable, conseguir espacios de aseo personal, descansar convenientemente y en lugares dignos, y guarecerse ante la exposición a riesgos ambientales. Particularmente, algunos estudios revelan que además de los efectos negativos que emocionalmente sufren estas personas por sobrevivir en condiciones en extremo adversas, corren un alto riesgo de padecer graves problemas de salud física y psicológica.
‘’La banda de calle tiene un deterioro físico y mental muy alto, viven con depresión, algunas tienen temas esquizoides, viven con ansiedad, en constante alerta, estresadas y aturdidas, y luego a eso hay que agregarle temas de consumo, pero todo ello es para sobrevivir a ese contexto’’ comenta Karen Martínez, educadora en El Caracol. Por ello, la campaña Chiras Pelas Calacas Flacas, Aprendiendo con la Muerte, a través de la metodología de reducción de daños, apoya a 500 personas al año, buscando minimizar los riesgos asociados a vivir en la calle, tales como el consumo de sustancias, la violencia y la falta de acceso a servicios básicos.
Para las y los educadores de El Caracol, morir en las calles tiene consecuencias graves y muchas veces invisibles. Desde su experiencia han observado que el destino de los cuerpos de las personas que fallecen en la calle es incierto. En muchas ocasiones, las personas no tienen documentos que acrediten su identidad o familiares que reclamen sus restos, esto provoca que sus cuerpos terminen en calidad de desconocidos dentro de fosas comunes o en escuelas de medicina, sin que esa haya sido su voluntad en vida. ‘’Parece que vivir en las calles condena a las personas a ser consideradas como una población que no merece ser reconocida, llorada y recordada’’, concluye Enrique.
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