30 agosto, 2023
La Chinantla es la región de México con la mayor proporción de bosque mesófilo de montaña. Ahí se conserva este ecosistema mediante una organización comunitaria e indígena. Pese a la importancia ecológica de la región, hay comunidades de la zona que dejaron de recibir del gobierno federal pagos por servicios ambientales
Texto: Juan Mayorga / Mongabay Latam
Fotos: Mongabay
Pedro Osorio aún recuerda sus días como mozo, recogiendo la cereza de los cafetales bajo la mirada del capataz. Eran los años setentas y la vida en la comunidad chinanteca de Santa Cruz Tepetotutla, agencia del municipio de San Felipe Usila, estaba volcada totalmente a la producción de café y tratando de sortear las carencias de alimentación, salud y educación.
Medio siglo después, esta comunidad ubicada en La Chinantla Alta, en la Sierra Norte de Oaxaca, ha dejado en segundo plano el café y otras actividades agrícolas para concentrarse en la conservación de su bosque de niebla, que ahora les genera ingresos a través de actividades como el ecoturismo y los servicios ambientales.
El momento clave de esta transición a la conservación ocurrió en 2004, cuando la asamblea de comuneros de Santa Cruz —el máximo órgano de toma de decisiones en esta y la mayoría de las comunidades agrarias e indígenas de Oaxaca— destinó a la conservación casi cuatro quintas partes de su territorio. Es decir, 9670 hectáreas de las 12 mil 372 que posee.
“Fue una iniciativa comunitaria, nadie nos dijo que lo hiciéramos”, recuerda Pedro Osorio casi dos décadas después. En 2004, su trabajo como presidente del Comisariado de Bienes Comunales fue determinante para que la propuesta se presentara y aprobara.
“En ese entonces nos planteamos cómo conservar el agua, porque vimos que en otros lados ya estaba escaseando. Y el agua es vida. Nos planteamos hacer algo hacia el futuro y ver cómo mantener intacta su área de captación y drenado, que es el bosque. Fuimos muchos compañeros los que pensamos que el agua es lo importante y nos convertimos en mayoría”, recuerda Pedro Osorio.
Lo que no sospechaban Osorio y los comuneros que tomaron la decisión de volcar su comunidad a la conservación del agua y del bosque fue que esta apuesta terminaría protegiendo de manera particular a la fauna, en especial a los reptiles y los anfibios, los dos grupo de vertebrados más amenazados por la crisis global de biodiversidad.
El estado relativamente prístino de los bosques de niebla de Santa Cruz Tepetotutla no es ningún accidente ni se limita a una decisión adoptada en 2004, sino que tiene sus raíces en el sistema de decisiones por asamblea, organización por cargos, tequio (trabajo voluntario), trueque (intercambio libre y no monetizado de productos y servicios) y un estilo de vida apegado al territorio.
Si bien este modelo de gobernanza está presente en la mayor parte de las comunidades indígenas y rurales de Oaxaca, la apertura de Santa Cruz Tepetotutla para seguir discutiendo y logrando acuerdos comunitarios por la conservación, además del rigor con el que se aplican, les ha permitido administrar de manera ejemplar su territorio y su vida comunitaria, explica el biólogo Fernando Mondragón, quien como director de la asociación civil Geoconservación ha acompañado técnicamente a esta comunidad durante más de dos décadas.
“El aspecto principal es que el manejo comunitario del territorio y del bosque no es un tema técnico, sin desconocer la importancia de lo técnico, sino fundamentalmente una cuestión de control político, histórico y social para asegurar la tenencia del territorio y los bosques por parte de las comunidades”, explica Mondragón.
“Además, en la Chinantla Alta, la falta de caminos asfaltados facilita la conservación de los bosques, porque favorece que no haya actividades extractivas que presionen a las comunidades, y esto le permite a los pueblos chinantecos mantener su administración tradicional del territorio”, añade.
Bajo este sistema de gobernanza indígena y rural se decide, realiza y vigila día a día una larga lista de actividades que permiten cuidar el bosque de niebla.
En primerísimo lugar está el estricto ordenamiento territorial que prohíbe la expansión agrícola y urbana fuera de las áreas designadas, pero también la restricción de cultivos a solo unas 300 hectáreas seleccionadas para ello, la obligatoriedad de confinar el ganado en los mismos terrenos domésticos para que no se alimente de la vegetación nativa, la rotación de cultivos que les permite optimizar la producción de alimentos en una superficie fija, la prohibición de la caza fuera de los animales “dañeros” que pueden devastar las cosechas (ardillas, tejones y otros mamíferos), las multas a quienes corten árboles sin permiso (que han alcanzado hasta 40 mil pesos, equivalentes a unos 2 mil 200 dólares), y los tequios (trabajo comunitario) de servicio forestal, por mencionar solo algunas.
