Mier era considerado un “pueblo mágico”. Pero en 2010 quedó en medio de la guerra descarnada entre dos grupos criminales —Zetas y Golfo— que se peleaban el control de la franja fronteriza. Los que lograron sobrevivir huyeron antes de que terminara ese año. Nueve años después, Mier es un pueblo en el que el silencio se impone. Y donde el Estado no existe
Texto: Duilio Rodríguez y Daniela Pastrana
Imágenes: Duilio Rodríguez
CIUDAD MIER, TAMAULIPAS.- 2009, unos meses antes del horror. Aquel año, las imágenes que aparecen en el street view de Google Maps muestran casas habitadas: fachadas bien pintadas, pasto cuidado, comercios abiertos con clientela, autos estacionados y letreros limpios.
Hoy, en 2019, la cámara en manos del fotógrafo capta los mismos lugares. Pero ahora están cerrados, baleados, con yerbas crecidas y desoladas. De los dueños no se sabe mucho o no se habla nada.
En este lugar se cuentan por decenas las viviendas y locales comerciales vacíos en una misma calle. Existen crónicas periodísticas que narran los horrores vividos entre febrero y diciembre de 2010. Cuerpos mutilados y decapitados en la plaza principal forman parte del relato de los meses en los que el Cartel del Golfo aterrorizó a la población, ante la ausencia total de autoridades.
Desde entonces, bajo el control del crimen organizado no ha parado la extorsión, las ejecuciones, las desapariciones de migrantes, empresarios y comerciantes.
La calle que atraviesa Ciudad Mier que es la continuación de la carretera federal número 2, también conocida como “La Ribereña”. Es el ejemplo perfecto de la desolación: una casa tras otra, están vacías.
Es una de las pocas tiendas de misceláneos abiertas sobre la avenida principal en Ciudad Mier. Preguntamos al dependiente, un joven adolescente, por qué hay tantos locales abandonados.
—Pues ha de ser el calor, ¿no?
En diciembre de 2010, luego de diez meses de guerra entre los Zetas y el Cartel del Golfo, más de 2 mil 500 familia abandonaron Ciudad Mier. En los meses siguientes continuaron saliendo hasta que en el pueblo se quedó sólo el 10 por ciento de la gente.
Las 75 casas del Fraccionamiento Villas del Cántaro quedaron suspendidas en el tiempo. El complejo fue fundado en marzo del 2003 “siendo presidente municipal el C. Abdón Canales Dïaz”, según dice la placa de la entrada, de casas GEO.
Nueve años después, sólo el viento, los animales y las yerbas crecen en este lugar, al que nadie ha vuelto, y que nadie quiere recordar.
La casa de las bugambilias está marcada con el número 156, pero la puerta esta recargada sobre una pared de la sala y rodeada de yerbas. Las láminas del techo chillan y los vidrios en el suelo crujen con cada paso. En los cuartos vacíos sólo quedan dos pequeñas estampas, como prueba de que alguien los habitó: una es de Jesucristo y otra de la Virgen de Guadalupe.
La casa marcada con el 136 está pintada de rosa y tiene una mesa tirada de lado en medio de la sala vacía.
En la 126 sus últimos moradores dejaron en su huida una cunita para muñecas y una película en VHS que se llama El Hechizo de la laguna. Afuera, un oso blanco de peluche está atrapado entre ramas.
La número 1124 es la única con rastros de balazos en la pared. Hay pañales etapa recién nacido regados por todos lados y dos fotografías gastadas que muestran a una familia en una fiesta que parece de Quince Años: la festejada porta una corona, está flanqueada por sus padres y dos niños pequeños.
En la casa de al lado, las abejas han hecho su propia construcción: un panal de medio metro indica el tiempo en el que nadie ha vivido aquí.
La casa de la esquina de las calles de José Escandón y El Cántaro está cubierta de yerbas. El sonido del viento se cuela en los huecos de la calle y el eco lo replica, como un cántaro vacío.
La carretera que bordea la frontera entre Mexico y Estados Unidos está igualmente desolada. Pueblos que en su momento tuvieron vida, desarrollo económico y hasta fueron declarados “pueblos mágicos”, ahora son pueblos fantasma.
Gasolineras, restaurantes, mini supers, puestos de la calle, tiendas de regalos, muchas casas, todo abandonado a su suerte. Como sus propietarios. Como los ciudadanos. Así lucen las ciudades que todavía siguen controladas por el narco.
Apenas el 27 de agosto hubo un enfrentamiento entre sicarios y policías estatales que dejó siete personas muertas en Nuevo Laredo. A 152 kilómetros de aquí y en la franja que todavía pelean lo que quedan de los zetas. El gobernador Francisco Cabeza de Vaca, solicitó una audiencia personal con el presidente Andrés Manuel López Obrador para tratar el tema.
En un tramo de 500 metros de carretera está un gran altar a la santa muerte. Un letrero baleado da la bienvenida a Ciudad Miguel Alemán y a Ciudad Mier con letras mayúsculas.
Nos detenemos para fotografiar los hallazgos. El fotógrafo baja del auto, mientras los demás buscamos un lugar más seguro donde estacionarlo. Camino por el asfalto y su angosta orilla de terracería para acercarme al letrero. En el suelo resaltan por el brillo de la luz del sol unos pedazos de metal: más de 20 casquillos de bala calibre .50mm esparcidos.
Este calibre se usa en ametralladoras del Ejército o en fusiles de largo alcance como el que usan francotiradores.
Una camioneta con vidrios polarizados se estaciona detrás de mí. Decido regresar con mis compañeros, estacionados en un vado de la carretera. La camioneta avanza, se me empareja mientras camino. En su interior hay tres sujetos con pelo en casquete corto. Uno de ellos, el del asiento de copiloto, me mira fijamente. El del asiento de atrás, un tipo flaco, cacarizo y los ojos saltones, con cadena de la santa muerte, pregunta:
—¿Que haces aquí, todo en orden o qué, wey?
Ya en ciudad Miguel Alemán, en cada lugar que nos detenemos hay gente con radios que se mantienen a cierta distancia.
Cuando tomamos fotos a una casa abandonada pasan dos convoys del ejército mexicano, llenas de soldados armados con fusiles de asalto. Unos metros adelante se detienen y se bajan todos encapuchados.
—¿Qué hacen aquí?–, pregunta uno de ellos. ¿De dónde son, a qué se dedican? Y así comienza el interrogatorio, para después pedir que borremos las fotos que acabamos de tomar. Nos identificamos. Nos negamos a borrar el material. El militar al mando decide comunicarse con su superior. Hace la llamada y después de terminarla, nos advierte: “Aquí la cosa está peligrosa. Y luego suben a Facebook que andamos haciendo detenciones arbitrarias. Sigan su camino con precaución”, se despide. Todos los soldados vuelven a sus vehículos y se van.
Las historias de halcones y sicarios del crimen organizado abundan en esta región. Los halcones son vigilantes que informan de cualquier persona extraña que ingresa en sus territorios. Un exfotógrafo de policía de quien reservamos su nombre por seguridad, nos cuenta:
“Los halcones están por todos lados vigilando, no les gusta que tomes fotos o que hagas cosas sin su permiso. Ellos deciden qué noticia se cubre, qué se publica y qué no.”
Sólo es posible permanecer un par de horas en la zona. Suficientes para ser acechados por sicarios, detenidos por militares y para ver cómo circulan, en una carretera federal, a las 6 de la tarde, dos camionetas raptor artilladas con hombres camuflajeados que no son militares.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona