Ningún proyecto transformador contra la pobreza tendrá posibilidades de éxito si no queda planeta para vivir, si no se deja de actuar como si todavía estuviéramos en el ayer
Twitter: @eugeniofv
No hay duda de que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene un compromiso sólido con el combate a la pobreza y la marginación en México, y es innegable que hay avances importantes en muchas cosas -incluidos algunos temas ambientales-. Sin embargo, estos avances se quedan cortos y responden a un diagnóstico que ya quedó caduco, que parte de que el país puede darse el lujo de ignorar la crisis climática y ambiental. Es como si su gobierno pensara que esos problemas son parte de un futuro muy lejano, y no los elementos definitorios de este presente tan doloroso. En ese sentido, este gobierno trabaja hoy como si viviera ayer.
De entrada, este gobierno parece pensar que todavía tenemos bosques y selvas suficientes como para no dar prioridad al combate a la deforestación, a la conservación y al manejo forestal sustentable. Esto se ve en que el presupuesto de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente es hoy 32 por ciento menor que en 2001, y en ese entonces ya era muy insuficiente; en que la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas no tiene ni presupuesto ni personal suficientes como para ocuparse de las casi 200 áreas naturales protegidas del país, a pesar de que sus responsabilidades no hacen sino aumentar, y en que el presupuesto de la Comisión Nacional Forestal es hoy menor que cuando fue fundada, en 2001, mientras los retos de los que debe ocuparse no hacen sino agravarse.
Ante esto, es urgente recordar que este país ya pasó por un Programa Nacional de Desmontes con Echeverría, que las selvas de Veracruz han desaparecido prácticamente y que la selva Maya y la Huasteca -dos de los macizos forestales más importantes del continente- sufren tasas de deforestación que, si no las paramos, acabarán con esos ecosistemas antes de que termine el siglo. Ya pasó la época en la que el país podía engañarse y pensar que había bosques y selvas suficientes como para destruir unas cuantas. Si queremos un futuro para México, deberíamos ver la presente a la cara y frenar en seco la pérdida de ecosistemas forestales.
Mientras esto ocurre en el campo, en las ciudades pasa el tiempo y no se toman acciones contra la contaminación ni para mejorar el transporte. No es solo cosa de la Ciudad de México ni de su área metropolitana: todas las ciudades del país tienen problemas de contaminación muy graves, desde Silao hasta Monterrey. La primera generación condenada a padecer enfermedades respiratorias y pulmonares por respirar el escape de los coches y el humo de las fábricas ya tiene hijos que no solo sufrirán las mismas condiciones, sino que las verán agravadas por la inacción de los gobiernos de todos los niveles.
A pesar de ello, ni desde la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, ni desde la de Comunicaciones y Transportes, ni desde la de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, ni mucho menos desde la de Energía, se oye a nadie hablar de cómo sustituir a los coches por el transporte público en pueblos y ciudades, ni de cómo ayudar a cambiar el paradigma energético nacional sustituyendo el transporte que usa combustibles fósiles por una movilidad limpia y sana. Es como si pensaran -como se hacía en los años ochenta- que se podía postergar el problema, cuando ya es una realidad lacerante.
El panorama es aún peor en materia de calentamiento global. Como si viviéramos en un pasado más o menos remoto en que la crisis climática era algo que apenas notaba un puñado de científicos, no hay planes de adaptación ante ella, y el país incumplirá sus compromisos ambientales por la construcción de la refinería de Dos Bocas y la ausencia de un verdadero impulso a la transición energética. A contrapelo de esta visión, la crisis climática ya se nota en el aumento de las temperaturas -y con ello, por ejemplo, en una mayor prevalencia de enfermedades tropicales-; en la mayor severidad de las sequías que asuelan el campo y de las tormentas tropicales que golpean las costas, y en la mayor prevalencia de plagas e incendios y la menor rentabilidad del campo.
Ante este panorama, urge volver al presente y salvar el futuro. Ningún proyecto transformador, ningún esfuerzo contra la pobreza nacional, tendrán posibilidades de éxito si no queda planeta para vivir, si no se deja de actuar como si todavía estuviéramos en el ayer.
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Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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