Además de estas actividades, que podrían suponer un simple rigor cívico o el mero respeto a las leyes y autoridades locales, los comuneros de Santa Cruz también han invertido tiempo, dinero y energía en actividades más especializadas.
Monitorean a su fauna —particularmente jaguar (Panthera onca), tigrillo (Leopardus pardalis), hocofaisán (Crax rubra), pecarí (Dicotyles tajacu), venado temazate (Mazama temama) y otros grandes mamíferos— con cámaras trampa, a través de brigadas de comuneros que han sido capacitados por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp). La comunidad ha puesto su propio dinero para comprar las cámaras.
Los comuneros también se capacitan con expertos del Instituto Politécnico Nacional (IPN) para el conocimiento de herpetofauna, lo que les permite no sólo identificar a las víboras peligrosas de la región y contar con antiviperinos para enfrentar sus mordeduras, sino también ser capaces de dar recorridos turísticos especializados en avistamiento de esta fauna silvestre.
En Santa Cruz también realizan trabajos para prevenir y combatir incendios forestales: limpian el bosque, cavan zanjas e integran brigadas para responder en la temporada de incendios. Esta comunidad es una de las seis en la región que realizan esfuerzos de conservación similares, y que conjuntamente han logrado blindar el bosque de niebla de la Chinantla Alta.
Desde 2004, Santa Cruz Tepetotutla, San Antonio del Barrio, San Pedro Tlatepusco, Santiago Tlatepusco, San Antonio Analco y Nopalera del Rosario integran el Comité de Recursos Naturales de la Chinantla Alta, A.C., conocido localmente como el Corenchi. Cada una de estas comunidades ha destinado en promedio el 80 % de sus tierras para que tengan la categoría de Área Destinada Voluntariamente a la Conservación (ADVC) e integrar así un corredor interconectado de conservación que suma más de 26 mil hectáreas, equivalentes a casi dos veces el Parque Ecológico Lago Texcoco del Valle de México.
A diferencia de las comunidades zapotecas que conservan los bosques templados al sur de la Sierra Norte de Oaxaca, las comunidades como Santa Cruz Tepetotutla que integran el Corenchi aplican un modelo de conservación que no se basa en el aprovechamiento forestal. Es decir, su trabajo no depende de comercializar madera, pulpa, resina ni otros productos forestales.
“Aquí nuestra conservación no es derribando bosques, sino al contrario, promoviendo de que estos bosques estén en pie, no cambiando de uso del suelo, manteniendo la vegetación inicial, la primaria”, explica Pedro Osorio.
“El trabajo de conservación en comunidades chinantecas como Santa Cruz permite la captación de agua en la cuenca, previene incendios forestales, captura carbono causante del cambio climático y conserva la biodiversidad en ecosistemas que además producen, se habitan, se tocan y se cosechan por la misma gente”, explica el biólogo Mondragón, quien acompañó entre 2002 y 2004 la formación del Corenchi, para la que actualmente funge como asesor técnico.
La figura de Área Natural Destinada Voluntariamente a la Conservación (ADVC), elegida por las comunidades que integran el Corenchi para conservar sus bosques de niebla en 2004, es reconocida desde 1998 por el gobierno mexicano a través de su instancia encargada de la conservación, la Conanp. Desde 2008 tiene el mismo valor legal que las Áreas Naturales Protegidas designadas por la Presidencia de la República.
Existen ADVCs en 26 de los 32 estados de México, pero Oaxaca ocupa el primer lugar por superficie protegida por esta figura, con 166 mil 743 hectáreas, un área de conservación mayor a la demarcación jurídica que ocupa la Ciudad de México.
La superficie natural que conserva el Corenchi son 26 mil hectáreas de bosque mesófilo de montaña, uno de los ecosistemas más amenazados a nivel nacional y global.
Conocidos técnicamente como bosques mesófilos de montaña, los bosques de niebla son ecosistemas que tienen una gran relevancia biológica por su alta concentración de especies de flora (donde se mezclan especies tropicales y templadas, incluyendo cícadas, helechos, lianas, liquidambar, pinos y encinos) y fauna (que abarca desde los grandes mamíferos como el jaguar, el venado temazate y el pecarí, hasta reptiles y anfibios con un alto nivel de endemismo).
“Los bosques de niebla tropicales son la versión terrestre de los arrecifes de coral. Albergan la concentración terrestre más grande de diversidad de especies en la Tierra sobre un de por sí pequeño y cada vez más reducida área”, indicó el profesor de Ecología de la Universidad de Yale, Walter Jetz, quien en 2021 lideró una nueva evaluación del estado global de los bosques de niebla.
Jetz y sus colaboradores encontraron que durante los últimos 20 años se han perdido hasta 8 % de los bosques de niebla en el mundo, ecosistemas que aunque se encuentran en 60 países del mundo, ocupan menos del 0.5 % de la superficie terrestre. Y sin embargo, albergan el 15 % de las especies conocidas.
En México, los bosques de niebla existen en más de una docena de estados, pero sobre todo destacan en Guerrero, Veracruz, Oaxaca y Chiapas. Aunque ocupan menos del 1 % del territorio nacional (1 millón 853 mil 400 hectáreas), estos bosques concentran casi el 60 % de las especies de anfibios, más del 55 % de reptiles y más del 40 % de mamíferos del país, según datos de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio).
Además, estos bosques son fundamentales por su capacidad de capturar y controlar los flujos de agua, por lo cual la Conabio clasifica a La Chinantla de Oaxaca y a la Montaña de Guerrero como regiones prioritarias para la conservación.
“Si bien no existe una evaluación reciente que permita determinar con exactitud el área que cubre el bosque mesófilo de montaña en México, muy probablemente se trata del ecosistema más amenazado en el país y el ecosistema tropical que ocupa menos superficie a nivel mundial”, escribió la doctora en ecología forestal Tarín Toledo Aceves en uno de los trabajos más completos sobre estos ecosistemas, El Bosque Mesófilo de Montaña en México: Amenazas y Oportunidades para su Conservación y Manejo Sostenible, publicado en 2010 por la Conabio.
La Sierra Norte de Oaxaca, donde se encuentra Santa Cruz Tepetotutla, es la región de México con mayor proporción de bosques mesófilos de montaña, según Conabio. En total, Oaxaca alberga poco más de una cuarta parte de los bosques mesófilos en México, según datos de la Estrategia para la Conservación y el Uso Sustentable de la Biodiversidad del estado de Oaxaca.
Con 327 reptiles y 150 anfibios, Oaxaca es el estado de México con el mayor registro de estos grupos animales, una riqueza biológica que además se transforma notoriamente a lo largo de su accidentada geografía —desde el nivel de costa hasta más de 3 mil 500 metros sobre el nivel del mar— y de su amplia diversidad de climas, que incluye desiertos, selvas, bosques templados, valles y bosques de niebla.
De este universo de biodiversidad, la Sierra Madre de Oaxaca destaca por tener la mayor concentración de especies endémicas de reptiles y anfibios (incluyendo las exóticas salamandras Bolitoglossa chinanteca y Pseudoeurycea orchileucos o las culebras Cryophis hallbergii y Rhadinaea bogertorum), además de su contraparte atroz: 31 % de estas especies endémicas se encuentran en algún nivel de amenaza, como la ranita verrugosa de montaña (Quilticohyla acrochorda) y la ranita oscura de montaña (Ptychohyla zophodes), consideradas respectivamente en Peligro Crítico y Vulnerable por la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
La Chinantla Alta se encuentra precisamente en la Sierra Madre de Oaxaca, en la parte alta de la cuenca del río Papaloapan, que desemboca cuenca abajo en la costa veracruzana del Golfo de México. En esa ubicación, los bosques se nutren de la humedad del Atlántico que los vientos llevan en forma de niebla constante que dan nombre al ecosistema.
Debido a su ubicación y a su buen estado de conservación, los bosques de La Chinantla Alta son un punto idóneo para el estudio de la herpetofauna, según las conclusiones de un grupo de biólogos especializados en anfibios del Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional (CIDIIR), del IPN, liderado por la doctora en ciencias Edna González-Bernal.
Tan solo entre 2018 y 2019, exploraciones científicas realizadas por González-Bernal y su equipo en Santa Cruz Tepetotutla identificaron 40 especies de reptiles y anfibios, incluyendo dos salamandras, 17 anuros (ranas y sapos), cuatro lagartijas y 17 serpientes.
Esto representa un 10 % de las especies de herpetofauna conocidas en Oaxaca y 18.4 % en la Sierra Madre de Oaxaca, mientras que un 17 % de las especies encontradas se encuentra en algún nivel de amenaza según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN. “Es una zona de interés por su diversidad y estado de conservación, que cuenta además con especies de herpetofauna poco conocidas desde un aspecto ecológico”, explica González-Bernal.
En Santa Cruz, incluso, en 2019 se identificó una especie de serpiente que no había sido avistada científicamente en los últimos 50 años: la Rhadinella schistosa. Aunque no hay consenso sobre su nombre común, se suelen referir a ella como hojarasquera de roto, coralillo falso o culebra café collar incompleto, según información de la plataforma EncicloVida, de la Conabio.
Cuando tuvo en sus manos a esta serpiente, lo único que supo el biólogo Rogelio Simón es que no era ninguna especie con la que estuviera familiarizado, a pesar de su afición a los reptiles. Avisó a sus compañeros de investigación y procedieron a revisar si se encontraba en los registros taxonómicos. Meses después concluyeron que se trataba de un “redescubrimiento” de una especie mexicana que la ciencia no había vuelto a encontrar en más de medio siglo, según la información compartida en un artículo científico publicado en la revista especializada en biodiversidad ZooKeys: El rol de las áreas de conservación indígenas y comunitarias en la conservación de herpetofauna: una lista preliminar de Santa Cruz Tepetotutla, Oaxaca, México.
“Esto es importante porque se trata de una especie que tal vez se consideraba extinta porque nadie la había vuelto a ver, y ahora ya la podemos considerar como no extinta”, explica Rogelio Simón. “Y todo esto es gracias al trabajo de conservación que realizan Santa Cruz y otras comunidades de la zona”.
La riqueza de herpetofauna en Oaxaca llevó a la bióloga Edna González-Bernal a fundar el grupo Ecología para la Conservación de Anfibios (ECA), que investiga la herpetofauna oaxaqueña en el CIDIIR del IPN en Oaxaca.
A través de este grupo, González-Bernal y sus alumnos contribuyeron en 2017 con el descubrimiento de una nueva especie: la Charadrahyla esperancensis, mejor conocida como “la rana de la esperanza”.
“Decidimos ponerle así tanto porque fue descubierta en la comunidad de La Esperanza, en el municipio de Santiago Comaltepec, como también porque su hallazgo da esperanza para la conservación de los anfibios en un momento en que se vive el mayor declive de estos animales en el planeta”, explica la bióloga.
Aunque la conservación en Santa Cruz Tepetotutla y las comunidades del Corenchi emergen de una apuesta comunitaria por el cuidado del agua y el futuro, la comunidad ha tenido desde la inscripción de su ADVC el apoyo del gobierno federal a través del Programa de Pago por Servicios Ambientales Hidrológicos, que otorga la Comisión Nacional Forestal (Conafor).
Durante sus primeros 15 años como ADVC, las comunidades miembro del Corenchi recibieron poco más de 45 millones de pesos. Sólo en Santa Cruz Tepetotutla, este programa se traducía en un millón 300 mil pesos (poco más de 68 mil dólares) al año, recuerda el entonces presidente de los comuneros, Pedro Osorio.
Con el correr del tiempo, el cambio de gobiernos y de sus programas sociales, la comunidad actualmente ya no recibe dinero de ese programa, aunque su captación de agua es crucial para el funcionamiento hidrológico en la cuenca del río Papaloapan, una región interestatal (compartida con Veracruz y Puebla) que solo del lado de Oaxaca abarca 19 municipios, incluyendo algunos históricamente productivos en agricultura y ganadería como Tuxtepec, Valle Nacional y Loma Bonita.
“Desgraciadamente hace tres años se venció y ahora no estamos recibiendo nada”, indicó el actual presidente de los comuneros, Arnulfo Osorio.
Al respecto, el biólogo Mondragón explica: “El pago por servicios ambientales es un programa condicionado al presupuesto y el año pasado salió beneficiado, pero sin recursos suficientes para la Conafor”, que es la instancia que administra el programa. Se le solicitó una entrevista a la Conafor en Oaxaca, pero no se tuvo respuesta.
Los comuneros de Santa Cruz Tepetotutla financian sus trabajos de conservación con los ingresos que generan a partir de la producción y venta de café, miel orgánica y vainilla. Y desde 2009 con el impulso al ecoturismo (a través de la empresa comunitaria Tierra Faisán S. de R.L. de C.V.), para el que ya invirtieron en la construcción de cabañas, habilitación de senderos y promoción a través de una agencia en la ciudad de Oaxaca.
Las y los chinantecos no dejan de buscar nuevas alternativas de financiamiento para la conservación del bosque de niebla. Por lo pronto, los comuneros de Santa Cruz Tepetotutla continúan sus gestiones ante las autoridades correspondientes: “Estamos pidiendo al gobierno que nos siga apoyando para conservar el bosque, porque ya estamos todos sintiendo el cambio climático y tenemos que enfocarnos en esto que tenemos (el bosque de niebla), que es lo importante”, añade el comunero Arnulfo Osorio.
Este trabajo fue publicado inicialmente en MONGABAY LATAM. Aquí puedes consultar la publicación original.
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